Capítulo 35 ¿Quién es mi esposo?

1427 Words
Me serví una copa de vino y tomé mi teléfono. Desde que Gerónimo había regresado a mi casa, me había desconectado de todo lo que solía ser mi realidad, ya que había prometido dedicarme exclusivamente a él. Cuando decidí responder los mensajes de Ginna, noté que el contacto de Jordano ya no tenía foto. Me había bloqueado. Aunque yo había terminado nuestra relación, pensé que al menos, por el compromiso del dinero que le había prestado, tendría la decencia de mantener algún tipo de comunicación. En cambio, me había eliminado completamente de su vida. Tenía unos veinte mensajes de Ginna, quien estaba preocupada por mí. Tenía tanto que contarle. Ella era la única persona que podía entenderme, y aunque a veces me decía cosas que no quería escuchar, tenía razón. Era la persona más adecuada en ese momento para darme un consejo. «Hola Ginna, perdona por la ausencia. He tenido muchos problemas. ¿Tienes tiempo para que nos veamos?» le escribí, con algo de descaro. «Pero ¿qué son estas horas para aparecer? Pensé que el psicópata de tu marido te había hecho algo. Claro que tengo tiempo para hablar, siempre lo tengo. ¿Dónde estás?» Sonreí al leer su mensaje. Rápidamente le respondí y organizamos una reunión. Un par de horas después me encontraba en un café cercano a mi hogar. No quería ir a otro lugar; solo necesitaba a alguien con quien hablar. —Margaret, querida, ¿cómo estás? Estaba muy preocupada por ti. Si no te hubiera contactado en un par de días, habría ido a tu casa. —Ginna, han pasado cosas terribles; Gerónimo ha regresado a casa. —¿Eso es terrible? Tú misma querías que él volviera, así que no entiendo qué puede estar mal —me miró intrigada. —La cuestión es que no deseaba que regresara ahora. La verdad, estaba bien sin él. Me di cuenta de que me estaba volviendo una persona codependiente de Gerónimo, y eso no debería ser así. —Bueno, me alegra que te hayas dado cuenta de lo que está ocurriendo en tu vida. Sin embargo, me preocupa que me estés contando esto ahora. Tu esposo ya está aquí, ¿qué vas a hacer? —No puedo hacer nada. Gerónimo tiene un tumor cerebral y está atravesando una situación extremadamente difícil con su salud. Estoy muy preocupada por él. —¿Un tumor cerebral? ¿Cómo es posible? Eso es gravísimo, muy complicado de manejar. Lo siento mucho. ¿Significa que va a morir pronto? —Ginna no dejaba de mostrar sarcasmo. —¿En serio, Ginna? Te estoy hablando de algo muy delicado. Sí, es probable que muera pronto. —¿En cuánto tiempo? —No lo sé con exactitud. Me dice que está manejando todos sus exámenes y que solo debemos aprovechar el tiempo y el dinero juntos —cuando le dije eso a mi amiga, escupió el café que tenía en la boca y me miró con una expresión amenazante. —¿El dinero? No me digas que sacaste todos los ahorros de tu vida por el chantaje estúpido de Gerónimo —me dijo, y yo me quedé en silencio. En lugar de responder, tomé un sorbo de mi café, sintiendo cómo mis mejillas se sonrojaban. —¡Eres una estúpida! —¿Qué? ¿Por qué me estás tratando así? ¿Qué te pasa? —Sí, eres una completa estúpida. Lo siento, pero no puedo evitar decirte esto. Has cometido el peor error de tu vida. Te apuesto a que ese mal nacido no está enfermo. —¿Y por qué mentiría sobre eso? —Porque es un miserable que tiene una amante y probablemente se irá con ella, después de haberte quitado hasta el último centavo. —Eso es imposible. No va a hacerme eso. Es mi esposo, es mi familia. ¿Cómo se te ocurre pensar algo así sobre él, Ginna? —Un esposo que nunca está presente, que tiene una amante, un maldito desgraciado que te está mintiendo. Mira, Margaret, te lo advierto, no vengas aquí después llorando, porque estoy segura de que ese desgraciado hará lo que quiera contigo. Es increíble que estés actuando como una idiota —Ginna estaba furiosa. Se recostó en su silla y no volvió a dirigirme la palabra. —Ginna, él no es así. Gerónimo no es la persona que estás describiendo. Solo quiere que nos vayamos de tour por Europa y que vivamos bien sus últimos días —me defendí, aunque sabía que estaba tratando de convencerme a mí misma, porque tampoco estaba del todo segura. —No sé, Margaret. Te digo esto porque te quiero, porque te conozco desde que éramos niñas, y me parece muy injusto que él simplemente venga y haga lo que quiera contigo. ¿Entiendes lo que quiero decir? —Sí, Ginna, lo entiendo, pero me niego a creer que él sea capaz de algo así. —Vamos a tenderle una trampa. Eso haremos. —Pero ¿cómo voy a tenderle una trampa a mi marido? ¿No sería mejor preguntarle directamente? —No, eso es ponerlo en sobre aviso, ¿Quién tiene el dinero de los ahorros? —Me quedo en silencio ante su pregunta —¿No me digas que lo tiene él? mira Margaret, lo que tienes de ingenua lo tienes de bruta, ¿sabes si el dinero aun está en su cuenta? —No sé nada, me estás volviendo loca con tantas preguntas. Si el maldito quiere llevarse todo nuestro dinero, que lo haga. Si ese es el precio de mi libertad, ¡estoy dispuesta a pagarlo, Ginna! ¡Lo estoy! —¿Cómo vas a darle ese gusto? ¿Qué más no se quiere llevar Gerónimo? Eso es lo que él pretende: quedarse con todo el dinero que ustedes han ahorrado con tanto esfuerzo. Mira, haz una trampa sencilla: consigue pastillas comunes para el dolor y cámbialas por las píldoras que él dice estar tomando. Asegúrate de saber exactamente qué medicamentos está usando y cambia las pastillas del frasco. Luego, mándalas a analizar. Si no son los medicamentos para su enfermedad, el muy imbécil está mintiendo. —Tienes toda la razón. No sé por qué no pensé en eso. —Es sencillo. Porque no piensas claramente; estás tan enamorada y ciega por él que te has sumido en una especie de idiotez. Menos mal que aún estoy aquí para ayudarte, pero si sigues actuando así, te aseguro que vas a perderme. Mi amiga me dio un fuerte abrazo. Aunque me parecía humillante hacer lo que ella sugería, no tenía otra opción. Los ahorros de toda mi vida estaban en sus manos, y ni hablar de mi dignidad. Esa misma noche, aprovechando su ausencia, cambié las pastillas en los frascos y tomé las que él supuestamente estaba tomando para enviarlas a un laboratorio. Gerónimo no volvió a casa esa noche, aunque me había dicho que iba a la casa de su padre. No confiaba en él y sabía que estaba escondiendo algo relacionado con su amante. No pude resistir la curiosidad y tomé su computadora. Necesitaba encontrar alguna información. Por desgracia, estaba bloqueada, así que intenté varias contraseñas hasta que adiviné con la fecha de cumpleaños de su madre fallecida. ¡Bingo! Era la correcta. No encontré muchas cosas de gran importancia, solo documentos de la empresa. Pero al abrir el navegador, encontré algo que me dejó completamente atónita. Tenía su chat conectado y había olvidado cerrar sesión. Gerónimo era el hombre más despreciable que cualquier mujer podría tener; su chat estaba lleno de conversaciones con otras mujeres, donde hablaban de temas sexuales y compartían fotos íntimas. No pude evitar revisar chat tras chat. Mientras lo hacía, descubrí que Gerónimo estaba conversando con otra mujer en ese mismo momento. Los mensajes que estaban intercambiando me hicieron llevarme la mano a la boca, horrorizada por lo que veía. No había dejado a su amante. Tomé todas las fotos que pude; serían la prueba definitiva de su infidelidad. Pero eso no fue todo. En una carpeta oculta encontré miles de videos y fotos de mujeres desnudas, realizando todo tipo de actividades para él, e incluso videos en los que él mismo era el protagonista. Me sentí completamente devastada. Mi esposo no solo era un mentiroso, sino también un adicto a la pornografía y a la infidelidad. No se trataba de unos pocos videos; había cientos, probablemente grabados durante todo el tiempo que estuvimos casados. No me importaba si estaba al borde de la muerte, el divorcio era algo que no iba a discutir.
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