Julio le respondió el mensaje a Julia, pero esta se encontraba dentro de la tina de baño. La espuma cubría su cuerpo, y su mirada estaba posada en la pequeña ventana de su baño mientras escuchaba la canción que su esposo le dedicó. Llevaba más de tres horas escuchándola, y no podía dejar de hacerlo. Forzó una media sonrisa mientras se perdía en el recuerdo.
El vapor que emanaba del agua caliente empañaba el espejo y creaba una atmósfera etérea en el pequeño cuarto de baño. Julia cerró los ojos, dejando que la melodía la envolviera como si fuera una cálida manta. Cada nota, cada palabra de la canción, traía consigo un torrente de emociones y recuerdos que amenazaban con ahogarla más que el agua que la rodeaba.
Sus dedos, arrugados por el prolongado contacto con el agua, jugaban distraídamente con la espuma, formando y deshaciendo pequeñas montañas blancas que flotaban en la superficie. El aroma a lavanda del jabón se mezclaba con el olor a nostalgia que parecía emanar de sus propios poros.
FLASHBACK
Entrando al hotel, Julio la agarró entre sus brazos y así subió hasta la suite. El elevador y los pasillos se llenaron de risa y gruesos suspiros mientras se besaban. La emoción de ser recién casados los embriagaba más que cualquier champán que hubieran bebido en la recepción.
Llegando a la suite luchó por abrir la puerta. El vestido de novia de Julia, aunque hermoso, no facilitaba las cosas, y los nervios de Julio tampoco ayudaban. Sus manos temblaban ligeramente mientras intentaba pasar la tarjeta por la ranura.
—Ya déjame bajar —suplicó Julia entre risas, pero Julio negó con la cabeza. Una determinación juguetona brillaba en sus ojos. Quería que su reciente esposa no tocara el suelo hasta que estuviera dentro. Era una tradición, un símbolo, y él estaba decidido a cumplirlo.
Después de tanta lucha logró pasar la tarjeta. El pitido de la puerta al abrirse sonó como música para sus oídos. Ya dentro la bajó lentamente, como si estuviera depositando el más preciado de los tesoros. Julia observó el lugar, se quedó impresionada por todo lo que veía.
La suite era una sinfonía de lujo y elegancia. Cortinas de seda caían en cascada desde el techo hasta el suelo, enmarcando ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. La cama king size estaba cubierta de pétalos de rosa, formando un corazón perfecto en el centro. Una botella de champán reposaba en un cubo de hielo junto a dos copas de cristal tallado.
El lugar era demasiado lujoso para dos personas como ellos, acostumbrados a una vida sencilla y trabajadora. Julia paseó su mirada por cada rincón, absorbiendo cada detalle, desde los cuadros de arte abstracto en las paredes hasta el sofá de cuero en la pequeña sala de estar.
Iba a preguntar cómo era que su esposo había conseguido una suite como esa, pero este le tomó el rostro con ambas manos, acercó los labios y la besó suavemente. El beso sabía a promesas y a futuro, a sueños compartidos y a un amor que parecía indestructible.
—¿De dónde sacaste el dinero para pagar un lugar como este? —preguntó Julia cuando finalmente se separaron. La curiosidad pudo más que el momento romántico. Habían gastado todos los ahorros en la boda, ¿Cómo era que Julio tenía dinero para reservar una suite presidencial? Ni con todo el dinero que sus familiares tuvieran, podrían pagar algo así.
—¿Hablaremos de eso ahora? —Preguntó Julio achicando los ojos y besándola nuevamente. El beso fue breve esta vez, como si quisiera darle un respiro para que pudiera disfrutar de aquel lugar. Tras soltarle los labios, dijo–. Es un préstamo que le hice a Sebastián.
Sebastián era un capitán de pequeños barcos de pesca, un hombre fornido y de piel curtida por el sol y el mar. En un futuro, soñaba con llegar a dirigir un crucero, un sueño que compartía con Julio en sus largas charlas en el muelle.
—Aunque dijo que era nuestro regalo de bodas, pienso pagárselo en un futuro —añadió Julio, su voz teñida de determinación.
Julia miró a su esposo con ojos de amor, su pecho se infló y se sintió orgullosa del hombre que tenía a su lado. Alguien que no le gustaba deberle nada a nadie, alguien con principios firmes y un sentido del honor inquebrantable.
—He sido la mujer más afortunada de este mundo —declaró Julia, su voz cargada de emoción.
—¿Por qué? —Preguntó Julio mientras le acariciaba suavemente el labio con su dedo pulgar derecho. El gesto era tan tierno, tan íntimo, que Julia sintió que su corazón se derretía.
—Porque el hombre más guapo, caballeroso, noble, generoso, detallista, sentimental, con el corazón más grande que el sistema solar, se ha convertido en mi esposo —las palabras salieron de ella como un torrente, como si no pudiera contener todo el amor y la admiración que sentía por Julio.
El rostro de Julio se sonrojó, su corazón estaba lleno de amor, un amor que iba de crecida y lo hacía sentir único en el mundo. Nunca se había sentido tan valorado, tan amado, tan completo.
—Te amo Ju —musitó con los labios apegados a los de ella. El diminutivo sonaba como una caricia en su voz—. Quiero estar contigo hasta el último día de mi vida.
—Lo estaremos —dijo ella mientras pasaba sus brazos sobre los hombros y los unía detrás el cuello, acercándolo aún más si era posible—. Jamás nos separaremos. Jamás intentes dejarme porque yo jamás te dejaré.
Las palabras resonaron en la habitación como un juramento sagrado, como una promesa escrita en las estrellas. En ese momento, en esa suite lujosa que parecía sacada de un cuento de hadas, el futuro se extendía ante ellos como un camino dorado, lleno de posibilidades y de amor eterno.
FIN DEL FLASHBACK.
Una fila de lágrimas se desprendió de los ojos de Julia, se adentraron a sus labios y su lengua saboreó de ellas, segundos después pasó la mano por la mejilla limpiando los restos que quedaban. El agua de la bañera, una vez caliente y reconfortante, ahora se sentía fría contra su piel. O tal vez era ella la que se sentía fría por dentro.
Sentía un nudo atascado en su laringe al recordar la promesa que hizo y no pudo cumplir. "Jamás nos separaremos", había dicho. Qué ingenua había sido, qué confiada en un futuro que ahora se le antojaba como un espejismo en el desierto.
Llena de tristeza y dolor se hundió bajo el agua y estuvo unos segundos ahí. El mundo exterior se silenció, reemplazado por el suave murmullo del agua en sus oídos. Por un momento, Julia fantaseó con la idea de quedarse ahí, bajo el agua, donde el dolor y los recuerdos no podían alcanzarla.
Mientras permanecía bajo el agua, recordó el momento donde su matrimonio se fue cuesta abajo, el momento exacto donde cambió su amor y admiración por Julio. La imagen de Car, su pequeño hijo, apareció en su mente con dolorosa claridad. Su sonrisa traviesa, sus ojos llenos de curiosidad, su risa que llenaba la casa de alegría. Y luego, el silencio. El terrible silencio que siguió a su pérdida.
Sacó su cabeza cuando el aire se le terminó y la imagen de Car se borró, como si hubiera sido lavada por el agua. Julia jadeó, llenando sus pulmones de aire, sintiendo como si emergiera no solo del agua, sino también del pasado.
Terminó de bañarse mecánicamente, sus movimientos automáticos mientras su mente seguía nadando en recuerdos. Una vez lista bajó a la cena. Se sentó en el comedor, le tocaba cenar sola porque ya todos en su casa lo habían hecho. La soledad del comedor parecía burlarse de ella, recordándole todo lo que había perdido.
Tenía la mirada en el centro, la subió lentamente e imaginó a Julio frente a ella, al lado de este a Val, y al otro costado su pequeño Car. La imagen era tan vívida que por un momento Julia casi extendió la mano para tocarlos.
Forzando una sonrisa estregó sus ojos, y la imagen de ellos se perdió, tal cual se había perdido su familia. Un viento helado la hizo abrazarse a sí misma, aunque la ventana estaba cerrada y no había corriente de aire. El frío venía de adentro, de ese vacío que se había instalado en su pecho desde la tragedia.
Se sentía vacía sin ellos tres a su lado. Deseaba retroceder el tiempo, daría todo por recuperar la familia que tenía, pero ya no se podía. Ella no podía perdonar a Julio, lo intentó, sí que lo intentó, pero jamás pudo sacar de su cabeza que, él era el responsable de la muerte de su hijo.
El asma no iba a matar a Car, su hijo tenía la posibilidad de vivir muchos años, pero ese viaje, ese yate, ese descuido acabó con la vida de su pequeño. Las palabras del médico resonaban en su mente: Si hubiera recibido atención más rápido..." El sí hubiera" era más doloroso de todos.
Julia había bajado con las intenciones de comer, pero al verse sola en ese comedor el hambre se le fue. La comida en su plato, una vez apetitosa, ahora parecía cenizas. Botó la comida a la basura, sintiendo una punzada de culpa por el desperdicio, pero incapaz de forzarse a comer.
Subió a su habitación, cada paso en la escalera parecía pesar una tonelada. Se metió bajo las sábanas y recién ahí agarró el celular. Tenía algunos mensajes y llamadas. El primero que abrió fue el de Julio.
“Está bien, ¿en qué lugar y a qué hora te espero?”
Las palabras en la pantalla parecían vibrar con una energía propia. Julia se quedó mirando el mensaje por largo rato, su dedo flotando sobre el teclado, indecisa. Finalmente, respondió con un lugar y una hora, breve y al punto.
Una vez que respondió, dejó el celular a un costado y cerró los ojos. Le era fácil conciliar el sueño ya que, llegaba cansada de su trabajo. El agotamiento físico era un bálsamo para su mente inquieta, permitiéndole hundirse en un sueño sin sueños.
Por la mañana, se levantó temprano. Era fin de semana y aunque no iba a trabajar, se reuniría con Julio para hablar sobre Val. Salió de casa cuando ninguno de sus familiares aun despertaba. El aire fresco de la mañana la golpeó, despejando los últimos vestigios de sueño.
Mientras tanto, Julio se dio una ducha, arregló y bajó. El aroma del café recién hecho llenaba la cocina, donde su madre ya estaba ocupada preparando el desayuno.
—¿Te preparo algo, cariño? —preguntó su madre, la esperanza brillando en sus ojos. Siempre optimista, siempre esperando que las cosas se arreglaran entre Julio y Julia.
—Gracias mamá, pero desayunaré con Ju.… lia —Julio se corrigió a mitad de frase. Estaba acostumbrado a llamarla así, con ese apodo cariñoso que ahora parecía pertenecer a otra vida. Su madre se sintió muy feliz de que se fuera a reunir con Julia, interpretando esto como un signo positivo—. Hablaremos sobre Val...
—Debes aprovechar para hablar sobre ustedes —aconsejó su madre, incapaz de contener su opinión—. Dile que aun la amas, tienes que hacer todo para salvar tu matrimonio, Julio. No te rindas hijo.
Julio esbozó una media sonrisa mientras se despedía. Las palabras de su madre, aunque bien intencionadas, pesaban sobre él. ¿Cómo explicarle que a veces el amor no es suficiente? ¿Qué hay heridas que ni siquiera el tiempo puede sanar completamente?
—Si Val despierta antes que llegue, por favor que se coma todo —dijo antes de salir, preocupado como siempre por su hija.
Julio salió, subió al coche y se dirigió al encuentro con Julia. Parqueó el auto, antes de bajar suspiró. Sus manos y pies estaban congelados, estaba como al principio cuando se encontraba con ella. Los nervios lo consumían, como si fuera un adolescente en su primera cita y no un hombre adulto a punto de reunirse con la madre de su hija.
Dejando rodar el nudo de la garganta, inhaló profundamente y salió del coche. A pasos firmes caminó hacia el interior de la cafetería, la buscó con la mirada, cuando no la encontró se sentó y esperó que llegara. El aroma del café y de los pasteles recién horneados llenaba el aire, pero Julio apenas lo notaba.
Se encontraba revisando el menú cuando la vio ingresar. Aunque mostraba seriedad, su corazón latía con fuerzas. Julia entró con paso decidido, su cabello recogido en un moño sencillo, vestida con una blusa blanca y jeans. Simple, pero hermosa como siempre a los ojos de Julio.
Cuando se acercaba, se paró y retiró la silla. Un gesto automático, un vestigio de los buenos tiempos. Julia agradeció con un murmullo y se sentó.
Al sentarse, Julio agarró de nuevo la carta del menú y preguntó, intentando mantener un tono neutral:
—¿Solicitarás algo o solo viniste para hablar?
—No he desayunado —respondió Julia, su voz suave pero firme—. Mientras desayunamos hablamos de Val.
Julio asintió. Llamó a la mesera y ambos hicieron la solicitud. Mientras esperaban, un silencio incómodo se instaló entre ellos. Julio lo rompió, incapaz de soportar la tensión:
—¿Cómo has estado?
—Bien —dijo Julia mirando hacia donde no estuviera él, evitando el contacto visual—. Primero, Val no puede hacer lo que ella quiere. No puedes acceder a lo que ella te diga. Porque así nunca me hará caso.
Julio sintió una punzada de dolor ante la frialdad de Julia. ¿Dónde estaba la mujer que una vez juró amarlo para siempre? ¿La que prometió nunca dejarlo? Presentía que ese encuentro no iba a terminar en nada bueno. Suspiró y miró a la mesera que se acercaba con los platos.
—¿Por qué no hablamos después de desayunar? —sugirió, buscando un momento de paz antes de la inevitable tormenta.
—Ok.
Julia agarró su taza de café y levantó la mirada. Cuando esta se conectó con la de Julio, el café se le hizo una bola en la garganta. Por un breve instante, vio en esos ojos al hombre del que se enamoró, al padre de sus hijos, al compañero con el que una vez soñó envejecer.
Julio bajó la mirada, dejó la taza de café sobre el platillo y volvió a levantarla dejándola conectada con la de ella, lo que provocó un descontrol en ambos corazones. El aire entre ellos parecía cargado de electricidad, de palabras no dichas y sentimientos reprimidos.
—Ju —comenzó Julio, usando sin pensar el viejo apodo cariñoso—, ¿En serio ya no sientes nada por mí? Porque yo aun te amo y me es difícil terminar con esto, no hay un instante que no deje de imaginar mi vida sin ti y Val.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas como plomo, cargadas de esperanza y dolor a partes iguales. Julia se quedó inmóvil, su taza de café a medio camino entre la mesa y sus labios, mientras el pasado, el presente y un posible futuro colisionaban en ese pequeño espacio entre ellos.