Capítulo Diecisiete: Hansel.

1828 Words
Tobías se hallaba dentro de la habitación donde dormía en el campus universitario, cuando escuchó cómo las gotas de la lluvia comenzaban a hacerse presente en las ventanas, golpeando estas casi sin descanso. Eso sucedía a menudo por las noches, sin embargo, no terminaba de acostumbrarse a dicha situación, el último mes el clima estuvo muy volátil, a tal punto que le hacía recordar trozos de su infancia, que a pesar de no haber sido la más feliz de todas, significó mucho para él. Su padre no siempre se encontraba presente en la mayor parte de pensamientos referentes a su pasado, pero cuando su madre no había desaparecido, en las cenas navideñas solían sentarse a charlas y comer los deliciosos platos que preparaba Noelia. Rezaban antes de consumir cualquier bocado, pues de ese modo se aseguraban de que todo estuviera en orden, no solo entre ellos sino también con Dios, del cual ambos eran creyentes, pero su padre a veces cuestionaba mucho lo que era la fe, terminando con debates sobre quién tenía la razón. Por lo general, estos debates terminaban en risas y buenos momentos en familia, y él al ser hijo único se llevaba todos y cada uno de los halagos y los cariños, mientras que el perro de la casa daba vueltas por los aires en busca de algo de atención, la cual terminaba siempre por obtener. Muchas veces se preguntó por qué sus padres no le dieron un hermano o hermana para poder convivir y hacer de la vida hogareña una más divertida, pero nunca les exigió tal cosa, en realidad amaba la atención que le brindaban. Los días de diciembre se conocían por algo, y eso eran las constantes brisas heladas y las hojas de los árboles caer cual otoño, era una época hermosa para vivir en aquel lugar de nombre Las Gardenias, era un poblado extenso, que casi llegaba a ser ciudad, pero aunque muchos las catalogaran como tal, no lo era. Los habitantes sabían por defecto que en ese lugar solo existían modas provenientes de las grandes ciudades a destiempo y que la gente parecía no querer ir hacia el futuro, pero aún así, la educación seguía siendo una de las mejores en todo el territorio, una gran ventaja para los jóvenes. Cuando Tobías cumplió los siete años de edad, podía recordar muy bien cómo Hansel había llegado a sus vidas, ese gran danés que le otorgaron por navidad un veinticinco de diciembre en la mañana. Sus ojos observaron a un perro que parecía no estar en edad de ser cachorro, pero vaya que lo era, eso le fue dicho luego, pues su tamaño era de mediano a grande y tenía un hocico alargado en forma vertical con unos ojos castaños oscuros desde los que le observaba expectante. Tenía un pelaje blanco con manchas negras muy curiosas, tanto así que le llenaba de intriga saber cómo eran sus padres perrunos. El pequeño Tobías preguntó si era suyo, de manera que sus padres le sonrieron al tiempo, asintiendo con la cabeza, y aunque al principio tuvo pavor de acercarse a un animal que se veía ya tan grande, pronto comprendió que solo jugaba y que estaba cachorro todavía. Así inició una amistad demasiado fuerte, un diciembre tan hermoso que jamás podría olvidarlo. Se la pasó la mayor parte de las vacaciones correteando con su nuevo amigo de cuatro patas, eran más que inseparables. Su madre solía reprenderlos por correr demasiado rápido entre los adornos más frágiles de la casa en las fiestas de fin de año, pues ella siempre organizaba reuniones espectaculares para todos los vecinos y amigos más cercanos, era una de esas mujeres que lo único que querían era unir a los demás en un solo coro cuando se acercaba navidad, una época del año muy querida para ella. Su madre solía recogerse el cabello en una cola alta bien esponjada, dejando su fleco bastante largo de lado, el cual iba acorde a su forma facial, la que no era tan marcada, más bien rellena, pero se veía muy saludable y feliz, alguien que disfrutaba de la vida en todas sus presentaciones, incluso en los tragos más amargos que se pudieran pasar.  De ella aprendió a sonreír en los momentos más difíciles, por mucho que no quisiera hacerlo, ella decía que si las personas sonrieran más cuando se encontraran tristes, de seguro se les pasaría. Llegaba un punto en donde por más que se quisiera seguir triste o molesto, no se podía, debido a que la alegría era contagiosa y la risa mucho más. Una de las mejores terapias que podía existir dentro de la rutina humana era sin duda el arte de pelar el diente, como diría su abuela materna, con la que pasaban las fiestas cada año. Su abuelo había fallecido desde que Tobías hubo cumplido los cinco años, de modo que solo le quedaba el paterno. Sus abuelos por parte de papá casi nunca se comunicaban con él, pero no era su culpa, en realidad, era debido al gran tiempo que tenían estos sin saber de su propio hijo, la distancia enfriaba mucho las relaciones, y eso le sucedió a ellos, sin embargo, el chico guardaba especial respeto por ambos mayores, quienes siempre habían sido amables con él. Recordaba que una vez había roto una figura de ángel en cerámica que la mujer de cabellos níveos conservaba en su casa como un tesoro, siendo el principal atractivo de la casa según ella, pero su reacción no fue otra que reírse y decir "Ya le hacía falta un cambio" mientras su abuelo reía al compás, mencionando que esa figura llevaba ahí desde que hubieron contraído nupcias, pues fue un regalo de bodas, y sinceramente estaba harto de verlo allí todas las mañanas, como si se burlara de él por no ser feliz de la manera correcta. Tobías quedó sorprendido por su reacción, algo que les contó sin chistar a sus padres. El hombre que le dio la vida solo se quedó pensando durante varios segundos y no dijo nada más, solo se retiró en un silencio sepulcral, el cual le dejaba confundido, pero todo eso fue apaciguado por su madre, quien siempre lo consolaba de una manera mágica. Ella le dijo que así eran los abuelos que querían mucho a sus nietos, y que así debía ser mientras estuvieran con vida, siendo su deber en todo aquello tenerles respeto y también quererlos mucho, a lo que Tobías, aún siendo tan pequeño, pudo comprender, él quería honrar a la familia, y si su madre decía que de ese modo podría hacerlo, entonces no había algo mal allí. ─¡Hansel, no vayas hacia allá!─ iba gritando a todo pulmón el pequeño niño con gafas y ropa en conjunto mientras corría detrás de su cachorro en el jardín trasero de su casa. Corrió a todo lo que le daban las piernas, sabiendo que estas no aguantarían demasiado, pero haría lo posible para que el canino no dañara las plantas que eran orgullo de su querida madre. Tragó grueso, viendo cómo las patas de garras largas se adentraban en la pequeña plantación de Noelia. Como último recurso, saltó encima de este para intentar evitar una catástrofe, pero solo logró ensuciar su ropa a todo dar, así que el perro cumplió con sus deseos, dejando un gran regalo de heces encima de la tierra abonada que la mujer tan bien tenía cuidada. Su mamá no era muy católica cuando se enojaba, pero podía intentar convencerla de que no fue algo intencional, sino que su perro solo era un cachorro juguetón que la mayoría de las veces lo dejaba atónito con las cosas que hacía.  ─¡Te dije que no lo hicieras! Este jardín es de mamá... Me matará por tu culpa─ fue lo que dijo el pequeño muy asustado de la reacción de su madre. Caminó hasta encontrar periódicos en donde envolver las gracias que acababa de hacer su mascota, pero cuando volvió, su madre estaba allí observando con claridad cómo sus geranios y girasoles estaban decorados en la parte de abajo con un montón color marrón algo maloliente. ─¿Se puede saber qué significa todo esto, jovencito?─ preguntó ella, parpadeando varias veces con los brazos puestos en jarras. ─Mamá, de verdad que no fue su intención, ya mismo lo limpio y tu jardín volver...- ─Ve adentro, Tobías, ya me encargo yo─ fueron las palabras que marcaron ese momento, sellando la molestia que en realidad tenía la mujer, algo casi increíble para el chico. Le hizo caso sin chistar, pues su madre le había dejado muy en claro que cuando hablaba, esperaba no tener que hacerlo más de una vez, ya que era molesto que los demás no hicieran caso de lo que ella hablaba, como si fuera una simple pared. No quiso ser grosero, así que dejó allí los periódicos con todo el dolor del mundo, estos se hallaban enrollados y sujetos por una liga de plástico así que quedaba en especie de mazo de papel, muy macizo. El menor se dirigió dentro de la propiedad, sin querer mirar lo que le haría a su mascota, pero volteó en el segundo preciso para ver cómo su padre le daba varios azotes y entonces comenzaba a llorar muy alto, con su cabecita entre las patas delanteras, eso le dolió tanto como si se lo hubieran hecho a sí mismo. Cabe acotar que desde ese momento, Hansel no volvió a cometer actos de vandalismo como aquel, aprendió a hacer sus necesidades en periódico dentro de la casa y nunca entraba al jardín de la mujer al que tanto le gustaba antes recorrer por los olores de las distintas flores y la tierra suave, tan húmeda como cuando llovía, un olor que era, sin duda alguna, placentero. Momentos como ese y muchos más le habían marcado para siempre. Se removía inquieto dentro de sus sábanas en la cama individual dentro de la institución educativa, veía cómo las sombras de la calle se veían lejanas y nada se escuchaba muy cerca, sobre todo debido a que aquel lugar era sagrado tanto para estudiantes como para profesores y trabajadores. Su mente no dejaba de dar vueltas y vueltas, sin querer dejarlo en paz. De repente pensó en Margaret, luego en su nuevo enemigo que lo mantuvo cautivo y que después no supo más de él, en los días de angustia que había pasado y cómo arreglaría todo si su vida parecía ir en picado. Había veces en las que el juego se trancaba de tal manera que era preciso pensar en una manera de escapar. Se levantó de allí con toda la decisión del mundo, sabiendo que no volvería a dormir. Miró la hora en su reloj de mano encima de la mesilla de noche, este marcaba las tres treinta y dos de la madrugada, iría a entregar algunos paquetes que tenía pendientes, y como debía suponer, ninguno de sus destinatarios estaba precisamente dormido.
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