Julio también se levantó temprano aquel día. Se encontraba frente a su armario, mirando las diferentes opciones de ropa que tenía. Estaba levemente distraído por su reciente separación, lo cual le había afectado profundamente en todos los aspectos de su vida. A pesar de ello, había decidido regresar a la universidad, pensando que realizando su trabajo podría olvidar toda la situación por la que estaba pasando.
El armario, lleno de trajes y camisas perfectamente planchados, parecía los días en los que se vestía con esmero para impresionar a Julia. Las prendas guardabas le traía un recuerdo de momentos felices que ahora eran tan lejanos. Julio pasó sus dedos por las telas, sintiendo la suavidad de cada una, recordando las ocasiones especiales en las que las había usado.
Después de varios minutos de contemplación, seleccionó cuidadosamente un traje azul marino, una camisa blanca y una corbata a juego. Esta combinación siempre había sido su favorita, porque a Julia solía gustarle. Con un suspiro, comenzó a vestirse lentamente mientras su mente se centraba en superar ese dolor que lo abrumaba.
El traje, que antes le daba confianza y seguridad, ahora se sentía como una armadura que lo protegía del mundo exterior, un mundo que de repente parecía hostil y solitario sin Julia a su lado.
Mientras se abotonaba la camisa, Julio se miró en el espejo y notó que la tristeza aún se reflejaba en sus ojos. Suspiró con pesar. Era ya una semana desde que su matrimonio terminó de romperse. Las posibilidades de recuperar a su esposa no eran muchas, más que solo el 1%, y no sabía si hacer lo que su hermano pedía. Si no lo hacía, perdería a Julia definitivamente.
El reflejo en el espejo le devolvía la imagen de un hombre cansado, y una expresión de derrota que no lograba ocultar. La separación parecía haberle robado años de vida en tan solo una semana.
La propuesta de Lorenzo resonaba en su mente como un eco constante. ¿Debería hacer lo que le pedía? ¿Valdría la pena arriesgarlo todo por una última oportunidad? Las dudas lo carcomían, pero la idea de perder a Julia para siempre era aún más dolorosa que cualquier riesgo que pudiera correr.
Una vez que estuvo vestido, Julio tomó su maletín y salió de su habitación. Fue hasta la cocina y se despidió de su madre, quien lo esperaba con una taza de café caliente y una mirada de preocupación en sus ojos.
—¿No desayunarás? —preguntó ella, con ese tono maternal que siempre lograba reconfortarlo.
—No, mamá, lo haré en la universidad —respondió Julio, tratando de sonar más animado de lo que realmente se sentía.
—¿Pasarás por Val?
—Sí. Pero no vendremos, Julia quiere que Val permanezca en casa. Me quedaré a cuidarla hasta que ella llegue —explicó Julio. Volvió a darle un beso a su madre y salió. El camino hacia el coche se sintió interminable. El vehículo, que tantas veces habían compartido en viajes familiares, ahora parecía demasiado grande y vacío sin la presencia de su esposa y su hija.
Mientras manejaba por las calles de la animada ciudad, su mente divagaba en la propuesta de Lorenzo. Se encontraba entre la espada y la pared: si no hacía algo para conseguir esas pruebas, terminaría perdiendo a Julia definitivamente. El tráfico matutino, los semáforos, los peatones apresurados, todo parecía moverse en cámara lenta mientras él luchaba con sus pensamientos.
Las calles familiares que recorría diariamente ahora parecían extrañas y hostiles. Cada esquina guardaba un recuerdo de momentos compartidos con Julia: el café donde solían desayunar los domingos, el parque donde llevaban a Val a jugar, la librería donde se conocieron. La ciudad entera se había convertido en un mapa de memorias dolorosas que Julio no podía evitar.
A medida que se acercaba al campus, empezó a sentir una mezcla de emoción y entusiasmo por su regreso al trabajo. La universidad siempre había sido su refugio, el lugar donde podía sumergirse en el conocimiento y olvidar por un momento sus problemas personales. Quizás allí, rodeado de libros y estudiantes, podría encontrar un poco de paz.
El campus universitario se alzaba majestuoso ante él, con sus edificios históricos y sus jardines bien cuidados. El aroma a libros y a café que emanaba de la biblioteca cercana le trajo recuerdos de sus propios días como estudiante, cuando el mundo parecía lleno de posibilidades y el futuro era una página en blanco por escribir.
Al llegar a la universidad, Julio caminó por los pasillos familiares, saludando a algunos de sus colegas con una sonrisa amistosa. A pesar de su dolor interno, se esforzó por mantener una apariencia profesional y cordial.
Se dirigió a la oficina del decano, tocando sutilmente la puerta. Una voz interna le dio paso.
—¡Regresaste! —exclamó su antiguo profesor, levantándose del escritorio para recibirlo con un abrazo cálido—. Qué gusto que hayas regresado. Espero que hayas podido solucionar los problemas.
El suspiro de Julio fue una muestra de que aún los problemas lo asechaban. El decano, con años de experiencia leyendo a las personas, notó inmediatamente que algo no estaba bien.
—Hablamos más tarde. Ahí me cuentas todo —ofreció el decano, con una mirada comprensiva.
Julio asintió y salió de la oficina, agradecido por la discreción y el apoyo de su mentor. Se dirigió al aula donde los estudiantes ya estaban esperando su llegada. Al abrir la puerta, muchos se sorprendieron al verlo; un cálido aplauso resonó en las cuatro paredes.
El aula, llena de jóvenes rostros expectantes, se iluminó con sonrisas y murmullos de emoción al ver entrar a su profesor favorito. Julio sintió una oleada de gratitud hacia sus alumnos, cuyo entusiasmo genuino logró, por un momento, aliviar el peso que llevaba en el corazón.
Los estudiantes le dieron la bienvenida con entusiasmo, agradecidos por su regreso después de un tiempo de ausencia debido a su separación (esto lo desconocían ellos). La sala se llenó de energía positiva mientras Julio agradecía a sus alumnos por su apoyo y se disponía a impartir la lección del día.
A pesar de que estaba atravesando un divorcio, decidió concentrarse en su trabajo y olvidar la dolorosa travesía por la que estaba pasando. La clase se convirtió en su escape, un espacio donde podía sumergirse en el conocimiento y compartirlo con mentes jóvenes y ávidas de aprender.
Ese día, Julio solo dio dos horas de clases. Salió antes de las diez y decidió ir al banco. Iba a hacer lo que Lorenzo le pedía: sacaría ese préstamo para que su hermano le entregara las pruebas donde se veía que no se había acostado con Katy. La decisión pesaba sobre él como una losa, pero sentía que no tenía otra opción si quería salvar su matrimonio.
Al llegar al banco, se detuvo un momento para observar el edificio. Era una construcción moderna de cristal y acero, imponente y elegante, que contrastaba con la arquitectura tradicional de los alrededores. El reflejo del sol en las ventanas le cegó por un momento, como si el propio edificio quisiera advertirle que lo que estaba a punto de hacer podría tener consecuencias inesperadas.
Julio estacionó el coche frente al banco y caminó con paso decidido hacia la entrada. Sentía un ligero nerviosismo porque era el lugar donde trabajaba Julia. Pensó verla en la caja, pero no la vio por ningún lado; dedujo que estaba en hora de descanso. El corazón le latía con fuerza, una mezcla de ansiedad por el préstamo que iba a solicitar y la esperanza de ver a Julia, aunque fuera de lejos.
Julio se dirigió hacia el área de atención al cliente, donde se encontraba un amplio mostrador de madera oscura. Allí estaba un cartel con la palabra "Préstamos" en letras grandes y llamativas. Se aproximó y un amable empleado, vestido con un impecable traje oscuro, lo recibió con una sonrisa.
El empleado, cuyo nombre era Juan según indicaba su placa identificativa, llevó a Julio hasta una cómoda sala de espera cercana y le entregó un turno. La sala estaba decorada en tonos cálidos y contaba con sofás de cuero y una mesa de centro adornada con revistas. El ambiente era tranquilo y relajante, lo que permitía a los clientes esperar con comodidad. Sin embargo, para Julio, cada minuto de espera era una tortura, su mente no dejaba de dar vueltas a las posibles consecuencias de sus acciones.
Después de unos minutos que parecieron eternos, escuchó su turno y se acercó a la oficina donde lo atenderían. El corazón le dio un vuelco cuando vio quién estaba, sentada detrás del escritorio. La mujer que lo recibiría y lo guiaría en el préstamo era nada menos que su esposa. Él no sabía que la habían ascendido, que ya no era una cajera, sino que ahora se encargaba de realizar los préstamos.
—¿Qué haces aquí, Julio? ¿A qué viniste? —preguntó Julia, visiblemente sorprendida y algo incómoda por la situación.
Julio se acomodó en la silla frente al escritorio, tratando de mantener la compostura a pesar de la sorpresa y el torrente de emociones que lo invadían.
—¿Te ascendieron? —preguntó, intentando iniciar una conversación casual.
—Si estoy aquí, es porque me ascendieron. ¿No lo crees? —respondió Julia con cierta ironía en su voz.
—Sí, ya veo que así es, pero no me lo habías dicho —replicó Julio, sintiendo una punzada de dolor al darse cuenta de cuánto se habían distanciado.
Julia suspiró, claramente incómoda con la situación: —Dime, ¿qué haces aquí?
Julio estaba a punto de responder cuando, de repente, Kevin ingresó en la oficina llevando consigo un ramo de flores, las cuales colocó frente a Julia. Mirándola con ojos brillantes le dijo.
—Son para ti —seguido de esto, se paró detrás de ella y le susurró al oído lo suficientemente alto como para que lo dicho llegara a los oídos de Julio—. Hermosa, ¿almorzamos juntos?
Julia tragó grueso ante la mirada de Julio. La tensión en la oficina era palpable, y el aire parecía haberse vuelto denso y pesado. Julio se puso de pie, dispuesto a enfrentar a Kevin, quien desconocía que el hombre parado en frente era el esposo de Julia.
—Julio —musitó Julia, dejando rodar la saliva, su voz apenas audible por el nudo en su garganta.
—¿Quién es este imbécil, Ju? —preguntó Julio, con una mezcla de dolor y rabia en su voz.
Kevin enarcó una ceja, comenzando a comprender la situación en la que se había metido sin querer.
—Julio, no hagas problemas aquí, por favor. Vete —suplicó Julia, tratando de mantener la calma en su lugar de trabajo.
—¿Vete? —sonrió Julio forzadamente, la incredulidad y el dolor evidentes en su rostro.
—Por favor, estoy en mi área de trabajo y no quiero problemas —insistió Julia, su voz temblando ligeramente.
Kevin, sintiéndose incómodo y fuera de lugar, intentó suavizar la situación: —Yo no sabía que este era tu exesposo...
—¿Exesposo? ¡Aún estamos casados! —rugió Julio, su voz resonando en la pequeña oficina.
—Nos divorciaremos pronto —aclaró Julia, su tono frío y decidido. En ese momento, Julio sintió que algo dentro de él se rompió. Comprendió perfectamente lo que estaba sucediendo. Julia estaba dejando en claro a ese hombre que muy pronto sería libre.
Moviendo la cabeza y conteniendo las lágrimas, Julio abandonó la oficina. El mundo a su alrededor parecía haberse desvanecido, y solo podía escuchar el latido de su corazón roto resonando en sus oídos.
Julio salió del banco con el corazón destrozado, después de descubrir que su esposa quería divorciarse porque ya tenía a alguien más y que su supuesta traición no era más que una excusa. La realidad lo golpeó con fuerza, dejándolo sin aliento y con una sensación de vacío en el pecho que amenazaba con consumirlo por completo.
Mientras conducía en su coche, las lágrimas rodaban por sus mejillas, empañando su visión y dificultando su camino. El mundo exterior se volvió borroso, tanto por las lágrimas como por el torbellino de emociones que nublaba su mente. Cada semáforo, cada cruce, cada calle por la que pasaba parecía burlarse de él, recordándole los momentos felices que había compartido con Julia en esos mismos lugares.
Su corazón estaba lleno de un profundo dolor y tristeza. Sentía un nudo en el pecho, como si el peso del mundo descansara sobre él. La imagen de Julia sonriendo a otro hombre, recibiendo flores de él, se repetía una y otra vez en su mente, atormentándolo y haciéndole cuestionar cada momento de su matrimonio.
En medio de la travesía, Julio se vio obligado a detenerse en un semáforo en rojo. En ese instante, las lágrimas se deslizaron con más fuerza por su rostro, sin poder contener el torrente de emociones que lo invadía. Golpeó el volante con frustración, sintiendo una impotencia abrumadora. El sonido de la bocina resonó en el interior del coche, mezclándose con sus sollozos ahogados.
Se sintió completamente desdichado. La realidad de que su matrimonio ya no tenía esperanza se hundió en lo más profundo de su ser. La imagen de su esposa con otra persona se repetía en su mente, y le llenaba de amargura y desaliento. Todos los planes que habían hecho juntos, todos los sueños que habían compartido se desvanecían como el humo, dejando solo el sabor amargo de las promesas rotas.
"Me cansé, Ju. Me cansé de rogarte. Si quieres el divorcio, pues bien, te lo daré, para que así puedas tener una oportunidad con ese infeliz", musitó con dolor, sus palabras perdiéndose en el silencio del coche.
El semáforo cambió a verde, pero Julio tardó unos segundos en reaccionar. Los bocinazos de los coches detrás de él lo sacaron de su ensimismamiento. Pisó el acelerador mecánicamente, sin saber realmente a dónde se dirigía. Ya no tenía sentido ir a sacar el préstamo, ya no había nada que salvar.
Mientras conducía sin rumbo por las calles de la ciudad, Julio comenzó a reflexionar sobre los últimos meses de su matrimonio. ¿Cómo no se había dado cuenta de que Julia se estaba alejando? ¿Había estado tan cegado por su propio dolor que no pudo ver los signos? Las preguntas se acumulaban en su mente, sin respuestas claras.
Recordó las noches en vela, los intentos fallidos de comunicación, las discusiones que terminaban en silencios incómodos. Ahora todo cobraba sentido, las piezas del rompecabezas encajaban de una manera dolorosa y reveladora. Julia había encontrado consuelo en los brazos de otro hombre mientras él luchaba por mantener unida a su familia.
El coche de Julio finalmente se detuvo frente a un parque donde solía llevar a Val a jugar. Apagó el motor y se quedó sentado, mirando a través del parabrisas el columpio vacío que se mecía suavemente con la brisa. La imagen de su hija riendo mientras la empujaba en ese mismo columpio inundó su mente, trayendo consigo una nueva oleada de dolor.
¿Cómo le explicaría a Val que sus padres ya no estarían juntos? ¿Cómo podría protegerla del dolor que él mismo estaba experimentando? La responsabilidad de ser un buen padre, incluso en medio de su propio sufrimiento, pesaba sobre él como nunca.
Julio cerró los ojos y respiró profundamente, tratando de calmar el torbellino de emociones que amenazaba con consumirlo. Sabía que tenía que ser fuerte, por Val, por sí mismo.
"No dejaré que esto me destruya", se dijo a sí mismo en voz baja. "Por Val, por mi trabajo, por mí mismo, tengo que seguir adelante".
Con esa resolución en mente, Julio encendió el motor de nuevo. Tenía que recoger a Val de la escuela, y de alguna manera, encontrar la fuerza para reconstruir su vida.
Mientras se alejaba del parque, Julio sintió que estaba dejando atrás no solo un lugar lleno de recuerdos, sino también una parte de sí mismo. El camino hacia la aceptación y la sanación sería largo y difícil, pero estaba decidido a recorrerlo, un día a la vez, con la esperanza de que algún día, el dolor se convertiría en una lección y la tristeza en fuerza.