Al salir de la habitación de Verónica, se encuentra nuevamente con Guillermo. Manuel sospechaba que Guillermo había escuchado la conversación que acababa de tener con Verónica. Pero sabía que tanto él como su hija eran manipuladores expertos que harían todo lo posible por controlarlo a su antojo. Tenía que cuidarse de ellos.
Lo único que lo motivaba a permanecer en esa mansión era tener la oportunidad de ver a Delphine más seguido. Aunque para él era una tortura soportar su indiferencia, lo hacía solo por tenerla cerca.
Manuel regresa a la habitación de Verónica y nota que Guillermo está reunido con ella y un médico. La expresión de ambos refleja que algo malo está ocurriendo. Verónica tiene la mirada fija en un punto, y Guillermo está en silencio total. Mientras tanto, el médico anota algo en su tabla. Aunque Manuel entra sigiloso, su curiosidad lo lleva a preguntar qué está sucediendo.
— ¿Disculpen? ¿Está pasando algo? ¿Tiene que ver con el bebé? —El médico lo mira, esperando la aprobación de Guillermo para hablar.
Verónica lo mira y Manuel nota cómo las lágrimas caen por sus mejillas. Su rostro refleja angustia y desesperación.
—Vas a tener que lidiar con una lisiada —le responde ella con sarcasmo más que con dolor.
—No estoy entendiendo, Verónica. ¿A qué te refieres? —Manuel deja lo que lleva de comer sobre una mesita y se acerca a ella, mirándola directamente a los ojos. Sin embargo, ella no puede ocultar su ira.
—Debido a la caída, parece que hay una lesión en su columna vertebral. Esto ha causado parálisis. Aún no sabemos si es temporal o permanente. Lo siento mucho —explica el médico. Las palabras del médico resuenan en los oídos de Manuel. Ahora, más que nunca, se siente responsable de la situación por la que Verónica está pasando.
—Verónica —Manuel siente un nudo en la garganta que apenas le permite hablar—, lamento mucho lo que estás pasando. Estaré contigo pase lo que pase —sus palabras son sinceras.
—Por ahora, debemos esperar su evolución. Después del parto, veremos qué terapias podemos hacer y cómo progresa. Solo resta tener paciencia y resignación. Con permiso —el médico los deja a solas en la habitación.
El ambiente se vuelve tenso. Hay un silencio incómodo. Guillermo no puede dejar de mirar a Manuel, culpándolo con su mirada por lo que está sucediendo con su hija. Para él, Manuel es el responsable y no puede evitar acusarlo.
—Necesito que me digas la verdad, aquí y delante de mi hija. ¿Qué pasó con ella? ¿La empujaste por las escaleras? —Guillermo se acerca a Verónica, enfrentándola directamente.
Manuel lanza una mirada a Verónica, esperando que ella revele la verdad. Sin embargo, ella guarda silencio.
—Señor, puedo decirle que fue un accidente. Verónica puede confirmarlo ahora mismo. Verónica, ¿cómo ocurrió el accidente? —Manuel la mira, esperando que diga la verdad.
—Papá, Manuel tiene razón. Fue un accidente. Me resbalé por las escaleras y él no pudo evitarlo —Verónica comienza a llorar. Sabe que su situación es el resultado de sus caprichos, y la vida le está dando una dura lección.
— ¿Estás segura de que él no te hizo daño? No tengas miedo de decirme la verdad. Si este miserable intentó hacerte daño, debes decírmelo ahora, Verónica. Lo mandaré a prisión inmediatamente. ¿Te está manipulando? ¿Te está amenazando? —Guillermo se acerca aún más, buscando respuestas.
— ¡Ya te dije que no, papá! Fue un accidente terrible —Verónica llora desconsoladamente. Siente que esta es la peor noticia de su vida.
—Verónica, hija, solo puedo decirte que puedes confiar en mí. Si este miserable te hace daño o se aprovecha de ti en esta situación, me las pagará —Guillermo fulmina a Manuel con la mirada antes de salir de la habitación.
Manuel se acerca a Verónica y toma su mano.
—Verónica, lamento mucho lo que estás pasando. Estaré a tu lado pase lo que pase. Te ayudaré en todo lo que necesites —él trata de consolarla, pero ella reacciona con prepotencia.
—Manuel, no quiero que te quedes conmigo por lástima. Quiero que te quedes conmigo porque soy una mujer que puede ofrecerte lo que cualquier otra mujer puede. No porque me veas postrada en una silla de ruedas como si fuera un ser inútil. ¿Entendido? Si quieres el divorcio, te lo daré —sus palabras resuenan en la mente de Manuel. Aunque el divorcio era lo que él buscaba, sabía que Verónica estaba hablando impulsivamente.
—No me quedo contigo por lástima. Me quedo porque el día que nos casamos, prometimos estar juntos en las buenas y en las malas. Si las cosas no funcionan, nos divorciamos. Pero quiero estar contigo y con nuestro hijo o hija.
Manuel abraza a Verónica, buscando consolarla en medio de la difícil situación. Sin embargo, su momento se ve interrumpido por la llegada de Delphine.
—Buenas, hija, vine apenas tu padre me dijo lo que estaba pasando —Delphine corre hacia Verónica para abrazarla, pero su hija la ignora y aparta la cara.
Manuel se siente avergonzado por la actitud de Verónica y la situación en la que los ha encontrado Delphine.
—Hija, de verdad, mira en la situación que estamos pasando todos ahora. ¿Vas a seguir comportándote así conmigo? —Delphine intenta abordar la situación.
—Mira, cualquier situación que pase conmigo no es de tu incumbencia, Delphine. Para mí, seguirás siendo una intrusa. La verdad es que ni siquiera sé por qué te tengo tanto fastidio, pero tu sola presencia me desagrada. Mientras esté aquí en el hospital, ¡no vengas a visitarme! —Verónica responde con desprecio, hiriendo a Delphine profundamente. Manuel se siente incómodo y decide intervenir.
—Verónica, por favor, no le hables así a tu mamá. No hace falta que actúes de esta manera. ¿Qué te ha hecho ella? —Manuel trata de calmar la situación.
— ¡Tú no te metas en cuestiones familiares! —Verónica se vuelve hacia la ventana, revelando su enojo. Su actitud arrogante y prepotente regresa instantáneamente. Delphine sabe que su hija siente que le está fallando como madre, pero no entiende por qué.
Delphine, abatida, prefiere retirarse de la habitación de su hija. Se sienta en la sala de espera junto a Guillermo, con la cabeza gacha, lamentándose. Sin embargo, su esposo, al igual que su hija, parece indiferente a su sufrimiento.