- ¡Majestad! – gritó Mara, sorprendida.
El rey Zuberi, sin mirarla, se acercó a sus soldados y les ordenó:
- Encierren a los conspiradores en las celdas del castillo. Más adelante los llevaremos al palacio real para ajusticiarlos.
Un par de soldados leales a la reina se acercaron a Mara y le dijeron:
- Acompáñenos, por favor.
Mara, al ver que el rey Zuberi no hizo ninguna objeción, decidió seguir a los guardias, en silencio.
Éstos la condujeron hasta una habitación, donde se encontró con la reina Brida. Ésta la abrazó y le dijo:
- ¡Estaba tan preocupada! ¡Gracias a la Dios que no te sucedió nada malo!
- El rey Zuberi me rescató – explicó Mara, aún sin creerlo - ¿Será que lo enviaste a por mí, madre?
- No, querida. Mi esposo fue por cuenta propia – respondió Brida, con una ligera sonrisa de ternura – te lo dije, Mara. Él no permitirá que nadie te haga daño.
Mientras madre e hija estaban charlando, el rey Zuberi y la duquesa Mila estaban debatiendo sobre qué hacer con los prisioneros. Si bien ordenó que fueran trasladados al palacio real, la duquesa creía que lo mejor era iniciar con el interrogatorio en su castillo ya que el intento de golpe de estado surgió en sus dominios.
- ¡Aún no puedo creer que mi boda se haya arruinado! – se quejó Mila, apretando los puños – Y lo peor: ¡que intentaran secuestrar a la reina! Si no fuera por la señorita Mara…
Mila se interrumpió, ya que era consciente de que al rey Zuberi no le agradaba la niña. Sin embargo, el monarca dio un ligero suspiro y, con una voz más suave de la que tenía horas atrás, le dijo:
- Siento que he sido duro con ella. La chica no tiene la culpa de nada y se ve que se esfuerza por comportarse de forma honrada. Pero, por ahora, centrémonos en interrogar a esos bandidos.
El rey y la duquesa fueron a la sala de interrogatorios, donde los conspiradores estaban encadenados en el suelo. Había un inquisidor que se encargaría de aplicarles los azotes por cada vez que se negaran a hablar. Sin embargo, los prisioneros estuvieron muy colaborativos y no hubo necesidad de torturarlos para que soltaran la lengua.
- Digan quienes son y para quién trabaja – les exigió el rey Zuberi.
- Somos los emisarios de la duquesa Sonia e intermediaros de los piratas – respondió uno de los nobles conspiradores – trabajamos para los habitantes del mar que, muy pronto, vendrán a invadir este nefasto reino caído en la decadencia.
- ¿Habitantes del mar? – preguntó la duquesa Mila, con los ojos bien abiertos de la sorpresa.
- He oído de ellos – comentó el rey Zuberi – se dice que son personas provenientes del “Viejo Mundo” que decidieron construir islas artificiales para crear sus ciudades y hacer negocios con los reinos del continente.
El noble que habló comenzó a reír. Esto impactó a los hermanos, quienes dirigían el interrogatorio. Luego, el reo suspiró y dijo:
- Cuiden bien sus espaldas, porque la duquesa Sonia aún tiene bastante influencia entre la Alta Sociedad. Y lo mejor es que nunca sabrán quiénes son enemigos y quienes aliados. Acuérdense de mí, la reina Brida no durará mucho en su puesto y, pronto, será historia. Ja ja ja.
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Los bandidos fueron llevados al Palacio Real, donde serían encerrados y encadenados en las celdas, a la espera de un juicio donde la reina dictaría sentencia. La duquesa Mila se dirigió a las tierras cedidas al príncipe Abiel para orientarlo en su gestión, a la par que verían la forma de proteger a los comerciantes de diamantes de los piratas, cuyos ataques iban aumentando de intensidad con el transcurso de los días.
Apenas llegaron, la reina Brida recibió un mensaje de la reina Abigail del reino del Norte. A ese reino también le debía un favor por algo que sucedió hacia muchos años y supuso que, tras saberse que la reina Jucanda consiguió anexar el sector de tierra reclamada por ella, los del norte también querrían su porción de pastel para cobrársela por su inexperiencia en los primeros años como monarca.
Sin embargo, el mensaje era muy diferente a lo esperado:
Estimada reina Brida del reino del Oeste: estoy consciente del gran problema que tiene ahora por el tema de su supuesta hija que hizo acto de presencia en su palacio. Si bien no me concierne los asuntos personales de las monarcas de los reinos vecinos, me veo obligada a intervenir ya que la joven es oriunda de mi reino y no deseo sufrir represalias en caso de que sospechen que se trate de una espía o cazarrecompensas. Desde aquí le informo que jamás recurriría a actos tan viles para desestabilizar tu gobierno y que, por el contrario, apelo a la unión y a la alianza entre ambas naciones desde el sector diplomático y comercial. Sé que nuestras madres han trabajado en conjunto hace varias décadas y me gustaría mantener nuestra alianza, siendo figuras públicas e imagen de la nueva generación de monarcas del continente Tellus. Por eso, si surge algo que tenga relación con ambas naciones, puede recurrir a mí y veremos juntas de solucionarlo.
Por primera vez, Brida sintió un atisbo de calma tras leer el mensaje de una reina. Tanto ella como Abigail no se llevaban tantos años y apenas contaban con unos meses de diferencia desde que asumieron el trono en sus respectivas naciones. Pero a diferencia de Brida, quien se coronó como reina cuando su madre falleció, Abigail ocupó el mando tras la abdicación que realizó la ex monarca debido a su avanzada edad. Y demostró ser completamente diferente a su madre ya que tenía otras formas de tomar las riendas de su trabajo.
“En verdad los tiempos están cambiando”, pensó Brida. “Ya es momento de hacer las paces con el pasado y gobernar este país con la frente en alto. Bien por la reina Abigail que no me quiere cobrar el favor que le debo a su madre. Además, necesitaré de una poderosa aliada como ella para llevar adelante esta nación y combatir a los habitantes del mar que perjudican el comercio de diamantes. Si no los detengo a tiempo, esto también podrá afectar a los reinos vecinos a la larga”.
Se sentó en la mesa de su escritorio, dispuesta a revisar los documentos y futuros decretos que debía firmar para ser aprobados. Y mientras realizaba sus labores de reina, apareció su esposo y le dijo:
- Esposa querida, puede que en las próximas semanas deba ausentarme en el palacio para revisar las fronteras. Los piratas son cada vez más rudos y salvajes y temo por la seguridad de la población.
- Lo entiendo – dijo Brida – En ese caso, te apoyaré con la preparación de las tropas para que puedas ir con toda la seguridad del mundo.
- Descuida, sé defenderme y ya he enfrentado a toda clase de peligros, saliendo ileso de ellos – dijo Zuberi, con una sonrisa de confianza.
- Aún así, no estaré tranquila hasta verificar que estés bien protegido – insistió Brida – Más que tu reina, también soy tu esposa. Y mi deber es cuidar a mi familia.
Ambos se contemplaron por unos segundos. Luego, el rey se acercó a la reina y le plantó un beso en la boca, haciendo que ésta se ruborizara.
- Quizás hoy debamos compartir la noche – le susurró el rey Zuberi al oído.
- Sí, me parece bien – dijo la reina Brida, dándole un ligero beso en la frente – te esperaré.
Y así llegó la noche en que ambos monarcas se dirigieron al cuarto compartido. Esta vez, la reina Brida lucía una bata semitransparente que revelaba sus pezones. El rey Zuberi abrió los ojos de la impresión y, dejándose llevar por sus instintos, la acostó en la cama y la besó con pasión. Brida le correspondió rodeándole el cuello con sus brazos y acercándole aún más hacia sí, para poder disfrutar de su contacto.
Esta vez, Brida no dijo nada. No mencionó a Zaid ni mostró ningún atisbo de rechazo. Zuberi lo interpretó como una forma de gratitud por haber protegido a Mara, lo cual le conmovió ya que, de alguna forma, la presencia de la niña hizo que los uniera aún más como marido y mujer.
- Si te sientes incómoda, puedes detenerme – le dijo Zuberi a Brida, acariciándole el rostro con una mano.
- Estoy bien, cariño – le dijo Brida, dedicándole una tierna sonrisa.
El rey Zuberi procedió a abrirle la parte superior de la bata y dar ligeros besos a sus pechos. Éstos se estiraron y, ahí, los succionó levemente. Poco a poco bajó hasta su abdomen, marcando una línea recta hasta llegar a la zona baja. En esos momentos, el rey sintió que su m*****o comenzó a endurecerse, por lo que abrió el cierre de su pantalón y lo situó en aquella entrada, lista para ser penetrada.
“Espero que, esta vez, si consiga embarazarla”, pensó el rey Zuberi.
Lo metió de a poco y la escuchó dar un pequeño quejido. Estuvo a punto de retirarse por el temor de lastimarla cuando ella lo rodeó con sus brazos, siendo una señal de que quería que continuara. Y fue así que procedió a las estocadas, un poco lento al principio y acentuándolas cada vez más, conforme pasaban los minutos.
Los gritos de la reina aumentaban, pero no era de dolor sino de placer. El rey se sintió pleno al dejarse llevar por sus instintos para hacerla suya. Solo con ella podía revelar su verdadera naturaleza, sin temor a que lo juzgaran de irracional y salvaje por tomar una posición dominante en esos momentos de pasión.
Y es que, en su intimidad, a nadie le concernía lo que un esposo hacía con su esposa debido a que su propósito era satisfacerla en todos los sentidos. Y a Brida le gustaba adquirir una actitud sumisa, dejando que su marido la dominara en esas noches de pasión y llenándola de un extraño sentimiento que, a excepción de Zaid, ningún otro hombre sería capaz de lograrlo.
Cuando el rey consiguió venirse, se aferró al cuerpo de su esposa por largo rato, hasta asegurarse de que la semilla germinase en el interior. Luego, la soltó, se colocó a su costado y, tras recuperar el aliento, le indicó:
- Levanta las piernas.
Brida así lo hizo, pero miró de forma extraña a Zuberi. Éste giró su cabeza hacia ella y le explicó:
- Escuché que, así, se logra que la “semilla” llegue a los óvulos para fecundarlos correctamente.
Brida comenzó a reírse por esas extrañas palabras, debido a que no había ningún estudio científico que avalara dicha teoría. Aún así, le pareció bastante ingeniosa la idea de levantar las piernas después del coito y esperar así la concepción de su futura hija. Con esa idea en la mente, comentó:
- ¿Sabes? He estado pensando en proponer nuevos decretos a la Corte.
- ¿Ah, si? ¿Y cuáles son? – le preguntó un curioso Zuberi.
La reina bajó las piernas y se colocó de costado para mirar fijamente a su esposo.
- Pensaba en abolir esa estúpida ley que dictamina que solo las hijas tengan derecho al trono – respondió Brida – Creo que los hombres también son capaces de gobernar y controlar sus instintos a voluntad, tal como las mujeres. Y lo supe cuando te vi a ti.
- ¿A mí?
- ¡Sí! Sabes liderar un ejército y tomar decisiones por el bien de la nación. Me diste buenos consejos en mis primeros meses de mandato y, gracias a eso, pude gobernar este país sin temor a que cuestionaran mi autoridad.
- Y en caso de que logres embarazarte, ¿qué será de Mara?
Brida, por un instante, se mantuvo en silencio. Luego, se acostó boca arriba y, mirando al techo, respondió:
- Hablaré con la Corte. Considero que Mara podría ser una digna sucesora si no llegamos a concebir nuestro propio hijo. Pero eso no impedirá que incluya a los varones dentro de la línea de sucesión. Es tiempo de innovar y dejar de lado esos viejos prejuicios de que los hombres solo saben responder a sus instintos.
Zuberi sabía que Brida nunca dejaría de lado a Mara solo por ser ilegítima. Pero la Corte era bastante conservadora y no vería con buenos ojos que ella fuese incluida entre los herederos al trono, ni mucho menos que la nombraran princesa por haber sido concebida fuera del matrimonio. Pero, también, tenía la esperanza de embarazar a su esposa para asegurar a su familia dentro de la realeza. Y ya que su esposa estaba dispuesta a heredarle el trono a un chico, no tendría ese temor de que fuese ignorado entre los nobles. Si las cosas salían bien, el reino del Oeste daría de qué hablar al tener al primer rey del continente Tellus quien, sin casarse con una reina, obtendría el título por herencia materna y se convertiría en un cambio de paradigmas que repercutiría en los futuros libros de historia.