A los invitados está que se les cae la mandíbula de la impresión al ver a Jaime arrodillado ante una monja para proponerle matrimonio, y usando de testigo nada menos que a su esposa, a quien recién le ha pedido el divorcio. ¡Por fortuna, Jaime no quiso que sus hijos viniesen a atestiguar semejante espectáculo! Los sentimientos a flor de piel en Esmeralda invocan la estación lacrimosa en sus ojos verdes… «Este era el sueño más grande y escondido de mi corazón. Nunca pensé que se fuera a realizar; ni jamás creí que fuese tan bello como la eternidad y doloroso como la muerte, ya que yo…». —Yo soy una monja, Jaime. No puedo casarme contigo porque estoy desposada con Dios —Esmeralda usa de excusa la dieta para no caer en el pecado de la gula. Qué pena que su alma no tenga boca para aceptar…