Margaret
Deje el dinero sobre la mesita de noche y trato de conciliar el sueño, a pesar de mis ansias. Necesito descansar para estar radiante cuando vea a mi marido.
¡Por fin llegó el momento de verlo! Me arreglo meticulosamente para él, dejando mi cabello suelto y vistiéndome con unos jeans ceñidos y un top que Ginna solía usar, aunque mi esposo nunca me ha visto así. Esa tarde, mi intención era que me devorara como si fuera la última vez que lo hiciera. Me perfumo con un delicioso aroma sensual y decido prescindir del sostén bajo el top, además de ponerme unas diminutas braguitas. Desde que exploré nuevas emociones sexuales, un instinto dormido en mí se ha despertado.
El timbre de la casa suena, era él. Abro la puerta y ahí está mi esposo después de tanto tiempo.
—¡Mi amor! ¡Mi vida!—en una reacción inesperada, me abalanzo sobre él y comienzo a besarlo apasionadamente.
—Margaret, querida, se nota que me extrañabas. Estás preciosa, mi amor. Tantos días sin verte—él sigue devorándome los labios, como si solo necesitara motivación.
—Sí, mi amor, te extrañé muchísimo. Pero sigue, ponte cómodo.
—Estoy famélico.
—Lo sé, cariño. Siempre tengo tu comida lista cuando llegas. Siéntate en el comedor y te sirvo.
Voy a la cocina, donde había preparado un suculento baby beef, acompañado de una ensalada saludable y un vino, al que añadí una pequeña dosis de la pastilla de la felicidad que Ginna me dio en el bar. Quería que se volviera loco por mí.
—Mira, amor, te preparé tu plato favorito.
—Siempre tan atenta, querida. Siéntate y comamos juntos.
Tenemos la costumbre de comer en silencio para no interrumpir la buena digestión, pero esta vez, como hace mucho tiempo, algunas sonrisas se escaparon mientras comíamos. Estaba realmente hambriento, devorando su plato en un santiamén.
—Mi amor, siempre cocinas de maravilla, y ese vino es excepcional. Como siempre, eres espectacular.
—Me alegra que te haya gustado el almuerzo, mi amor. ¿Cómo te sientes?
—Perfectamente, mi amor—dijo mientras se recostaba satisfecho en su silla. Me preguntaba cuánto tiempo tardaría en hacer efecto la pastilla de la felicidad, ya que se suponía que ya debería estar devorándome. No le doy tiempo. Me acerco a él y dejo caer el escote de mi top ante sus ojos, que no tardaron en reaccionar con sorpresa. Instintivamente, hizo algo que nunca había hecho: apretó uno de mis senos con tal fuerza que me hizo gemir al instante.
—No solo la comida estaba deliciosa, querida—dijo mientras seguía con movimientos intensos sobre mis senos, provocándome una mezcla de dolor y deseo increíble.
—¿Qué más está delicioso, querido?—le pregunto mientras baja el pequeño top, dejando mis senos al descubierto frente a sus ojos, y comienza a devorarlos uno por uno.
—Oh, querida, no sé qué me pasa, pero quiero hacerte mía inmediatamente. Me tienes muriendo de placer con solo verte.
—Yo también estoy muriendo porque me hagas tuya, querido. Vamos al cuarto—lo llevo de la mano, con mis senos al aire. La pastilla de la felicidad había sido demasiado efectiva.
Mi esposo me arranca el top y se baja los pantalones de inmediato. Me quedo boquiabierta al ver lo duro que estaba para mí, y me acerco deseosa a él mientras desabrocho mis jeans, dejándolos caer al suelo frente a sus ojos. Cada movimiento mío lo excitaba más, y podía notarlo.
Se pasa la mano por su entrepierna y me empuja sobre la cama. Devora apasionadamente mi boca mientras se desliza dentro de mí. No había necesidad de lubricación; con lo poco que alcanzó a hacer en mis senos en el comedor, ya estaba completamente mojada para él.
En un arrebato de furia, comenzó a moverse dentro de mí con fuerza creciente. Me sujetó los brazos detrás de la espalda, causándome algo de dolor, pero era parte de la excitación. Aunque sus movimientos no eran completamente uniformes para llevarme al clímax, estaba disfrutando el momento.
Después de varios minutos de intensos movimientos, él emitió un gemido ahogado, alcanzando el orgasmo, mientras que yo no lo hice. A pesar de ello, lo disfruté más que otras veces. Me dio un beso en la mejilla y se recostó a mi lado en la cama.
—¡Vaya recibimiento, querida! No me lo esperaba.
—Yo tampoco lo esperaba, mi amor. ¿Te gustó?— le pregunté mirándolo tiernamente. Mi esposo era un hombre atractivo, con cabello rubio y ojos claros. Aunque no tenía el cuerpo perfecto, tenía muchas cualidades y era muy exitoso en su trabajo. No podía quejarme.
—Sí, claro que sí. Lo hicimos como hace mucho no lo hacíamos. Estabas completamente irresistible— dijo mientras se acercaba para besarme. Esta vez tomé la iniciativa y me lancé sobre él, decidida a no quedarme con las ganas. Sin que él lo esperara, comencé a jugar con su entrepierna y, cuando estuvo listo de nuevo, monté sobre él, dejándome llevar por mis pensamientos más oscuros. En poco tiempo, alcancé el clímax, haciendo que él también lo hiciera conmigo.