A pesar de que el reino se encontraba en estado de guerra, Brida y Zuberi pensaron que lo mejor para calmar las tensiones era organizar una fiesta. Así es que, en el palacio, invitaron tanto a los nobles de la corte como a sus familiares y amigos, todos con una rigurosa vigilancia para prevenir cualquier incidente que pudiese afectar a la familia real.
Además, también deseaban reconciliarse tras haber mantenido distancia por mucho tiempo. deseaban recuperar el cariño de antaño y, así, reflejar una imagen de unidad en un periodo de crisis por culpa de una amenaza externa.
Mara decidió usar un lindo vestido blanco de mangas discretas. Y en lugar de una tiara, llevó una corona de flores armada por Rubí. Ella también la ayudó a maquillarse y peinarse para estar bien presentable en la fiesta.
- ¡Te ves bien, majestad! – le dijo una emocionada Rubí a Mara.
- Gracias… supongo – dijo la muchacha, quien repentinamente se sintió incómoda al ser tratada como de la realeza - ¿Será que, esta vez, algún chico se me acercará?
- Yo creo que sí – dijo Rubí – Eres hermosa y elegante. ¡Seguro los muchachos formarán fila para cortejarla!
- No lo creo – Mara puso una expresión de tristeza – En la boda de la duquesa Mila con el príncipe Abiel nadie se me acercó. ¡Ni siquiera para saludarme! Fue algo… incómodo estar ahí.
Rubí se llevó una mano en la boca, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. Y es que, desde su percepción, Mara en verdad era muy atractiva. Supuso que, dentro de la realeza, el solo hecho de ser una ilegítima era motivo suficiente para que todos la ignoraran. Así es que solo atinó a menear con la cabeza y, mientras realizaba los últimos retoques, comentó:
- Los nobles deben de ser ciegos para no reconocer que es muy hermosa, majestad. Por eso, deja que yo me encargue de todo para que ni siquiera se atrevan a ignorarla.
- ¿De verdad harías eso por mí?
- ¡Claro! Tómalo como un agradecimiento por haberme dejado vivir en el palacio y servirla como su dama de honor.
- Confío en ti, Rubí.
Una vez que terminaron de arreglarse, las dos salieron de sus aposentos y recorrieron los pasillos del palacio. Mara notó que algunos sirvientes voltearon a mirarla, mientras comentaban con expresiones de asombro sobre su apariencia. En un momento, se acercaron un par de nobles quienes, de inmediato, hicieron una reverencia y mostraron una ligera sonrisa, antes de retirarse. Rubí sonrió por lo bajo y le dijo a la muchacha:
- ¿Te has fijado en eso? ¡Prácticamente babean por usted, princesa!
Mara también sonrió. La verdad, no sabía si era por la forma en que Rubí la maquilló y peinó, pero era la primera vez que se sentía hermosa y tuvo esperanzas de que algún chico se le acercara para conversar o bailar juntos en la fiesta.
Llegaron al salón justo antes de iniciar la música. El lugar estaba bellamente decorado con cortinas doradas y algún que otro arreglo floral proveniente del ducado de Flores. Al centro vieron a la reina Brida y al rey Zuberi, ambos sonrientes y saludando a los invitados. La monarca lucía un vestido rojo con mangas abultadas y una enorme corona de diamantes y rubíes que deslumbraban junto a sus rojizos cabellos. Su esposo, en cambio, llevaba un traje militar azul adornado con una franja dorada, botas negras, una espada de utilería y una corona plateada. Mara pensó que Zuberi se veía muy feliz y, en el fondo, admiró cómo, a pesar de sus heridas, todavía tenía las energías suficientes para participar en la fiesta.
Rubí y Mara se acercaron. Brida abrazó a su hija y le dijo:
- ¡Eres tan bella, mi cielo! Espero que la pases bien hoy.
- Lo intentaré – dijo Mara – la última vez fue un… desastre… ¡Ya sabes! Je je.
- No salgas ni recorras los alrededores del palacio – le indicó el rey Zuberi a la muchacha, mientras retornaba a su expresión neutra – aunque el palacio de la reina es más seguro que el castillo de una duquesa, igual no hay que bajar la guardia. Y más sabiendo que hay posibles conspiradores dentro de la corte. Por eso, señorita Mara, le sugiero que se mantenga aquí adentro, donde podamos verla.
- Mi esposo tiene razón, querida – le dijo Brida a su hija, mientras la tomaba de la mejilla – eres mi gran tesoro y, por eso, te pido que te mantengas en este salón hasta que la fiesta termine.
- Entendido, madre. Así lo haré – dijo Mara – me comportaré esta vez.
Cuando terminó de hablar con los monarcas, Mara fue a la mesa de bocadillos junto a Rubí. Ambas comenzaron a comer mientras que, poco a poco, la gente se acercaba a la pista de baile para danzar con sus parejas o amigos.
En eso, un apuesto joven se acercó a Mara, le extendió una mano y le preguntó:
- ¿Me concede esta pieza, señorita?
Mara abrió la boca de la sorpresa y se le cayó el pedazo de bocadito que estaba comiendo. De inmediato, se tapó con ambas manos, avergonzada de lo sucedido. Rubí soltó un par de risitas y, dando un par de palmadas en el hombro de la muchacha, le dijo:
- Me retiro, que aquí voy sobrando.
Cuando la dama de honor se marchó, Mara tomó la mano del joven, con timidez. Apenas hicieron contacto, éste la llevó a la pista de baile y comenzaron a danzar.
El joven era alto y delgado, lucía un traje n***o con corbata y llevaba unos guantes blancos. Mara intentó identificarlo de entre los nobles, pero no lograba reconocerlo. Estuvo a punto de preguntarle quiénes eran sus padres, cuando éste habló:
- Acabo de regresar del extranjero. No sé mucho de este lugar y pensé que, si me acercaba a la hija de la reina, podría ubicarme mejor dentro del palacio. Claro, si no es molestia usarla como mi guía.
Mara dudó por unos instantes. Y es que tanto Brida como Zuberi le ordenaron que permaneciera dentro del salón hasta finalizada la fiesta. Pero no podía resistirse ante el encanto del muchacho y, por su peculiar mirada, juzgó que era una buena persona. Miró de reojo a los monarcas quienes, en esos momentos, estaban conversando con un par de nobles. Así es que, ante eso, dijo:
- Solo iremos hasta el jardín y, después, regresaremos. ¿Te parece?
- ¡Claro que sí! Será suficiente para mí.
Los dos jóvenes se escabulleron de la fiesta y llegaron hasta el jardín. Cerca de un muérdago, vieron a una pareja de nobles que, al igual que ellos, también salieron del salón para tener su propia fiesta privada.
Mara llevó al joven hasta el árbol donde solía detenerse a leer. Ahí, miró hacia las hojas y, apoyando una mano sobre el tronco, le dijo:
- ¿Sabes? Cuando llegué aquí, siempre me la pasaba leyendo. No tenía amigos y nadie se me acercaba, excepto mi madre. Pero ella no puede estar pendiente de mí todo el tiempo porque es una reina, así es que me sentía muy sola.
- ¡Eso suena triste! – dijo el joven, cuya mirada se tornó algo extraña - ¿Sabes? Yo también me siento solo. No conozco a nadie, pero, al verte, pensé que los dos congeniamos muy bien. ¡Tenemos mucho en común!
- ¿Ah, sí?
Mara se apoyó sobre el tronco del árbol, de espaldas. El joven extendió sus dos brazos y las colocó hacia los costados de la muchacha, a modo de bloquearle cualquier salida. Sus respiraciones se sentían y, pronto, el ambiente se tornó tenso y pesado.
- Creí que viviría triste en esta vida – continuó el joven, esta vez, disminuyendo su tono de voz en susurro – Pero, ahora, estoy seguro de que encontré una buena compañía para pasarla bien esta noche.
- Creo que deberíamos regresar – dijo Mara, esta vez, sintiendo que algo no andaba bien – mi madre podría estar preocupada…
El joven no le dio tiempo de continuar porque se agachó y la calló con un beso. Mara se quedó helada ante el choque de sus labios, y sintió arcadas cuando su “primer admirador” le introdujo la lengua en su cavidad, chocando contra la suya. Eso hizo que apoyara sus dos manos sobre su pecho y lo empujara bruscamente, haciéndole retroceder unos pasos.
- ¡Animal! – bramó Mara, mientras procedía a retirarse.
El joven la tomó bruscamente de la muñeca y estuvo a punto de golpearla cuando fue detenido por Aries quien, a pedido del rey, fue a buscar a la hija de la reina para asegurarse de que estuviese bien.
- ¡Suéltala! – le ordenó Aries, mientras le aplicaba presión en la mano y lo apuntaba con una pistola.
El joven obedeció y levantó los brazos. Un par de soldados se acercaron y le colocaron grilletes en las muñecas. Lord Aries lo miró con severidad y le dijo:
- Estarás en las celdas hasta que el rey pase a interrogarte. Atacar a una dama es un delito y lo sabes, no importa cuál sea su condición o estatus. Ahora llevaremos a la muchacha al hospital y si encontramos que la tocaste donde no debías…
- ¡No la toqué! ¡No le hice nada! ¿O sí, señorita?
Mara notó que el rostro del joven palideció. Y es que sabía muy bien que, si un hombre acosaba a una mujer, la condena sería cien azotes. Y si la violaba, su castigo sería la muerte por manos de la reina o a manos de la afectada y su familia.
En el fondo, se sintió miserable por lo que pasó. Se dejó llevar por el entusiasmo y terminó bajando la guardia. Así es que, llevándose sus dedos por sus labios, dijo:
- Me besó a la fuerza.
Los ojos de Lord Aries se oscurecieron y el joven bajó la cabeza, ocultando así su rostro. Mientras los soldados lo llevaban a las celdas, la muchacha fue conducida al hospital para que los médicos se cercioraran de que su dignidad todavía seguía intacta.