Guillermo estaba más emocionado con las caricias de su esposa, así que en un abrir y cerrar de ojos, volvió a poseerla. Aunque ella actuaba en contra de su voluntad, sentía una sensación de satisfacción por lo que acababa de lograr. En el fondo, también esperaba no lamentar la decisión tomada.
Guillermo tenía una reputación de ser fiel a su palabra hasta el último momento, especialmente cuando se trataba de lo que prometía a Delphine. A primera hora del día siguiente, estaba llamando a la estación de policía para solicitar la liberación de Manuel. Desafortunadamente, después de ser liberado, Manuel tuvo que regresar a la mansión con solo una camiseta y unos vaqueros.
Al llegar a casa, Guillermo lo esperaba. Delphine había salido para relevar a Joaquín en el hospital. Aunque estaba nerviosa, confiaba en que Manuel sabría cómo manejar la situación con su esposo. De alguna manera, ellos dos se entendían a la perfección, y Manuel probablemente ya tendría una idea de cómo proceder.
—Manuel, estaba esperándote. Necesito hablar contigo.
—Señor Guillermo, yo también necesito hablar con usted. Siento que hay malentendidos que debemos resolver.
—No hay ningún malentendido. Solo quiero decirte que no presenté una denuncia porque soy una persona íntegra. A pesar de todo, mi esposa me hizo ver que podríamos estar cometiendo un error —cuando Manuel escuchó eso, sintió una vibración en su corazón. Delphine había cumplido con su promesa, y él no tenía idea de cómo lo había logrado, considerando que Guillermo era la persona más irracional e inconsciente que conocía.
—Señor Guillermo, ya le he dicho la verdad. Yo no empujé a su hija, y mucho menos sabiendo en el estado de embarazo en el que está. Sería un acto demasiado doloroso en contra de mi propio hijo o hija. Eso sería absurdo —expresó Manuel con seriedad.
—Simplemente dale las gracias a mi esposa. Pero si resultas culpable, te aseguro que te meteré preso, y no tendré compasión contigo ¿entendido? —Guillermo lo miró con ira, lo empujó y se marchó de su vista.
Manuel suspiró apenas, salió hasta el cuarto que compartía con Verónica, tomó una ducha y se relajó un poco. Se estaba preparando para ir a visitarla, rogando para que ella despertara y confirmara su versión de los hechos.
Un par de horas después, llegó al hospital, aún sin saber que ella estaba inconsciente. Justo en ese momento se encontró con Delphine.
— ¿Cómo estás, Delphine? —preguntó con precaución. Aunque ella se sentía feliz por verlo fuera de la cárcel, su expresión no lo reflejaba.
—Bien, me alegra que estés fuera de la cárcel.
—Sí, gracias a ti, Delphine. ¿Cómo está Verónica?
—Ella sigue inconsciente, pero el bebé está bien, por suerte. Solo tenemos que esperar a que despierte. —La expresión de Manuel palideció. Verónica había estado inconsciente durante varios días, lo que significaba que la versión de que él la había empujado por las escaleras aún no había cambiado.
Entró en la habitación de Verónica, la vio con moretones en los brazos y un golpe en la cabeza. Se acercó y comenzó a hablarle suavemente. Por cariño, tocó su vientre, deseando sentir a su bebé. Mientras lo hacía, sintió la mano de Verónica apretándole fuertemente. Manuel dio un respingo y salió corriendo para llamar al médico.
Un médico se acerca para revisar a Verónica, quien comienza a despertar lentamente.
—Bueno, ella ya está consciente de nuevo, pero es importante que la dejen descansar. Mañana estará disponible para hablar —dice el médico a Delphine y Manuel, quienes se llenan de ilusión. Al menos ella estaría despierta para contar su versión.
Esa noche, Delphine se queda acompañando a Verónica, quien apenas logra articular algunas palabras debido a los medicamentos. A primera hora de la mañana, Manuel releva a Delphine en el hospital. Delphine regresa a casa agotada por no haber podido descansar, dejando a Manuel a solas con su esposa.
— ¡Manuel! ¿Estás aquí? —la voz suave de Verónica lo llama, y él se acerca rápidamente, tomando su mano.
— ¿Estás bien? Me alegra que estés despierta. Estaba muy angustiado. Me siento culpable por lo que está pasando. No debí discutir contigo esa noche. Perdóname —expresa Manuel con sinceridad.
—Recuerdo perfectamente lo que pasó. ¿Qué te han dicho? ¿Mis padres qué te han dicho? —pregunta Verónica.
—Me llevaron preso porque piensan que fui yo quien te empujó por las escaleras, y los dos sabemos que no fue así. Necesito que tú aclares los rumores. Te lo pido. De lo contrario, podría ir a la cárcel. Y después de eso, quiero el divorcio —añade Manuel con preocupación.
La expresión de Verónica cambia instantáneamente. Sus caprichos no le permiten aceptar la idea de un divorcio tan fácilmente.
— ¡Olvídate de eso! No te voy a dar el divorcio. Puedo decir la verdad, pero el divorcio, ¡jamás! —lo reta con la mirada.
—Verónica, entiende que esto es simplemente un matrimonio arreglado —responde Manuel, enojado por la decisión de ella.
—Sabes qué, mira, si tú me pides el divorcio, diré que tú me empujaste por las escaleras. Así que tú decides. Tú decides, Manuel. No voy a dejarte ir tan fácilmente como estás pensando —amenaza Verónica.
—No puedes hacer eso, Verónica. Eso es muy bajo —replica Manuel, disgustado por la actitud de ella.
—Ya estás advertido. Ahora ve y mira qué me consigues de comer —continúa con su actitud desafiante.
Manuel sabía que estaba atrapado de nuevo en las redes de Verónica. Tenía que ceder a sus caprichos, aunque en ese momento sentía una furia interior que le hacía desear lo peor para ella. Sin embargo, debía controlar sus impulsos.
Al salir de la habitación de Verónica, se encuentra nuevamente con Guillermo. Manuel sospechaba que Guillermo había escuchado la conversación que acababa de tener con Verónica. Pero sabía que tanto él como su hija eran manipuladores expertos que harían todo lo posible por controlarlo a su antojo. Tenía que cuidarse de ellos.
Lo único que lo motivaba a permanecer en esa mansión era tener la oportunidad de ver a Delphine más seguido. Aunque para él era una tortura soportar su indiferencia, lo hacía solo por tenerla cerca.