Durante los siguientes tres días fui moderadamente feliz al lado de Gerónimo. Tuvimos mucho sexo, y empecé a darme cuenta de que él también necesitaba mi atención y, claro, mi iniciativa. Estaba completamente complacido con mi nueva actitud, y por supuesto, yo estaba feliz de complacerlo también.
—Querida, ¿qué te parece si esta noche vamos a cenar a un lugar hermoso?
—Claro que sí, dime a dónde y me visto hermosa para ti.
—Amor, iremos al restaurante más elegante de la ciudad, al gran "Restaurant Lions" —dijo mi esposo, mirándome encantado. Me pareció perfecto. Me puse un hermoso traje oscuro ceñido al cuerpo, con mi cabello semi ondulado cayendo sobre mis hombros. El vestido tenía una abertura que llegaba más arriba de mis muslos. Cuando Gerónimo me vio, casi se le caía la baba.
—¡Amor! Increíble, estás espectacular, me encanta verte así, te ves preciosa.
—Gracias, mi vida. Tú también estás muy guapo. ¿Vamos?
Lo tomé del brazo y, en pocos minutos, llegamos al restaurante. Tenía una mesa reservada para nosotros, con una fina botella de vino enfriándose en hielo. Todo era espectacular. Empezamos a pedir la cena y, justo cuando me sentía en la gloria, una pareja apareció y rompió mi paz.
Una mujer hermosa, que sobrepasaba los cuarenta, entró del brazo de un hombre que reconocí al instante: Jordano. Se veía increíble, mucho mejor de lo que recordaba. Los nervios me invadieron y dejé caer un trozo de langosta de la boca.
—Querida, ¿estás bien? —me preguntó Gerónimo, avergonzado.
—Sí, amor, todo bien. Qué vergüenza, es que vi algo, pero ya pasó.
—¿Te refieres a la pareja que entró? Es inquietante, un hombre tan joven con una mujer mucho mayor, podría ser su madre.
—Sí, querido, a eso me refería. Estamos perdiendo los valores —mentí, siguiéndole el juego. En realidad, no me importaba que ella fuera mucho mayor que Jordano. Lo que me intrigaba era saber si solo la acompañaba o si realmente estaban saliendo.
Durante el resto de la cena, no pude evitar mirarlos. Casi me descubrió mi esposo, pero intenté disimular.
—Querido, ya terminé. Debo ir al baño a lavarme las manos y acomodar mi vestido —le dije, mirándolo sensualmente para ser convincente.
—Claro, mi amor. Ve tranquila, te espero para terminar la copa de vino.
Llegué al baño y me eché un montón de agua en la cara. Mis nervios me estaban destrozando, pero, por fortuna, Jordano no se había dado cuenta de que yo estaba allí con mi marido... o eso pensaba yo.
De repente, sentí cómo alguien empujaba la puerta del tocador. Aunque había varios alrededor, entraron al personal.
—¡Está ocupado! ¿Acaso no vio el letrero? —dije mientras me organizaba rápidamente, intentando salir. Pero unas manos me empujaron de nuevo hacia dentro. Al principio, no pude ver quién era debido al susto, pero al abrir los ojos, me encontré cara a cara con él.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —era Jordano, con un semblante serio y pálido.
—Simplemente quería hablar contigo. No creo que, después de la otra noche, quieras tomarme el teléfono. Así que aquí está el resto de lo que te debía. Perdóname por el retraso; no han sido buenos días —dijo, entregándome un pequeño fajo de billetes, que guardé en mi cartera sin contarlos.
—Gracias. No tenías que sentirte presionado para entregármelos. Está bien, muchas gracias, ahora debo irme.
—¿Estás con tu esposo, verdad?
—Sí, ¿nos has visto?
—Toda la noche, al igual que tú a nosotros.
—¿Y quién es ella?
—Una clienta más, como todas en mi vida —dijo, con un tono tan cortante que parecía una indirecta para mí.
—Pero te invita a lugares hermosos. Este es muy fino.
—Sí, pero también viene con su recompensa —dijo mientras se acercaba más a mí. Sentí un escalofrío recorrerme al sentir esa conexión s****l con él, poniéndome cada vez más nerviosa.
—Ah, claro... lo imagino. Bueno, espero que tengas una buena noche —intenté pasar a su lado, pero su boca rozó mi mejilla, y me lamió. Fue como si una corriente eléctrica atravesara mi cuerpo.
—¿Qué estás haciendo?
—Lo que has sentido.
—Pero, ¿por qué lo haces?
—No lo sé, Margaret. Tal vez quiero sentirte —dijo, mientras notaba la abertura de mi vestido y metía su mano por ahí, llegando hasta mis bragas, que estaban mojadas. Me dio un suave masaje sobre ellas, haciéndome gemir. Le apreté la mano, incitándolo a hundir más sus dedos, y él lo hizo con más fuerza.
—No que no quieres... —seguía lamiendo mi mejilla mientras movía sus dedos dentro de mí.
—¡Ah! No, por favor, tengo que irme, por favor —le supliqué, y él sacó su mano, lamiéndose los dedos con un sonido de placer.
—Sigues siendo tan deliciosa —dijo, mientras me recompuse y fui al lavabo. Me puse frente al espejo, y él se situó detrás de mí. Corrió la abertura de mi vestido, dejándome las nalgas al aire, y me dio una nalgada. De repente, sin preguntármelo, desabrochó rápidamente su pantalón, me acomodó sobre el tocador y, en menos de un segundo, me estaba penetrando.
—¡Ah! No, ¿qué haces? —le dije mientras ponía mi mano sobre el lavabo. Mis caderas comenzaron a moverse inconscientemente, disfrutando del momento y de la adrenalina. Él seguía dándome fuertes estocadas y tapaba mi boca con su otra mano para que nadie me escuchara, aunque yo mordí su mano en respuesta.
Me estaba volviendo loca, no dejaba de moverme. Unos cuantos minutos después, me derramé sobre él, y él sobre mí al sentir mis contracciones. No habíamos usado protección, así que sentí todo su jugo caliente dentro de mi vulva, que estaba extremadamente sensible. Él simplemente se limpió un poco en el lavabo, se organizó, me dio un dulce beso y se fue...
¿Qué fue todo eso? Me miré al espejo y mis mejillas estaban completamente sonrojadas. Estaba temblando, muriéndome de los nervios. Me limpié como pude la entrepierna, consciente de que el olor sería particular. Me lavé con mucha agua y jabón, empapando mi vestido. Quedé en shock cuando sonó mi teléfono; obviamente era Gerónimo, y no me había dado cuenta de que llevaba unos 20 minutos en el baño.
—Hola, Gerö —dije con la voz quebrada por los nervios.
—¿Dónde estás, Margaret? ¿Estás bien?
—Eh... sí, querido. Tuve un pequeño accidente con mi vestido en el baño. Como es elegante, no alcancé a desabrocharme y me hice pis encima. Creo que es mejor que nos vayamos a casa.
—Ay no, mi amor, eso le puede pasar a cualquiera. ¿Quieres que te ayude en algo?
—No, mi amor. Veámonos en la puerta de salida del restaurante, ya voy para allá —me sequé rápidamente y, con el vestido mojado, salí hacia la puerta. Gerónimo ya estaba allí y me miró con compasión.
—Pobrecita, mi corazón. Vamos a casa, allá podrás organizarte mejor.
—Sí, claro —respondí. Nos subimos al auto en total silencio. Me sentía tan avergonzada. Lo peor era que podía percibir el olor a sexo emanando de entre mis piernas, lo cual me hacía desfallecer. Había actuado como una vil cualquiera, estando con mi esposo los días anteriores y ahora, su olor se mezclaba con el de mi gigoló. ¿Cómo pude atreverme a tanto? Pude haber sido descubierta.
—Querida, no te avergüences, un accidente como ese le puede pasar a cualquiera. Hueles delicioso. Lamento decir esta vulgaridad, mi amor, pero tienes un olor particular. Creo que es porque hemos hecho el amor tan salvajemente estos días, y he llegado tanto en ti, que creo que todo se está saliendo —dijo mi esposo, poniendo su mano sobre mi pierna, en la misma abertura donde Jordano la había puesto. Me estremecí. No quería estar esa noche con Gerónimo.
—Sí, mi amor —le toqué la mano inocentemente—, por favor no pierdas el control del volante. En casa lo solucionaremos —dije, apenada. Por suerte, llegamos pronto. Salí directo al baño, me quité la ropa y comencé a ducharme, como si eso pudiera limpiar la impureza y traición de mi comportamiento hacia mi esposo, quien solo luchaba por nuestro futuro, mientras yo andaba de cualquiera con un maldito prostituto, descontrolando mi vida.
Para rematar mi noche, Gerónimo, al verme en la ducha, se desnudó y entró al baño conmigo.
—Mi amor, ¿me dejas ducharme a tu lado?
—Sí, querido, claro —respondí. Él entró a la ducha y, mientras el agua caía sobre nuestros cuerpos, me puso en la misma posición que Jordano había hecho hace unos minutos y comenzó a abrir mis piernas. ¡No puede ser! En ese momento, la imagen del tocador del restaurante vino a mi mente y me dejé llevar. Permití que mi esposo me devorara también, sin importar que, hace menos de una hora, había estado otro hombre dentro de mí. Caí ante un orgasmo otra vez.
Todo mi valor moral se fue al piso, me convertí en una cualquiera.