Escuchar el “no te amo” le desgarró el alma. No sabía que escuchar eso doliera tanto.
—Ju. No hagas cosas de las cuales puedas arrepentirte.
Julio trató de detenerla, ella iba abandonarlo, la decisión del divorcio era firme, y él ni sabía si podría soportarlo. No se había dado cuenta cuanto seguía amando a su esposa, hasta que vio que en verdad quería dejarlo.
Julia agarró las maletas, mirándole a los ojos dijo.
—No me arrepentiré de separarme de ti, como no me arrepentí de casarme. Fui muy feliz a tu lado, debo reconocer que he pasado los mejores años de mi vida a tu lado, pero ya no es así, yo no soy feliz, Julio, y tú tampoco lo eres.
Julio se quedó en silencio, atónito ante las palabras de Julia. Su mente se llenó de confusión y dolor, incapaz de comprender cómo habían llegado a ese punto. Intentó buscar las palabras adecuadas para convencerla de que lo intentaran una vez más, pero ya lo había hecho en el tiempo que preparaba la maleta, y ella no había cambiado de opinión, intentarlo de nuevo, sería en vano.
Julia caminó hacia la puerta de salida, con determinación en cada paso. No había rastro de duda en su rostro. Se giró una última vez para mirarlo, buscando alguna señal de remordimiento en sus ojos, pero solo encontró resignación.
Julio sabía que había algo de verdad en sus palabras. Habían pasado meses discutiendo y acumulando resentimiento. El amor que alguna vez los unió se había desvanecido hasta convertirse en una sombra vacía.
—Pero… aún podemos intentarlo. Podemos buscar ayuda, terapia de pareja… cualquier cosa. No quiero acabar con esto que construimos hace diez años. No quiero tirar a la basura diez años —dijo en súplica, luchando por contener las lágrimas.
Julia suspiró, visiblemente agotada —Lo hemos intentado todo, Julio. Ya no hay vuelta atrás. No quiero vivir una vida llena de discusiones y amargura. Necesito alejarme de ti.
La realidad de la situación golpeó a Julio con fuerza. Aceptar que su matrimonio estaba llegando a su fin era devastador, pero sabía que insistir solo prolongaría el sufrimiento de ambos. ¿De qué servía tener a su lado a alguien que ya no lo amaba?
—Si es realmente lo que quieres… entonces te dejo ir. No insistiré más.
Julia asintió y se dirigió hacia la puerta una vez más. Cada paso se sentía más pesado para ambos.
—Gracias por entender, Julio. Pronto te haré llegar los papeles del divorcio.
Con esas palabras, Julia salió de casa. En cuanto a Julio, se dejó caer en el sofá soltando un suspiro abrumador. La realidad de la situación lo golpeó con toda su fuerza. Aunque creyó estar preparado para la separación, el dolor que ahora sentía era inmenso.
Las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos mientras recordaba los momentos felices que habían vivido juntos, los sueños que llegaron a construir, porque sí que lo lograron. Esa hermosa familia que formaron, la cual no pudieron mantener, se le fue de las manos.
En ese preciso momento, el dolor lo atravesó con una fuerza indescriptible. Se negó a aceptar la idea de que realmente había perdido a Julia.
Caminó por la casa vacía. Agarró el retrato familiar dónde se encontraba Car, su hijo menor el cual yo no estaba entre ellos, Val, su adorada princesa, y su esposa Julia, la que recientemente lo había abandonado. Se había marchado pidiéndole el divorcio y dejando su corazón destrozado.
Julio observó el retrato con nostalgia, recordando los momentos que compartieron cuando eran una familia feliz. Miró fijamente los ojos sonrientes de Car, cuya inocencia y alegría iluminaba sus días. No podía evitar sentir un profundo dolor al pensar en lo que su partida dejó.
No solo les dejó el corazón destrozado, también rompió la familia que un día fueron. Deseaba poder retroceder el tiempo, jamás haberlo descuidado.
Soltando un suspiro observó a Valeria, la princesa y luz de su vida. Quien le dio la fuerza y el motivo suficiente para vivir y seguir adelante. Si no fuera por Val, él se habría sumido en una depresión que lo llevaría a la muerte.
Al mirar a Julia, recordó su sonrisa radiante de hace años atrás, la cual ya no resplandecía, la misma que se había perdido. Aquellos ojos que un día lo miraron con amor, los cuales le flecharon el corazón desde que era un adolescente, ya no brillaban. Ahora solo quedaba el vacío de su ausencia, el eco de las palabras que había dicho al marcharse.
Julio aún no comprendía cómo todo había llegado a esto. Había sido un buen esposo y padre, trabajador y responsable. Pero por alguna razón, eso no fue suficiente para mantener un hogar y la chispa del amor en su esposa. Su esposa se había marchado, llevándose su amor y dejando un corazón destrozado detrás.
Mientras permanecía allí, sosteniendo el retrato con manos temblorosas, una mezcla de tristeza y rabia invadió su ser. Se preguntaba ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué Dios se había ensañado con él? Si siempre fue un buen hijo, hermano, amigo, esposo y padre. Consiguió todo a base de esfuerzo y sacrificios, sin tener que quitarle nada a nadie, ni destruyendo el trabajo de alguien más para escalar. Pero Dios le había arrebatado a su hijo, ahora a su esposa e hija. ¿Qué pecado cometió para recibir ese castigo? ¿En que había fallado si él no había hecho otra cosa que hacer el bien y por ese motivo estaba muy endeudado?
Con una sensación abrumadora de soledad, decidió que era hora de aceptar la realidad y seguir adelante. Aunque su corazón seguía destrozado, sabía que tenía que encontrar la fuerza para reconstruir su vida. Así no estuviera junto a Julia, aún tenía a Val, a pesar de que no la tendría como antes, cada día y en cada momento, ella seguiría siendo parte de su vida.
Julio puso con cuidado el retrato en su lugar original, prometiéndose que haría todo lo posible para mantener viva la memoria de su familia. Sabía que sería una larga y difícil travesía su divorcio. Pero no podía detenerlo, no si de la otra parte no había ganas de salvar nada, menos existía amor.
Con una mirada melancólica, Julio observó la casa vacía. Tras soltar un suspiro de dolor, agarró su bolso y salió con dirección a casa de su medio hermano y cuñada, Sandra.
Había escrito a su exprofesor y explicado la situación por la que estaba pasando. Este le permitió tomarse unos días. Por ello, decidió ir más temprano a la casa de su hermano por parte de padre.
Al llegar saludó a su cuñada y sobrinos —¿Cómo vas? —Julio forzó una sonrisa —No debería ni preguntar —se retractó al verlo todo afligido.
—¿Ella te buscó? —Sandra asintió.
—Me citó por la mañana, quería que tramitada su divorcio —escuchar divorcio, hizo que la garganta de Julio se contrajera.
Julio apartó la mirada, la centró en la ventana y suspiró.
—Supongo que te negaste.
—Así es. No podía tramitar el divorcio de mis amigos. No quiero estar en medio de esa guerra.
—No hay ninguna guerra —volvió a suspirar—. Los dos hemos tomado la decisión. Ambos queremos divorciarnos, por lo tanto, no tendremos problema. Lo más probable es que, lleguemos a un acuerdo.
—Tus ojos me dicen otra cosa. No trates de engañarme. Puedo verlo, no estás de acuerdo…
Julio se dio la vuelta y caminó hasta la sala.
—Me duele por Val. Ella será la que más sufrirá.
—No te vez bien. Por mucho que te esfuerces en ocultar lo que te duele, no puedes. Sabes que no es solo por Val, también es por ti.
Julio declinó el rostro, unas cuantas gotas de lágrimas se estrellaron en el suelo. Le fue imposible contenerla, aunque se esforzó por no derrumbarse delante de Sandra, no pudo evitarlo.
—¿Y si luchas por recuperar tu matrimonio?
—Ju ya no me ama. Me lo dijo, me aseguró que ya no existe amor en su corazón. En su mirada no vi ni pizca de arrepentimiento. Ella me olvido, San, me dejó de amor.
Respirando gruesamente contuvo su dolor, más que todo, porque su padre llegó. Este vivía en casa de Sandra, la esposa del hermano de Julio.
—Escuché que vas a divorciarte —Sandra hizo una mueca de desagrado. Ese hombre siempre escuchaba tras las puertas. Era desagradable e imprudente y eso le molestaba. Si lo tenía viviendo ahí, era por que su esposo había decidido darle techo y cobijo.
Bernardo se sentó al frente de Julio.
—Hay muchas mujeres en el mundo, Julio. No te aferres solo a una. Sé cómo tú padre.
Parecerse a su padre, era lo que menos quería. Bernardo fue un hombre mujeriego, traicionó a la madre de Julio en repetidas ocasiones, la golpeó y humilló. Incluso tuvo más de un hijo fuera del matrimonio. Julio siempre supo que el ejemplo de su padre jamás tomaría.
—Gracias por tu concejo, pero es algo que no me apetece seguir.
—Qué te parece si vamos está noche al bar de tu hermano, tomamos algo y pasamos la noche con alguna mujer. Así te olvidas de la loca que tienes por esposa.
—Ve si se dirige a mi amiga de otra forma. Porque no toleraré sus palabras grotescas hacia ella.
Bernardo entrecerró los ojos.
—Te agradezco tu consejo, papá. Pero en este momento, es lo que menos necesito.
—Anímate. Así no pases la noche con otra, vamos por un trago. Eso te ayudará a olvidar.
Julio se quedó pensando. Estaba de vacaciones, hace muchos años que no dedicaba un tiempo para él, menos se emborrachaba.
—Está bien. Vamos.
Sandra también pensó que le haría bien distraerse. Pero no le agradaba que fuera con su suegro. Ese hombre solía tener maneras muy horrendas de divertirse.
Julio y su padre llegaron al bar de Lorenzo, este se unió a ellos. Katy les preparó una mesa, sirvió las cervezas coqueteándole a Julio.
—Esa muchachita te tiene hambre —comentó Lorenzo.
—Yo de ti me la cogía —aconsejó su padre.
—Es la sobrina de mi esposa. ¡Cómo se les ocurre decir algo así!
—Mucho mejor, así le pagas la infidelidad a la bruja esa dónde más le duele.
—¿De qué infidelidad hablas?
—Como que, de que infidelidad hablo. De los cuernos que te montó la condenada esa.
—Julia no me ha traicionado.
—No trates de defenderla, menos de ocultar los cachos que te puso. Katy me lo contó. Tú querida esposa le contó a su familia que se divorciaría porque está saliendo con otro. Con ese que tú la cachaste.
—¡Eso es una mentira!
—Allá tú si no crees. Pero Katy dice, que le escuchó hablar por celular, donde se decían lo mucho que se amaban y que pronto estarían juntos, incluso se lo presentará su familia…
Julio se levantó.
—¿Dónde vas?
—Al baño —rugió. Se encerró por un momento ahí, pensando en todo lo que escuchaba y lo que Julia le había dicho. Ella no le mentiría, le aseguró que era su amigo, que no había nada, y él tenía que creerle, más si quienes lo decían eran personas que siempre hablaban mal de ella.
Soltando un suspiro se lavó el rostro, al rato salió. Se sentó y pidió.
—Quiero que dejen de hablar de Julia. Ni para bien, ni para mal de lo contrario me marcharé.
—Ok. No nombraremos más a esa desagradable mujer.
La tarde trascurrió. Entre bebida y bebida. Llegado su momento Julio posó sus manos en la cabeza, dejó caer está en la cabecera del sillón, apretó los ojos sintiendo que todo le daba vuelta.
Desde la mesa, Katy lo contemplaba. Con una sonrisa y seguridad musitó.
—Esta noche, al fin serás mío, Julio Montiel.
Al sentir su cuerpo extremadamente caliente, Julio se levantó.
—Me iré.
—Como te vas a ir así —reprochó Lorenzo.
—No, claro que no. No dejaremos que te vayas así. Puedes tener un accidente.
—Llamaré un taxi…
—No. Mejor ve a la habitación que tengo y descansa ahí. Cuando te sientas mejor, te vas.
Lo fueron llevando hasta la habitación. Lo lanzaron a la cama, estaban por quitarle los zapatos cuando Katy ingresó.
—Déjamelo a mí.
—No seas una aprovechada Katy. Está borracho. No podrá responderte.
—Solo lárgate y déjanos solos.
Lorenzo levantó las manos, y salió. Una vez que se quedó con Julio, Katy colocó seguro y se recostó a su lado.
—Joder, que bien hueles —mordió el labio mientras lo tocaba— Julio. Siempre te he deseado —susurró desabrochando su camisa, introdujo las manos y acarició el pecho de Julio. Este se quejó, más cuando los labios de Katy lamieron su tetilla.
—Ju —Musitó—. Lo siento, siento tanto no haberlo cuidado.
—Ya eso no importa —susurró Katy al oído, seguido le mordió la oreja—. Solo, hazme tuya.