Capítulo 30 Dolorosas heridas en el cuerpo y alma

1751 Words
Margaret No sabía cuántas horas habían pasado desde lo ocurrido. Mi cabeza daba vueltas, pero como médica, podía decir que los golpes de Gerónimo no eran tan graves. Me levanté del suelo y fui hacia la habitación. Allí, él yacía profundamente dormido. Miré la hora: ya eran más de las nueve de la mañana. Cancelé todas mis citas alegando incapacidad, me duché, me vestí con lo primero que encontré, tomé a mi perrita Lulu y salí de casa. No podía confiar en ese hombre. Era inevitable sentir mi corazón destrozado, sentirme miserable y, sobre todo, evitar sentirme humillada y avergonzada. Me senté en un banco de un parque, aferrada a mi perrita y lloré. Lloré tan profundamente, en un silencio absoluto y en la más grande soledad imaginable, sin a quién contarle lo sola y mal que me sentía. Lloré hasta que mi garganta se secó. Pero una llamada me sacó de mis pensamientos. Había alguien que estaba pasando por algo igual o peor que yo. —Hola, Jordano —respondí con la voz aún entrecortada. —Hola, Margaret. ¿Cómo estás? —su voz también estaba quebrada. —¿Te pasa algo, Jordano? —El médico ya ha visto a mi madre. Nos ha dicho que su enfermedad está bastante avanzada y, como se esperaba, su pronóstico de vida es muy corto. Le quedan, en el mejor de los casos, seis meses, si es que se realiza un tratamiento que le permita resistir ese tiempo. —¡Lo siento mucho, Jordano! De verdad lo siento —le respondo, sintiendo sinceramente el dolor que él está pasando y entendiendo lo importante que era su madre para él. —Gracias, Margaret. ¿Estás en tu consultorio? ¿Te gustaría ir a almorzar conmigo? —No estoy allí, pero me encantaría ir contigo, solo que estoy con Lulu. —¿Tu perrita Lulu? —Sí, con ella. ¿Habrá algún problema? Si es así, no podría comer contigo. —No hay ningún problema. De hecho, si prefieres, podemos ir a mi apartamento y pedir comida a domicilio. Mi hermano menor está en un campamento por una semana y mi madre está descansando hasta mañana, tal como recomendó el médico. Claro, si no te molesta. La invitación indirecta de Jordano para pasar tiempo con él fue una oferta tentadora. Aunque me sentía emocionalmente destrozada, quizás su compañía podría animarme un poco. —¿Dónde nos encontramos? —En el parque central. ¿Te queda bien? —Sí, claro. En quince minutos estaré allí. —Colgué la llamada. No estaba segura si era lo correcto en ese momento, pero lo único que sabía era que no quería seguir sintiéndome tan mal. No quería tener sexo con él, solo necesitaba a alguien con quien hablar; me sentía asfixiada. Unos veinte minutos después, llegué a su encuentro. Si yo estaba en un estado físico deprimente, Jordano no se quedaba atrás. Estos días habían sido muy duros para él. Su rostro mostraba grandes ojeras, su piel estaba pálida, su cabello desarreglado y parecía más delgado. Al verme, se sorprendió mucho, especialmente al notar el gran golpe en mi frente. —¡Margaret! ¿Qué te pasó? ¿Estás bien? —me tomó por los hombros y me miró de arriba abajo con preocupación. —Sí, me resbalé en casa y me golpeé. —¿Cómo pudiste resbalar? No entiendo. Explícame bien qué ocurrió —me dijo, mirándome fijamente. Mis ojos estaban llenos de lágrimas, que fluían sin control, y mi boca comenzó a temblar sin razón aparente. Jordano me observaba, aterrado y confundido. —Margaret, ¿qué te pasa, mi amor? Dime por favor, me estás asustando. —¿Podemos ir a tu apartamento y hablar allí? —le pedí angustiada —Por supuesto. —Nos subimos a su moto. Afortunadamente, es difícil mantener una conversación mientras se conduce, y en pocos minutos llegamos a su hogar, un barrio de clase media. Su departamento era modesto: una pequeña sala, algunas habitaciones, una cocina pequeña con unos pocos utensilios, pero todo estaba en orden y daba una sensación de calidez. —Cuéntame, Margaret, por favor. Ahora quiero que me digas qué te pasó. —Mi esposo se descontroló ayer porque llegué tarde y me golpeó. También abusó de mí. —No tuve reservas en contarle lo que había ocurrido. —¡Vamos a denunciar a ese maldito imbécil! —¿Para qué? No me creerán, Jordano. Además, quiero divorciarme de él. —Voy a matar a ese desgraciado con mis propias manos, te lo juro. ¿Cómo se atrevió a hacerte esto? Eres una mujer maravillosa, Margaret, ese tipo no merece estar cerca de ti. —Jordano se acercó, rodeó mi rostro con sus manos, sus ojos cansados brillaron tenuemente mientras me miraba, y una expresión de nostalgia se reflejó en su rostro. Me dio un suave beso en la frente, justo donde tenía el golpe, y me abrazó. Me acurruqué contra su pecho, llorando desconsoladamente. —No llores, Margaret. A partir de ahora, voy a cuidar de ti. No permitiré que ese tipo se acerque de nuevo, ¿de acuerdo? —Me separó suavemente y me miró con ternura, me besó nuevamente, y, aunque no entendía bien por qué, sentí que sus besos provocaban una intensa corriente en mi entrepierna. Eran dulces, apasionados y extremadamente ardientes. Le correspondí el beso y coloqué mis manos en su cintura. Él comenzó a besarme los ojos, dándome suaves besos en cada uno, sus labios se humedecían con mis lágrimas, pero él no dejaba de besarlos. Sus manos empezaron a acariciar mi cuerpo, comenzando por mi rostro y descendiendo lentamente, mientras sus labios continuaban besándome sobre la ropa que llevaba puesta. Mi respiración se volvía irregular; parecía que él no buscaba sexo, solo quería que sintiera su protección, algo que necesitaba desesperadamente en ese momento. Sin embargo, era imposible para mí no desearlo. Quería que él borrara las huellas de la noche anterior, pero entendía que después de lo que había sufrido con mi esposo, él podría no querer tocarme. A pesar de eso, por accidente pude sentir su virilidad, y noté que estaba completamente erecto y listo para mí. Él acariciaba mis piernas a través de mi pantalón de algodón, y en un impulso descontrolado, me lo bajé, dejando mis piernas al descubierto ante sus ojos. Comenzó a darme suaves caricias y besos húmedos, lo que hizo que mis piernas empezaran a temblar y mi entrepierna se humedeciera. Sentía vergüenza y temía que algún olor pudiera arruinar el momento, pero me había asegurado de ducharme por la mañana para eliminar cualquier rastro de Gerónimo, lo que me daba cierta tranquilidad. Jordano comenzó a besarme sobre mi ropa interior, y esos besos pronto se convirtieron en pequeños mordiscos. Coloqué mis manos en su cabeza, ejerciendo una leve presión para que se adentrara más entre mis piernas. Él, complacido, abrió más su boca, llevando mi carnosidad hasta lo más profundo. De repente, se levantó y comenzó a besarme con una mezcla de ternura y pasión, su lengua entrelazándose con la mía. Empecé a desnudándolo lentamente, y aunque él también estaba temblando, no estábamos teniendo sexo rudo, sino haciendo el amor. Me llevó a su modesta habitación y me acostó sobre su cama. Terminó de desvestirme y, ya desnuda frente a él, comenzó a besarme de los pies a la cabeza. Se enfocó especialmente en mis senos antes de descender lentamente hasta mi vientre. Mis caderas comenzaron a arquearse y no podía evitar gemir. Cada beso era un placer inigualable. Cuando llegó a mi monte de Venus, usó dos de sus dedos para abrir mi cavidad, y sin ninguna repulsión, me dio los besos más apasionados que había recibido. Mi flor estaba completamente húmeda, deseosa de su atención. Mis caderas se inclinaban hacia él mientras él me saboreaba como si fuera un manjar, no sé cuánto tiempo estuvo allí, pero para mí fue un éxtasis total. Todo el dolor se desvaneció, y estaba completamente inmersa en la pasión. Subió nuevamente y me besó, dejándome probar mi propio sabor, que estaba delicioso. Yo estaba completamente húmeda, sin rastro alguno de la noche anterior. Jordano me miró fijamente, tomó mis manos y las colocó sobre mi cabeza. Con su pierna, abrió mis piernas, y con un movimiento ágil, me penetró suavemente. Lo hizo sin dejar de mirarme ni un instante, cada movimiento de sus caderas me profundizaba más y más. Solo gemía, abrumada por el placer, completamente absorbida por lo que sentía. Él no dejaba de mirarme, y durante unos diez minutos, me hizo el amor con tanta ternura que finalmente llegué a un orgasmo. Mis contracciones hicieron que él también alcanzara su clímax, derramándose dentro de mí. Se acostó sobre mi pecho y empezó a juguetear con mis senos. Nuestras respiraciones se entrelazaban, y no necesitábamos palabras para expresar lo bien que nos sentíamos. Después de unos minutos, ambos estábamos listos para un segundo asalto. Esta vez, la ternura quedó de lado; mi cuerpo deseaba más de su salvaje erotismo. Me puse en cuatro frente a él, quien sin pensarlo dos veces, me abrió las piernas y empezó a lamerme completamente, explorando cada rincón. En cuestión de segundos, estaba penetrándome de nuevo. Sentía cada embestida profundamente, y me encantaba. Mis gemidos se intensificaron hasta convertirse en gritos, mientras él me apretaba un seno con una mano y una nalga con la otra. ¡Qué placer! No tardamos mucho en llegar ambos al clímax simultáneamente, una experiencia increíble. Sentía cómo los líquidos de ambos caían entre mis piernas, lo que me excitaba aún más. Pasamos toda la tarde haciendo el amor en diferentes posiciones: yo arriba, él abajo, de lado, sentados; aproximadamente siete veces, aunque podría haber sido más. —Tengo hambre—le digo mientras le toco el pecho. —Yo también. Vamos a pedir algo para cenar. ¿Qué te apetece, preciosa? —Comida italiana, me parece perfecta para el momento. —Con mucho gusto, princesa, cenaremos comida italiana —me dice mientras se acerca y me da un beso apasionado antes de hacer el pedido. En menos de treinta minutos, la comida llega. Comemos, bebemos y ponemos una serie. Como si fuéramos una pareja, pasamos la noche juntos. Casi no dormí, ya que la tentación de disfrutar de la compañía de mi gigoló era demasiado grande. Sin embargo, había algo que había pasado por alto: las numerosas llamadas perdidas de Gerónimo. Pero lo que tenía claro era que no quería volver con él.
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