Margaret
Sentí un quiebre profundo en mi corazón, como si la decepción por haber estado casada con un completo desconocido me hubiera devastado por completo. Mi pecho dolía, pero no era un dolor físico; estaba inundada por un torrente de emociones. Tomé las pruebas que necesitaba y me senté a llorar. Las lágrimas fluían de manera incontenible, como un río que desbordaba mi rostro, y sentía como si me estuviera desmoronando.
De repente, mi teléfono vibró y vi que era un mensaje de él.
«Querida, esta noche me quedo en casa de mi padre. Si quieres, puedes venir. Regreso en un par de días. Te quiero.»
Me importaba poco si se quedaba con su padre o si desaparecía. El daño ya estaba hecho, y sabía que debía alejarme de él. Quería tomar a mi perrita y escapar, huir de todo este dolor, de los fracasos y, sobre todo, de la tristeza abrumadora. Pero una llamada me sacó de mis pensamientos; era Ginna.
—Hola, nena, ¿Cómo estás?
—Hola, Ginna, dime— respondo con la voz temblorosa.
—¿Qué te pasó? ¿Dónde estás? ¿Margaret, te hizo algo ese miserable?
—Sí, ha arruinado mi vida— no puedo evitar llorar mientras hablo por teléfono; el dolor es tan abrumador que me resulta imposible controlarlo.
—¡Maldito sea! Voy a hacer que pague por esto— exclama Ginna con furia—.
—Ginna, por favor, ¿puedes venir a casa? Te lo ruego.
—Sí, ya voy para allá. Espérame, en veinte minutos estoy contigo.
Cuelgo y me quedo esperando a mi amiga, que llegó rápidamente. Al verme, lo primero que hizo fue abrazarme con fuerza. Nunca había llorado de la forma en que lo hacía en ese momento, y afortunadamente, tenía su hombro para desahogarme, tanto que su blusa se empapó con mis lágrimas.
—Amiga, cálmate, por favor. ¿Está Gerónimo aquí?
—No, él no está— le digo entre sollozos—.
—Cuéntame, ¿qué pasó?
Le relato todo lo sucedido y le muestro las pruebas. Al igual que yo, Ginna no podía creerlo; mi esposo resultó ser un hipócrita despreciable.
—Margaret, debes divorciarte de ese psicópata inmediatamente. Creo que podría hacerte daño.
—Sí, eso no está en discusión. Ahora, con todas las pruebas que he encontrado, tengo más que suficiente para separarme de esa bestia.
—De verdad, Margaret, lo siento mucho. Lo lamento más que nunca. ¿Quieres venir a vivir conmigo?
—No, me voy a ir sola de esta casa. Tengo un departamento pequeño para soltera; aunque es reducido, Lulú y yo estaremos bien allí.
—¿Te gustaría que saliéramos a tomar una copa?
—No, quiero descansar.
—Aún es temprano, amiga; ni siquiera son las diez. Vamos al bar, necesitas distraerte.
—Tú nunca cambias, ¿cómo puedes proponerme ir al bar en medio de todo esto? ¿Estás loca?
—Sabes que siempre lo he estado. Sé que suena descabellado, pero en este momento necesitas despejarte. Lávate la cara, solo será una copa.
Miro a Ginna, que parece comportarse como una adolescente. No tengo intención de ir al bar esta noche.
—Gracias, Ginna, por tu compañía y tu apoyo, pero lo último que necesito ahora, al descubrir que mi esposo es adicto a la pornografía, es ver a un montón de hombres desnudos tratando de venderse por dinero.
—¡Está bien! Regresaré mañana. Yo sí voy a ir; después de lo que me pasó, necesito distraerme un poco más. Además, sigo viéndome con Jonás, y aunque tenga que pagarle, ese hombre me lleva al cielo.
—¿Vas a ir al bar?
—¡Por supuesto! Son cosas inevitables en mi vida. Que tú no quieras ir no es mi problema en absoluto.
—Gracias por venir, que te vaya bien.
—¿Segura que no quieres venir conmigo? —mi amiga intentó persuadirme.
—No, querida, me voy a acostar a dormir.
En cuanto Ginna salió de mi casa, el dolor regresó a invadir mi corazón. Era inevitable; aunque era médica, también era humana. Ahora comprendía mejor a mis pacientes cuando llegaban cegados por el dolor. No era solo un dolor físico; era psicológico. Solo les daba paracetamol, mientras que muchos pedían ayuda psicológica a gritos. Tal vez necesitaban orientación. La decepción se siente como una enfermedad, y a veces es difícil reconocer que la depresión es la peor de todas.
La angustia y el estrés nos consumen por dentro, afectando el funcionamiento de nuestros órganos y haciéndonos sentir enfermos. Somos seres humanos, sensibles, pero describir lo que estaba sintiendo en ese momento era extremadamente difícil, pues no sabía con certeza qué estaba ocurriendo dentro de mí.
Solo me abrazo a mi perrita Lulú y me recuesto en el cuarto de huéspedes, evitando la cama que compartía con ese hombre. No puedo dejar de llorar, y es un llanto incontrolable que no cesa hasta que me quedo dormida.
De repente, empiezo a escuchar el timbre de mi casa. Me sobresalto y me cubro; el terror se apodera de mí. No quiero ver a Gerónimo; en ese momento, lo único que me provoca es miedo. Miro mi teléfono y veo que son más de las tres de la mañana. El timbre sigue sonando insistentemente.
Respiro profundo, a punto de llamar a la policía, cuando mi amiga Ginna me llama.
—¿Ginna, estás bien?
—La pregunta es si tú estás bien. Llevo más de media hora tocando tu timbre y no abres.
—¿Qué? ¿A quiénes no les abro? Estás completamente loca. ¿Y si Gerónimo estuviera aquí?
—Sé que ese maldito infeliz no está —responde Ginna con la voz algo entrecortada, evidente que estaba ebria—.
—¿Con quién estás, Ginna? —le pregunto con desconfianza.
—¡He! ¿A que no adivinas?
—Soy médica, no adivino. Déjate de pavadas, son las tres de la mañana, Ginna. Dime, ¿estás afuera?
—¡Sí! Ábreme, querida. Te va a gustar la sorpresa.
Suspiro con resignación. Mi amiga siempre tenía las puertas de mi casa abiertas, pero no a las tres de la mañana y menos con desconocidos. Mis ojos están hinchados de tanto llorar y dormir, mi cabello está enredado y me veo hecha un desastre. Me pongo unas pantuflas y salgo a abrir.
Cuando abro la puerta, mis ojos se abren de sorpresa y mi corazón se acelera rápidamente. Ginna está besando apasionadamente a Jonás, envuelta en sus brazos, y sobre el marco de la puerta está Jordano. Al verme, Jordano me sonríe de oreja a oreja, con una sonrisa deslumbrante y una mirada que me deja paralizada.
—¿Qué haces aquí, Jordano? —le pregunto mientras bajo la mirada para ocultar lo descompuesta que estoy.
—Tu amiga pagó un servicio para ti, y yo fui el elegido. No hago devoluciones de dinero.
—¡Ay, no, por favor! —dirijo la mirada a Ginna, quien me sonríe de manera maniaca—. Ginna, ¿es en serio?
—Sí, amiga. Lo que necesitas en este momento es acción. Olvídate del viejo verde que es tu esposo y acepta el regalo. Además, que te guste el favorito del bar es un lujo.
A pesar de no estar completamente segura de que Gerónimo no llegará, decido dejar entrar a todos. Lo que él pensara o sintiera ya no me importa.
Jordano me miraba con cierta inquietud; no habíamos terminado en los mejores términos en los últimos días, pero qué más daba. Estaba allí para cumplir con su trabajo, por frío que sonara.
NOTA DE AUTOR: No olviden agregar la nueva novela a su biblioteca, ATRAPADA POR UN HOMBRE MAYOR les acantara lo que van a encontrarse allí, también síganme en mi red soci@l para avances y spoiler, f. b. @Lauracescritora