Capítulo 15 Malentendidos

2071 Words
Margaret Al llegar a mi consultorio, veo sobre mi escritorio la factura de la hospitalización de la madre de Jordano. Suspiro y hago una llamada para que debiten el monto de mi cuenta, aunque tuve que tomarlo de la cuenta mancomunada que tengo con mi esposo. En mi cuenta personal no tenía suficiente dinero. Aunque él nunca se queja de mis gastos, esta vez necesitaré una excusa perfecta. Esa mañana, la señora Wistons no se presentó, así que tengo tiempo libre hasta las 9. Tomo mi teléfono y siento la tentación de llamar a Jordano, quizás para preguntar por su madre, pero no quiero que piense que le estoy cobrando. No quiero que me vea de esa manera. Sin embargo, lo que temía ocurrió... recibí una llamada de mi querido esposo. —Margaret, ¿estás bien? —Hola, mi amor, buenos días. Como ves, ya estoy en el consultorio. ¿Y tú, cómo estás? ¿Ya casi empiezas a trabajar? —Sí, pero eso no importa. Estoy preocupado porque hace menos de diez minutos recibí una notificación de que retiraste una gran suma de la cuenta mancomunada. Margaret, no fue una cantidad pequeña. ¿Para qué fue ese dinero? Con tu salario y lo que yo te envío, deberías tener suficiente. Me quedo en silencio por un momento, sin saber qué responder. Entonces, digo lo primero que se me ocurre. —Querido, tuve que prestarle ese dinero a Ginna. Tuvo una emergencia y, como soy su amiga, quise ayudarla. —Pero fueron dos mil en un solo préstamo. Mi pregunta es, ¿por qué no los tomaste de tu cuenta personal? Estoy seguro de que tienes esa cantidad y más. —¿Cuál es el problema, cariño? Es una cuenta mancomunada; también es mi dinero, el que gano con tanto esfuerzo en este pu** hospital. —Me recuesto en mi fina poltrona y lo miro a través de la cámara del teléfono, también eufórica por su reclamo. Era algo estúpido; puedo tomar mi dinero y hacer lo que quiera con él. —¿Por qué estás hablando así? ¿Acabas de decir un montón de falacias? No hablas así, querida. Dime, ¿qué te pasa? —No me pasa nada, querido. Solo quiero que sepas que puedo acceder a mi dinero cuando me dé la gana. —¿Qué? ¿Cómo me estás hablando? Últimamente me respondes de la peor manera. Creo que tendré que viajar y hablar contigo personalmente. —¿Qué te preocupa? ¿Que comience a usar mi dinero como debería haberlo hecho desde el principio? No entiendo por qué el 50% de mi salario tiene que irse a esa cuenta mancomunada a la que apenas tengo acceso. Parece que solo te importan las sumas de dinero. Y sí, si quieres venir a ver cómo es mi vida, estaría perfecto. Me tienes en completo abandono; ya ni nos vemos, ni hablamos, nada. —Siento un nudo en la garganta, entrando en un trance de depresión. Todo lo que está pasando en estos momentos me está volviendo loca. —Mi amor, por favor no te pongas así. Voy a tratar de resolver algunos problemas y voy a ir a verte. Haré lo posible por que sea lo más pronto —inevitablemente, las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas y mis sentimientos afloran. Le había sido infiel a mi esposo, pero lo amaba con todo mi ser. Solo quería que él estuviera a mi lado. No me importaba seguir trabajando duro para crear el capital y la sociedad conyugal que siempre habíamos soñado. Haría de cuenta que nunca conocí a Jordano ni fui a "Erotics Men". Al fin y al cabo, fue un desliz que casi me costó más de 3000 dólares en menos de un mes. —Está bien, mi amor, está bien. Perdóname por cómo he estado actuando. Es que te extraño demasiado. Quiero que estés aquí conmigo. —Yo también te extraño. Te llamo en la noche para confirmar a qué hora nos vemos. Te quiero. —¡Y yo a ti, te amo! Bye —me seco las lágrimas y respiro profundo. Aunque la llamada de reclamo de mi esposo no me había consolado del todo, me sentía aliviada porque al menos iba a venir a verme. Eso era lo más importante. Empecé mi jornada de trabajo, esperanzada en la llamada de vuelta por la noche. Mientras tanto, al otro lado de la línea —¡Maldita sea, Gerónimo! ¿Parezco un adorno o qué demonios? Le hablaste a tu triste esposa como si la amaras o sintieras compasión por ella. Deberías haberle reclamado por los dos mil que gastó sin justificación. Es una suma considerable, y tú ni siquiera sacas un centavo de esa cuenta mancomunada. Muchas veces hemos necesitado dinero para comprar boletos o para mis cosas, y hemos tenido que usar nuestras reservas. Ella sí tiene derechos. —Mi amor, mi niña, no te pongas así. Ella es mi esposa y tú lo sabías desde el principio. —¿Ah, sí? Pero tú me prometiste que te separarías, justo desde que nos conocimos. Ya han pasado dos años y nada de eso ha sucedido. Además, ahora hay razones de sobra para que la dejes. —No entiendo, preciosa. ¿A qué te refieres? —Que estoy embarazada. Tengo dos meses de embarazo en este momento. Y si no te separas de esa mujer maldita, te juro que nunca conocerás a nuestro hijo. —¿Qué, Eva? ¿Me estás hablando en serio? — ¡Claro que sí! No jugaría con una noticia como esta. Te estoy dando lo que tu mujer no ha logrado en diez años: un hijo. Pero si no te separas de ella, olvídate de conocerlo y olvídate de mí. —Mi amor, esto es algo que realmente no esperaba. Me has dejado en shock. No sé qué decirte. —¿No estás feliz? Dime si no lo estás y me voy de vuelta a casa de mis padres, con el rabo entre las piernas. Pero te aseguro que no conocerás a nuestro hijo y nunca más volverás a verme. —No digas eso. Déjame ir a la ciudad. Dame una semana con ella y arreglaré todo el divorcio. La verdad es que me haces muy feliz. Te amo. Seremos tan felices como nunca. **Margaret** Regrese a casa esa noche, con mi corazón lleno de confusión, me sentía miserable por estar engañando a mi esposo, sin comprender lo que realmente pasaba con él, tal vez su trabajo consumía más tiempo de lo normal, y por eso no se dedicaba a mi por completo. Estaba alistando la cena, cuando de repente, ahí estaba él de nuevo, cumpliendo su palabra de llamarme. —Hola, Gerónimo. ¿Cómo estás? Estaba esperando con ansias tu llamada. —Feliz, amor, porque he conseguido una semana de permiso. Logré encontrar a alguien que se quedará a cargo en la gerencia y salgo mañana mismo hacia la ciudad. —¿Estás hablando en serio, mi amor? —Una vez más, me encontraba cayendo en las redes de mi esposo. —Sí, vida mía. Mañana por la mañana estaré contigo. Lo que me preocupa es tu trabajo. ¿Hay alguna posibilidad de que puedas tomarte unos días? —Sí, haré lo posible. Intentaré reasignar a mis pacientes mañana mismo mientras tú llegas. No habrá problema. Además, el fin de semana no trabajo, así que solo necesitaré arreglar tres días. Pero, ¿estás seguro de que te quedarás conmigo una semana? —Sí, mi amor. Estaré contigo durante toda una semana. Nos vemos mañana. Ya he programado los vuelos y estaré allí contigo alrededor del mediodía. —Te amo, amor. Nos vemos mañana. —Salto de felicidad al finalizar mi llamada. Definitivamente, lo correcto en este momento es retomar la vida con mi esposo. No haré ningún plan por ahora para estos días, simplemente me prepararé para estar hermosa y deseable para él. Mi teléfono suena de nuevo, pero esta vez es una llamada que no esperaba... de Jordano. —La rechazo definitivamente. No quería volver a saber de él. Pero insiste. No creo que ya tenga los dos mil. Insiste de nuevo... —Hola, ¿con quién hablo? —Respondo para que no piense que lo estoy ignorando intencionalmente. —Hola, Margaret, hablas con Jordano. Pensé que tenías mi número guardado. Casi no me contestas. —No, no lo guardé al final. Dime, ¿cómo está tu madre? ¿Sigue en el otro hospital? —Pregunto tratando de romper el hielo. —Sí, todavía está allí. Solo llamaba para decirte que tengo mil de los dos mil. ¿Podría pasar a tu casa a llevártelos? —¿A esta hora? —Sí, a esta hora. Es que esta noche no trabajo en el bar y quería aprovechar para empezar a pagar el dinero. —Me quedo en silencio. Si él viene, sería una completa tentación para mí, pero el dinero tampoco tiene por qué regalárselo, así que simplemente acepto vernos. —Está bien, si puedes venir. Muchas gracias por tus intenciones. —Ábreme, por favor. Estoy en la puerta de tu apartamento. —¿Qué? ¿Cómo que ya estás aquí, Jordano? ¿Y si te hubiera dicho que no? —Simplemente me habría ido. —Me acerco a la puerta y allí está, ese hombre más seductor que nunca, con su chaqueta de cuero malditamente atractiva y sus camisetas ajustadas al cuerpo. —Sigue, por favor. ¿Deseas tomar algo? —Sí, un vaso de agua, si eres tan amable. —Siento cómo me observa mientras camino hacia la cocina. Estoy usando una gran camiseta que apenas cubre mis nalgas, pero no me importa. Después de todo, él ya sabe mucho de mí. —Bueno, no debiste molestarte viniendo hasta aquí. Me alegra que tu madre esté estable. Es importante que se recupere por completo. El médico que la está atendiendo es un especialista muy reconocido. —Sí, muchas gracias por eso. —Le entrego el vaso de agua y no puedo evitar temblar. —No te pregunté si querías hielo. Hace algo de calor. —Está bien así—me mira con ojos hambrientos, incapaz de apartar la mirada de mí, y yo de él; la atracción entre ambos era palpable. —¿Cómo te fue con la señora Wistons?—le pregunto, tratando de calmar mi curiosidad. Al hacerlo, casi se atraganta con el agua. —¿Cómo sabes que estuve con la señora Wistons? —Porque ahora es tu clienta y no mi paciente. Ella misma me lo dijo y parece que quedó encantada contigo. —Es una mujer encantadora, no tuve que hacer mucho esfuerzo—me observa, arqueando una ceja. —Entiendo… espero que sigas atrayendo clientes como ella. Sé que no es un trabajo ejemplar, pero lo haces muy bien—me reprocho internamente por seguir el juego, soy lo peor. —Espero tener más clientas especiales como ella—él se acerca lentamente, su mirada devorándome mientras estoy semidesnuda, haciendo que me ponga nerviosa. —¡Claro, imagino que tienes tus preferencias!—me alejo un poco, pero él me sigue, acorralándome en la sala de mi casa. —¿Por qué me evitas? ¿Me temes o te repugno? —¿Qué? ¿Qué clase de preguntas son esas? No me repugnas en absoluto, solo que no entiendo tus intenciones y... —¿Y qué? ¿Te pongo nerviosa? Lo puedo sentir, puedo ver cómo tus senos se tensan bajo la camiseta y estoy seguro de que entre tus piernas arde el deseo. —¡No! Estás equivocado, especialmente si piensas que así puedes saldar tu deuda conmigo. No me interesan tus servicios. Págame cuando puedas, en efectivo—mis palabras parecieron herir profundamente a Jordano. Su mirada, antes seductora, se llenó de ira mientras se alejaba hacia la barra de la cocina, dejando un montón de billetes sobre ella. —Aquí están los mil iniciales. En dos días tendrás el resto. No permitiré que nadie me trate como un objeto. —Pero Jordano, yo... —Bueno, me tengo que ir. Que tengas una buena noche—dijo mientras salía de mi casa, cerrando la puerta tras de sí. Sentí cómo se me rompía el corazón, pero en el fondo sabía que era lo mejor que podía haber ocurrido. Sin su presencia, mi matrimonio estaría asegurado, como siempre.
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