Había pasado tanto tiempo desde la última vez que escuchó esas palabras llenas de amor y afecto, que ya casi no podía recordarlo. La ausencia de aquel "te amo" se había convertido en una presencia constante en su vida, una ausencia que pesaba sobre sus pensamientos y emociones. Cada día que pasaba sin escuchar esas palabras, sentía cómo se alejaba un poco más de la felicidad que solían compartir juntos. El silencio que ahora reinaba entre ellos era ensordecedor, un recordatorio constante de lo que habían perdido y de lo lejos que estaban de recuperarlo.
Julia recordaba con nostalgia aquellos tiempos en los que las palabras de amor fluían con naturalidad entre ellos, como un río constante que alimentaba su relación. Ahora, ese río se había secado, dejando solo un lecho árido y agrietado, testigo mudo de lo que una vez fue. Las sonrisas cómplices, las miradas llenas de ternura y los pequeños gestos de afecto que antes daban por sentado, se habían desvanecido como la niebla al amanecer, dejando tras de sí un vacío que parecía imposible de llenar.
Era cierto que ella había sido quien alejó a Julio de su lado. Cada vez que lo veía, su mente se llenaba de recuerdos dolorosos de aquel fatídico viaje, donde las vacaciones familiares se convirtieron en una pesadilla. Las palabras que él pronunció durante ese viaje resonaban en su mente una y otra vez, recordándole que no las cumplió. Aquellas vacaciones se convirtieron en las peores de su vida, dejando una marca profunda que la acompañaría para siempre.
El recuerdo de ese viaje era como una herida abierta que se negaba a cicatrizar. Julia podía rememorar cada detalle con una claridad dolorosa: el sol brillante que contrastaba cruelmente con la oscuridad que pronto invadiría sus vidas, el sonido de las olas que se mezclaba con las risas despreocupadas de su familia, ajenos aún a la tragedia que se cernía sobre ellos. Y luego, el momento en que todo cambió, cuando las palabras de Julio, pronunciadas en un instante de frustración, se clavaron en su corazón como dagas afiladas, destrozando la imagen idílica que tenía de su matrimonio y de su familia.
Desde entonces, cada interacción con Julio se había vuelto un recordatorio constante de ese momento. Julia se encontraba atrapada en un ciclo interminable de dolor y resentimiento, incapaz de perdonar y temerosa de olvidar. La culpa y el remordimiento se entrelazaban en su interior, creando una maraña emocional que parecía imposible de desenredar.
Después de experimentar múltiples intentos fallidos por revivir la pasión y el amor que una vez compartieron, ella finalmente se rindió. Cada esfuerzo por reconstruir lo que una vez fue se encontraba con muros infranqueables, y poco a poco, logró alejar a Julio de su vida. Las conversaciones se volvieron escasas, las palabras se volvieron limitadas. Los abrazos que solían compartir mientras dormían, los besos al despertar y al despedirse para ir al trabajo, todo desapareció. Solo quedó el silencio y la soledad como compañeros constantes.
Los intentos de reconciliación habían sido dolorosos y frustrantes. Cada gesto, cada palabra de amor que Julio intentaba ofrecer, era recibido por Julia con rechazo. Una parte de ella ansiaba desesperadamente volver a los brazos de su esposo, recuperar la complicidad y la intimidad que una vez compartieron. Pero otra parte, la que estaba herida y asustada, levantaba barreras invisibles pero impenetrables, alejando a Julio con cada intento de acercamiento.
Las noches se habían vuelto especialmente difíciles. El lado vacío de la cama gritaba la ausencia de Julio, y Julia a menudo se encontraba abrazando su almohada, imaginando que era él. En esos momentos de vulnerabilidad, casi podía convencerse de que todo había sido una pesadilla, que al despertar encontraría a Julio a su lado, sonriendo con amor como solía hacerlo. Pero la fría realidad la golpeaba cada mañana, recordándole que la distancia entre ellos era mucho más que física.
Con el tiempo, la ausencia se convirtió en una especie de rutina. La costumbre de vivir sin escuchar esas palabras de amor se arraigó en su vida diaria. Aunque en el fondo anhelaba escuchar nuevamente un "te amo" de Julio, la carga emocional y los recuerdos dolorosos la mantenían alejada de él. La soledad se volvió su refugio, un lugar donde podía protegerse de la vulnerabilidad y el dolor que implicaba enfrentar la realidad de su relación.
Julia se había acostumbrado a llenar sus días con actividades que la mantuvieran ocupada y distraída. El trabajo se convirtió en su escape, dedicando largas horas a proyectos que antes habría considerado tediosos. Las salidas con amigas, que antes disfrutaba ocasionalmente, ahora eran frecuentes, aunque a menudo se sentía como una intrusa en medio de parejas felices y conversaciones ligeras sobre el amor y la vida en familia.
En casa, el silencio era su compañero más fiel. Ya no sonaba la música que solían disfrutar juntos, ni se escuchaban las risas compartidas frente a una película. Los espacios que antes estaban llenos de vida y amor ahora parecían fríos y vacíos, como si la ausencia de Car hubiera robado el color y la calidez de su hogar.
A pesar de sus esfuerzos por mantener la distancia, Julia no podía evitar que los recuerdos felices se colaran en su mente en los momentos más inesperados. El aroma del café por la mañana le recordaba los desayunos compartidos; una canción en la radio evocaba momentos de baile improvisado en la cocina; incluso el sonido de la lluvia contra la ventana la transportaba a tardes perezosas acurrucados en el sofá, disfrutando simplemente de la compañía mutua.
Estos recuerdos, dulces y dolorosos a la vez, eran como fantasmas que la perseguían, recordándole constantemente lo que había perdido.
Julia se quedó en silencio, la taza de café que sostenía en sus manos se movió en el aire, esto se debía a que su mano tembló demostrando la reacción que le provocaron las palabras de Julio.
—Ju —quería volver a preguntar, pero el nudo en la garganta no se lo permitió. La voz de Julio, quebrada y vacilante era un reflejo del estado emocional en el que se encontraba. Ese simple diminutivo, que antes era pronunciado con cariño y complicidad, ahora estaba cargado de duda y temor.
—Julio —dijo ella tratando de humedecer su lengua reseca—. No hagas esto, por favor... estamos aquí para hablar de Val... —Julia intentó mantener la compostura, aferrándose al propósito original de su encuentro como un náufrago a un salvavidas. Hablar de su hija era seguro, era terreno conocido. Pero las palabras de Julio amenazaban con arrastrarla a aguas más profundas y turbulentas.
La piel de Julia se volvió como la de una gallina al momento que las manos de Julio atraparon la suya. Ese contacto, tan familiar y a la vez tan extraño después de tanto tiempo, envió una corriente eléctrica por todo su cuerpo. Era como si cada terminación nerviosa cobrara vida de repente, recordándole lo mucho que había extrañado su toque.
—Mi amor —a ella le encantaba escuchar esas palabras, amaba cuando Julio le decía así—. Sé que me rendí tan fácilmente, que no debí dejarte de lado aun cuando tu rechazo era eminente, que debí insistir de una mejor forma, pero aun podemos recuperar eso que teníamos...
Las palabras de Julio eran como un bálsamo para su corazón herido, pero también como sal en una herida abierta. Cada sílaba estaba cargada de arrepentimiento y esperanza, una combinación que amenazaba con derribar las murallas que Julia había construido cuidadosamente alrededor de su corazón.
Las manos de Julia se alejaron, con la mirada posada en el anillo de Julio dijo. Ese anillo, símbolo de promesas que parecían tan lejanas ahora, brillaba como un recordatorio constante de lo que habían sido y de lo que podrían volver a ser. Julia sintió un nudo en el estómago al contemplarlo.
—Ya no podemos recuperar eso que teníamos, Julio. Ya nada volverá a ser como antes porque falta Car —unas cuantas gotas cayeron sobre sus manos. Sus ojos enrojecidos se nublaron al instante— ¿Entiendes? Comprendes que, si él no está, no podré ver lo que teníamos como antes.
La mención de Car, su hijo perdido, fue como abrir una compuerta de emociones. El dolor, que Julia había intentado mantener a raya, se desbordó en forma de lágrimas silenciosas. La ausencia de su hijo era una herida que nunca cicatrizaría completamente, un vacío que ningún amor, por grande que fuera, podría llenar.
—Ju, han pasado dos años, debes superarlo, dejarlo ir.
Las palabras de Julio, aunque bien intencionadas, golpearon a Julia como un puño en el estómago. ¿Cómo podía pedirle que dejara ir a su hijo? ¿Cómo podía sugerir que el tiempo era suficiente para sanar una pérdida tan profunda?
—Nunca dejaré ir a mi niño —levantó las pestañas humedecidas—. Ese fue el principal problema por el que pedí que te mantuvieras al margen de mí. Y es que deseabas que lo dejara ir, y yo no quiero olvidarlo —expresó con los dientes ajustados.
La frustración y el dolor se mezclaban en la voz de Julia. Cada palabra era una declaración de amor maternal, un grito de dolor que se negaba a ser silenciado por el paso del tiempo o las expectativas de los demás.
—Es que no te pido que lo olvides, solo que lo asimiles. Que aceptes que ya no está y que sin él también hay vida —se inclinó más hacia ella para hablarle mirándole a los ojos.
Julio intentaba tender un puente sobre el abismo que los separaba, pero sus palabras, aunque llenas de buenas intenciones, parecían ensanchar aún más la brecha. La idea de "asimilar" la pérdida de su hijo sonaba fría y distante para Julia, como si se le pidiera aceptar lo inaceptable.
—Olvidaste que aun te queda Val, yo, tu familia —le agarró el rostro para que mirara sus ojos inyectados de sangre y cristalizado por el dolor—. A mí también me dolió. Era mi hijo, mi bebé. Puedes imaginar lo que sentí cuando escuché que dijeron que se cayó, lo desesperado que me sentí cuando nadaba hacía él. Ju, casi muero de dolor cuando trataba de revivirlo y no volvía. Ju, quise morir en ese instante cuando Car, nuestro car no abrió más sus ojos, no volví a verlo con vida. Ju…
Las palabras de Julio abrieron una ventana al dolor compartido que ambos habían experimentado. Por primera vez en mucho tiempo, Julia vio reflejado en los ojos de su esposo el mismo sufrimiento que ella cargaba. Era un recordatorio doloroso de que, a pesar de su distanciamiento, compartían una pérdida que los unía de una manera que nadie más podría entender.
—Puedes imaginar lo inútil e inservible que me sentí cuando él no volvió en sí. Fue horrible regresar a casa sin él, entrar cada mañana a su habitación y no verlo ahí. Era asfixiante no escucharlo reír, incluso llorar. Pero no por eso me olvidé de vivir o que tenía una hija. Y no te estoy recriminando nada, simplemente te hago ver que los dos pasamos por el mismo dolor, porque era nuestro niño.
La confesión de Julio, cruda y honesta tocó una fibra sensible en Julia. Por un momento, las barreras que había construido se tambalearon. Vio en Julio al padre que sufría, al compañero que había compartido sus alegrías y ahora compartía su dolor más profundo.
—Siento que, si lo dejo ir, no podré vivir —se abrazó a él, tan fuerte como un mono bebé a su madre—. No quería olvidarme de Val, no quería alejarlos de mí, pero tampoco podía verlos, tampoco los quería cerca. Sentía que, si Val no se hubiera mareado, si tú no hubieras subido a la cabina, él no hubiera caído, Bethany no le hubiera dado esa fruta...
En ese abrazo desesperado, Julia liberó todas las emociones que había estado conteniendo. Era un abrazo que hablaba de culpa, de miedo, de necesidad de consuelo. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió ser vulnerable frente a Julio, dejando que él viera el torbellino de emociones que la consumían.
Colapsó, escondió el rostro en el cuello de Julio y sollozó. El olor familiar de su esposo, la calidez de su cuerpo, todo eso que había extrañado sin admitirlo, la envolvió como una manta reconfortante. Por un momento, el mundo exterior desapareció, y solo existían ellos dos, unidos en su dolor y en la esperanza tenue de poder sanar juntos.
—Lo sé, sé que consideras que soy culpable, incluso yo me considero culpable. Porque si no permitía que se quedara ahí, si no le cumplía su capricho y lo llevaba conmigo, no habría pasado eso —le agarró el rostro entre sus manos y musitó con dolor—. Pero ¿cómo iba a saberlo, Ju?, ¿cómo iba a adivinar qué caería? Ju, yo era su padre, era mi niño… —un nudo se le formó en la garganta— ¿Crees que quería que mi niño se muriera? ¿crees que lo hice intencionalmente?