Capítulo 8. La petición a la Corte

1420 Words
En los días en que el rey Zuberi estuvo fuera del palacio, la reina Brida y Mar pasaron más tiempo juntas. Ya sea en el patio, en la biblioteca o en el comedor, siempre buscaban alguna forma de reunirse y charlar de sus respectivas actividades, tratando así de recuperar la conexión madre e hija que nunca debió haberse cortado. En una de esas, decidieron hablar de los cuatro reinos del continente Tellus y cómo, por muchos años, todas las reinas se encontraban bajo el control de la Doctrina. - Esa institución manejaba por entero nuestras vidas – le explicó Brida a Mara – nos enseñaban sobre el amor y la igualdad entre los humanos, pero la anterior papisa se corrompió y quiso destruirnos a todas para instaurar un imperio, donde ella sería la emperatriz absoluta de todo el continente. - Suerte que no pasó – dijo Mara, mientras leía el libro de historia – los cuatro reinos tienen cada uno su encanto. Pero lo que me intriga es saber cómo lo hacen para no atacarse la una a la otra, debido a que era la Doctrina quien antes evitaba las invasiones entre países. - Es… difícil – admitió Brida, dando un suspiro – por ahora todas las reinas nos manejamos forjando alianzas comerciales y matrimoniales. Es por eso que hice que la duquesa Mila se casara con el príncipe Abiel del reino del Este, para no perder por completo el dominio de esas tierras que me reclamó la reina de ese país. - ¿Y qué hay de los demás? Brida pensó por un momento la pregunta de su hija, como si intentara recordar algo. Luego, respondió: - Mi esposo tiene un sobrino, hijo de un medio hermano muy influyente en la Corte, que se casó con una dama noble del reino del Sur para que permanezca ahí en calidad de embajador. Con el reino del Norte… aún no establecimos una alianza desde la vía matrimonial. - ¿El rey Zuberi tiene un medio hermano? - Sí. Verás, antes de que mi esposo naciera, su padre estaba casado con una doncella del palacio, pero ésta murió de parto. Dos años después se volvió a casar y, de ahí, nacieron Zuberi y Mila. Mara permaneció en silencio por largo rato. Por un instante, pensó que a Zuberi no le estaba agradando que su propia esposa usara a sus familiares para forjar alianzas con los reinos vecinos en pos de evitar cualquier conflicto de índole internacional. No solo hizo casar a la hermana del rey con un príncipe extranjero sino que, también, forzó a un sobrino a que se alejara de su propia familia, mandándolo en un reino muy lejano para mantener el control. En eso, le surgió un ligero temor de que a ella le sucediese lo mismo en el futuro, así es que dio su comentario al respecto: - En caso de que la Corte lo dictamine, es posible que me envíen a mí a casarme con alguien del reino de Norte, ¿Verdad? - ¿Por qué crees eso? – preguntó Brida. - Es que… siento que los nobles aún me rechazan – respondió Mara, sintiéndose apenada – puede que ahora me reconozcan como la hija de la reina, pero todavía sigo siendo una ilegítima, así es que no veo que accedan siquiera a que se me otorgue el título de princesa. En ese caso, ¿crees que ellos querrán enviarme de vuelta al reino del Norte, pero, esta vez, para forzarme a contraer nupcias con un noble de esa nación? Brida no supo qué responder. Si bien ella le consultó primero a la duquesa Mila si quería casarse con el príncipe Abiel, sabía que se alguna u otra manera, ella se vio obligada a aceptarlo por el bien de la nación. Al menos percibió que ese joven era un buen chico, así es que tenía la esperanza de que los dos se llevasen bien durante el matrimonio. - No dejaré que te obliguen a eso – le prometió Brida a Mara – pronto será la reunión de la Corte. Hablaré con los nobles para que vean tu situación y, así, puedan reconocer tu valía y aporte al reino. - Gracias por todo, madre. Tras unos segundos de duda, madre e hija se abrazaron y permanecieron así por largo rato. ………………………………………………………………………………………………………………………………………………… El día de la reunión llegó. Todos los miembros de la Corte se sentaron en gradas, mientras que la reina Brida ocupó el trono situado al centro del salón. Cada integrante, como siempre, daba alguna propuesta o iniciativa que debería ser discutida entre todos y, así, ver su viabilidad en el entorno real para aceptarla o rechazarla. Una vez que hablaron de todos esos proyectos, la reina Brida se puso de pie y dijo: - Como ustedes sabrán, la señorita Mara ya lleva bastante tiempo en el palacio. También fue quien descubrió al grupo conspirador que quería ir tras mi cabeza y me apoyó desde la distancia. Solo con eso considero que es mi digna hija y que merece que se le otorgue el título de princesa. Los murmullos no se hicieron esperar. Algunos nobles lucían bastante incómodos por las palabras de la reina. Y es que, al ser ilegítima, no creían que sería adecuado otorgarle el título de princesa solo por nacer en el vientre de una reina. Y, también, eso dejaría muy mal parado al rey Zuberi quien, tras largos años de matrimonio, no consiguió “plantar la semilla” que otorgaría a la nación a su futura heredera. Un conde se puso de pie y dijo: - Si me lo permite, su majestad, la señorita Mara no posee ningún lazo con el rey Zuberi. Además, tampoco recibió una educación de princesa que se otorga desde el nacimiento. No hay negocio con eso. - Yo creo que podemos rever esas leyes – dijo un barón de la Corte – aunque sea ilegítima, la señorita Mara arriesgó su cuello para salvar a la reina. Además, no sería la primera vez que asignemos a alguien el título de “princesa” por mérito propio. No necesariamente una princesa deba ser de “cuna”. - Pero la princesa heredera no debería ser hija ilegítima de la reina – dijo una marquesa – por algo existen los matrimonios, para evitar las peleas entre familiares por engendrar hijos de distintos padres. Todos los nobles comenzaron a discutir sobre el asunto. Brida se percató de que sería mucho más difícil de lo que imaginaba. Aunque fuese la reina, no podía hacer lo que quisiera si no lo consultaba con la Corte antes. Y en muchas cuestiones, como el caso de los hijos ilegítimos, casi no podía tener voz ni voto por cometer algo considerado “moralmente incorrecto”. En esos instantes, lamentó que el rey Zuberi estuviese afuera, ya que él sabría poner orden en esa acalorada reunión y podría evitar que comenzaran a arrancarse los ojos solo por tener diferencia de opiniones. A modo de contener el barullo, golpeó sus palmas al aire hasta lograr que todos se calmaran. Cuando retornó el silencio, la monarca aclaró su garganta y les dijo: - Les recuerdo que los tiempos han cambiado. Desde hace años que dejamos de estar bajo el control de la Doctrina y, gracias a eso, pudimos rever leyes y establecer decretos importantes que, en otras épocas, serían siquiera imposibles imaginarlas. Y, ahora, solo pido que se le de el lugar a mi hija. No importa que no sea hija de mi esposo, sino que venga de mí y esté dispuesta a apoyarnos a nosotros como una noble más de nuestra nación. No es necesario que herede el trono, solo que sea una simple princesa y pueda vivir en paz dentro del palacio. Las miradas incómodas retornaron en los nobles. Pero unos pocos parecían reflexionar las palabras de la reina Brida. Ésta, al ver que llegaron en un punto muerto, decidió: - Terminemos la reunión por hoy. Pero reconsideren mi propuesta y accedan a aceptarla de una vez, hasta que pueda engendrar los hijos de mi esposo. Todos salieron. Brida se encerró en su cuarto y pidió que le sirvieran un té tranquilizante. Revisó su dispositivo comunicador y no encontró ningún mensaje del rey Zuberi. Luego, se acostó en la cama y, tras dar un largo suspiro, pensó: “Espera un poco más, Mara. Cuando seas princesa, al fin tendrás la vida que mereces y podré remendar el daño que te he hecho por haberte abandonado”.
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