- ¡Oh! ¡Esto se siente bien!
- Espero no haberla lastimado, querida esposa.
El príncipe Abiel y la duquesa Mila estaban teniendo relaciones sexuales, a petición de ésta. Si bien se habían casado por conveniencia, a ojos de la Alta Sociedad ellos deberían fortalecer sus lazos formando una familia a quienes heredarles esas tierras. Además, Mila tenía la falsa ilusión de que, si el rey Zuberi no conseguía embarazar a la reina Brida, sería su oportunidad de incluir a los hijos que tendría con Abiel en la línea de sucesión al trono.
Mila se aferró a Abiel y lo estrechó hacia sí. El joven príncipe era de una complexión atlética, tenía bíceps desarrollados, pero no demasiado grandes. Aún así, estaban bien formados debido a que pasó gran parte de su vida entrenando con la espada.
En un arrebato de lujuria, le dio un pequeño mordisco en su hombro izquierdo. El príncipe dio un grito, pero no la evadió ni se retiró. Eso le intrigó a la duquesa porque, de inmediato, se separó de él y le preguntó:
- ¿Te dolió?
Abiel le respondió con una sonrisa:
- Solo me sorprendió. No esperaba este lado de ti.
- ¿“Este lado”? ¿A qué te refieres con eso?
- Que tienes un lado… estimulante.
Mila hizo un sonido con su boca, que no podía descifrarse si era una risa o un gritito. Abiel, con un poco más de confianza, la acostó boca arriba y apoyó sus piernas por encima de sus hombros. Comenzó con una, dos, tres y varias estocadas de seguida, aumentando de intensidad con cada movimiento de sus caderas.
- Aaaah… - gimió Mila.
- ¿Te duele? – le preguntó Abiel.
- No. Solo… sigue – le pidió Mila.
- Así lo haré, querida esposa.
Siguieron un poco más hasta que el sonido de una llamada los interrumpió en pleno coito. La duquesa Mila dio un suspiro de fastidio porque realmente estaba disfrutando su noche de pasión con su joven esposo.
- Lo siento, cariño. Pero puede ser urgente – le dijo Mila, empujándolo con suavidad y levantándose de la cama.
- Está bien. Me quedaré quieto – dijo Abiel, separándose de ella y acostándose sobre el colchón, boca arriba – aunque… aún lo tengo duro.
- Ji ji ji. Masajéalo un poco y bajará – le aconsejó Mila, a la par que activaba su dispositivo.
Mientras el príncipe practicaba el consejo dado por su esposa, la duquesa vio la imagen proyectada del rey Zuberi en su dispositivo comunicador. Por suerte tenía puesto su camisón, por lo que no correría el riesgo de revelarle lo que había estado haciendo instantes antes.
- Mila, sé que estás ocupada, pero necesito contar con tu ayuda – le dijo Zuberi.
- Déjame adivinar, ¿los piratas? – dijo Mila, mostrando un semblante serio.
- Así es. Aunque conseguimos reforzar las fronteras, todavía nos queda rescatar a las personas que capturaron durante sus asaltos. Temo que… quieran venderlos como esclavos en los continentes del “Viejo Mundo”.
- ¿Qué?
Si bien sabía que solía suceder eso, generalmente eran los nativos de uno de los cuatro reinos del continente quienes secuestraban a niños huérfanos, mendigos o hijos de campesinos para venderlos en las tribus de los viejos continentes. Pero de ahí a que fuera la gente de allá quienes hacían eso la llenaba de mucha incredulidad.
Y es que, en el resto del mundo, no surgió una sociedad como tal, que pudiera competir contra los cuatro reinos del continente Tellus, por lo que sería difícil que las tribus construyesen barcos o naves voladoras capaces de recorrer largas distancias para sortear el océano y llegar hasta sus tierras.
El rey Zuberi debió intuir sus pensamientos porque, de inmediato, añadió:
- La duquesa Sonia tendrá algo que ver. Seguro consiguió que algunas tribus se unificaran para crear su pequeño reinado y apoyarles en la producción de flotas avanzadas capaces de competir contra las nuestras.
- En ese caso, deberíamos invadir esa isla – dijo Mila – derribar a todos esos piratas y capturar a la duquesa Sonia con vida para destruir ese nefasto reino repleto de bandidos y sicarios.
- Cierto. Si damos con la duquesa, esa sociedad de piratas quedará sin su reina. Ya con lo ocurrido en el reino del Sur hace un par de décadas, sabemos lo que pasa si una nación se queda sin una monarca: pierde su eje y se desequilibra completamente, quedándose en nada.
- Al menos en el reino del Sur recuperaron a su reina. Pero, en este caso, debemos evitar que los piratas cuenten con su propia reina y aislarlos por completo de nuestras tierras.
Los dos hermanos hablaron un rato más sobre el asunto y, al final, concordaron en reunirse en los próximos días en el palacio real para planificar la operación rescate.
Una vez que se cortó la llamada, se volvió a acostar al lado de su esposo, dándole la espalda. Éste, por instinto, la rodeó con sus brazos y apoyó el torso sobre su cuerpo, haciendo que su mujer se relajara al instante.
Tras un breve minuto de silencio, Mila le preguntó a Abiel:
- ¿De verdad me apoyarás con el tema de los piratas?
- Así es, esposa mía. Siempre cumplo mis promesas – le respondió Abiel, mientras apoyaba el mentón sobre sus cabellos – además, tengo que evitar que se acerquen a estas tierras e invadan el reino de mi madre.
- Sientes mucho cariño por tu familia. ¿Verdad?
- Puede sr. Somos muchos hermanos, pero nos llevamos bien.
- ¿Cuántos son en total?
- Ahora mismo somos diez, siete varones y tres nenas. Las mujeres son muy consentidas en mi reino y mi madre ya les cedió a las pequeñas princesas sus parcelas de tierra apenas nacieron. Pero los hombres solo estamos destinados al matrimonio y a la guerra. Solo en casos excepcionales, y por falta de opciones, es que nos permiten gestionar nuestros propios territorios en calidad de duques.
Mila se alegró por saber un poco más sobre la familia de Abiel y, también, pensó que era bueno que se entendiera con sus hermanos. Ella, por su parte, era la menor de tres y la única hija, por lo que toda su familia tendía a sobreprotegerla cuando era pequeña. Por suerte, y con mucho esfuerzo, logró demostrarles a sus hermanos mayores que era fuerte y valiente, por lo que el propio Zuberi le permitió gestionar sus tierras apenas éste consiguió casarse con la reina Brida.
Un poco antes de quedarse dormida, le dijo a su esposo:
- Protegeremos a nuestros seres queridos de los piratas y, así, honraremos cada uno a nuestros reinos. Cuando todo esto termine, me gustaría invitar a tus hermanos a visitar el castillo para una fiesta familiar. ¿Qué te parece?
- Sería una estupenda idea, querida esposa.
Y, ambos, durmieron abrazados.
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Debido a que hacía fresco, Mara salió al patio cubriéndose con una mantilla. Aún así, el cielo estaba despejado, por lo que no quería desaprovecharlo y decidió hacer sus acostumbradas lecturas en el jardín.
Se acercó a un árbol de manzano, se sentó bajo la copa y abrió su libro. Procedió a leer las primeras páginas cuando escuchó llorar a alguien, cerca de donde estaba.
Mara siguió el sonido y se encontró con Rubí. La muchacha sabía que ella estaba ahí en calidad de damnificada, por lo que no evitó sentir pena por su situación. Así es que se le acercó, le pasó un pañuelo y le dijo:
- Ten. Con esto podrás secar tus lágrimas.
Rubí tomó el pañuelo y lo pasó por debajo de sus ojos. Respiró hondo y le dijo:
- Gracias, princesa.
- Eeeh… no soy una princesa – dijo rápidamente Mara.
- ¿Ah, no? Pero si eres hija de la reina. ¿Eso no te hace princesa?
- Es… complicado.
Mara podía entender que, para un gran porcentaje de la población, solo bastaba con ser hija de una reina para ser princesa. Sin embargo, la realidad era otra ya que, al no ser fruto del matrimonio entre Zuberi y Brida, la Corte se negaba a que le otorgaran dicho título por ser ilegítima.
Rubí volvió a respirar hondo para controlar el tono de su voz por el llanto y le explicó su situación:
- Mis padres fueron secuestrados por los piratas. Sé que el rey Zuberi hará todo lo posible por rescatarlos, pero… estoy preocupada. ¿Y si no llegan a tiempo? ¿Y si los piratas los han…?
Esta vez, Rubí se lanzó hacia Mara, con los brazos extendidos, y lloró sobre su hombro. La muchacha la abrazó y se mantuvo en silencio debido a que, en momentos como esos, todo intento de consuelo era inútil.
Tras desahogar sus penas, Rubí al fin dejó de llorar. Así es que ambas se dirigieron a la cocina y pidieron un té. Los sirvientes se lo entregaron en el comedor y, tras una corta merienda en silencio, Rubí le dijo por lo bajo:
- Para mí, si eres una princesa. Y por eso, me gustaría ser tu dama de compañía… claro, si se puede.
- Debería preguntarle a mi madre si me dejará que seas mi dama de compañía. Pero, por mí, encanada – dijo Mara, con una media sonrisa – me siento muy sola en el palacio y no tengo ninguna amiga con quien conversar.
- Espero que te otorgue el permiso. Así, no estarías sola y podré cumplir mi deseo.
- ¿Cuál es tu deseo?
Rubí se mantuvo en silencio por un breve rato. Luego, dio un suspiro y respondió:
- Quiero apoyar a mis padres en su negocio. Como dama de compañía, gozaré de muchos privilegios y, posiblemente, logre elevar mi estatus a “lady”. Además, me agradas, princesa. Y con gusto me gustaría ser tu amiga.
Mara sonrió. Percibió que Rubí era sincera, aunque también podría tener alguna intención oculta al querer ser su dama de honor. Sin embargo, solo quería tener alguien con quien charlar que no fuese su madre. Y esas horas que compartió con Rubí de verdad fueron agradables, sintiéndose a gusto por primera vez desde que la dejaron residir en el palacio.