Descarga de ira.

3093 Words
Julia subió al coche con los ojos empañados por las lágrimas que amenazaban con desbordarse en cualquier momento. Una vez dentro, apoyó la frente en el volante y dejó escapar un sollozo desgarrador que sacudió todo su cuerpo. El dolor que sentía era indescriptible, lleno de rabia, tristeza y desilusión que le oprimía el pecho. La traición de Julio y su sobrina Katy era como un puñal clavado en lo más profundo de su corazón. Mientras permanecía inmóvil en el asiento del conductor, con la frente pegada al volante, su mente no dejaba de dar vueltas a la misma pregunta una y otra vez: ¿Desde cuándo? ¿Desde cuándo esos dos se habían estado burlando de ella a sus espaldas? La idea de que su esposo y su propia sobrina hubieran estado juntos le revolvía el estómago. Las imágenes que su imaginación conjuraba eran tan vívidas y repulsivas que Julia sentía náuseas con solo pensarlo. Intentando apartar esos pensamientos tortuosos de su mente, Julia inhaló profundamente. Con manos temblorosas, limpió las lágrimas que habían empapado sus mejillas y encendió el coche. Sin un rumbo fijo en mente, comenzó a conducir, dejando que el movimiento y el paisaje cambiante la distrajeran momentáneamente de su dolor. Mientras manejaba por las calles de la ciudad, Julia no podía evitar reflexionar sobre su matrimonio y cómo habían llegado a este punto. Quizás, se dijo a sí misma, si hubiera sido otra mujer la que se hubiera interpuesto entre ella y Julio, el golpe no habría sido tan devastador. En el fondo, Julia sabía que parte de la culpa recaía sobre sus hombros. Desde la trágica muerte de Car, su hijo mayor, Julia se había distanciado emocionalmente de su esposo. Fueron pocas, muy pocas, las ocasiones en las que permitió que Julio la tocara o se acercara a ella de manera íntima. Sin embargo, por más que intentaba racionalizar la situación, Julia no podía encontrar justificación alguna para las acciones de Julio. Nada, absolutamente nada, podía excusar el hecho de que se hubiera involucrado con su sobrina. La idea de que su propia sangre se hubiera prestado para satisfacer los deseos sexuales de su esposo la llenaba de una repugnancia que no podía describir con palabras. ¿Cómo se suponía que iba a olvidar algo así? ¿Cómo podría volver a mirar a Julio o a Katy a los ojos sin sentir asco y traición? Estos pensamientos abrumadores volvieron a nublar su visión, y antes de darse cuenta, sus ojos estaban nuevamente empañados por las lágrimas. En un acto reflejo, Julia pisó el freno con fuerza, provocando que el coche se detuviera bruscamente en medio de la calle. El auto que venía detrás también tuvo que frenar de golpe para evitar una colisión. El conductor del vehículo trasero, visiblemente alterado por el susto, se bajó de su auto y se dirigió a grandes zancadas hacia la ventanilla de Julia. Su rostro estaba rojo de ira cuando comenzó a gritar. — ¿Estás loca? ¡Por poco y choco con tu maldito auto! Julia, aún conmocionada por sus propios problemas y la brusca frenada, solo pudo musitar una débil disculpa: —Lo siento —su voz apenas audible entre el ruido del tráfico y los gritos del hombre. El conductor, lejos de calmarse, continuó con su diatriba machista. —Mujer tenías que ser. No sé cómo pueden darles licencia, si son unas inútiles para el volante. Para lo único que sirven es para atender la casa y parir hijos. Julia siguió disculpándose, sin fuerzas para defenderse de los insultos injustificados del hombre. Su mente estaba demasiado ocupada lidiando con su propio dolor como para prestar atención a la ignorancia y el sexismo del conductor enfurecido. —Hazte a un lado, inútil —bufó el hombre, dando una patada al coche de Julia antes de regresar a su propio vehículo. Sintiéndose aún más abatida por el desagradable encuentro, Julia decidió que necesitaba un momento para recomponerse. Divisó un KFC cerca y decidió estacionar frente al establecimiento. Una vez que apagó el motor, salió del auto y se dirigió al parque que se encontraba justo enfrente del restaurante de comida rápida. El parque estaba casi desierto a esa hora del día. Julia caminó bajo los árboles, cuyas ramas se mecían violentamente debido al fuerte viento que soplaba. Las lágrimas que no dejaban de brotar de sus ojos se secaban rápidamente con las ráfagas de aire, pero eran reemplazadas por otras nuevas casi al instante. Era imposible contenerlas; su dolor era demasiado profundo y reciente como para poder controlarlo. Agotada física y emocionalmente, Julia se sentó en una banca bajo un gran roble. Desde allí, con la mirada perdida en el horizonte, comenzó a rememorar el pasado. En su mente, veía al Julio de años atrás, aquel hombre del que se había enamorado perdidamente y que parecía incapaz de traicionarla. Recordó vívidamente aquel episodio de su vida en el que una joven rica, compañera de trabajo de Julio, había intentado seducirlo. Aquella mujer, que se hacía pasar por amiga de su esposo, le había conseguido un puesto importante en la empresa de su padre, solo para luego intentar meterse entre ellos. Hizo de todo para que Julio cayera en sus redes y rompiera el compromiso que tenía con Julia. Pero el Julio de aquel entonces, el hombre del que se había enamorado, prefirió renunciar a aquel trabajo antes que poner en riesgo su relación con Julia. Renunció a sus sueños de dirigir una gran empresa para que no hubiera malentendidos, para demostrarle a Julia que ella era lo más importante en su vida. En aquellos tiempos, Julio siempre le confiaba todo. No había secreto, por insignificante o grave que fuera, que no compartiera con ella. Julia siempre fue su confidente, su compañera, su mejor amiga además de su pareja. Sentada en aquella banca del parque, con el viento revolviéndole el cabello y secando sus lágrimas, Julia se preguntó: ¿Cuándo dejaron de contarse las cosas? ¿En qué momento se convirtieron en dos completos desconocidos que perdieron esa complicidad que los caracterizaba? La respuesta a estas preguntas era dolorosa pero clara: su matrimonio se había roto por completo. Ya no había nada que salvar, nada que reconstruir. La confianza, base fundamental de cualquier relación, se había hecho añicos con la traición de Julio. Después de lo que parecieron horas, pero que en realidad fueron solo unos minutos, Julia logró recomponerse lo suficiente como para enfrentar lo que vendría a continuación. Llenándose de valor y resignación, se levantó de la banca y regresó a su auto. Era hora de enfrentar la realidad y tomar decisiones difíciles pero necesarias. Con determinación, Julia condujo hacia la casa de su suegra. Sabía que allí encontraría a Val, su hija, y era momento de llevarla consigo. Al llegar, estacionó el auto y se dirigió a la puerta principal. Cuando esta se abrió, Julia saludó a su suegra, que se encontraba a un lado. —Val —llamó a su hija, que apareció en el vestíbulo al escuchar la voz de su madre—. Vamos a casa. La pequeña, sin embargo, no parecía compartir el entusiasmo de su madre por irse. Con un gesto de disgusto, respondió: —No quiero —dijo, aferrándose a su abuela como si esta pudiera protegerla. Julia, sorprendida por la resistencia de su hija, insistió: —Tú tienes que estar conmigo —balbuceó, extendiendo su mano para tomar la de Val y llevarla consigo. Pero Val no estaba dispuesta a ceder tan fácilmente. Con una determinación impropia de su edad, replicó. —No quiero estar contigo, quiero quedarme con papá. No quiero ir a la casa de la Abu, no me gusta estar ahí —y dicho esto, se soltó del agarre de su madre y corrió escaleras arriba, con la intención de encerrarse en su habitación, pensando ingenuamente que así nadie podría sacarla de allí. Julia intentó seguir a su hija, pero su suegra la detuvo, poniendo una mano en su brazo. —Así no se hacen las cosas, Julia —dijo la mujer mayor, con un tono que mezclaba reproche y preocupación—. ¿Por qué no arreglas las cosas con mi hijo? La sugerencia de su suegra encendió nuevamente la ira en Julia. ¿Cómo podía siquiera sugerir que arreglara las cosas después de lo que había pasado? —Su hijo es un traidor —espetó Julia, con la voz cargada de dolor y rabia—. Me engañó con Katy. La expresión de la suegra cambió de preocupación a incredulidad. Negó con la cabeza, como si el simple gesto pudiera borrar la verdad de las palabras de Julia. —Debe ser un error, un malentendido —insistió la mujer mayor—. Julio jamás haría algo así, él te ama. Julia no pudo contener una risa amarga ante esas palabras. —Pues qué bonita forma de amar —respondió con sarcasmo—. ¿Acaso le contó por qué abandoné la casa? No, qué va a contar. Pero yo se lo diré —y sin darle oportunidad a su suegra de interrumpirla, Julia continuó—: Me levantó falsos de que yo tenía un amante y usó más fuerza de la que debía. Son detalles que podía dejar pasar, ya que en todos esos años él jamás fue así, y estaba convencida de que reaccionó de esa forma porque se había formado una errónea confusión en su cabeza con lo de Patricio. Pero lo de Katy, mi sobrina, eso sí que no se lo dejaré pasar, menos le perdonaré. La suegra de Julia se quedó sin palabras, incapaz de procesar toda la información que acababa de recibir. Julia, aprovechando el silencio, miró hacia las escaleras por donde había desaparecido su hija y dijo con firmeza. —Vendré con la orden de un juez para sacar a mi hija de aquí. Y sin más, se dio la vuelta y se marchó, dejando tras de sí un torbellino de emociones y confusión. En cuestión de minutos, Julia llegó a casa de sus padres, que no vivían muy lejos. Al entrar, escuchó las risas de Bethany y Katy provenientes de la sala. La risa de su hermana, despreocupada y alegre, encendió nuevamente la ira de Julia. ¿Cómo podían estar tan tranquilas después de lo que había pasado? Bethany, al ver entrar a Julia, no pudo resistir la tentación de molestarla: —¿Ya hubo reconciliación? —se burló con una sonrisa maliciosa—. Haces escándalo con que te vas a divorciar para luego estar nuevamente reuniéndote con el perfecto Julio. Pero mejor que vuelvas con el aprovechado, así no tengo que soportarme a la mongola de tu hija. Las palabras de Bethany fueron como gasolina arrojada al fuego de la ira de Julia. Sus uñas se clavaron en sus palmas mientras apretaba los puños, conteniendo a duras penas el impulso de lanzarse sobre su hermana. Con pasos lentos pero decididos, se fue acercando a Bethany. Con cada paso que daba, la ira en su interior crecía exponencialmente. —¿Cómo le dijiste a mi hija? —preguntó Julia con una voz peligrosamente baja cuando estuvo frente a su hermana. Sin darle tiempo a Bethany de responder, Julia levantó la mano y la abofeteó con toda la fuerza que pudo reunir. El golpe fue tan fuerte que hizo que Bethany escupiera sangre. Pero Julia no se detuvo allí. En un arrebato de furia, agarró a su hermana por los cabellos y la tiró contra el mueble más cercano. Luego, con una fuerza que no sabía que poseía, comenzó a apretar el cuello de Bethany. —¡Por tu culpa mi hija no quiere estar conmigo! —gritaba Julia, fuera de sí, mientras sus manos se cerraban cada vez más alrededor del cuello de su hermana. Julia estaba completamente cegada por la ira. Si no hubiera sido por la oportuna llegada de su hermano Sebastián, es probable que hubiera estrangulado a Bethany. Sebastián, al ver la escena, corrió hacia ellas y logró apartar a Julia de Bethany. —¿Qué ocurre aquí? —preguntó Sebastián, sosteniendo a Julia para evitar que volviera a atacar a Bethany. Katy, que había presenciado toda la escena paralizada por el miedo, finalmente encontró su voz: —Ella está loca. Atacó a mi madre de la nada —exclamó, señalando a Julia con un dedo acusador. Estas palabras, lejos de calmar a Julia, solo sirvieron para avivar aún más su ira. Con una fuerza que sorprendió incluso a Sebastián, Julia se zafó de su agarre y se abalanzó sobre Katy. Sus manos se enredaron en el cabello de su sobrina, tirando con tanta fuerza que ni siquiera Sebastián podía separarlas. —¡Eres una zorra! ¡Una cualquiera! —gritaba Julia, mientras Katy suplicaba a su tío que la ayudara. Sebastián hacía lo posible por separarlas, pero la ira de Julia parecía darle una fuerza sobrehumana. —¡Se calman! —La voz potente del padre de Julia resonó en la habitación, sobresaltando a todos los presentes. Ante la orden de su padre, Julia soltó a Katy y se apartó de las manos de Sebastián que aún intentaban contenerla. —¿Acaso te volviste loca? —Le recriminó su padre, mirándola con una mezcla de sorpresa y decepción—. ¿Por qué golpeas a tu hermana y sobrina de esa forma? —¡Estoy harta! —gritó Julia, sin poder contener más toda la frustración y el dolor que sentía. —Pero Ju, ¿qué fue lo que pasó? —preguntó su madre, asustada por el comportamiento de su hija. —¡Lo mismo de siempre! —respondió Julia, alzando aún más la voz. Estaba molesta con todos sus familiares, sentía que nadie la entendía, que nadie estaba de su lado. —¡No le alces la voz a tu madre! —intervino su padre, también alzando la voz, claramente molesto por la actitud de Julia—. Que hayas discutido con Julio, no es para que te dirijas a nosotros de la misma forma. —Ju, yo sé que estás pasando por un mal momento en tu matrimonio y eso te tiene así —intentó mediar Sebastián—. Pero no puedes venir y desquitarte con los demás. —¿¡Tú qué sabes!? —estalló Julia, dirigiéndose a su hermano—. ¡No sabes nada Sebastián! ¡Nada! Sintiéndose incomprendida y juzgada por su propia familia, Julia agarró su cartera y anunció. —Me largo, en esta casa jamás podré tener paz. Y sin más explicaciones, salió de la casa de sus padres, dejando atrás un ambiente tenso y lleno de confusión. Julia condujo hasta su propia casa, necesitaba un lugar donde pudiera pensar y planear sus próximos pasos. Al llegar, se encontró con Julio sentado en las gradas de la entrada. El corazón de Julio se llenó de esperanza al verla, pero esta se desvaneció rápidamente cuando Julia habló. —Debes irte de esta casa —dijo con voz firme, mientras dejaba las llaves en el ensere y se acercaba a él—. Me quedaré aquí con Val en lo que se resuelve lo del divorcio. Julio, visiblemente afectado por las palabras de Julia, intentó defenderse: —Creo que no pasó nada, Ju... —¿Y esas fotografías qué son? ¿Un montaje? —le interrumpió Julia, su voz cargada de sarcasmo y dolor. —Estaba borracho —intentó explicar Julio, aunque ni siquiera él parecía convencido de sus propias palabras—. Pero en mis recuerdos no aparece que haya estado con ella. —¿Cómo explicas entonces que hayas amanecido en su cama completamente desnudo? —presionó Julia, necesitando respuestas, necesitando entender cómo su matrimonio se había desmoronado de esa manera. —Amanecí en la habitación de Lorenzo —respondió Julio—. Recuerdo que me llevó ahí, luego te pedí perdón por mi descuido con Car, y de ahí no recuerdo más. —Entonces no puedes asegurar que no pasó nada. Porque ni siquiera lo recuerdas —concluyó Julia, cruzándose de brazos. Luego, cambiando de tema, añadió—: Ve por Val a casa de tu madre. Luego recoges tus cosas y te vas. Val no puede continuar lejos de mí. —Le prometí a Val que realizaríamos un viaje —intentó negociar Julio. —¿En qué? ¿En ese miserable yate donde Car perdió la vida? —la voz de Julia se quebró al mencionar a su hijo fallecido—. Ni pienses que permitiré que subas a mi hija ahí. Si no traes a Val hoy mismo, llamaré a mi abogada para que solicite una orden, Val debe estar conmigo. Y si no quieres que terminemos en malos términos, haz lo que te digo. Sin esperar respuesta, Julia subió a la habitación, donde esperaría la llegada de Val. Julio, con lágrimas en los ojos, limpió su rostro y se dirigió a casa de su madre para buscar a su hija. Al llegar a casa de su madre, Julio fue recibido con una expresión de preocupación. Su madre lo llevó hasta el salón, donde no se encontraba Val, y lo enfrentó con una pregunta directa: —¿Es cierto que traicionaste a Julia con su sobrina? Julio, sorprendido por la pregunta, solo pudo responder con otra pregunta: —¿Quién te dijo? —Julia estuvo aquí —explicó su madre—. Venía por Val, pero ella no quiso ir. Ahí me contó lo que hiciste. ¿Es cierto eso, hijo? Tú, ¿traicionaste a tu esposa? Julio, sintiéndose acorralado, respondió con honestidad: —No lo sé, mamá. La verdad es que tengo pocos recuerdos de esa noche, y en ninguno aparece que haya estado con una mujer, menos con Katy. En ese momento, Lorenzo, el hermano de Julio, entró en la habitación. Con una sonrisa que no auguraba nada bueno, se unió a la conversación: —Vaya. Parece que no soy el único infiel —dijo, acomodándose junto a ellos—. Así que con Katy —su sonrisa se ensanchó—. ¿Qué me darías a cambio de yo testificar sobre lo que pasó aquella noche? La pregunta de Lorenzo quedó flotando en el aire, cargando la atmósfera de tensión. Julio miró a su hermano con esperanza en sus ojos. ¿Realmente Lorenzo sabía lo que había pasado esa noche? ¿Y si lo sabía, por qué no había dicho nada antes? ¿Qué precio tendría que pagar Julio por esa información que podría salvar o destruir definitivamente su matrimonio?
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