Julio manejaba con la mente perdida, tratando de remembrar lo que sucedió en la noche. Tenía vagos recuerdos, y en ellos no aparecía alguna escena intimando con Katy. El claxon de otro coche lo sacó de los remotos pensamientos, trayéndolo bruscamente de vuelta a la realidad del tráfico matutino.
—Te pasaste el semáforo en rojo, papá —dijo una voz infantil a su lado, con un tono de preocupación mezclado con un leve reproche.
Julio parpadeó, sorprendido por su descuido. En los siguientes metros detuvo el coche, apretó las sienes con fuerza, como si quisiera exprimir los recuerdos confusos de su mente, y miró a Val, su pequeña hija que lo observaba con ojos grandes y curiosos desde el asiento del copiloto.
—Perdón, iba distraído —admitió, sintiéndose culpable por poner en riesgo a su hija—. ¿Quieres desayunar afuera o ir donde la abuela?
Val lo pensó por un momento antes de responder.
—Donde la abuela. Así puedes descansar, porque te ves fatal —Julio sonrió ante la honestidad brutal de su hija y continuó manejando, esta vez con más atención a la carretera.
Después de unos minutos de silencio, Val habló de nuevo, su voz teñida de una preocupación que ningún niño debería tener.
—¿Siempre será así? —Julio la miró por un instante, confundido.
—¿Así como?
—Así. No llegarás cuando dices. Me olvidarás al pasar los meses, más cuando tengas otra hija —Julio volvió a detener el coche, esta vez completamente sorprendido por las palabras de su hija—. La tía Beth lo dijo...
—¿Qué dijo esa bruja? —Después de haber dicho esa palabra, se retractó, consciente de que no debería hablar así frente a su hija—. Olvida lo de bruja, y dime, qué dijo la tía Betha.
Val tomó aire, como preparándose para repetir palabras que claramente la habían lastimado.
—Dijo que pronto te casarás con alguien más, porque eres un perro y miserable humano. Que construirás una nueva familia, que cuando tengas otra hija no te acordarás de mí.
Julio sintió que la sangre le hervía. ¿Cómo se atrevía Betha a decir esas cosas a su hija? Pero se controló, sabiendo que su enojo solo asustaría a Val.
—No repitas esas palabras —dijo con firmeza, pero sin alzar la voz.
—Pero solo te digo lo que dijo la tía Bethany.
—Lo sé. Pero saca esas palabras de tu cabecita. Y no hagas caso de lo que ella dice. Yo nunca te olvidaré, Val. Pase lo que pase siempre serás mi hija, y en cada momento de tu vida, estaré presente. Eso tenlo siempre presente.
Val pareció considerar sus palabras por un momento antes de preguntar:
—Pero ¿te casarás con alguien más?
Julio suspiró y dirigió la mirada al frente, pensando en cómo responder a esa pregunta.
—No me casaré con nadie más —aseguró.
—¿Lo prometes? No la romperás como la anterior donde dijiste que estaríamos juntos por siempre.
El corazón de Julio se encogió al escuchar esas palabras. ¿Cuánto daño le había hecho a su hija con la separación?
—¡Promesa! En esta vez solo depende de mí —dijo, extendiendo su meñique. Val entrelazó su pequeño dedo con el de su padre, sellando la promesa. Terminaron aquel pacto con un abrazo cálido.
Julio se apartó de Val.
—Ahora sí. Vamos a casa de la abuela porque esa barriguita está que suena —la pequeña sonrió—. Val —musitó. Ella lo miró—. También promete que comerás en casa de la abuela Martina.
—Lo prometo. Y tú promete que ya no beberás más.
—No he bebido —se defendió Julio, aunque sabía que era una mentira.
—¿Y el olor que sale de ti? ¿Qué es? —Julio sonrió, atrapado por la aguda observación de su hija.
—Ok. No beberé más.
Con esa última promesa, Julio puso el auto en marcha nuevamente, dirigiéndose a la casa de su madre. El resto del viaje transcurrió en un silencio más cómodo, cada uno sumido en sus propios pensamientos.
Cuando llegaron, Julio parqueó el auto frente a la casa de su madre. Val bajó y se adentró a toda carrera, ansiosa por ver a su abuela. Martina la recibió como si tuviera años sin verla, llenándola de besos y abrazos. Tras soltarse de su abuela, Val agarró al gato y junto a este se dirigió al comedor que quedaba frente a la cocina, solo una pequeña isla los dividía.
—Saca ese bicho del comedor —rugió Tatiana, la hermana de Julio y madre de cuatro niños.
—Pero, michi no hace nada —protestó Val, abrazando al gato con más fuerza.
—Siempre tienes una respuesta para todo. Eres una grosera —espetó Tatiana.
En ese momento, Julio y su madre ingresaron. Julio le lanzó una mirada asesina a su hermana, que no perdía la oportunidad para regañar a su hija.
—Val, deja el gato al otro lado de la puerta —dijo Julio, tratando de evitar un conflicto mayor.
—Pero ¿qué hace? —preguntó Val, sin entender por qué tenía que separarse de su mascota.
—¿Cómo que qué hace? —intervino Tatiana—. No sabes que esos gatos expulsan su pelaje y si caen a la comida uno de mis hijos podría enfermarse. ¿Qué quieres? ¿Que mis pequeños se mueran como...?
—¡No te atrevas! —bramó Julio, acercándose con la ira floreciendo en su interior—. No te atrevas a nombrar a mi hijo —musitó muy cerca—. Si tanto te preocupa la salud de tus hijos, ¿por qué no comes en tu casa y dejas de venir a comerte la comida de mi madre?
—Porque no me da la gana —respondió Tatiana, desafiante.
—Entonces deja de molestar por el gato, porque esta es su casa.
—No, si el gato no me molesta. La que me molesta es tu hija que viene a hacer y deshacer en esta casa.
—Tati, no es para tanto, cariño —intervino Martina, agarrando la mano de su hijo y guiándolo a la cocina para que la discusión no continuara.
—Siempre es lo mismo. Luego dices que no tienes preferencia para ningún nieto —continuó bufando Tatiana mientras comía y daba de comer al bebé regordete que tenía en sus brazos.
—Solo ignórala —pidió Martina a Julio. Este suspiró. Tampoco era que quisiera continuar con una discusión absurda. Tenía demasiados problemas como para sumar otro con su hermana.
—Voy a divorciarme —dijo muy bajo como para que su hermana del comedor no escuchara.
—No —Julio apretó los labios y asintió—. Oh, cariño. Creí que lo habías solucionado.
—Lo intenté. Pero Ju no quiere.
—Seguro se cansó de un amargado y una hija grosera como la que tiene —dijo Tatiana desde el comedor. Julio miró sobre el hombro, estaba por decirle que de él podía decir las cosas que quisiera, pero que con su hija no se metiera. No obstante, su madre solicitó que no respondiera y así evitaba otra confrontación.
—Luego me cuentas —dijo Martina, preparando el desayuno para Julio y Val.
Cuando estuvo listo, se sentaron a comer. Val comió de prisa, luego se retiró a la habitación que tenía en casa de su abuela. Julio, por su parte, habló con su madre, compartiendo más detalles sobre su inminente divorcio y sus preocupaciones sobre cómo afectaría a Val.
Después de la conversación, Julio subió a descansar. Colocó música para poder dormir, y mientras trataba de conciliar el sueño, sonó una canción de Beret: "Lo siento". Aquella canción le llamó la atención, por lo tanto, abrió el chat y se la envió a Julia.
Tras enviarlo, dejó el móvil a un lado y continuó escuchando la canción, remembrando el tiempo en que fue feliz con su esposa. Su mente lo llevó al momento cuando bailaban en su graduación, el inicio de su historia de amor.
FLASHBACK
Se acababan de graduar, Julia debía ir al baile de su graduación, y la única opción que sus padres le dieron fue que Julio la acompañara. Ella no podía estar más contenta, ya que aquel joven le gustó desde siempre, y era su amor platónico, el cual pensó jamás sería correspondido ya que Julio estudiaba en un colegio de niños ricos, donde lo más probable era que tuviera una novia hermosa y mimada, de esas que parecían muñecas.
Era imposible que él mirara a una joven que estaba en una posición más abajo de la segunda clase como ella. Julia sabía que, a pesar de que Julio no era de la alta sociedad, solo con estudiar en un colegio becado de ese nivel, ya estaba un escalón más alto que ella. Estaba convencida de que Julio aspiraba en grande, y sus ojos debían haberlos puesto en una niña rica que le ayudara a cumplir sus sueños de ser un gran empresario.
No obstante, su corazón saltó de felicidad al momento que su acompañante habló mientras bailaban.
—Ju —ella levantó la mirada conectándola con la de él. Le sonrió nerviosamente— ¿Te molestarías si te digo que me gustas? —El corazón de Julia se aceleró, su rostro se sonrojó, incluso la respiración se le detuvo. Lo que escuchaba era algo que hace mucho deseaba oír.
—No, no me molesta, al contrario, me agrada. Porque... porque también me gustas.
—Perdóname si te parezco atrevido, pero... deseo darte un beso. ¿Puedo?
Ella cerró los ojos, mientras tanto él se acercó lentamente y compactó sus labios con los de ella. Profundizaron el beso mientras la balada rodaba. Ambos corazones latieron de prisa, descarga de electricidad recorrieron sus venas elevando la temperatura y produciendo un cosquilleo en sus estómagos.
Al separarse, se miraron fijamente.
—¿Quieres ser mi novia? —Con los ojos brillando, Julia asintió. Volvieron a besarse y tras culminar ese beso se abrazaron y continuaron bailando así hasta que la música terminó.
FIN DEL FLASHBACK
Julio salió de sus recuerdos, sintiendo una mezcla de nostalgia y dolor. ¿Cómo habían llegado a este punto? ¿En qué momento el amor se había transformado en indiferencia y resentimiento?
Mientras tanto, cuando el mensaje le llegó a Julia, solo lo revisó sobre la pantalla y continuó laborando. Cada vez que bajaba la mirada a su mano y no veía el anillo en esta, sentía que algo le faltaba.
Suspiró y pensó en lo que dijo Kevin. Si en verdad quería divorciarse, debía empezar por acostumbrarse a no usar el anillo. Solo así podría dejar ir esos años que vivió junto a su esposo.
Julia retomó sus labores. Como cada día, cuando se concentraba, no había poder humano que la sacara de esa concentración. Solo la escandalosa alarma anunciando la hora de cerrar podía lograr aquello.
Julia ni siquiera llamaba a preguntar si su hija ya había comido o si la extrañaba. Era tanta la seguridad que tenía de que Julio cuidaba bien de Val, que ella no tenía preocupación alguna.
Cuando salió de la sucursal y subió al coche recibió una llamada de su hermano Sebastián. Al ver el nombre lanzó el móvil en el asiento del copiloto. Estaba más que segura para qué la llamaba. Pero ni Sebastián, ni su madre la harían cambiar de parecer.
En cuanto a Julio, esperó que Julia pasara por Val, cuando lo hizo salió, pero sin la niña.
—¿Y Val? ¿Por qué no salió? —preguntó Julia, confundida.
—Ella no quiere ir. Y si no quiere, no la voy a obligar.
—Julio, quedamos en que yo me quedaría con Val.
—No quedamos en nada. Tú te marchaste de la casa y arrastraste a mi hija contigo, y todo para qué, para dejarla sola en casa con la cizañera de tu hermana.
—Tú también llegado su momento la dejarás sola en casa de tu madre, una mujer que no sabe ponerle un alto a tu hermana, quien no para de hacerle el feo a mi hija.
—Val pasará poco tiempo aquí. Además, aquí nadie le habla mal de mí como si fuera el peor hombre de este mundo como lo hacen en tu casa.
—No sé de qué hablas. En casa de mis padres nadie habla mal de ti, así que, ve por Val que debo irme —expuso llevando la mano a su cabeza y rascando esta.
Los ojos de Julio se empañaron al ver la mano de Julia y notar que ya no estaba el anillo que le colocó el día de la boda, en el que estaba feliz y juró amarlo hasta que la muerte los separara. Sin embargo, ahora mismo ya no lo amaba, lo había sacado de su corazón y pronto de su vida.
—Ya te dije que no quiere ir. Y dile a tu hermana que modere su vocabulario cuando hable con mi hija —dicho eso se dio la vuelta e ingresó.
Tras cerrar la puerta se quedó parado en los finos vidrios que adornaban la pared de la puerta. Desde ahí la contempló marcharse, sintiendo cómo una parte de su vida se iba con ella. Julio se quedó allí, inmóvil, por varios minutos después de que el auto de Julia desapareció de su vista.
Mientras tanto, Julia conducía de regreso a casa de sus padres. Cuando llegó a casa de sus padres, su madre la estaba esperando en la puerta.
—¿Dónde está Val? —preguntó, preocupada al ver a su hija sola.
—Se quedó con Julio —respondió Julia.