Adam llegó, preparó la cena, hizo no sé cuantas cosas mientras yo estaba pegada al móvil, esperando a que Travis me llamara o escribiera. Había recibido mi mensaje y leído hace como tres horas y aún nada. Adam tocaba a mi puerta. —¿Te apetece cenar ya?—preguntó. Yo seguía en mi cama, observaba la pantalla. —No. —¿Quieres que espere un poco más? —No tengo hambre, Adam. —Está bien. ¿Eso significa que no vas a cenar o que vas a cenar después? Para saber si te dejo la cena preparada o guardo todo. —¡Que no tengo hambre, Adam! ¡Haz lo que te de la gana!—grité desde la cama, él no volvió hablar y yo dejé la almohada sobre mi cara. ¿Por qué tenía tanto interés en Travis? ¿Por qué me descomponía tanto solo el hecho de que aún no me llamara? Si se trataba de él, todo de mí cambiaba.