- ¿Qué ha pasado con mi encargo, reina Brida? ¿Acaso volvieron a atacar los piratas?
- Lamento todo este percance, majestad. Estamos averiguando qué sucedió con el paquete para reponerlo y hacer la entrega.
La reina Brida estaba conversando, esta vez, con la joven monarca del reino del Sur. Las fronteras de ambos reinos contaban con una extensa ruta que conectaba directo al sitio donde extraían los diamantes, por lo que los acuerdos comerciales de ambos países eran de los más enriquecedores.
Pero, por culpa de los piratas, el negocio amenazaba con interrumpirse de la peor manera, arriesgando a que todos los pueblos limítrofes cayeran en una gran inflación por la falta de circulación del producto en el mercado.
“No solo mi cobre quedó a manos del reino del Este, sino que las rutas que conectan a las cuevas de los mineros de diamantes se sitúan en el reino del Sur”, pensó Brida, con angustia. “Al menos la monarca de ese país es comprensiva, pero no puedo poner a límite su paciencia”.
- No se preocupe, majestad – le dijo la reina Aurora, sonriéndole desde el comunicador – estoy segura que su esposo sabrá cómo lidiar con esos piratas. Pero le pido que no me guarde rencor si termino por cerrar las rutas para evitar que esos bandidos perjudiquen a mi reino.
- ¡Descuida! ¡Lo solucionaremos enseguida! ¡Te lo prometo!
- Está bien. Confío en tu palabra. Si me disculpas, debo cortar la transmisión, tengo otros asuntos urgentes que atender.
Cuando terminó de conversar con la reina del Sur, recibió la visita de Mara. Debido a que no tenía ningún otro asunto urgente que atender, decidió prestarle toda su atención y la invito a sentarse junto a ella.
- Madre, estuve hablando con Rubí ayer – le dijo Mara.
- ¿Rubí? ¿Y qué quería ella de ti? – le preguntó Brida, alzando una ceja.
Mara respiró hondo un par de veces y, cuando logró serenarse, le preguntó:
- ¿Puede ser mi dama de compañía?
Brida abrió ligeramente los ojos de la sorpresa. No entendía el porqué Mara le hacía esa extraña petición, sabiendo que no era una princesa. Sin embargo, era consciente de que muchas señoritas también contaban con su dama de compañía, por lo que dedujo que su hija querría lo mismo. No tendría problemas con eso si no fuera porque le pedía explícitamente que Rubí tomara ese puesto.
Así es que apoyó las manos sobre los hombros de Mara y le dijo:
- Te sientes sola, ¿verdad? Entiendo que quieras una dama de compañía, pero Rubí no es una buena opción.
- ¿Y se puede saber por qué?
- Una dama de compañía debe ser una señorita o noble de categoría inferior, ya que se supone que su función es la de acompañar y charlar de cosas superfluas relacionadas a la Alta Sociedad. Y Rubí… bueno, es hija de burgueses. No importa que sean millonarios, ellos no son nobles.
- En ese caso es perfecta para mí – dijo Mara, encogiéndose de hombros – fui criada lejos de la nobleza, pero me llevo bien con la burguesía. Y Rubí es una chica cálida, ella no me despreció ni me ignoró como lo hacen todos desde que llegué aquí. No pude hacer amigos y aun cuando te salvé de aquel intento de golpe de estado en la boda de la duquesa Mila, todavía desconfían de mí.
Mara se mantuvo en silencio por unos breves instantes, mientras miraba al suelo. Brida lamentó tanto la situación de su hija y se culpó a sí misma por no atenderla en el aspecto sentimental. Si bien se aseguró de que comiera bien y estuviese saludable, no prestó atención a otras cosas. Al final era como un solitario pajarito encerrado en una jaula, que no paraba de piar a la espera de un amigo con quien pudiera volar juntos por el cielo.
La reina dio un ligero suspiro y decidió:
- Está bien, dejaré que Rubí sea tu dama de honor. Así ya no te sentirás sola.
- ¡Gracias, mamá!
Mara abrazó a Brida con alegría y la reina le devolvió el abrazo. Era en momentos como esos en los que se alegraba tenerla a ella y actuar, por un instante, como su amorosa madre.
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Lord Aries dio un largo bostezo, mientras revisaba el cúmulo de papeles que dejó pendientes tras su expedición fuera del palacio. El rey Zuberi, por su parte, tenía los codos apoyados sobre su escritorio y miraba el retrato de Brida que tenía colgado en su oficina, con una expresión de tristeza.
El capitán, al ver así al rey, le preguntó:
- Majestad, ¿sucede algo? Recuerda que no puede andar distraído o se nos traspapelará todo.
- Ah, no es nada – dijo Zuberi, retirando la vista del retrato y retornando a leer sus informes.
Ambos se mantuvieron en silencio, concentrándose en sus trabajos. El monarca intentaba enfocarse en otras cosas, pero todavía no podía olvidar aquella noche, en que Brida le señaló el haberle sido infiel con Rubí cuando apenas se conocían.
La verdad, todavía no podía entender lo que le pasaba a su esposa. Por un instante pensó que se puso celosa, pero si era así significaría que ya no estaba enamorada de aquel campesino y, al fin, decidió abrirle su corazón. Su lado racional le advertía de que eso era imposible, debido a que Mara todavía seguía en el palacio y, verla ahí, la haría recordar constantemente en ese intrépido campesino, que se interpuso sin tapujos en su sendero del amor.
Dejó su bolígrafo a un costado, miró a Aries y le preguntó:
- ¿Qué harías si tu esposa sospecha que le eres infiel, por un malentendido?
Aries levantó la mirada hacia el rey, un poco confundido por su pregunta. Pero al verlo con ojos ansiosos, decidió responderle:
- Supongo que le diría la verdad. ¿acaso usted…?
- No. Jamás traicionaría a Brida – Zuberi agitó enérgicamente las manos – lo que pasa es que, desde que la señorita Rubí está en el palacio, mi esposa cree que tengo una “aventura” con ella. ¡Pero no es así! Jamás tocaría a otra mujer que no sea mi esposa.
- Descuida, majestad. Yo nunca lo juzgaría, debido a que no entiendo de esas cosas.
Zuberi se sintió avergonzado por usar a su mano derecho como una suerte de “doctor amor”, debido a que no lo quería para desahogar sus penas. Por su parte, Aries pensaba que el rey en verdad había cambiado desde que Mara apareció en el palacio. Antes de eso, el monarca siempre mantenía un aire frío y solemne. Aunque era bastante benevolente, siempre tomaba distancia entre sus subordinados y tampoco era de demostrar sus sentimientos hacia su esposa. Pero luego de que se presentase Mara al trono, se volvió más abierto, más expresivo. Era como si esa chica, con tan solo mirarlo, consiguió romperle su cascarón hasta hacerle una fisura difícil de reparar.
- Yo creo, majestad, que debe aclarar el malentendido – le dijo Aries, hablando lento y pausado para tener cuidado con sus palabras – usted y la reina son la “pareja perfecta” del reino entero y la envidia de las demás monarcas de los reinos vecinos. No sería bueno para nuestra imagen que esta idea se arruine por un malentendido.
- Si, tienes razón. Tendré que hablar con Brida – dijo Zuberi, retornando su vista al retrato – pero no estoy seguro de si querrá verme, después de esa pelea.
- ¿Y si sale a pasear en el patio ahora mismo, majestad? – le propuso Aries – quizás así, logre despejar la mente y pueda ver la mejor forma de acercarse a su esposa, sin que ésta le muestre las uñas.
Zuberi se rió ante ese último comentario. Solo Aries tenía permitido romper la etiqueta de vez en cuando para hacerle recapacitar ante una decisión precipitada. Así es que se levantó, se acercó a la puerta y dijo:
- Con cinco minutos será suficiente. No me gustaría dejarte con todo el trabajo, capitán.
- Gracias por la consideración, su alteza.
El rey salió de su oficina y se fue directo al patio. Ahí se encontró con Mara y Rubí, ambas haciendo picnic bajo un enorme y frondoso árbol. Zuberi se sorprendió de verlas juntas y supuso que se hicieron amigas durante la estadía en el palacio.
Se acercó a la joven damnificada y le preguntó:
- ¿Cómo te sientes, señorita Rubí?
- Estoy mejor, su majestad – le respondió la joven – la reina Brida me dio el cargo de dama de compañía de su hija. Así es que nos veremos más de seguido, supongo.
- Me alegra escuchar eso – dijo Zuberi, mirando a Mara – la muchacha siempre anda sola y es bueno que tenga a alguien con quien conversar de vez en cuando.
Mientras charlaban, la reina Brida los miraba a lo lejos. Esta vez, le admiró ver a Zuberi mostrándose preocupado por Mara. Pero, también, sospechaba que lo hacía para quedar bien ante Rubí revelando que era un buen monarca y esposo cariñoso.
Antes de retirarse, escuchó que Rubí le decía a Zuberi:
- Majestad, usted y la reina son la pareja perfecta. Y todo el pueblo aspira a ser como ustedes. Por eso, si necesita algún consejo, puede pedírmelo y así lo ayudaré a agradarle a su esposa.
El corazón de Brida se agitó y comenzó a correr por los pasillos, mientras un extraño calor recorría por sus mejillas. Por un lado, le alivió saber que Rubí no era una amante del rey. Pero, por otro lado, le daba vergüenza recordar la forma en que trató a su marido sin saber que la joven damnificada solo intentaba cumplir un extraño rol de cupido para unirlos y estrechar sus lazos maritales en un lazo de amor.