Margaret
Habían pasado dos días desde lo ocurrido con Ginna. La acompañé hasta que salió del hospital y apenas intercambié un par de mensajes con Jordano. No quería mostrarle nada ni darle mayor importancia, aunque mis sentimientos por él iban en aumento, y sabía lo dañino que eso podía ser para mí.
Salí de mi consultorio deseando llegar a casa y acostarme con mi pequeña Lulu, mi compañera fiel. El trayecto fue rápido, el tráfico estaba ligero. Me encantaba mi independencia; sí, a veces me sentía sola, pero ese día ansiaba estarlo más que nunca. Era una especie de paz que solo yo podía darme.
Al abrir la puerta, un aroma a comida me recibió desde la cocina. Mi perrita no vino a saludarme como de costumbre, y en ese instante comprendí que no estaba sola. Ya me imaginaba quién había vuelto.
Gerónimo apareció desde la cocina, vistiendo una camiseta, bermudas y pantuflas, con un tenedor en la mano. Se veía tan patético.
—¡Bienvenida, preciosa! Te estaba esperando —dijo acercándose para darme un beso en la mejilla.
—¿Y tú? ¿Qué haces aquí? —no pude evitar preguntar con desgano.
—¿Cómo que qué hago aquí? Pues aquí vivo, Margaret. Pensé que te alegrarías de verme, especialmente esta vez que he vuelto para quedarme.
Al escuchar sus palabras, algo en mi interior se estremeció. No quería que se quedara, de hecho, deseaba que se fuera para siempre.
—¿Cómo que para quedarte? ¿Y el trabajo? ¿Qué pasó con la vida que tenías en la otra ciudad? —Un sentimiento de desilusión llenó mi pecho.
—Pedí un traslado. A ver, no te entiendo, mi amor, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás molesta conmigo? —Gerónimo se me acercó, completamente desconcertado. En todos los años que llevábamos casados, nunca le había hablado de esa forma, y mucho menos había dejado de alegrarme al verlo. Me alejé de él y lo miré con desprecio. Sabía que me estaba engañando, y que todo ese plan de regresar era solo para manipularme y quedarse con nuestro fondo común. Maldito manipulador, pero no iba a dejarme engañar.
—¿No te has enterado, verdad?
—¿Enterado de qué?
—De que eres un infiel. Descubrí que tienes una amante en el lugar donde trabajabas. Bueno, si es que realmente hacías algo allá, porque el dinero que traías no reflejaba mucho. Sé que esa mujer está embarazada. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás con ella?
—Margareth, mi amor, creo que estás confundida. Por supuesto que no tengo ninguna amante. ¿De dónde sacas eso?
—¡Oh, Gerónimo! No tengo que darte explicaciones. Aquí el único que debe darlas eres tú. Tantos años casada contigo, viviendo una mentira. Eres un desgraciado, un infiel. Dime, ¿cuántos años llevas con esa mujerzuela? —Lo miré fijamente a los ojos, pero no pude contener las lágrimas. A pesar de que yo también había tenido una aventura, siempre estuve enamorada de mi marido. Él lo era todo para mí, lo anhelaba tanto; solo quería estar en sus brazos. Pero me traicionó, y de la peor manera.
—Sí, lamento decirte que es cierto. Hace dos años que tengo una amante, pero ya terminé con ella. Quiero que lo intentemos de nuevo, Margareth, tú eres la mujer de mi vida —dijo, pero sus ojos no mostraban una verdadera sinceridad. Era evidente que estaba mintiendo.
—¡No mientas! ¿Cómo puedes esperar que vuelva a confiar en ti? No mientas, por favor. Era tan sencillo decirme que querías separarte. Nos hubiéramos divorciado, no habrías tenido que hacerme esto. ¿Por qué, Gerónimo? —Una profunda impotencia se apodera de mi corazón. El dolor real de descubrir su infidelidad comienza a aflorar, algo que no sentí con tanta intensidad cuando me enteré, ya que estaba distraída con Jordano, lo que me mantenía en un estado casi sedado.
—No te miento, amor. Las cosas con ella terminaron. Solo fue una aventura, ella me mantenía presionado, te lo juro. Es una chica joven y manipuladora; me amenazaba con contártelo todo si la dejaba. Pero me cansé. Sé que fui débil, amor. Todos cometemos errores, pero todo puede repararse.
—Invéntate un nuevo discurso, esas palabras son las mismas que todos los infieles dicen a sus esposas. Lárgate de mi casa, llévate todas tus cosas, ¡vete, por favor! —Le grité sin reservas. Sus palabras me herían, me atormentaban. Estaba hecha un mar de lágrimas, y él parecía actuar como si nada estuviera pasando.
—No me voy, cielo. Voy a luchar por nuestro amor. Sé que te he herido, sé que no hay palabras para describir lo que pasó y sé que estás molesta. Pero dame una última oportunidad para arreglar todo lo que hice, por favor. —Gerónimo se arrodilló frente a mí, abrazando mis piernas y llorando como un niño pequeño. Su llanto era realmente desgarrador, su pecho se agitaba y no parecía fingir. Aunque esto me conmovía, no me convenció.
—Levántate, por favor, no tienes que hacer esto.
—Te lo suplico, no me dejes, Margaret. Eres lo único que tengo en este mundo. Te lo ruego, esa chica solo fue una aventura, te lo juro. —Mientras hablaba, apretaba más su rostro contra mis piernas. Sus lágrimas caían sin cesar. Sentía una ligera compasión por él, pero no iba a dejarme conmover.
—Levántate, cabrón. ¿Qué parte de que no te creo no entiendes? —Me zafé de sus brazos y lo vi ahí tirado, reducido a nada, así como me sentía yo desde el momento en que me enteré de su traición.
—Vamos a calmarnos, mi amor. Estás siendo demasiado cruel conmigo —dijo Gerónimo, secándose las lágrimas y mirándome con profunda melancolía. Pero yo no podía sentir otra cosa que odio hacia él por su traición.
—¿Tú me has sido completamente fiel? —me preguntó, con esa astucia que solía tener. Era el momento de ser más rápida e inteligente que él.
—Por supuesto que no. He sido fiel en cuerpo, alma y pensamiento, para que tú me salieras con semejantes desplantes. Mira, Gerónimo, quiero descansar. Hoy dormirás en el cuarto de huéspedes. —Me dirigí hacia mi habitación, con el corazón palpitando desbocado. Si él descubría que también le había sido infiel, no tendría ninguna autoridad moral para reclamarme. No me estaba justificando, pero bien merecido lo tenía, estábamos a mano.
—¿No vas a comer? —me preguntó.
—No quiero nada. Cuando lo quise, no me lo ofreciste. Buenas noches. —Cerré con el pasador la puerta de mi habitación, asegurándome de que mi perrita estuviera conmigo dentro. Estaba sudando y temblando de nervios. Di un grito ahogado, me sequé las lágrimas y comprendí que el amor no es la fantasía a la que estamos acostumbrados. El amor duele, el amor muerde en lo más profundo del corazón. Muchas veces nos negamos a aceptar el dolor, solo para defendernos a nosotros mismos y a aquellos que amamos, como Gerónimo, que no tiene reparo en hacernos daño.
Traté de dormir, ese era mi principal objetivo al regresar a casa, pero la noche se hizo larga y fría. Quería ir a donde mi esposo, estaba tan confundida. Por un lado, tenía sentimientos muy fuertes por Jordano, quería estar con él también, pero juraba que estaba enamorada de mi esposo. Pasé toda la noche mirando al techo hasta que, finalmente, amaneció. Una fuerte resaca me acompañaba y Gerónimo ya se había levantado y tenía listo el desayuno.
—Buenos días, querida. ¿Ya te sientes mejor?
—¡No! Déjame en paz. No soy tu querida, y cuanto más rápido te vayas de mi casa, mejor. —Le respondí fríamente, sin creerme a mí misma.
Gerónimo solo asintió con la cabeza. Me preparé para el trabajo, pero un mensaje descontroló mi vida por completo.
«Hola Margaret, sé que debes estar ocupada y no quiero molestarte, pero mi madre sufrió una recaída. Está grave en el hospital. Te necesito.»
¡Jordano me necesitaba! No podía ser, justo eso me faltaba para terminar de completar mis males. Tomé mi bolso y salí de la casa. Delante de mi esposo no podía llamar a mi amante. A decir verdad, ese amante era Jordano.