Abadonando su hogar.

3622 Words
Ante el ofrecimiento de su hermano, Julio achicó los ojos, escrutando el rostro de Lorenzo con desconfianza. —¿Sabes lo que pasó esa noche? ¿Estuve con Katy? —Cuestionó ansioso, su voz temblando ligeramente con la urgencia de obtener una respuesta. Si su hermano le contaba a Julia lo que había pasado aquella noche, estaba seguro de que ella le creería. La verdad podría ser su salvación, el puente que lo reconectara con su esposa y salvara su matrimonio. —Ya te lo dije —respondió Lorenzo, arrastrando las palabras con una calma exasperante—. Dime qué me darás a cambio y te daré pruebas de lo que pasó anoche. —Sus ojos brillaban con astucia y codicia, como un comerciante a punto de cerrar un trato ventajoso. —¿Qué podría darte a cambio? —Reprochó Julio, la frustración tiñendo su voz. Sus manos se cerraron en puños involuntariamente con una impotencia recorriendo su cuerpo—. Si sabes lo que pasó esa noche, ¿por qué no me lo dices y ya? —La desesperación se filtraba en cada palabra, como un hombre ahogándose que busca una tabla de salvación. Lorenzo sonrió, una sonrisa que no llegaba a sus ojos, y respondió con una voz cargada de oportunismo. —Porque es una oportunidad de oro, y no pienso desaprovecharla. —Se reclinó en su asiento, saboreando el momento como un gato que juega con su presa antes de dar el golpe final. La madre de ambos, incapaz de mantenerse al margen por más tiempo, intervino con voz suplicante: —Lorenzo, cariño. Es el matrimonio de tu hermano lo que está en juego, por favor, si tienes pruebas que ayuden a solucionar este malentendido, dáselas. Así te ganas un escalón al cielo. —Sus ojos imploraban, buscando despertar algún resquicio de compasión en su hijo menor. Lorenzo soltó una carcajada seca, desprovista de humor. —¿Para qué quiero ganar un escalón al cielo, madre? Si yo no quiero ir allá. No pienso tener una vida aburrida después de mi muerte —declaró con desdén. La mayor le manoteó el brazo. Julio, que había estado observando a su hermano con creciente desesperación, preguntó. —¿Qué quieres? Dime qué es lo que quieres para que me des esas pruebas —Las palabras salieron atropelladas, como si temiera arrepentirse si las pensaba demasiado. Haría todo lo posible para demostrarle a Julia que no pasó nada entre él y Katy, incluso si eso significaba hacer un trato con el diablo que era su hermano. —Así me gusta —dijo Lorenzo, deslizando sus palmas sobre las otras en un gesto de satisfacción. Una sonrisa felina se dibujó en su rostro mientras exponía sus condiciones—. Quiero otro préstamo, uno más grande, uno que me alcance para pagar el que hice y me sobre para invertir en el negocio. Julio sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. La incredulidad dio paso rápidamente a la indignación: —Estoy endeudado hasta el cuello ¿Y crees que me darán otro préstamo? —Su voz subió de tono, la frustración finalmente desbordándose. Lorenzo, imperturbable ante la angustia de su hermano, respondió con una calma calculadora. —Sí, porque eres muy cumplidor. Además, tu esposa trabaja en el banco, no te negarán un préstamo —Su tono sugería que todo era simple, como si estuviera pidiendo algo tan trivial como un vaso de agua. Julio suspiró profundamente, la decepción pesando sobre sus hombros como una losa. Parecía que le sería imposible conseguir esas pruebas. Su hermano no se las daría sin más, y él no estaba dispuesto a sacar un préstamo más grande cuando no le había pagado ni una letra del anterior. Tuvo que cubrirlo todo él, con su sueldo, una carga que ya pesaba demasiado en su economía familiar. —¿Qué dices? ¿Sí? —insistió Lorenzo. Julio, reuniendo toda su determinación, respondió con firmeza. —No voy a sacarte otro préstamo más. La sonrisa de Lorenzo se desvaneció, reemplazada por una expresión de fría indiferencia. —Entonces olvídate de tu querida esposa —declaró, levantándose para irse, como si acabara de cerrar un negocio fallido. —Lorenzo —su madre lo siguió, tratando de convencerlo, pero a Lorenzo Montiel nadie lo hacía cambiar de opinión. Era como intentar mover una montaña con las manos desnudas. Julio, por su parte, sintiendo el peso del mundo sobre sus hombros, fue hasta la habitación de su hija. La encontró dibujando, absorta en su mundo de colores y fantasía. Se sentó a su lado y contempló los dibujos en los que aparecían ambos en el yate, una visión de un futuro que ahora parecía más lejano que nunca. —No tengo que decirte quiénes somos, ¿verdad, papá? —preguntó Val, su voz llena de inocencia. Julio soltó un suspiro pesado, agarró el cuaderno y contempló el dibujo, sintiendo cómo se le formaba un nudo en la garganta. —Somos tú y yo en el yate, navegando por las costas del Pacífico, iremos hasta las Islas Galápagos… —continuó la niña, sus ojos brillando con la emoción de una aventura imaginaria. —Val —pronunció Julio con un nudo en la garganta, las palabras luchando por salir—. No iremos de viaje. La pequeña, sin percibir aún la gravedad en la voz de su padre, insistió con entusiasmo infantil: —Podemos ir hasta el Caribe, ¿se puede llegar al Caribe, papi? —¡No iremos, Val! —Alzó un poco la voz Julio, lo suficiente para que su hija comprendiera la seriedad de la situación, pero inmediatamente se arrepintió al ver la expresión herida en el rostro de su pequeña. —¿Por qué? —preguntó Val, su voz pequeña y vulnerable. Ya se lo imaginaba, pero quería ver si su padre se atrevía a decirle que su madre se lo había impedido. Sus ojos grandes y expectantes se clavaron en el rostro de Julio, buscando una respuesta que pudiera entender. Julio, buscando una excusa que no lastimara más a su hija, respondió con voz suave. —Porque debes volver a clases —Se sintió culpable al instante, sabiendo que le había hecho perder todos esos días de clases por los problemas que se le acontecieron. Trató de agregar algo más para suavizar el golpe—. Yo debo volver a dar clases en la universidad. —¡Mentira! —Replicó Val, su voz quebrándose mientras apretaba los labios para evitar llorar. Sus pequeñas manos se cerraron en puños, arrugando el dibujo que tanto esmero había puesto en crear—. Siempre tratas de cubrir sus maldades. Porque ella es mala, mala contigo y conmigo, no nos quiere, por eso no quiere que vayamos de viaje —Las palabras salieron en un torrente golpeando a Julio como un martillo. A Julio se le hicieron una bola en la garganta las palabras que quería decir para consolar a su hija. Inhaló profundamente, buscando la fuerza para mantener la compostura frente a su pequeña, y dijo con toda la calma que pudo reunir. —No te refieras así a tu madre, Val. Porque ella es muy buena, te ama sobre todas las cosas. Desde hace un tiempo se alejó de nosotros, pero eso no significa que no nos quiera —se incluyó porque en el fondo de su corazón, sabía que ella aún lo quería, a pesar de todo lo que estaban pasando—. Pero me encargaré de que muy pronto vuelva a ser la madre que siempre fue —prometió, mientras limpiaba con ternura las lágrimas que rodaban por las mejillas de la pequeña. —¡Lo siento, papi! —Sollozó Val, abrazándose a su padre con toda la fuerza que sus pequeños brazos podían reunir—. Pero hace mucho que no vamos de paseo. —Lo sé, cariño. Pero te prometo que pronto lo haremos, solo debemos darnos un poco de tiempo —respondió Julio, respirando profundamente para contener sus propias emociones—. Ahora ve a recoger tus cosas que volverás a casa. —¿Nos quedaremos en nuestra casa? —preguntó Val, un destello de esperanza iluminando sus ojos aún húmedos por las lágrimas. Julio sintió como si le clavaran un puñal en el corazón al tener que destruir esa pequeña esperanza. —Solo tú con tu madre. Yo volveré después —explicó, tratando de que su voz no traicionara el dolor que sentía. —No quiero estar con ella, no quiero —protestó Val, su voz quebrándose nuevamente. Julio le agarró el rostro entre ambas manos, sus dedos ásperos contrastando con la suave piel de su hija, y con el pulgar le limpió las mejillas húmedas. —Escucha, cariño, pronto volveré, pero por ahora debes vivir con mamá, pasarás las tardes conmigo y un día del fin de semana. Esto hasta que se solucionen los problemas con tu madre —explicó, tratando de que su voz sonara tranquilizadora y segura, aunque por dentro se estuviera desmoronando. —¿Hasta que deje a su amante? —La pregunta de Val cayó como un rayo, haciendo que Julio frunciera el ceño, sorprendido y preocupado—. Tú dijiste que tenía un amante —continuó la niña, su inocencia mezclándose con una comprensión más allá de sus años—. Busqué el significado y… —Ok, no digas más —interrumpió Julio, aclarando su garganta y abrazando a su hija con fuerza—. Ese día papá se enojó mucho y le dijo cosas a mamá que no eran ciertas. —Pero dijiste que la viste con él… —insistió Val, su voz amortiguada contra el pecho de su padre. —Sí, la vi con ese hombre, pero solo es un compañero de trabajo. No es lo que dije que era, ¿comprendes? —explicó Julio, rogando internamente que su hija aceptara esta versión más inocente de los hechos. Val asintió, aunque no parecía completamente convencida. —Val, te quedarás con mamá, obedecerás y no harás que se enoje, ¿estamos? —¿Y si se enoja sin que haga nada? —preguntó Val, el miedo colándose en su voz. —Me llamas para cualquier cosa. Papá irá corriendo a ayudar a su princesa —prometió Julio, esforzándose por sonreír y volviendo a abrazar a su hija con fuerza. —Te amo, papi —susurró Val, aferrándose a él como si no quisiera dejarlo ir nunca. —Yo a ti, mi princesa. Vamos, recoge lo que vas a llevar que se nos hace tarde —la apresuró Julio, sintiendo que cada segundo que pasaba hacía más difícil la inevitable separación. No fue mucho lo que Val recogió, ya que tenía todo en casa de su madre. Solo agarró su peluche favorito, un conejo desgastado pero querido que había sido su compañero desde bebé, y junto a su padre bajó las escaleras. Fue hasta el salón y se despidió de su abuela con un abrazo rápido pero apretado. —Ve al auto, Val, en un momento estoy ahí —indicó Julio. La niña corrió al coche, dejando a su padre que se despidiera de su madre. —¿Lograste convencer a Lorenzo? —preguntó Julio a su madre, aunque ya sabía la respuesta por la expresión abatida en el rostro de la mujer. Su madre negó con la cabeza, la decepción evidente en su voz: —Está cerrado a que quiere ese préstamo. —Como si yo fuera un banco —replicó Julio con desdicha. —¿Y si lo haces? —sugirió su madre, aunque su tono indicaba que ni ella misma creía en esa posibilidad. —Mamá, no me ha pagado ni una letra del primero, apenas agarró el dinero se lo gastó con sus amantes. Si vuelvo a hacer otro, estoy seguro de que no pagará ni el primero y todo el dinero se lo gastará con esas mujeres, porque ni decir que lo hará con su esposa —suspiró Julio, la frustración y el cansancio evidentes en su voz. —Es cierto. No se puede confiar en tu hermano —concordó su madre, la tristeza tiñendo sus palabras. —Me voy madre, en un momento regreso… —dijo Julio, preparándose para partir. —¿Por qué vas a regresar? ¿No te quedarás en tu casa? Julio negó con la cabeza, el dolor reflejándose en sus ojos. —Julia se quedará con Val ahí, al volver te cuento todo. Dejó un beso en la frente de su madre, un gesto cargado de amor por su apoyo incondicional. Seguido fue hasta el auto y acomodó el cinturón de seguridad a su hija con cuidado, asegurándose de que estuviera bien sujeta. Emprendió la marcha y en algunos minutos llegó a lo que hasta hace poco había sido su hogar. Antes de bajar, miró hacia la casa, con nostalgia observó el lugar, su hogar por más de seis años, que fue cuando la compró. Ahora tenía que abandonarla, y no sabía si algún día podría volver, si podría recuperar a su familia. —Entremos. Sacó el cinturón de seguridad de su hija, salieron del coche y al abrir la puerta, encontraron las maletas hechas, una visión que golpeó a Julio como un puño en el estómago. Al verlo, Val miró a su padre con ojos nublados, juntó los labios en forma de cuchara, se abrazó a él y lloró, sus pequeños hombros sacudiéndose con cada sollozo. A Julio se le escapó una lágrima, la cual limpió de inmediato, no queriendo que su hija lo viera quebrarse. Acarició el cabello de su niña con ternura y aconsejó, tratando de que su voz no traicionara su propio dolor: —Ve a tu habitación, nos vemos mañana. Julia estaba parada en la sala, esperando que su hija la saludara. Sin embargo, la niña se despidió entre lágrimas de su padre y fue directamente a la habitación, ignorando completamente a su madre. Mientras Val subía las escaleras, Julia la contemplaba con tristeza, el peso de la realización de que su hija amaba más a Julio que a ella cayendo sobre sus hombros como una manta pesada la golpeaba dolorosamente. —¿Qué le dijiste para que esté así conmigo? —¿Qué podría decirle? ¿Crees que soy capaz de ponerla en tu contra? —respondió Julio—. No soy ese tipo de padre, Ju. No gano nada al hacer que te odie. Lo único que logro es que mi pequeña de solo nueve años desprecie a su madre y su pequeño corazón se llene de un sentimiento horrible —se acercó a ella con ojos suplicantes—. No podría dormir ni vivir tranquilo si lleno su cabeza de tantas cosas negativas. Si está así es por toda la situación que estamos viviendo. —¿Y de quién es la culpa? No es mía, porque aquí el único infiel eres tú. Y pensar que todo empezó por unas falsas acusaciones de infidelidad en mi contra, cuando fuiste tú quien fue infiel. —No lo he sido, y te lo voy a demostrar, Ju —insistió Julio, su voz una mezcla de determinación y súplica. Suspiró mirando hacia el segundo piso, donde su hija se había refugiado—. Cuida de Val, estate pendiente de ella en todo momento. Vendré todas las tardes a verla. —No —dijo Julia con firmeza—. No quiero que pases toda la tarde aquí. Val debe asimilar que nos vamos a divorciar y acostumbrarse a no verte tan seguido. —¿Y con quién piensas dejarla toda la tarde? —cuestionó Julio, la preocupación evidente en su voz. —Le pediré a mamá que cuide de ella… —dijo Julia, pero Julio la interrumpió. —Ju. En caso de que se dé lo del divorcio, me separaré de ti, pero no de mi hija. No pienso esperar o verla solo un día a la semana. Val pasará todas las tardes conmigo, si no es aquí, será en casa de mi madre —declaró Julio, su tono no dejando lugar a discusiones. —Bueno, eso lo arreglarán nuestros abogados… —respondió Julia, su voz fría y distante. —No, Ju. Eso no les corresponde a nuestros abogados, nos corresponde a nosotros, que somos los involucrados —insistió Julio, su voz suavizándose—. No atravesemos esto de la peor manera, Ju. Somos dos adultos que podemos llevarlo lo mejor posible. Te pido que pienses y analices las cosas. Por Val, te pido que reconsideres... —No te perdonaré, Julio —interrumpió Julia—. No pienso pasar por alto tu infidelidad, menos si fue con alguien de mi propia familia —se dirigió a la puerta y pidió con un tono que no admitía réplica—. Ahora vete. Necesito descansar porque mañana tengo que trabajar. Julio tomó la fotografía familiar en sus manos, contempló a sus dos hijos sonreír, pasó los dedos por el rostro de Car, suspiró profundamente y se dio la vuelta. —Me la llevaré conmigo. Se acercó a la puerta, agarró sus maletas, echó una última mirada a su esposa y cuando ella apartó la mirada, incapaz de sostener el contacto visual, se marchó. En el camino a casa de su madre, sus ojos se nublaron, tuvo que detenerse en más de una ocasión porque no podía manejar. Las lágrimas nublaban su visión y el dolor en su pecho amenazaba con ahogarlo. Nunca en su vida se había separado de su esposa e hija, pensó que nunca viviría algo así. La realidad de la situación lo golpeaba con cada kilómetro que recorría, alejándolo de lo que hasta hace poco había sido su vida, su hogar, su todo. Le dolía. Sentía que su corazón estaba desgarrado, como si alguien hubiera metido la mano en su pecho y hubiera arrancado una parte esencial de su ser. Quería tirarse al suelo, gritar y hacer pataleta como cual niño despojado de su dulce más preciado. ¿Así se sentía el divorcio? ¿Así se sentían todas las personas que pasaban por esta situación? Se preguntaba Julio, mientras las luces de la ciudad pasaban borrosas a través de sus ojos llenos de lágrimas. A Julio parecía que la vida se le iba a acabar. Que no habría un mañana, que todo sería gris, que su vida terminaría allí. Que no podría seguir sin sus amores más grandes. Sentía miedo, mucho miedo de salir y no poder regresar. Miedo de que cada día que pasara lo alejara más de la posibilidad de reconciliación, de volver a ser la familia que una vez fueron. Pero en medio de ese miedo y ese dolor, una pequeña chispa de determinación se encendió en su corazón. Lucharía, lucharía con todas sus fuerzas para demostrar su inocencia, para recuperar a su familia, para volver a ver sonreír a Val y a Julia. No se rendiría, no sin antes dar la batalla de su vida. Al día siguiente, Julia olvidó que Val tenía clases. Abrió los ojos sobresaltada cuando escuchó el claxon del autobús sonando insistentemente afuera, el sonido penetrando en su conciencia como una alarma de emergencia. —Mierda —murmuró, levantándose apresuradamente de la cama. El pánico se apoderó de ella mientras corría a la habitación de Val. Encontró a la niña aún en la cama, envuelta en las sábanas. —¡Carajo, Val! ¿Por qué no te has vestido? —exclamó Julia, su voz una mezcla de frustración y ansiedad mientras buscaba frenéticamente el uniforme en el armario. Al no encontrarlo allí, el pánico en su voz aumentó— ¿Dónde está tu uniforme? —La niña se encogió de hombros, su silencio y aparente indiferencia solo aumentando la frustración de Julia. Julia mordió su labio, tratando de contener las palabras duras que amenazaban con escapar. Respiró hondo y ordenó, intentando mantener la calma. —Apúrate a arreglarte, cuando suba quiero que estés aseada y desnuda —Sin esperar respuesta, bajó rápidamente las escaleras, sus pies descalzos resonando en los escalones. Encontró el uniforme en la lavandería, arrugado pero limpio. Volvió corriendo a la habitación, el alivio momentáneo de haber encontrado el uniforme eclipsado por la urgencia del momento. Vistió a Val rápidamente, sus manos moviéndose con eficiencia y desesperación. Acomodó una vincha con lazos en el cabello de su hija, pasó apresuradamente el cepillo por los nudos, desenredándolos lo mejor que pudo en el escaso tiempo que tenían. —Mi mochila —protestó Val cuando su madre la llevaba rápidamente hacia la puerta. —¡Maldición! —Gruñó Julia de nuevo. Corrió de vuelta a la habitación, metió todos los cuadernos que encontró en la mochila sin detenerse a verificar si eran los correctos, y bajó apresurada. En un último intento por asegurarse de que Val tuviera algo para comer, fue a la nevera y metió varias frutas en la mochila. —Come esta manzana y bebe este jugo mientras vas en el autobús —instruyó, entregándole los alimentos a Val. Le dio un beso rápido en la frente y la empujó suavemente para que saliera. Cuando Val finalmente subió al autobús, Julia suspiró profundamente con alivio y agotamiento recorriendo su cuerpo. Se dejó caer en el sofá. Mientras trataba de recuperar el aliento, su mente comenzó a dar vueltas. La idea de contratar una empleada para que la ayudara con las tareas de la casa, exclusivamente con Val, comenzó a formarse en su mente. Sabía que no podía seguir así, tratando de malabarear su trabajo, las responsabilidades del hogar y el cuidado de Val ella sola. La ausencia de Julio se sentía en cada rincón de la casa, en cada tarea incompleta, en cada momento de caos como el que acababa de vivir.
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