Capítulo 1: Bienvenidos a la manada
El aire en el valle estaba cargado de humedad, esa densidad que presagiaba una tormenta inminente. La tierra firme bajo los pies de Nina vibraba con cada paso de los lobos que corrían entre los árboles, mientras ella observaba a la distancia. El bosque, oscuro y profundo, había sido su hogar desde que tenía memoria, y aunque lo amaba, también le recordaba todo lo que le faltaba: aceptación, respeto… y un lugar en la manada que siempre la había mirado como una extraña.
Nina, con sus curvas marcadas, su piel cálida y suave, siempre se había sentido fuera de lugar en el clan. Su madre, una loba de renombre y gran belleza, había sido una guerrera temida y respetada; su padre, un estratega habilidoso, fue un pilar en la defensa del territorio del clan durante décadas. Sin embargo, ella había heredado algo más que sus genes poderosos. Había heredado su cuerpo grande y curvilíneo, un rasgo que, en su manada, se consideraba una señal de debilidad más que de fuerza.
Desde pequeña, Nina siempre había sido la más robusta de las lobas jóvenes, algo que no pasó desapercibido para nadie, especialmente para Derek, el joven Alfa en formación. Derek, con sus ojos azul hielo y su arrogante sonrisa, era todo lo que se esperaba de un futuro líder. Era alto, musculoso, y cada movimiento suyo exudaba poder y control. Desde niños, Derek y Nina habían crecido juntos, pero mientras él ascendía en las filas, ella siempre parecía quedarse atrás, a la sombra de los demás.
Nina se sentó en una roca plana a la orilla del río, observando su reflejo en el agua. Su cabello castaño caía en suaves ondas alrededor de su rostro, sus ojos verdes profundos y expresivos brillaban con una mezcla de tristeza y determinación. No era la primera vez que se preguntaba si algún día sería suficiente para la manada. "Quizás si fuera más delgada... más ágil", pensaba con frecuencia, pero hoy esos pensamientos no parecían tan urgentes. Algo dentro de ella, algo profundo y primitivo, le decía que su momento estaba por llegar. Solo que no sabía cómo.
Un sonido suave de ramas quebrándose la hizo levantar la cabeza. Allí estaba Derek, con su habitual aire despreocupado, su camisa abierta dejando al descubierto su torso desnudo y su piel bronceada. Caminaba con la confianza de alguien que sabía que el mundo le pertenecía.
—Pensé que te encontraría aquí —dijo, su voz ronca y grave—. Siempre escondiéndote lejos del resto.
Nina apretó los labios y miró hacia otro lado, sabiendo que cualquier interacción con Derek venía cargada de una mezcla de condescendencia y provocación. Aunque había sido su amigo de la infancia, el tiempo y la jerarquía lo habían cambiado, transformándolo en alguien que veía a los demás como piezas en un tablero, útiles o descartables.
—No me estoy escondiendo —respondió ella, tratando de mantener la calma—. Solo quería un poco de tranquilidad.
Derek arqueó una ceja y se acercó, el peso de su presencia palpable. Él siempre había tenido una especie de magnetismo que atraía a todos a su alrededor, algo que Nina encontraba tan fascinante como frustrante. Él podía dominar la atención de una habitación entera con solo una palabra o un gesto.
—Sabes que la manada espera más de ti, ¿no? —dijo, agachándose frente a ella, su tono era suave pero condescendiente—. Eres hija de dos lobos poderosos, Nina. Pero, a veces, me pregunto si realmente llevas su fuerza dentro.
Nina sintió el latido rápido de su corazón y la presión familiar en el pecho. Era lo mismo de siempre. Las expectativas, los comentarios velados, la constante comparación. Pero hoy, por alguna razón, esas palabras le dolieron más que nunca. Tal vez porque algo en la manera en que Derek la miraba —esa mezcla de desdén y lástima— dejaba claro que para él, ella nunca sería lo suficientemente buena.
—No necesitas recordármelo —respondió, con más aspereza de lo que había planeado—. Sé perfectamente lo que la manada espera de mí.
Derek sonrió, una sonrisa peligrosa que no alcanzaba sus ojos.
—¿Lo sabes? Porque, hasta ahora, no lo has demostrado. —Sus ojos recorrieron su cuerpo con una lentitud intencionada—. ¿De verdad crees que estás lista para lo que viene?
Nina se puso de pie de un salto, su estómago revuelto de ira y vergüenza. Sabía a qué se refería. La ceremonia de emparejamiento se acercaba, el momento en el que el Alfa elegiría a su Luna, la compañera destinada a gobernar a su lado. Y aunque nadie lo decía abiertamente, todos sabían que ella, por derecho de sangre, era la más probable candidata.
Derek se levantó también, imponiéndose sobre ella, su figura alta y esbelta eclipsándola.
—Mira, Nina —su tono se suavizó, aunque sus palabras seguían siendo filosas—. No quiero ser cruel, pero necesitas enfrentar la realidad. Ser la Luna no es solo un título. Es un rol que requiere fuerza, disciplina... y un cierto tipo de apariencia.
Nina lo miró fijamente, conteniendo las lágrimas que amenazaban con escapar. Sabía que no debía mostrar debilidad, no delante de él. Cada palabra de Derek era un recordatorio de lo que la manada esperaba, de cómo la veían a través de una lente distorsionada por el poder y la belleza física.
—No es solo sobre cómo te ves —continuó Derek—. Es sobre cómo te perciben los demás. La manada sigue a los fuertes, y lamentablemente, la apariencia importa. Quieren a alguien que puedan admirar, alguien que refleje lo mejor de nosotros.
Nina apretó los puños a los lados, sus uñas clavándose en sus palmas.
—Soy fuerte, Derek. Tal vez no de la manera en que tú o el resto de la manada lo ven, pero soy fuerte. He aguantado mucho más de lo que puedes imaginar.
Él sonrió, pero esta vez su sonrisa tenía un toque de crueldad.
—Eres fuerte... a tu manera. Pero ser fuerte no es suficiente para ser la Luna de este clan.
El viento sopló suavemente, revolviendo las hojas a su alrededor. Nina dio un paso hacia atrás, dándose cuenta de que Derek no la veía como su igual. Para él, ella siempre sería una carga, una obligación de sangre más que una compañera real. Su pecho dolía con una mezcla de rabia y tristeza.
—Ya veremos —dijo Nina, su voz más baja de lo que esperaba—. Tal vez no sea lo que esperabas, pero no me subestimes.
Derek la miró, sorprendido por su desafío, y durante un breve momento, algo parecido al respeto brilló en sus ojos.
—Tienes agallas, Nina. Pero las agallas no son suficientes en este mundo. La ceremonia está cerca, y cuando llegue el momento, espero que estés preparada para lo que viene.
Sin decir nada más, Derek se dio la vuelta y desapareció entre los árboles, dejándola sola en la orilla del río. Nina lo observó mientras se iba, sintiendo el peso de sus palabras. No importaba cuán fuerte fuera, ni cuánto intentara demostrar su valía. A los ojos de la manada —y especialmente a los ojos de Derek— ella siempre sería la chica gorda que no encajaba en el molde.
Pero mientras el viento soplaba a través del valle, algo dentro de ella comenzó a cambiar. Tal vez no lo sabía aún, pero Nina estaba a punto de embarcarse en un viaje que no solo cambiaría su vida, sino el destino de todo el clan. Y en ese momento, una chispa de determinación prendió en su pecho.
No importa lo que piensen, se dijo a sí misma, observando el río fluir con fuerza. Voy a encontrar mi camino, incluso si tengo que abrirme paso por mi cuenta.