El día del paseo llegó. Mara y Rubí se prepararon para hacer compras en el mercado de la ciudad. Los padres de Rubí estaban en el hospital del palacio, debido a que se encontraban mal de la salud por culpa de las condiciones precarias en que los piratas los mantuvieron en aquella isla.
Esta vez, el rey Zuberi y la reina Brida seleccionaron a los mejores soldados de lord Aries y les indicaron que protegieran a las chicas con sus vidas.
- Recuerden, si ven alguien sospechoso o notan que están en peligro, no duden en escoltarlas directo al palacio – dijo Zuberi.
- Sí, majestad. Así se hará.
Una vez que ajustaron los detalles, las chicas subieron a un vehículo conducido por un chofer y salieron del palacio.
Mara miró por la ventanilla del coche y notó cómo el largo camino de piedras que conectaba al palacio con la ciudad estaba vacía. Recordó que la primera vez que llegó al lugar, se encontraba repleto de personas que iban a visitar a la reina. Incluso habían varios que levantaban tiendas de campamento, debido a que venían de muy lejos y preferían esperar ahí por días que alojarse en un hotel para no perder su turno.
- Esto es extraño – dijo Mara – aquí suele haber una larga fila.
- La gente prefiere resguardarse en sus casas por la situación de guerra, princesa – le dijo Rubí – no se sabe cuándo los piratas podrían llegar hasta aquí con sus naves voladoras a bombardearnos.
- Escuché que el rey preparó cañones de disparo a larga distancia para proteger la ciudad – recordó Mara – pero no estoy viendo ninguno por los alrededores.
- Sí, tampoco los he visto cuando llegué aquí. Pero bueno, quizás los tenga ocultos en algún lado.
Cuando llegaron a la ciudad, pudieron ver a unas cuantas personas recorriendo las calles, en silencio. También vislumbraron un tranvía que recorría los puntos más importantes de la ciudad y que, en esos momentos, no contaba con demasiados pasajeros a bordo. Casi no había niños jugando, por lo que supusieron que en verdad se tomaron muy en serio el anuncio de la reina y preferían salir solo lo necesario.
El coche se dirigió hacia el mercado principal. El mismo estaba dentro de un gran tinglado, donde los mercaderes levantaban sus estantes para ofrecer sus mercancías. Esta vez, Mara y Rubí decidieron bajarse del vehículo y caminar para recorrer las distintas tiendas, mientras los escoltas las seguirían atrás.
A diferencia de las demás zonas de la ciudad, el mercado si que estaba bastante concurrido. Y ahí fue que todos comenzaron a mirar a Mara y murmurar entre sí, como si no pudieran creer que la verían lejos de los muros del palacio. La muchacha llevaba puesto un velo, pero debido a sus escoltas la reconocieron de inmediato como “la hija perdida de la reina”.
- ¿Qué le gustaría comprar, princesa? – le preguntó Rubí a Mara, ignorando a los curiosos.
- Escuché que en el mercado venden un delicioso postre típico de este reino – respondió Mara – es como una crema, pero más dura y espesa. Y tiene sabor a una fruta. Creo que era…
- ¿Te refieres al helado?
- ¡Sí! ¡Eso! En el reino del Norte nunca había escuchado nada semejante a eso.
Rubí la miró, sorprendida. Y es que el helado era considerado un “postre de los plebeyos”, debido a que era muy simple en comparación a otros postres más elaborados que degustaban los de la nobleza en sus tardes de té. Por eso le impactó saber que, para Mara, el helado era una cosa exótica y que si o si debía probarlo, aunque sea una vez en la vida.
- ¿Y qué postres consumen en el reino del Norte? – se atrevió a preguntarle, mientras buscaba con su cabeza alguna heladería disponible.
- Ahí a la gente le encanta la miel – respondió Mara – tienen grandes campos de panales de abeja donde las “ordeñan” para extraer el producto. Como es una zona de rocas y nieve, casi todo lo dulce es a base de azúcar acaramelada y biscochos.
- Ah, ya veo. en ese caso, comencemos a comprar helado.
Por suerte, encontraron una heladería. El heladero tenía un contenedor de varios sabores, entre los que se encontraban frutilla, vainilla, menta, chocolate, banana, uva, frambuesa y piña. Mara contempló el menú y, señalando los nombres, dijo:
- Quiero helado de estos sabores.
- Como no, señorita – le dijo el heladero, abriendo su contenedor y procediendo a preparar el pedido - ¿Lo quiere con cucurucho o en un vasito?
- ¿Qué es un cucurucho? – preguntó Mara.
- ¡Ah! ¡Es una especie de cono de galletita! – intervino Rubí – te sugiero que pruebe con el cucurucho. ¡Podrá comer el envase y no dejarás desechos!
- ¿Un envase que se puede comer? ¡Eso sí suena interesante!
Una vez que el helado estaba listo, el heladero se lo entregó a Mara y esta procedió a darle una pequeña mordida. Al principio se sorprendió por lo frío que era, pero al sentir el sabor dulce de la fruta, mezclada con la crema de leche y azúcar, de inmediato exclamó admirada:
- ¡Es la cosa más deliciosa que he probado en mi vida!
El heladero pareció asombrado, debido a que no estaba acostumbrado a tener una clientela tan animada por un simple helado. Rubí se acercó a él, le entregó el dinero y le dijo:
- Su majestad la reina Brida estará encantada de verlo, señor. Así es que prepara cincuenta paquetes de helados para enviárselas al palacio, a nombre de su hija.
- ¡Oh! ¡Me conmueve esas palabras, señorita! – dijo el heladero - ¡Al fin mi negocio prosperará! ¡Larga vida a la reina! ¡Que la Diosa la colme de bendiciones!
Cuando terminaron con el helado, decidieron seguir recorriendo las tiendas. Pero fue ahí que surgió algo muy extraño.
Había dos sujetos mirándolas fijamente. Si bien la gente del mercado giraba sus cabezas hacia ellas, esos dos parecían más bien querer algo más. Uno de ellos tenía una mano por debajo de la manga de su camisa, como si ocultara un arma. Y antes siquiera de voltear para otro lado, uno de los escoltas se colocó delante de las damas y recibió el puñal lanzado sobre su pecho.
- ¡Regresen al coche! ¡Rápido! – indicó el guardia.
Las chicas obedecieron. Mientras los soldados perseguían a los sujetos, ellas se metieron al vehículo y el chofer las llevó de inmediato al palacio.
- ¡Oh! ¡Qué terrible! ¿Acaso también hay asaltantes en la ciudad? – se preguntó Mara.
- ¡Puede ser! – dijo Rubí - ¡O quizás sean opositores del pueblo! Aunque eso lo sabremos cuando los soldados traigan a los bandidos ante la reina.
Una vez que llegaron, corrieron inmediatamente hasta la oficina del rey Zuberi para informarle de lo sucedido. Éste, al verlas tan alteradas, las hizo sentarse sobre unos sillones mullidos y mandó a un sirviente a que les trajera té tranquilizante.
Luego de calmarse, Mara explicó:
- Fuimos al mercado a comprar helados por paquetes, pero un par de sujetos nos atacaron de repente.
- Han lanzado un puñal en dirección a la princesa – continuó Rubí – uno de los escoltas la protegió, pero lo apuñalaron.
- No se preocupen, esos guardias están protegidos por escudos – dijo Zuberi – equipo a mis hombres con lo necesario para que ningún arma blanca o de fuego les hagan daño.
Ambas mujeres respiraron de alivio al saber que su escolta no sufrió daños. De verdad no querían regresar a sus camas sabiendo que un pobre hombre terminó perdiendo la vida por ellas.
Zuberi se mantuvo en silencio por un rato, como si estuviese reflexionando sobre lo sucedido. Luego, recibió una llamada de su esposa en su dispositivo comunicador. Así es que decidió atender y vio su rostro proyectado en él.
- ¡Zuberi! ¡Los guardias de mi hija me trajeron los bandidos que quisieron atacarlas! ¿Cómo está ella y su dama de honor?
- Ellas están bien – respondió Zuberi – las atendí en mi oficina.
- Me alegra escucharlo – dijo Brida – por ahora estaré ocupada, preparando sentencia, así es que quiero que te encargues y hagas lo que creas correcto.
- Está bien, esposa mía. Protegeré a las chicas en tu ausencia.
Una vez que terminaron de conversar, el rey Zuberi miró a Mara y le dijo:
- Lamento decirte que, por tu seguridad, te mantendremos recluida en el palacio. Monitorearé tus movimientos y me aseguraré de que ningún noble, sirviente o guardia intente nada malo contigo.
- Ya veo – dijo Mara, sintiéndose apenada al saber que no saldría por mucho tiempo – en ese caso…
- Armaré un circuito dentro del palacio, para que puedas moverte libremente sin que estés en peligro – dijo Zuberi – descuida, seguirás usando el patio para tus lecturas o tardes de té, pero los accesos abiertos al público te serán vedados por el momento.
- Está bien, majestad. Me moveré en los lugares indicados.
- Ahora bien, ve a tus aposentos con tu dama de honor. En un par de horas se les enviará la cena.
Cuando las chicas se marcharon, Zuberi se sentó en la silla de su escritorio, sintiéndose pesado. Se preguntó si no sería demasiado mantener a la hija de Brida encerrada, pero no se le ocurrió otra cosa para poder protegerla tanto de los peligros externos como internos. Aun así, se alegró de que Mara fuera flexible. Aunque había heredado el aire distraído de su madre, al menos no tenía ese espíritu aventurero y rebelde que tanto había caracterizado a la reina en su juventud y que le trajo problemas a lo largo de su vida.