El amanecer bañaba la habitación con una luz suave y dorada, mientras las cortinas de seda ondeaban ligeramente por la brisa de París. Nina sintió el calor del sol en su rostro antes de abrir los ojos, parpadeando lentamente mientras se daba cuenta de dónde estaba. Alessandro estaba junto a ella, su brazo envuelto alrededor de su cintura, y el ritmo de su respiración tranquila la llenó de una paz que nunca antes había sentido. Las sábanas de lino se sentían suaves contra su piel, y la presencia de Alessandro, sólido y protector, era reconfortante. Ella se movió suavemente para no despertarlo, pero él ya estaba despierto. Alessandro la observaba con una sonrisa tranquila, su rostro relajado, aunque sus ojos oscuros la estudiaban con intensidad. —Buenos días, —murmuró, su voz resonante en