Salí en dirección al hospital, sin recordar en absoluto que tenía una agenda llena de pacientes para atender ese día. Mi atención estaba completamente enfocada en ese mensaje. En menos de quince minutos, llegué al hospital y allí estaba él, sentado en una de las sillas de la sala de espera. Tenía la cabeza inclinada, las manos entrelazadas y sus ojos mostraban claramente el dolor y las lágrimas que había derramado, quizás porque realmente necesitaba mi ayuda.
—¡Hola! ¿Cómo estás? —Me agaché a su nivel y lo saludé con un suave beso en la mejilla.
—Hola, Margaret. Me alegra que hayas venido. Muchas gracias por estar aquí. Desafortunadamente, no tengo a nadie más y me siento muy solo —la voz de Jordano estaba rota.
—No te sientas así, estoy aquí contigo ahora. Dime, ¿qué le ha pasado a tu mamá?
—Ha tenido una recaída. Las quimioterapias no están funcionando en absoluto, y los médicos ya la han desahuciado. No queda mucho por hacer por ella, Margaret. No quiero que mi mamá muera. Por favor, ayúdame —sus súplicas me rompieron el corazón en ese momento. Lo tomé del cuello y acerqué su cabeza a mi pecho. Él lloraba de manera tan desgarradora que, a pesar del dolor que sentía, me alegraba ser yo quien le ofreciera consuelo.
—No llores, Jordano. En este momento necesitas ser fuerte para tu mamá. Podemos considerar buscar otro tipo de tratamiento, ¿te parece?
—Margaret, eso es imposible para mí. Todo lo que gano diariamente lo gasto en las cuentas médicas de mi mamá. No tengo un solo centavo ahorrado, y por eso no he podido darle un tratamiento adecuado. Su cáncer es demasiado caro.
Tenía razón en que la enfermedad de su madre era extremadamente agresiva y, por ende, costosa. No había mucho que hacer en ese momento, salvo contactar al mejor especialista disponible.
—Espérame un momento, necesito hacer una llamada —me aparté de él y busqué en mi teléfono el número de uno de los mejores oncólogos de la ciudad. Concerté un acuerdo con él para que Jordano no tuviera que pagar nada por el momento.
—Jordano, mañana mismo vendrá un médico especialista, es el mejor oncólogo del país. Nos dará un diagnóstico final sobre tu madre, así que no perdamos la esperanza aún, no ha pasado nada definitivo.
—Margaret, no puedo pagar esos honorarios ahora. Pídele que espere unos tres días mientras trabajo en el bar —su comentario me sorprendió. La forma en que Jordano ganaba su dinero no me convencía en absoluto.
—No te preocupes, además, deberías tomarte unos días libres. Tu mamá te necesita, y es mejor que estés a su lado.
—Nunca me he tomado días libres. Siempre he trabajado, sin importar que ella esté hospitalizada. No puedo darme ese lujo —sin pensarlo demasiado, saqué mi chequera del bolso y le extendí un cheque calculado para cubrir lo que ganaría en tres días.
—¿Qué significa esto, Margaret?
—Es un préstamo, Jordano. Ahora más que nunca necesitas estar con tu madre. Tu presencia es crucial para ella. Además, el médico especialista llegará mañana en algún momento, y tendrás que estar aquí.
Jordano vaciló al principio, no quería aceptar el cheque. Generalmente solo aceptaba dinero cuando yo le solicitaba algún servicio. A veces no podía evitar pensar en él de esa manera, y a pesar de mi impulso de ayudar, mi razonamiento se tambaleaba al tratarlo como un simple proveedor de servicios.
—Margaret, de verdad, no puedo aceptar este dinero. Sé cuáles son mis responsabilidades aquí, pero realmente no puedo recibirlo.
Lo miré fijamente mientras tomaba su mano, queriendo consolarlo y hacerlo sentir mejor de cualquier manera posible.
—Está bien, Jordano. Es solo un préstamo. Me lo devolverás cuando las cosas mejoren. No te preocupes —me senté a su lado y apoyé mi cabeza en su hombro. Estar junto a él me hacía olvidar todo lo que me rodeaba. De repente, él levantó mi rostro y me dio un beso en los labios. Fue un beso dulce y tierno, apropiado para el momento. Luego, volvió a colocar mi cabeza en su hombro.
Pasé el día con él en el hospital. Estar con Jordano me estaba afectando emocionalmente, haciendo que mi cordura se tambaleara. Durante el tiempo que estuvimos juntos, intercambiamos suaves besos sin segundas intenciones. Sus labios eran tan suaves y carnosos que no quería separarme de él.
Sabía que tenía que regresar a casa y enfrentar la realidad de ver a Gerónimo, pero me sentía recargada. A pesar de sus propios problemas, Jordano me daba la fuerza y el ánimo que necesitaba para enfrentar los míos. Aunque me costara casi mil y recibiera una sanción en el trabajo por pagar la consulta del médico, valía la pena.
Al abrir la puerta, Gerónimo me esperaba sentado con una copa de alcohol en la mano. Su mirada era oscura y fría, algo que nunca había visto antes en él.
—¿Con quién estabas, querida? No contestaste mis llamadas.
—Estaba trabajando, y no tengo por qué contestar tus llamadas —le respondí desafiante.
—Claro que sí tienes, sigo siendo tu esposo. ¿Vas a decirme dónde estabas?
—Ya te he dicho. No te debo ninguna explicación —me dirigí a la habitación, pero de repente escuché el estruendo del vaso rompiéndose contra la pared.
—¡Respóndeme, estúpida! Soy tu esposo y merezco una explicación. —La rabia me hirvió la sangre en ese momento.
—¿Cómo te atreves a hablarme así, Gerónimo Guerra?
—Como escuchaste, ¿y qué vas a hacer al respecto? ¿Estabas con tu amante? Eres una cualquiera, como todas las mujeres en el mundo —me espetó con desprecio.
—¡Un momento! No te permito que me hables de esa manera. Respétame, o tendré que llamar a la policía —sentí un escalofrío de miedo ante su mirada y su estado.
—¿La policía? Ellos están a mi favor, querida. ¿Acaso olvidas quién soy?
Lo miré con desdén y me dirigí nuevamente a mi habitación, tratando de ignorar sus palabras. Sin embargo, de repente, me agarró del brazo y me arrastró hacia él.
—¡Déjame! ¡Me estás lastimando! —grité con dolor.
—Eres mía, eres mi esposa. Quiero estar contigo y no te vas a negar.
—No quiero estar contigo, Gerónimo. Déjame en paz.
—Si es así, lo haré —me apretó con aún más fuerza—. ¡No, suéltame! —Empezamos a forcejear. En un momento, caí contra la pared, golpeándome la cabeza con fuerza, casi perdiendo el conocimiento. En medio de su borrachera, Gerónimo no se dio cuenta de la gravedad del golpe y continuó abusando de mí. Sentí cómo sus labios recorrían mi cuerpo, y yo no podía defenderme. Rasgó mi ropa, dejándome semidesnuda. Mareada e indefensa, sentí cómo su cuerpo se imponía sobre el mío, penetrándome sin mi consentimiento. Mi propio esposo estaba abusando de mí, usándome para su placer en contra de mi voluntad. Solo sentía asco y desesperación por el sufrimiento que me estaba causando.
Cuando finalmente terminó y satisfago sus deseos, me dejó en el suelo, completamente devastada. No solo estaba destruida físicamente, sino también emocionalmente. El hombre al que había amado durante tantos años me había humillado y sometido, algo que no tenía perdón.