Un par de días después de haber sido internada en el hospital, Estela todavía ocupa una cama en cuidados intensivos. —¿Entonces eso quiere decir que…? —se intimida el recién reaparecido señor Mireles ante el destino de su hija. —Lo dicho: la señora Martínez tiene un tumor cerebral maligno. Comenzará a perder la vista hasta que, a lo sumo, dentro de tres meses… —Morirá —se adelanta Jaime al doctor, por ansiedad. —¡Pero no comprendo cómo es posible que no se le haya detectado a tiempo! —protesta el padre de Estela. —Porque nunca presentó ningún síntoma. Es como si alguien hubiera ocultado una bomba imperceptible dentro de su cerebro que sólo se manifiesta cuando ya no hay nada que hacer —explica el médico con evidente desconcierto. —¡Debe haber alguna cosa que podamos hacer! —se rehúsa