El autobús se sacudía ligeramente mientras avanzaba por la carretera. La noche seguía siendo profunda, y la ciudad, con sus luces brillantes y rascacielos que rozaban las nubes, se acercaba cada vez más. Para Nina, cada kilómetro que la alejaba de su manada era una victoria, aunque su corazón todavía latía con un peso insoportable. Miró por la ventana, observando el paisaje cambiar a medida que los árboles y montañas dejaban paso a edificios altos, calles llenas de vida y la promesa de un nuevo comienzo.
Era la primera vez que estaba tan lejos de casa.
El autobús se detuvo en una estación central, y al bajar, Nina sintió la enormidad de la ciudad envolviéndola. El aire estaba cargado de ruido: coches que pasaban zumbando, personas caminando con prisa, luces de neón parpadeando a su alrededor. Todo era rápido, frenético, una cacofonía de sonidos y colores que la abrumaba. Era el polo opuesto de los paisajes tranquilos y verdes a los que estaba acostumbrada. Aquí, en este lugar desconocido, nadie sabía quién era. Nadie la miraría con lástima o desprecio.
Era exactamente lo que necesitaba.
Con una mochila ligera sobre su hombro, caminó sin rumbo fijo por las calles, guiándose más por el instinto que por el conocimiento del lugar. Había reservado una habitación en un pequeño hotel barato, lo único que podía permitirse en ese momento. Con el poco dinero que había traído, tendría que ser cuidadosa hasta encontrar un trabajo.
Las luces de la ciudad iluminaban las aceras mientras avanzaba, cada esquina ofreciéndole un nuevo mundo lleno de desconocidos, rostros que la ignoraban completamente, pero eso no le molestaba. Al contrario, lo agradecía. Ser una más entre la multitud era un alivio, un descanso de la constante vigilancia y las expectativas que había sentido durante años en su manada.
La recepcionista del hotel apenas levantó la vista cuando Nina llegó, dándole una llave vieja y señalando un pasillo estrecho. El cuarto era modesto, con una cama pequeña y una ventana que daba a un callejón oscuro. El lugar olía a humedad, pero para Nina, ese pequeño espacio significaba libertad. Aquí nadie la conocía. Aquí, podría ser quien ella quisiera ser.
Se dejó caer en la cama, exhalando profundamente. El agotamiento de la huida, tanto físico como emocional, la alcanzó de golpe. Se sentía vacía, como si las emociones la hubieran drenado completamente. Pero en esa misma vacuidad, había una sensación de alivio. Por primera vez en mucho tiempo, no tenía que estar alerta. No había susurros a sus espaldas, ni miradas escrutadoras que evaluaran cada movimiento. Estaba sola, sí, pero también libre.
El sonido distante de sirenas y el bullicio de la ciudad llegaban desde la ventana abierta. A pesar de la incomodidad del colchón, Nina cerró los ojos y cayó en un sueño profundo, el primero en mucho tiempo sin pesadillas.
El sol apenas comenzaba a despuntar cuando Nina despertó. Su cuerpo, acostumbrado a los ritmos de la naturaleza, la hizo levantarse temprano, aunque la ciudad todavía dormía. Se estiró y miró por la ventana, sintiendo una pequeña punzada de incertidumbre. Este nuevo mundo estaba lleno de oportunidades, pero también de desafíos que no conocía. Estaba lejos de todo lo que alguna vez había sido familiar, y aunque era lo que quería, la realidad de empezar de cero era abrumadora.
Pero no había vuelta atrás. Había tomado la decisión de irse, y ahora, lo único que podía hacer era seguir adelante.
Después de un rápido desayuno en una cafetería cercana, Nina comenzó a explorar. La ciudad era inmensa, con avenidas que parecían interminables, edificios que la hacían sentir diminuta y un flujo constante de personas yendo y viniendo, todos con prisa, todos envueltos en sus propios mundos. Caminó sin rumbo fijo, observando todo, tratando de captar cada detalle.
Mientras avanzaba, una idea comenzó a formarse en su mente. Necesitaba un trabajo. El dinero que tenía no duraría mucho, y aunque su prioridad era sobrevivir, también necesitaba distraerse. Mantenerse ocupada era crucial para evitar que el dolor y la humillación de su pasado la alcanzaran. Pero no sabía por dónde empezar. En su antiguo mundo, no había trabajado nunca; la vida de un m*****o del clan estaba predestinada. Las tareas y responsabilidades se asignaban por linaje y capacidades, no por necesidad.
Nina se encontró frente a una agencia de empleo, sus manos sudorosas mientras sostenía el pequeño papel con los requisitos de trabajo. Secretaria administrativa, tiempo completo, buen manejo de archivos y trato con clientes. El anuncio en el tablón le llamó la atención por una razón simple: no pedían experiencia previa. Sabía que no tenía ninguna calificación formal, pero necesitaba intentarlo.
Entró en la oficina con un nudo en el estómago. El lugar estaba lleno de gente esperando su turno, rostros serios y concentrados. Nina se acercó al mostrador, y la recepcionista, una mujer de mediana edad con gafas, la miró sin mucha atención.
—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó la mujer, con un tono monótono.
—Vengo por el puesto de secretaria —dijo Nina, tratando de sonar segura de sí misma.
La mujer la miró por encima de sus gafas y luego echó un vistazo rápido al papel que Nina sostenía. Asintió y le indicó que llenara un formulario.
Mientras escribía, Nina no podía evitar sentir una mezcla de nervios y duda. Sabía que no encajaba en este mundo, no de la forma en que los demás lo hacían. La ciudad, con su implacable ritmo, no se parecía en nada a la estructura organizada de la manada. Aquí, las reglas eran diferentes. Aquí, no había Alfas ni jerarquías claras que le dijeran qué hacer. Era un caos controlado, y si quería sobrevivir, tendría que aprender rápido.
Terminó de llenar el formulario y lo entregó a la recepcionista, quien le indicó que esperara. Los minutos se hicieron eternos mientras observaba a las demás personas sentadas a su alrededor. Cada uno de ellos parecía tener una historia, una lucha, pero al menos ellos sabían cómo moverse en ese mundo. Nina no. Pero tenía que intentarlo. Tenía que construir algo nuevo.
Después de lo que pareció una eternidad, su nombre fue llamado. Entró en una pequeña oficina donde un hombre, de aspecto serio y cabello canoso, la esperaba detrás de un escritorio lleno de papeles.
—Nina, ¿verdad? —dijo el hombre, sin apartar los ojos de su computadora—. Dime, ¿tienes experiencia como secretaria?
Nina tragó saliva. No podía mentir.
—No, pero aprendo rápido. Soy organizada, y estoy acostumbrada a trabajar bajo presión.
El hombre levantó una ceja, sorprendido por su respuesta directa, pero no dijo nada al respecto. Hizo algunas preguntas más, la mayoría técnicas, y Nina respondió lo mejor que pudo. Sabía que no tenía muchas posibilidades, pero su determinación era inquebrantable.
Cuando la entrevista terminó, el hombre la observó por un largo segundo, antes de sonreír ligeramente.
—No tienes experiencia, pero aprecio tu honestidad. El puesto es para un despacho importante. Un trabajo duro, pero no parece que tengas miedo a los desafíos. Te llamaré en los próximos días si tomamos una decisión.
Nina asintió y salió de la oficina con una mezcla de alivio y ansiedad. Había hecho lo mejor que podía. Ahora, solo quedaba esperar.
Mientras caminaba de regreso al hotel, con las luces de la ciudad comenzando a encenderse al caer la tarde, algo en ella se sintió diferente. Todavía llevaba las cicatrices de su pasado, pero en este nuevo mundo, tenía la oportunidad de ser alguien más. Una versión de sí misma que no estaría definida por el rechazo de Derek ni por las expectativas de la manada.
Miró el horizonte, donde los rascacielos se fundían con el cielo. Este era su nuevo hogar, su nuevo mundo. Y aunque las sombras de su vida pasada aún la seguían, Nina sabía que aquí, tenía la oportunidad de empezar de nuevo.