Al día siguiente, contacté al neurólogo más destacado del país. En ese momento, no me importaba en absoluto tener que pagar una fortuna; lo único que necesitaba era que revisara las imágenes de mi esposo. Como médica general, poco podía decir sobre su diagnóstico; eso le correspondía a un especialista como él.
—Doctor Espinel, ¿pudo revisar las imágenes que le envié? —pregunté con ansiedad.
—Sí, querida Margaret, las revisé. Lamentablemente, el diagnóstico no es nada prometedor para la persona en cuestión— respondió él. En ese instante, sentí como si algo se rompiera dentro de mí; la enfermedad de mi esposo era mucho más grave de lo que había imaginado, y yo había estado dudando de él.
—Doctor, ¿qué tiene exactamente? —No sabía que se refería a mi esposo, ya que en las imágenes había omitido el nombre del paciente.
—Se trata de un tumor cerebral que mide más de un centímetro y está afectando la parte sensorial del lado izquierdo del cerebro. Esto significa que, si la persona no ha perdido ya la visión en su ojo izquierdo, es probable que esté a punto de hacerlo. Es crucial intervenir quirúrgicamente, pero aún no se puede determinar con certeza si el tumor es benigno o maligno. En caso de ser maligno, como bien sabe, el cáncer sería inminente.
—¿Cáncer? ¿Entonces, con estos exámenes aún no se puede saber si la persona va a fallecer?
—Es complicado, doctora Margaret. Los tumores pueden presentar varios síntomas.
—¿Cuáles síntomas, doctor? Soy médica general, pero no he encontrado muchos casos como este —dije, con creciente preocupación.
—Los síntomas pueden incluir dolor de cabeza, cambios en la personalidad como depresión, ansiedad o desinhibición, debilidad, sensaciones anormales, pérdida del equilibrio, dificultad para concentrarse, convulsiones y falta de coordinación.
—¿Qué? Son síntomas bastante graves y evidentes, doctor. ¿Hay algún tipo de tumor que no muestre estos síntomas?
—Sí, pero los síntomas específicos de este diagnóstico son los que acabo de mencionarle. ¿Puedo preguntarle algo más?
—Por supuesto, doctor.
—¿Qué está experimentando el paciente? Puedo ayudarle a obtener un diagnóstico más preciso. Además, es importante actuar antes de que la pérdida de visión sea irreversible.
—Doctor, no es mi paciente, solo estoy haciendo un favor. Agradezco mucho su ayuda, pero le seguiré consultando. Si es necesario, reservaré una cita en su agenda.
—Margaret, no puedo determinar si el paciente va a fallecer, pero la situación es grave. Es crucial averiguar si el tumor es benigno o maligno. Solo tenga eso en cuenta.
—Gracias, doctor Espinel. Estaré en contacto con usted —dije mientras colgaba la llamada. En ese momento, sentí como si el mundo se viniera abajo. Mi esposo podría no estar enfermo en absoluto; ni siquiera tenía un simple dolor de cabeza y no quería consultar a otros médicos. Lo peor era que el dinero de nuestro ahorro conjunto ya estaba en su cuenta; ni siquiera habíamos hecho la división. Era posible que Gerónimo ya estuviera lejos con el dinero que habíamos retirado.
Tomé mi teléfono y marqué su número, consumida por la ira. No me contestó. Me levanté del escritorio, agarré mi bolso y decidí buscarlo, incluso si tenía que ir hasta el fondo del mar. Después de la tercera llamada, respondió con una voz adormilada.
—Amor, ¿pasa algo? —me preguntó Gerónimo.
—¿Dónde estás, Gerónimo?
—En casa. ¿Por qué? ¿Sucede algo?
—No, solo estaba preocupada porque no me contestaste.
—Amor, estaba descansando un poco. No quiero quejarme, pero tengo un dolor de cabeza insoportable, ni siquiera puedo soportar la luz del día. Te llamaré por la noche cuando llegues a casa, ¿de acuerdo?
—¡Gerónimo! —le dije antes de que pudiera colgar.
—¿Sí, amor?
—¿Compraste los tiquetes para nuestro viaje? Si prefieres, puedo hacerlo yo; me gustaría que fuera pronto.
—No, mi amor, cuando llegues a casa los compramos —respondió Gerónimo antes de colgar. Regresé a mi consultorio para atender mis próximas citas, sintiéndome miserable. Mi esposo podría estar enfermo y yo había estado dudando de él.
Salí más temprano del consultorio para ir a casa. Mi amiga Ginna me había escrito mucho, pero no le había respondido. Sabía que me diría cosas terribles sobre mi esposo y sobre cómo estaba manejando la situación al cuidar de él y al haberle entregado nuestros ahorros. Sin embargo, en ese momento, solo quería aprovechar el poco tiempo que me quedaba con él. Era lo mínimo que podía hacer.
Al llegar a casa, lo encontré frente al televisor jugando videojuegos. Eso me sorprendió, ya que hace unas horas me había dicho que estaba descansando. Me acerqué por la espalda y le di un beso en la mejilla.
—Buenas tardes, mi amor. ¿Cómo te sientes?
—Muy bien, amor. Llegaste más temprano.
—Me preocupé cuando me dijiste que te dolía la cabeza, así que pensé que era importante regresar antes.
—¡Ah, sí! Pero ya me siento mejor. Me tomé una pastilla fuerte para el dolor de cabeza y ahora estoy mucho mejor —Gerónimo ni siquiera me miró, seguía absorto en el televisor. Me quedé pensando si realmente estaba tan enfermo como me había dicho.
—Gerónimo, necesito hablar contigo.
—¿Tiene que ser ahora, Margaret? Estoy en medio de un juego en línea con un amigo que está en otro país.
—Sí, tiene que ser ahora —dije mientras me acercaba y apagaba el televisor. Lo miré con tanta intensidad que hasta sentí miedo por la furia que había mostrado.
—¿Por qué demonios me quitaste el juego, Margaret? Esta también es mi casa, y ese es mi televisor.
—Gerónimo, por favor, cálmate. Necesito hablar contigo ahora. No te pongas así, por favor, te lo pido.
Al darse cuenta de que le estaba gritando, Gerónimo se volvió hacia mí.
—Perdóname, querida, no quise alzarte la voz. Me alteré un poco; he estado experimentando cambios en mi comportamiento sin razón aparente. Discúlpame —dijo, y recordé lo que me había comentado el neurólogo; sí, esos eran síntomas posibles.
—Te entiendo perfectamente, mi amor. No te preocupes. He decidido renunciar a mi consultorio y quedarme contigo en casa todo el tiempo. Es crucial que esté pendiente de tu salud. Consulté tu caso con un especialista y es posible que enfrentes cambios graves, y quiero estar aquí para cuidarte.
La expresión de mi esposo era de total sorpresa. No comprendía por qué no le agradaba la idea de que estuviera a su lado, cuando lo único que quería era cuidarlo.
—¿Cómo vas a hacer eso? Ahora es cuando más necesitamos dinero; es un acto irresponsable.
—A ver, Gerónimo, no entiendo tu punto. Me pediste que retirara el dinero del fondo precisamente para que lo disfrutáramos juntos. La mitad de ese dinero es mío, y quiero usar mi parte para cuidarte. Con ese dinero, podríamos vivir cómodamente durante unos cuatro años. Además, el dinero no es un problema; tenemos dos propiedades que podríamos vender si es necesario.
—No, Margaret, no estoy de acuerdo. Tampoco apruebo que hayas consultado con un especialista sobre mi diagnóstico; es una falta de respeto. No estás respetando mi privacidad. Definitivamente contigo no se puede, y si es por el dinero, mañana mismo lo transfiero a tu cuenta.
—¿Por qué no lo haces ya? —le solté sin pensar.
Gerónimo me miró sorprendido; no esperaba esa solicitud de mi parte.
—No voy a transferir solo mil o dos mil; necesito hacerlo desde el banco. Tu actitud hacia mí no me está gustando nada. ¿Sabes qué? Me voy a la casa de mi padre. No me esperes esta noche.
Sin darme oportunidad para decir nada, mi esposo salió de la casa. Yo solo estaba intentando ayudarlo. Entendía que sus cambios de temperamento eran producto de su enfermedad, pero no podía tolerar cómo me estaba tratando. También era mi dinero, y tenía derecho a usarlo como quisiera.