De alguna manera, Luis comprende que ha llegado el fin para él, ya que ha sacrificado su futuro por su familia; no, en realidad, solamente por la venganza de su madre, quien, de pronto, entra a escena. —¡Luis! ¿Qué has hecho? —Estela, ya caminando, no se cree el baño de sangre ocasionado por su hijo. —Hice lo que me dijiste. Ahora ya no tendrás de qué preocuparte —se justifica el asustado muchachito. —Yo nunca te pedí que cometieras un crimen —se desentiende convenientemente la señora Martínez. —Pero… —la confusión del abandono aturde a Luis. —Lo siento mucho —llorosa, Estela se aproxima a su joven asesino y lo abraza—. Voy a tener que llamar a la Policía. «Debo hacerlo o de lo contrario, asumirán que yo lo hice. Además, para Jorgito y Lucas, peor que perder a su hermano sería quedar