Capítulo 4. Una boda muy agitada

2226 Words
Todos en la Corte estaban expectantes por la llegad del príncipe Abiel. Incluso la duquesa Mila, quien llegó al palacio apenas recibió el mensaje de la reina Brida para conocer a quien sería su futuro esposo. El rey Zuberi estaba escéptico, ya que no creía que su hermana pudiera intercalar entre la gestión de sus propias tierras con las del príncipe, a pesar de que ella lo tranquilizó con estas palabras: - Podemos llamar a una administradora, así funcionan muchos ducados hoy en día. Además, esas tierras que tu esposa cedió al príncipe son más importantes: no podemos perderlas por un “desliz” que ella cometió en el pasado. El rey Zuberi suspiró y, al final, se resignó. Tenía mucho que hacer y no podía estar pendiente de las actividades de su hermana. El príncipe llegó en un enorme y largo vehículo, acompañado de sus escoltas conformados por dos guardias, seguido de un ejército de veinte soldados guiados por su capitán y montados en potentes motonetas de cuatro ruedas. Los coches fueron estacionados y el príncipe se presentó ante el trono, causando una gran impresión a la Corte y a la reina debido a su singular aspecto. Era un hombre alto, de cabellos largos hasta la cintura, con rostro delgado, pómulos altos y cejas gruesas. Llevaba una armadura dorada propia de su reino, cubierto por una capa roja que colgaba de sus hombros. Aunque apenas tenía 21 años, sus ojos parecían ser los de un hombre maduro, ya que no poseían ningún atisbo de emoción propia de la juventud. - Buenos días, su majestad – saludó el príncipe Abiel, haciendo una reverencia – he venido aquí, a petición de mi madre, para escuchar la propuesta que tiene para mí en lo concerniente a las tierras cedidas a mi reino y, de las cuales, estaré a cargo a partir de ahora. La reina Brida lo contempló por unos instantes. Tenía los modales propios de un príncipe de su nación y, de lejos, se notaba que era un hombre fuerte y experimentado en combates. Así es que mostró una expresión neutra y le dijo: - Sé que hará un gran esfuerzo por mantener esas tierras y, por motivos de garantizar la alianza entre las naciones, me gustaría pedirle que contrajera nupcias con la duquesa Mila, la hermana menor de mi esposo, el rey Zuberi. Ella ya está experimentada en la gestión de territorios en calidad de duquesa, por lo que sé que te será de gran ayuda para que puedas cuidar tu terreno y contribuir al desarrollo del comercio internacional. La expresión del príncipe Abiel pasó de la indiferencia a la sorpresa en un breve lapsus de tiempo. La reina Brida supuso que no se le había informado al respecto, por lo que no sabía cómo podría proceder. Aún así, el joven logró controlarse y, con toda la diplomacia que requería esas cuestiones, respondió: - Si es el deseo de la reina de esta nación, acepto casarme con la duquesa Mila. Le pediré permiso a mi madre para casarme en este país y me pondré a ello al instante. Mientras conversaban, Mara observaba a lo lejos. Se sorprendió por la forma en que su madre lideraba el reino y se preguntó cómo hubiesen surgido las cosas si ella fuese aceptada como una princesa. Seguro estaría sentada a su lado, luciendo orgullosa una tiara que representara su estatus y compromiso con su pueblo. Pero, en esos momentos, solo le quedaba mantenerse al margen, no intervenir y evitar al rey Zuberi, que no paraba de mirarla con ojos inquisidores, como si le fastidiase su presencia en el palacio. Y el susodicho giró la cabeza en dirección a ella. Así es que, de inmediato, se marchó y se dirigió a su habitación, dispuesta a leer un libro o escribir nimiedades en su diario. ………………………………………………………………………………………………………………………………………………… El ducado que le fue heredado al rey Zuberi y a la duquesa Mila era conocido como “El ducado de Flores”, debido a que predominaban los jardines y cultivos de flores de todo tipo. El castillo de Mila tenía muchos jardines colgantes en los balcones, cuyo colorido contrastaba con los ladrillos negros de la construcción. La boda se celebró en dicho castillo, ya que era costumbre que el novio se trasladase al hogar de la novia para unirse a su familia. Sin embargo, acordaron que se mudarían al terreno limítrofe con el reino de Este en la próxima semana, después de consumada la relación. Tanto la reina Brida como Mara asistieron, debido a que se casaría la hermana del rey Zuberi. El monarca, por su parte, mandó fortalecer la seguridad del castillo para que no surgiese algún percance durante la celebración. Si bien la presencia del príncipe extranjero causó curiosidad en el reino, la boda se celebró a puertas cerradas y de forma discreta, por lo que ningún periodista o persona lejana a la familia real podía ingresar. El rey Zuberi vistió un traje militar azul, con botones plateados y hombreras color rojo. La reina Brida tenía un vestido verde esmeralda de un solo hombro y los cabellos adornados con hebillas de diamantes diminutos. Mara, en cambio, llevaba un sencillo vestido rosa claro sin detalles, con una larga trenza gruesa que colgaba por su espalda y una pequeña diadema plateada con un rubí en el centro. Los pocos invitados que la vieron se quedaron asombrados por el aspecto de la muchacha ya que, desde su llegada al palacio, era la primera vez que lucía como una princesa. Mara se sentía nerviosa, pensaba que ni el príncipe llamó tanto la atención como ella y solo deseaba marcharse de ahí. Su madre debió de percatarse de su incomodidad porque le susurró al oído: - Descuida, pequeña, nadie se burlará de ti. Solo no están acostumbrados a tu presencia. Mejor mantente a mi lado hasta que termine la boda. El rey Zuberi, quien para nada quería involucrarse con la muchacha, decidió acercarse a su hermana. Ésta tenía los cabellos rubios y cortos, ojos azules intensos y la piel bien blanca. En esos momentos le aplicaron rubor en las mejillas para no lucir tan pálida, además de ponerse un vestido azul intenso que relucían su belleza. Zuberi pensó que en verdad lucía bien y que, posiblemente, lograría enamorar al príncipe ante un primer vistazo. - Nunca creí que me llegaría a casar – le dijo Mila a Zuberi – pero supongo que… está bien… nuestro padre se sentiría feliz por eso… creo. - Los nobles estamos destinados a los matrimonios por conveniencia, hermanita – le dijo Zuberi, con una media sonrisa – Es la única forma de garantizar nuestra permanencia dentro de la nobleza, así como la posibilidad de conformar parte de la familia real si la Corte lo amerita. - Sí, lo sé, pero… ¿Tenía que casarme con un hombre tan joven? – dijo Mila, haciendo un puchero - ¡Parecerá más mi hijo que mi marido! - ¡Pero si no se llevan tantos años! Además, los informes dicen que el príncipe Abiel es de los más fuertes y temerarios de su reino. Podrá protegerte de cualquier peligro sin dudarlo. - Bueno, yo también sé pelear, no creo que necesite que me proteja. Mientras conversaban, apareció el susodicho en el salón del castillo, donde se celebraba la boda. El príncipe lucía un traje n***o con corbata, llevaba los cabellos recogidos en una coleta y portaba una espada de utilería colgada de su cintura. El rey Zuberi lo contempló por unos instantes y lo notó incómodo, quizás porque usara una ropa inusual para él o por el simple hecho de que, de un día para otro, sería un hombre casado. Los invitados comenzaron a murmurar entre sí sobre el aspecto del príncipe, alegando que lucía bastante apuesto y que daría de qué hablar en los distintos estratos sociales del reino. La duquesa Mila se acercó a él, lo tomó de la mano y lo llevó hasta el juez, quien los esperaba detrás de un atril. - Oh, esto es extraño – dijo Abiel, dejándose guiar por quien sería su futura esposa – nunca antes me tomaron de la mano. - Ah, disculpa, su majestad – dijo Mila, aunque no lo soltó – pensé que, ya que seremos marido y mujer, podríamos tener un trato menos… protocolar. Pero si le molesta, lo entenderé. - No me molesta – dijo Abiel, quien repentinamente se relajó y mostró una media sonrisa – pienso que sería… interesante. Este reino es muy diferente al mío, me gusta cómo son las cosas aquí. - Me alegra escuchar eso. Casi no sé nada de tu reino, así es que tendremos una charla muy larga en nuestros primeros días de casados. Mara, quien los miraba de lejos, pensó que en verdad lucían muy bien juntos. Se preguntó si su madre fue así de torpe con su actual esposo cuando se casaron, imaginándose a ambos en una versión más joven y revoltosa. Fijó sus ojos en el rey Zuberi quien, en esos momentos, mostró una amplia sonrisa, lo cual la sorprendió. Y era porque nunca antes lo vio sonriendo o riéndose de algo gracioso. Siempre estaba serio o reflexivo, como si tuviese que lidiar con un tormento interno que solo él comprendía. Pero supuso que, al estar lejos del ambiente protocolar del palacio y en la boda de su hermana, se permitía el lujo de aligerar su expresión y olvidarse, por un instante, de su etiqueta. “Si tan solo fuese mi padre”, pensó Mara, con tristeza. “Pero desde que llegué aquí, ha sido muy duro conmigo. Mi madre me atendió bien, pero está con mucho trabajo y no puede estar pendiente de mi todo el tiempo. Aunque ahora tengo techo, comida y la aceptación de mi madre, solo me falta que su esposo me acepte”. La boda se celebró con total normalidad. El juez dictó las palabras acordes a la ocasión y mostró un documento, donde los novios y los testigos debían firmar para formalizar la unión. Primero firmaron la duquesa Mila y el príncipe Abiel, seguidos de un embajador del reino del Este, el rey Zuberi y la reina Brida en calidad de testigos. Cuando terminó la ceremonia, los invitados fueron trasladados al salón del baile, donde tocaron una música melodiosa que los invitaba a danzar con sus respectivas parejas. Los recién casados bailaron primero, seguidos de los reyes. Pronto, más personas se les unieron. Y los que no tenían parejas, aprovecharon para comer bocaditos e iniciar con el cortejo propio de la juventud. Mara estaba sola. Nadie la invitó a bailar. Si bien su vestido y peinado lanzó murmullos de admiración, todavía era considerada una extraña dentro de la Alta Sociedad y, solo por eso, ningún muchacho de su edad estaba interesado siquiera en acercarse a ella para conversar. Así es que decidió salir del salón y dirigirse al patio del castillo, donde escuchó que había un cultivo de rosas muy bonitas. Estaba dispuesta a verlas cuando se topó con un grupo de tres nobles, junto a un par de soldados, charlando en un rincón. No les prestaría atención si no fuese porque escuchó la palabra “conspiración”. Así es que se escabulló entre unas plantas y decidió espiarlos a distancia. - Debemos capturar a la reina. Solo así garantizaremos el porvenir de la nación. - Solo esa persona puede ser digna heredera al trono. - Pero el lugar está fuertemente vigilado. ¿Cómo lo haremos? La muchacha palideció al saber que su madre estaba en peligro. Recién acababa de conocerla y ya había gente que quería borrarla del mapa. Así es que, de inmediato, tomó su dispositivo comunicador y le envió un mensaje a Brida, diciéndole: - ¡Ten cuidado, madre! Hay conspiradores en la fiesta. Son cinco personas, tres hombres nobles y dos guardias. Ignoro si hay más. Te mantendré al tanto. Cuando envió el mensaje, se dispuso a alejarse de ahí cuando, por accidente, pisó una rama del suelo. Esto hizo que los nobles y guardias la escucharan y giraran sus cabezas hacia ella. Mara, con temor, empezó a correr. Ellos la persiguieron, dispuestos a detenerla para que no revelara al mundo su plan. Mara llegó hasta un muro que separaba el jardín con el exterior del castillo. Ahí, los guardias la acorralaron y uno de ellos, señalándola, le dijo: - ¿Qué hace la hija bastarda de la reina aquí? ¡No deberías haber asistido! Mara se mantuvo quieta. Ya consiguió enviar el mensaje, solo faltaba que la reina revisase su dispositivo y actuase de inmediato. Otro de los nobles también la señaló y dijo: - Sospecho que nos escuchó. Debemos deshacernos de ella cuanto antes. Los guardias apuntaron con sus rifles hacia Mara. Ella se cubrió la cara con sus brazos, con el vano intento de protegerse de las balas. Pero al no portar armaduras, estaba completamente desprotegida. Y fue ahí cuando los soldados de la reina, en conjunto con los soldados del príncipe, hicieron presencia y la protegieron de los conspiradores. Mara los miró, asombrada. Unos cuantos la rodeaban con sus escudos y, otros más, redujeron a los guardias y a los nobles sin tanto esfuerzo. Y, a unos metros, vio que quien comandaba el equipo de rescate era nada más ni nada menos que el rey Zuberi.
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