Delphine, después de presenciar el bochornoso acto en la cocina, decidió dirigir sus ansias hacia su esposo, buscando de alguna manera olvidar lo que había visto. Aunque con Guillermo no se sentía amada en absoluto, al menos sabía que era su esposo.
Los días siguientes en la mansión Maseratti transcurrieron en total calma, con tres días de completo silencio en los que Delphine evitó encontrarse con Manuel a toda costa, y lo logró. No tenía el más mínimo contacto ni con su hija, ni siquiera intercambiaban una mirada.
Convivir en la misma casa con Veronica y su yerno se convirtió en un desafío para Delphine, quien hacía malabarismos para evitar cruzarse con Manuel, aunque esto resultaba ser una misión imposible.
Una tarde, Delphine está en la piscina, pero siente cómo el agua se enfría. A veces, el calentador se apaga solo y es necesario ir al sótano para encenderlo nuevamente. Supone que está sola en casa, ya que su esposo sale temprano a trabajar y ella pasa el día en la mansión. Ha evitado salir a clubes o al spa, intentando desintoxicar su cuerpo y evitar el alcohol.
Se cubre con su salida de baño y se dirige al sótano para ajustar la temperatura del agua. Al abrir la puerta, se da cuenta de que está oscuro. Intenta encender la luz, pero el foco parece estar dañado. Aun así, decide bajar lentamente por las escaleras. Al llegar al último escalón, unas grandes pero suaves manos la atrapan por la cintura, haciéndola sobresaltarse y acelerando su corazón. Reconoce el olor y se da cuenta de quién es: ¡Manuel!
—No, Delphine, yo... yo no apagué el calentador, no te estaba espiando. Simplemente llegué y te encontré aquí. — Manuel intenta justificarse, pero su voz denota su confusión y su angustia.
Delphine lo mira con escepticismo, sus sentimientos mezclados entre el dolor, la rabia y la desconfianza. No puede evitar pensar en lo que ha pasado y en las palabras de Manuel, que chocan con lo que ella ha visto y sentido.
—No sé qué creer, Manuel. Todo esto es demasiado confuso. — Delphine se levanta del suelo con cuidado, sintiendo el dolor en sus rodillas. Está decidida a alejarse de él lo más pronto posible.
—Delphine, por favor, déjame explicarte. — Manuel intenta acercarse a ella, pero ella lo rechaza con un gesto de la mano.
—No quiero escuchar nada más. No quiero saber de ti. No deberías haber venido aquí. — Su voz suena firme, pero también llena de dolor y decepción.
Manuel se queda mirándola, sintiendo el peso de sus propias acciones sobre sus hombros. Sabe que ha cometido un error, uno que podría haber arruinado todo lo que tenía con Delphine. Pero también sabe que no puede dejar las cosas así, no puede perderla sin intentar explicarse.
—Por favor, Delphine, dame la oportunidad de hablar contigo. Necesito que me escuches. — Sus ojos reflejan sinceridad y arrepentimiento mientras busca desesperadamente una conexión con ella.
Delphine lo mira por un momento, debatiéndose entre la ira y el deseo de comprender lo que está pasando. Finalmente, asiente con la cabeza, aunque su expresión sigue siendo dura y desconfiada.
—Está bien, habla. Pero que sea la última vez que te permito acercarte a mí de esta manera.
Delphine se siente abrumada por la mezcla de emociones que la invade, desde el deseo hasta la angustia y el remordimiento. Se ha dejado llevar por el momento, pero ahora las consecuencias la golpean con fuerza.
—Lo siento, Manuel. No deberíamos haber llegado a esto. — Su voz suena quebrada, cargada de arrepentimiento y tristeza.
Manuel la mira con los ojos llenos de lágrimas, herido por sus palabras y por la realidad que enfrentan.
—Lo sé, Delphine. Yo también lo siento. No quería lastimarte. — Sus palabras son apenas un susurro, ahogadas por la tormenta de emociones que lo consume.
Los dos se quedan en silencio por un momento, enfrentando la dolorosa verdad de lo que acaba de suceder entre ellos. Delphine lucha por contener sus lágrimas, mientras que Manuel lucha por contener el dolor en su corazón.
—Debo irme. No puedo quedarme aquí después de lo que ha pasado. — Manuel se levanta del suelo con dificultad, sintiendo el peso de su propia decepción.
—Sí, debes irte. Y yo debo enfrentar las consecuencias de mis acciones. — Delphine lo mira con tristeza, sabiendo que las cosas nunca volverán a ser como antes entre ellos.
Manuel se marcha en silencio, dejando atrás un doloroso vacío en el corazón de Delphine. Ella se queda sola en el sótano, con el peso de sus decisiones y la certeza de que ha perdido algo valioso.
Manuel se siente atrapado en una encrucijada emocional. Por un lado, está su deber como esposo de acompañar y proteger a Veronica, especialmente durante su embarazo. Por otro lado, su corazón sigue anhelando a Delphine, a pesar de la complejidad de la situación.
—Veronica, no puedo permitirte salir sola en tu estado. Voy contigo, te acompañaré donde sea que vayas. —Manuel insiste, decidido a velar por la seguridad de su esposa y su futuro hijo.
Veronica lo mira con irritación, frustrada por su persistencia.
—¡No, Manuel! No necesito tu protección ni tu compañía. Estoy harta de tus excusas y de tus intentos de controlarme. Déjame vivir mi vida como quiera. —Su tono es desafiante, pero Manuel sabe que en el fondo ella también está luchando con sus propios conflictos internos.
Sin embargo, Manuel se mantiene firme en su decisión. Sabe que no puede permitir que Veronica se exponga a situaciones riesgosas, especialmente cuando su prioridad debe ser el bienestar de su hijo por nacer.
—Lo siento, Veronica, pero no puedo permitirlo. No te dejaré sola esta noche. —Su voz es firme y determinada, aunque sabe que su postura solo alimentará más la tensión entre ellos.
Veronica lo mira con furia y resignación, pero finalmente cede ante su insistencia. Sabía que Manuel no se rendiría fácilmente cuando se trataba de proteger a su familia.
—Está bien, haz lo que quieras. Pero no te prometo que disfrutarás de esta noche. —Su tono es desafiante, pero Manuel sabe que ha tomado la decisión correcta, aunque eso signifique enfrentarse a la incomodidad y la hostilidad de Veronica.
Manuel está aturdido por lo que acaba de suceder. Ve a su suegro correr hacia Veronica, quien yace inconsciente en el suelo. Intenta explicar lo ocurrido, pero las palabras se atascan en su garganta ante la furia de Guillermo.
—¡Guillermo, fue un accidente! No le hice nada, te lo juro por mi vida —Manuel se acerca con cautela, tratando de calmar la situación.
Pero Guillermo está demasiado alterado para escuchar razones. Se vuelve hacia Manuel con los puños apretados, lleno de ira y desesperación.
—¡No te creo! ¡Eres un monstruo! Has lastimado a mi hija, a mi bebé. Te aseguro que pagarás por esto. Te llevaré a la cárcel donde perteneces —Guillermo lo acusa, sin darle oportunidad a Manuel de explicarse.
Manuel se siente impotente ante la situación. Sabe que no puede competir con la furia ciega de Guillermo y teme las consecuencias de sus acusaciones. Trata de acercarse nuevamente a Veronica para verificar su estado, pero Guillermo lo aparta violentamente.
—¡No te acerques a ella! Tú ya has hecho suficiente daño —le grita Guillermo, con los ojos llenos de rabia.
Manuel se siente abrumado por la culpa y el miedo. Sabe que la única manera de resolver esta situación es demostrar su inocencia, pero teme que sea demasiado tarde para eso. Mientras tanto, Veronica yace inconsciente en el suelo, su futuro y el de su hijo en peligro, mientras su familia se desmorona en medio de la desesperación y el caos.
La situación se torna aún más tensa con la llegada de la policía y la ambulancia. Delphine, devastada por lo ocurrido a su hija, se enfrenta a Manuel con furia y desesperación, golpeándolo mientras él intenta explicar que fue un accidente.
—¡Delphine, te lo juro que fue un accidente! No la empujé, fue un malentendido, por favor, créeme —Manuel trata de defenderse entre las lágrimas y los golpes.
Pero la versión de Guillermo, lleno de ira y sed de venganza, prevalece. Los policías arrestan a Manuel mientras la ambulancia se lleva a Veronica al hospital para recibir atención médica inmediata.
Guillermo, decidido a hacer justicia por su hija, relata su versión de los hechos a los policías, acusando a Manuel de haber empujado a Veronica por las escaleras. Su ira y determinación son palpables en cada palabra que pronuncia.
—Este tipo empujó a mi hija por las escaleras, lo juro por Dios. Haré todo lo posible para que pague por lo que le hizo a mi pequeña y a su bebé —declara Guillermo, con una mezcla de dolor y furia en su voz.
Manuel, ahora bajo custodia policial, se ve envuelto en un torbellino de emociones. Mientras intenta explicar lo ocurrido, teme las consecuencias de las acusaciones en su contra. Está desesperado por probar su inocencia y limpiar su nombre, pero sabe que la situación no pinta bien para él.
Mientras tanto, Delphine acompaña a su hija en la ambulancia, sintiendo una mezcla abrumadora de culpa, dolor y preocupación. No puede evitar preguntarse si su intervención en la discusión con Manuel desencadenó los trágicos eventos que ahora los rodean.
—Bueno, señor Manuel, de momento el único testigo será el señor Maseratti. Tendremos que esperar a que la víctima despierte y nos brinde su versión de los hechos. Según lo que ella diga, se determinará si usted será acusado o no. Por ahora, debe acompañarnos. Está detenido.
Manuel solía ser un hombre firme y resuelto ante los desafíos de la vida, pero en ese momento sentía que todo estaba escapándose de su control. Hace unos meses, se veía como un hombre seguro de sí mismo, incluso seductor. Sin embargo, ahora se encontraba en un declive, sin un hogar propio y a merced de los Maseratti, quienes contribuían a hacer su vida miserable, especialmente Veronica y Delphine.
Mientras Manuel era arrestado, en el hospital Veronica recibía atención médica. Delphine, por su parte, se sentía destrozada emocionalmente. Se culpaba por la situación de su hija, pensando que si Manuel no la quería era por los sentimientos que él había despertado en ella. Si tan solo no se hubiera entrometido en la relación de su hija, quizás esta no estaría en esa situación precaria.
El tiempo pasaba lentamente en el hospital, donde Guillermo había llegado para acompañar a Delphine. Ambos esperaban ansiosos noticias sobre la salud de su hija y su nieto.
—Ha pasado mucho tiempo, Delphine. ¿Crees que ella haya perdido al bebé? —preguntó Guillermo, intentando romper el tenso silencio que reinaba entre ellos debido al shock emocional.
—No lo creo, Guillermo. Tienen que estar bien, tanto ella como nuestro nieto —respondió Delphine, con la voz entrecortada por la emoción.
—No entiendo cómo este desgraciado pudo lastimarla. Pero también es culpa mía, fui yo quien lo dejó entrar de nuevo en la mansión —admitió Guillermo, mostrando una sensibilidad poco común en él.
—¿Estás seguro de que él la empujó, Guillermo? —insistió Delphine, tratando de encontrar una explicación lógica para lo sucedido.
—No lo vi directamente, pero él estaba detrás de ella cuando cayó por las escaleras. Yo estaba en la sala y corrí hacia allí al escuchar el ruido de la caída —explicó Guillermo, con amargura en su voz—. Si mi hija y mi nieto no están bien, me aseguraré de que este tipo pague por lo que hizo. Lo juro.
Las palabras de Guillermo intrigaron a Delphine. Conocía la determinación de su esposo y la sensación de inquietud la invadió. Aunque no quería creer que Manuel fuera capaz de lastimar a su hija, la idea de que pudiera hacerlo la atormentaba. Sentir amor por alguien tan malvado como él la llenaba de culpa y confusión, pues en cierto modo, Manuel recordaba a Guillermo.