Capítulo 4: La Huida Desesperada

1190 Words
El bosque parecía más oscuro esa noche, como si compartiera el peso de la pena que oprimía el pecho de Nina. El frío viento susurraba entre las ramas desnudas de los árboles, pero ella apenas lo notaba. Corría, su respiración entrecortada y sus piernas temblando mientras atravesaba los matorrales, sintiendo cómo las ramas rasgaban su piel y su vestido. Pero el dolor físico era insignificante comparado con la tormenta que rugía en su interior. Derek la había humillado. No solo la había rechazado, sino que lo había hecho de la manera más cruel posible, delante de toda la manada. Cada palabra suya había sido como una daga, clavándose profundamente en su corazón. Se lo había quitado todo: el respeto de los suyos, la dignidad, su futuro. Incluso el linaje que antes la definía como la compañera destinada del futuro Alfa ahora parecía irrelevante, una broma amarga. La imagen de Derek, de pie frente a la multitud, con esa mirada fría en sus ojos mientras pronunciaba su humillación, seguía gravada en su mente. "No lo suficientemente buena". "No lo suficientemente fuerte". Las palabras seguían reverberando en su cabeza, golpeándola con una crueldad que le dejaba sin aliento. Los aplausos que siguieron a la elección de Lila habían sido el golpe final, la confirmación de que no había lugar para ella en ese mundo, en esa manada. Las lágrimas caían libremente por sus mejillas mientras corría sin rumbo, con el sonido de sus propios sollozos mezclándose con el crujir de las hojas bajo sus pies. Todo a su alrededor estaba borroso, como si el mundo a su alrededor se desmoronara junto con su alma. No había vuelta atrás. No podía enfrentarse a ellos. No después de lo que había pasado. No podía soportar las miradas de lástima, los susurros que sin duda llenarían los pasillos del clan por semanas. Nina, la hija de un linaje puro, la destinada a ser la Luna, había sido rechazada, descartada como un error. Y eso, pensó con un nudo en la garganta, era lo que siempre habían creído de ella: un error. Finalmente, su cuerpo se rindió. Cayó de rodillas en un pequeño claro, el suave musgo bajo ella amortiguando la caída. Sus manos se aferraron a la tierra húmeda, como si intentar anclarse a algo pudiera detener el maremoto de emociones que amenazaba con ahogarla. Dolor, puro y desgarrador, era todo lo que sentía. Derek no solo había roto su corazón; había destrozado cualquier posibilidad de que pudiera sentirse parte de algo alguna vez. Durante años, había soportado las miradas de desaprobación, los murmullos sobre su peso, sobre cómo no encajaba en el molde de lo que una Luna debía ser. Pero siempre había pensado que, cuando llegara el momento, Derek la vería más allá de lo superficial, que su destino juntos sería suficiente para borrar todo eso. Pero ahora veía cuán equivocada había estado. No era suficiente, y quizás nunca lo había sido. El sonido de un aullido lejano resonó en el aire, recordándole que aún estaba cerca de la manada, de aquel lugar que ahora se sentía tan ajeno. No puedo quedarme. La idea la golpeó con la fuerza de una revelación. Había perdido su lugar, su propósito. Si se quedaba, solo sería una sombra de lo que pudo haber sido, condenada a vivir en la vergüenza y el rechazo. No podía soportarlo. No podía seguir viviendo en un lugar donde todos la mirarían con lástima o desprecio. Debía huir. Se puso de pie, su cuerpo temblando por el esfuerzo y el frío que empezaba a calarle los huesos. No sabía exactamente adónde iría, pero sabía que no podía quedarse allí. Miró hacia el horizonte, donde las montañas se erguían, silenciosas y majestuosas. Más allá de esas montañas estaba la ciudad, un mundo completamente diferente al que conocía. Un mundo donde podría desaparecer, comenzar de nuevo. Tomó aire, dejando que el frío llenara sus pulmones. Una parte de ella aún dudaba. ¿Cómo podría abandonar a su familia, a su manada? Su madre, su padre... Pero al pensar en ellos, el dolor se intensificó. Sabía que ellos tampoco la entenderían. Habían esperado tanto de ella, tanto del futuro que debía haber tenido como Luna. ¿Cómo podrían apoyarla ahora que su destino había sido destruido? No quedaba nada para ella allí. Dio un paso adelante, y luego otro, con los latidos de su corazón martilleando en sus oídos. A medida que caminaba, el dolor de la humillación no desaparecía, pero una nueva determinación comenzaba a florecer en su interior. No podía cambiar lo que había sucedido, pero sí podía decidir su futuro. Si Derek no la había querido como Luna, entonces ella encontraría otro camino, uno donde no tuviera que vivir bajo la sombra de las expectativas de los demás. La ciudad… La idea de ir allí se fue solidificando en su mente. Había escuchado historias de lobos que vivían en las ciudades, alejados de las manadas, de los clanes y de las jerarquías. Eran lobos solitarios, que habían encontrado su propio camino lejos del control de los Alfas. Quizás allí, lejos del juicio constante, podría encontrar un lugar para sí misma. Un lugar donde nadie la conociera. Donde nadie supiera que había sido rechazada. El bosque a su alrededor comenzó a transformarse a medida que se acercaba a los límites del territorio del clan. Las sombras se hacían más densas, pero el aire parecía volverse más ligero, más libre. Ya no sentía la presencia opresiva de la manada. Era como si con cada paso se fuera despojando de las cadenas que la ataban a su pasado. Pero no todo estaba resuelto. Sabía que huir significaba algo más que escapar de su vergüenza. Significaba renunciar a su lugar en el clan, abandonar todo lo que alguna vez conoció. Sabía que su padre la buscaría. Sabía que su madre no entendería. Pero el dolor de quedarse era mucho mayor que el dolor de partir. Finalmente, tras lo que le parecieron horas caminando, el denso bosque se abrió hacia un camino más claro. Las luces lejanas de la carretera parpadearon a lo lejos, señalando la cercanía de la civilización. La ciudad estaba ahí, esperándola. Al otro lado, una nueva vida, un nuevo destino, lejos de las expectativas y los rechazos. Nina se detuvo en el borde del camino y, por un momento, miró hacia atrás. Las luces del territorio de su clan apenas eran visibles entre los árboles, pero sabía que detrás de ellas quedaba todo lo que alguna vez fue importante para ella. Su familia. Su linaje. Sus raíces. Pero también quedaba todo el dolor, el rechazo y la humillación. Con una última mirada, Nina tomó aire y se giró hacia la ciudad. Cada paso que daba hacia ese nuevo mundo era una afirmación de su decisión. No sabía qué le deparaba el futuro, pero una cosa era segura: nunca volvería a ser la misma. Y mientras la luna brillaba en el cielo oscuro, un nuevo comienzo se dibujaba en el horizonte para Nina. Ella estaba lista para dejar atrás a la chica que una vez fue, y convertirse en algo mucho más fuerte.
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