Capítulo Dieciséis: Fantasma.

1752 Words
Tras la cita, todo se volvió un poco más raro. La pelea que habían tenido Tobías y Margaret bajo la lluvia, deterioró algo dentro de ambos, comenzando a dudar acerca de casi todo. Por su parte, la enfermera estaba más que triste en una de sus tantas guardias. Caminaba por los pasillos del hospital como quien tiene insomnio, estando alerta, pero muy nerviosa. Su cuerpo se movía por sí solo, como si su alma hubiera viajado a otra dimensión y lo que quedara fuera solo el cascarón que venía siendo su anatomía. Nunca había peleado así con Tobías, ya que él parecía siempre saber lo que quería decir antes de que hablara siquiera. Una lágrima rodó por su mejilla cuando se encontraba en el cuarto de implementos, buscando los materiales que utilizaría para hacer su primera ronda. A pesar de todo, seguiría amando a ese hombre con todo su ser, solo que estaba muy herida. Si bien, su familia la dejaba sin ingresos la mayor parte del tiempo, eso no significaba que ellos no merecieran sus lujos de vez en cuando. En parte ellos eran su responsabilidad, y amaba colaborar con los gastos que tenían sus padres, ellos que lo habían dado todo por ella y sus hermanos. No le pesaba en absoluto tener que devolverles todo el cariño y afecto de esa manera, todo lo contrario. En eso pensaba mientras tenía una jeringa en la mano y un pequeño frasco de vidrio en la otra. Debía administrarle una dosis de insulina a uno de los pacientes del pasillo que atendía esa noche. Caminó de vuelta al pasillo. La iluminación de este era muy buena, ya que estaba recién colocada. Sus pasos resonaban en el vacío de aquel pasaje de suelo fino. Limpió sus lágrimas como pudo, sabiendo que cualquiera podría ver más allá de su tristeza. Esa ala del pasillo estaba vacía, sobre todo al ser alrededor de las dos de la madrugada, de modo que era mejor para llorar a solas, no le agradaba tener compañeros de turno, era una tormenta contínua no saber qué les habían recomendado a los pacientes o qué tipo de exámenes básicos habían practicado con ellos. Por lo general, quienes la acompañaban solían ser estudiantes en pasantías, de otra forma, no podrían estar con ella. En esa ocasión, nadie le guardaba las espaldas, pero eso a Margaret nunca le generó ruido, hasta esa noche. Vio que una de las puertas de las habitaciones estaba abierta, como casi nunca pasaba, así que se dirigió hasta allí para cerrarla y que el paciente no estuviera molesto debido a la luz que se colaba dentro. Una vez estuvo frente a la blanca puerta de madera, observó dentro de la habitación un cuerpo acostado de espaldas a ella en la camilla. Se sintió de inmediato apenada, era un hombre joven con un marcado tatuaje en el brazo derecho y el cabello largo. —Disculpe, no volverá a suceder. Sé que la luz es molesta, pero estoy sola esta noche y a veces es difícil cubrir toda la planta...— comentó Margaret, quien se sentía incómoda por alguna razón. Cerró la puerta con cuidado al no obtener respuesta, así que se encaminó hacia la habitación donde debía inyectar a un hombre mayor que esperaba por su insulina a esas horas. La rutina con un diabético tenía que ser cumplida al pie de la letra para evitar complicaciones. Sus zapatos bajos con tacón resonaban por el suelo hasta que se detuvieron frente a otra puerta. La abrió con sigilo para no generar molestias en los demás enfermos. Se adentró a la habitación, dirigiéndose a la camilla, pero entonces notó algo extraño. El hombre se hallaba en la misma posición que había visto al primero, de repente ese mismo tatuaje se encontraba en su brazo, solo que mucho más deslavado y los mechones de cabello largo eran grises. Sus manos empezaron a temblar, pero llamó al hombrez moviendo un poco su hombro, este no reaccionó de inmediato, pero cuando pensó que no le haría caso, este la tomó fuertemente de la muñeca, viéndose en su rostro una expresión de miedo intenso, como si viera a algo más allá de ella, algo que le atormentaba. Él se quedó así, con los ojos abiertos de par en par. Margaret apenas pudo entender lo que le sucedía. Estaba muerto. Como pudo, se soltó del agarre del contrario, más que espantada, con los latidos a mil por hora y el alma a los pies. Cerró los ojos del mayor y se persignó luego, a pesar de no ser muy creyente, en situaciones como esas era más que necesario tener una protección contra las malas energías, las cuales rondaban por doquier en el mundo, mucho más en lugares como esos donde la gente moría casi siempre. Tragó con fuerza y salió de allí, queriendo notificar que el hombre había muerto. Cuando iba a mitad del pasillo, alguien pasó a su lado corriendo, y al voltear para cerciorarse de que no fuera un paciente, su rostro palideció. Aquél era el mismo hombre al que acababa de dejar en la habitación. Ahora temblaba sin parar, asustada a más no poder. Nunca creyó las historias de fantasmas que contaban de ese lugar, pero eso ya no tenía explicación lógica. Caminó como pudo hasta el centro de enfermería, donde debían declarar los decesos acontecidos y cómo sucedieron. Apenas pudo escribir en el papel con la hoja de vida cómo sucedió todo en términos médicos. Le empezó a doler mucho la cabeza, casi a punto de explotarle, o eso pensaba de lo fuerte que eran las puntadas. —¿Estás bien?— preguntó una de sus compañeras, de nombre Tiara. Margaret negó con la cabeza, teniendo los ojos cristalizados. —Nada parece querer salir bien hoy— fue su respuesta, y aunque la contraria no comprendía del todo, se acercó a ella como casi nadie y la abrazó. No sabía que necesitaba tanto ese gesto sino hasta que lo sintió tan cercano. Devolvió este con cariño por primera vez en su vida, pues no estaba tan acostumbrada a ese tipo de cercanía con los demás. —A veces, los días no son como deseamos, pero la vida está llena de dificultades, las cuales tenemos las herramientas necesarias para vencer, eres una mujer ejemplar, Margaret, te admiro— comentó la chica de cabellos dorados y amable sonrisa. —Gracias... Yo... No sé qué me pasa— dijo por fin la pelirroja. —No te preocupes, querida, esto sucede cuando eliges una carrera de medicina, y no puedes culpar a nadie más que a ti— contestó la ajena, encogiéndose de hombros, como si fuera cosa de todos los días. Margaret asintió, riendo un poco ante eso, pues la chica tenía toda la razón del mundo. Las carreras que tuvieran que ver con salud casi siempre eran difíciles y llenas de retos a cada vuelta de la esquina, no habían más culpables que los mismos estudiantes. Ella eligió esa carrera en base s sus necesidades y a las de su familia, diempre le llamó la atención cuidar de los demás, y ahora lo hacía con un título y a personas desconocidas, algo que no le desagradaba por completo. Agradeció una vez más a quien fuera su sustento por unas horas, conversando de todo y de nada a la vez. Durante una hora estuvieron parloteando acerca de sus parejas y los acontecimientos más recientes en la dirección del hospital. Muchos eran los doctores que querían ser parte de la dirección de esa institución tan reconocida a nivel nacional, pero eso era siempre sometido a votación, de manera que no era sencillo de conseguir. El nuevo director era un hombre de cuarenta y tres años, en su mejor momento de la vida, lleno de energía y buenas vibras, pero seguía siendo jefe, una barrera que dividía al personal de diario y a la élite. La pelirroja acomodó de nuevo su peinado frente al espejo del pequeño baño dispuesto para el personal interno, y aunque a este no le sobraran los lujos, era todo lo que se necesitaba para funcionar de la forma adecuada. Arregló también su maquillaje que buscaba ser natural, limpiando el rímel regado por sus mejillas, lo cual le hacía ver bastante afectada. Una vez estuvo lista, salió al ruedo otra vez, volviendo al ala donde le tocaba finalizar su turno, algo de lo que no se podía escapar por mucho que lo deseara. Una pelea no podía acabar así con ella, con una mujer de su porte y su elegancia, era ella quien decidía qué cosas le afectaban y qué cosas no. Pensó entonces en seguir buscando el perfil perfecto que encajara con la descripción del tal Onixen, una investigación que le mantenía activa la mente y despejada de su propia realidad y situación sentimental. Ya había buscado en gran parte de los papeles, quedando apenas unas cuantas pilas de carpetas muy finas. Se acercaba cada vez más a su meta, podía sentirlo en sus venas, lo cual le emocionaba más de la curnta. Descubrir quién era su archienemigo debía ser tan reconfortante como estar a punto de aniquilarlo cara a cara, y ella estaba más que dispuesta a darle fin a esa persecución tonta. Sentía la mirada penetrante de ese hombre sobre sí en todos los lugares a donde iba, y eso no era algo que quisiera permitirle. Nadie podía invadir así su privacidad e irse de rositas, era su responsabilidad mantenerse atenta, y esa vez en el hospital volvió a sentirse observada por todo el mundo. Había alguien oculto entre ese mar de enfermos y era su deber como espía descubrir quién era. Observó a todos en la habitación, sabiendo que alguno de los pacientes de emergencias era Onixen, tenía que serlo, su rival más grande y más duro de combatir. No se tenía que encargar en ese turno de las emergencias, pero quiso intercambiar su plazo con la enfermera que le dio el cálido abrazo, ya que sabía que le creería al decirle que tenía un problema con algún paciente, y ella bien sabía que mucho más importante era la opinión y el sentimiento de los pacientes antes que las necesidades propias. Fue entonces cuando ella le dijo que sí, tan amable como siempre, dándole su tarjeta para que cambiara el nombre por el suyo y no hubiera problema con eso de ahí en más. Esa noche enfrentaría a aquellos ojos expectantes, estaba demasiado emocionada por exterminar a las ratas.
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