Debido a que desobedeció órdenes directas de los monarcas, Mara fue encerrada en su habitación como castigo. La comida le era proveída por una apertura colocada por debajo de la puerta y, cada tanto, la visitaba una médica para asegurarse de que estuviera bien de salud.
A Brida le sentaba mal tener que castigar a su hija, por lo que cada tanto la visitaba para conversar y hacerle entender que solo deseaba lo mejor para ella. Por su parte, Zuberi se sentía extraño. Si bien en un inicio pensaba que no soportaría la presencia de la muchacha en el palacio, al no encontrarla en el patio como de costumbre, le embargó de un extraño sentimiento que pensó jamás percibiría nunca en su vida.
Un día, se acercó a la reina y le preguntó:
- ¿Cómo está Mara?
- Ella está bien – le respondió Brida – Solo se encuentra conmocionada. Es extraño que te preocupes así por ella, siendo que es…
La reina enmudeció, debido a que estuvo a punto de decir “hija de Zaid”. No quería incomodar a Zuberi recordándole ese asunto. Pero el rey, ignorando eso, le dijo:
- Estoy localizando a los parientes del muchacho, quienes son sus padres y por qué hizo lo que hizo. Puede que suene paranoico, pero no hay que descartar que sean aliados de esa perversa mujer.
- Dada la situación, cualquier sospecha es válida. No descartes nada, querido.
Zuberi regresó a su oficina, donde le esperaba lord Aries con la duquesa Mila. Ella, al saber lo surgido en el palacio, quiso visitar a su hermano para saber si podía ayudarle en algo. Pero, también, quería conversar con él de algo personal y que tenía relación con los piratas.
- Zuberi, mi esposo contrató excelentes espías de su reino para infiltrarse entre los piratas – le explicó Mila – así, podrán localizar a los padres de la señorita Rubí y a la familia de nobles que fueron secuestrados hace tiempo.
- Me alegra escuchar eso – dijo Zuberi – solo espero que la operación rescate sea un éxito.
- Por cierto, hermano, ¿Cómo está Mara? ¿Qué hay de ese imbécil que quiso abusar de ella?
- Mara está recuperándose. Aún es una niña y recibió su primer beso a la fuerza. Se supone que para una mujer ese momento debe ser especial, así es que no me quiero imaginar lo que sentiría al ser tocada sin su consentimiento.
Mila hizo una extraña mueca, debido a que le resultaba indignante lo sucedido con Mara. Luego, dio un abrazo a Zuberi y le dijo:
- Ojala hayan más hombres como tú en el futuro, que amen y respeten a las mujeres hasta el punto de poder controlarse por ellas.
Zuberi no dijo nada. Solo atinó a asumir con la cabeza y pensar en lo mucho que estaría sufriendo Brida por lo sucedido con su hija.
Más tarde, Zuberi fue con Brida a las celdas, donde tenían encadenado al joven. Éste acababa de recibir los cien azotes por atreverse a besar a la hija de una reina, así es que no llevaba puesta su camisa debido al ardor de las heridas. La monarca mostró una expresión fría, poco típica de ella. Sus familiares siempre decían de ella que bastante benevolente debido a que no solía infringir castigos muy severos en comparación a otras reinas del continente. Pero las pocas veces que lo hacía era por el simple hecho de que se metieron con algún familiar o amigo suyo.
Se acercó al prisionero y, sin apartarle la mirada, le preguntó con voz grave:
- ¿Quién eres y por qué atacaste a mi hija?
El joven tembló, pero no agachó la cabeza ante ella. Debido al silencio, un soldado le golpeó en la cabeza y le ordenó:
- ¡Responde, imbécil! ¡Estás ante la reina!
Unos segundos después, el prisionero abrió la boca, respiró hondo y habló:
- Soy el hijo de los duques del Mar. Y estuvimos contactando con la duquesa Sonia todo este tiempo para debilitar al reino desde adentro.
Zuberi se acercó, lo apuntó con su espada y preguntó:
- ¿Por qué la duquesa Sonia está tan obsesionada con destruirnos? ¿Qué la llevó a aliarse con gente del “Viejo Mundo” para declararnos la guerra? ¿Eh?
Esta vez, el prisionero mostró una sonrisa maliciosa que hizo estremecer a los presentes. Luego, apoyó su cabeza por el suelo y susurró:
- Ella quiere vengarse de lo que le hicieron en el pasado. Es todo lo que sé.
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Tres días después, el castigo de Mara fue levantado. La muchacha se dirigió al jardín, donde le esperaba su madre y su dama de honor. Las tres se dieron un fuerte abrazo y procedieron a tomar el té, a modo de reconciliación.
- El joven que te hirió fue enviado por esa malvada duquesa que quiere desbancar el reino, hija – le explicó Brida.
- Sí. Escuché de ella – dijo Mara - ¿Pero por qué la duquesa Sonia está interesada en eso?
- Hace unos años, cuando yo era tan solo una princesa, la duquesa Sonia formaba parte de la corte – le explicó Brida a Mara – era la mano derecha de mi madre y, prácticamente, todo lo que sucedía en el palacio llegaba de primera fuente a oídos de ella. Y fue así que sucedió la tragedia…
Brida enmudeció de repente. Mara notó que sus ojos se humedecieron, como si estuviese a punto de llorar. Pero se contuvo y continuó:
- Mi madre falleció en extrañas circunstancias. Los médicos encontraron veneno en su comida y, por precaución, me sometieron a un ayuno prolongado por varios días, ya que no sabían si todos los suministros del palacio fueron afectados. Entonces, un par de sirvientes se manifestaron y dijeron que la duquesa Sonia envenenó la comida. Cuando la capturaron, ella lo confesó todo, sin temor. Así es que la corte decidió al fin que se me coronara como reina y mi sentencia fue…
Brida respiró hondo un par de veces, como si el recuerdo le doliera por completo. Un par de lágrimas salieron de sus ojos y, con una voz aguda, continuó:
- La corte quería que la sentenciara a muerte. Pero como se trata de mi tía, entonces decidí que la desterraran en alta mar. ¡No tuve el valor de aniquilarla! Pensé que si se lo dejaba a manos de la Diosa, todo se resolvería…
- ¡Espera! ¿La duquesa es tu tía?
- ¡Sí!
Brida comenzó a llorar. Mara la abrazó, culpándose a sí misma por su falta de tacto. Era la primera vez que su madre le hablaba de cómo falleció la anterior reina y se preguntó el porqué ese dato no figuraba en los libros de historia. Supuso que, para Brida, habría sido una mancha al honor de su familia, por lo que ordenó borrarlo de los registros y ser así la única conocedora de ese incidente.
El rey Zuberi, quien estaba saliendo de su oficina para tomarse un descanso, se dirigió al jardín y, al ver a Brida llorando, se acercó a ella y le preguntó:
- ¡Esposa querida! ¿Qué te sucede?
- ¡Zuberi! ¡Otro error mío ahora perjudica a mi hija! – respondió Brida, corriendo en los brazos de su esposo.
Mara volvió a sentirse aún más incómoda ante la presencia del rey y evitó mirarlo a los ojos. Pero Zuberi no la culpó, sino que se culpó a sí mismo por no solucionar el problema de los piratas y terminar recurriendo a fuerzas extranjeras para poner a raya las acciones de la duquesa Sonia contra el reino.
Con eso en mente, tomó a Brida de sus mejillas y, mirándola a los ojos, le dijo:
- Te juro, esposa mía, que haré todo lo posible para que tú y tu hija estén bien. Me encargaré de la duquesa Sonia personalmente y haré que se arrepienta el haberte hecho sufrir todo este tiempo. Lo prometo.
Brida asumió con la cabeza y se calmó. Luego, se acercó a Mara y, dándole otro abrazo, le dijo:
- Perdóname, hija mía, por haber sido dura contigo. Por eso, dejaré que visites la ciudad este fin de semana.
- ¿En serio? – preguntó Mara, sorprendida.
Y es que, desde que llegó al palacio, la única vez que estuvo fuera de sus muros fue cuando asistió a la boda de la duquesa Mila. Pero nunca más volvió a poner un pie afuera, aunque no necesariamente porque se lo prohibiese sino por su falta de interés en dar un paseo. Sin embargo, y con todo lo ocurrido en las últimas semanas, pensó que le sentaría bien cambiar de aires y saber más sobre cómo era la gente de ese reino.
- Está bien, madre – dijo Mara – iré con la señorita Rubí para hacer las compras en el mercado.
- ¡Sí! ¡Me encantaría ir de compras! – intervino una entusiasmada Rubí – Yo la puedo guiar por los lugares más interesantes, princesa. ¡Déjamelo todo a mí!
- Entonces convocaré a un par de guardias para que sean sus escoltas – decidió Brida – así estarán bien protegidas.
El rey Zuberi contempló la escena y, al ver el entusiasmo de Mara por ir a la ciudad, se sintió feliz por ella. Por un instante, deseó que la muchacha en verdad fuera su hija. Pero aunque perteneciera a ese otro hombre que interfirió en su camino al amor, ahora sabía que si podía encariñarse con ella hasta el punto de protegerla con su vida. Y no necesariamente para ganarse el aprecio de su querida y distante esposa.