Secretos

2361 Words
Bajo de mi Mustang Fastback del ’67, saco mi bolso de la parte trasera y camino a casa. Paso por el recibidor y atravieso la sala, para salir al patio, donde normalmente encuentro a Céline, leyendo un libro o fumándose un cigarrillo, pero no hay nadie en el lugar. Me encojo de hombros y me dirijo a mi habitación, por lo que subo las escaleras. Al pasar por el despacho de Céline, escucho risas en su interior, y como curioso, me acerco para lograr escuchar.   —La verdad es que, no lo hemos pasado nada mal —Se escucha la voz de Céline, cargada de diversión. —Se te ve bien, mi querida Céline —La inconfundible voz de Yves—. Y para ser sincero, jamás creí que durarías tanto —Se ríe. —Ni yo, pero como ves, aquí estamos y no me quejo —La siento que camina, seguramente hacia el ventanal—, cuando Gaspard me hizo su propuesta, jamás pensé que lo decía tan en serio. —¿Qué me dices?, si cuando me llamaste, pensé que estabas ebria, o drogada —Yves suelta una estrepitosa carcajada. —Pero le doy el mérito a Gaspard. Supo hacer un buen negocio, de todo esto —Sus pasos nuevamente resuenan en el suelo. «¿De qué estarán hablando?» me pregunto—. Y salí gratamente recompensada, tanto con mi libertad, como con que le gustaran las mismas cosas que a mí —Nuevamente ambos se ríen. —Y bueno, me vas a decir ¿qué es lo que quieres modificar de tu herencia? —pregunta Yves, y mis alarmas saltan de inmediato. —Ya estoy vieja, Yves —suspira—, no quiero arrepentirme por no haber tenido hijos… —«¿¡Qué!?». —Un hijo no es un juego, Céline —dice Yves, tratando de hacerla entrar en razón. —Lo sé, pero ya disfruté lo suficiente. Me siento sola y tengo claro que Gaspard no está conmigo porque me ame —Su tono es cansado y tranquilo. Resignado. —Está bien, entonces, ¿qué es lo que quieres modificar? —Se escucha el sonido de un maletín al abrirse y ruido de papeles. —A pesar de que hicimos un trato para casarnos, sabes que no tengo a nadie más… —suspira— Por lo que, todo lo mío, sería para él —Yves hace un sonido afirmativo. —Lo sé, querida Céline, aunque no olvides, que tienes una participación importante en “R&F Avocats” —Le recuerda, y eso es algo que desconocía absolutamente. —Quisiera hacer una clausula, donde quede especificado, que, si tengo un hijo, sea de Gaspard o no, todo lo que poseo, será exclusivamente para él —Por un lado, está en su derecho, ya que yo sólo le pedí mi bufete, pero saber que podría tener más—. Pero de no lograr quedar embarazada, toda mi fortuna, y los negocios de mi familia, serán para Gaspard, sin contar con mi parte de las acciones, en “R&F Avocats”, ya que esas pasarán a ser de Gastón y tuyas —¿Me dejaría todo a mí? Algo en mi interior se encendió casi automáticamente, tras escuchar esas palabras. —¿Y cómo pretendes quedar embarazada?, por lo que tu misma me has dicho, en Le Manoir todos se cuidan de forma responsable, y tus encuentros con Gaspard, se limitan a “tu sala de juegos” o al club. —¿Es que Céline le cuenta todo a Yves? Aprieto los puños, por saber que mi vida privada, es tema de conversación, entre ellos dos. —Intentaré seducirlo… —dice con desdén. ¡Ja!, como si fuese tan fácil engañarme. —Tú sabes lo que haces. Yo te escucho y sugiero, pero finalmente, ambos sabemos que siempre haces lo que quieres —replica Yves, con un tono cansado. —Lo sé, por eso eres mi abogado —Ambos se ríen, por lo que decido alejarme de la puerta, y caminar a paso rápido hacia mi habitación.   Dejo mi bolso en el walking closet, y me doy un par de vueltas en la habitación, intentando pensar en algo.   Cuando Céline y yo nos casamos, acordamos decirnos todo, para poder cubrirnos las espaldas, en caso de que algo ocurriese; y esta conversación, está lejos de ser algo que hayamos acordado, incluso, pasando por encima de la confidencialidad que ambos firmamos en el trato. Además, está traicionando mi confianza, y eso es algo que no perdono con facilidad. A nadie, sin excepción.    Me vuelvo a dar una ducha, esta vez, con agua fría, para ordenar mis pensamientos e idear un plan. Si bien había obtenido lo que había pedido, con el trato que firmé con Céline, todo lo demás lo he ganado en base a mi propio esfuerzo.  Mi cuenta corriente, es bastante “voluptuosa” y estaba orgulloso de haberlo conseguido gracias a mi astucia y esfuerzo, pero esta traición por parte de Céline, y esa nueva arista, de saber que podría tener muchísimo más, me tiene con un hambre voraz, que no sabía que algún día tendría, pero que estaba seguro, se cocinaría en frío.   «¡Maldita clausula!»   Salgo al patio y encuentro a Céline leyendo uno de sus libros.   —Bienvenue, mon amour —Le dejo un beso en cada mejilla y me siento a su lado—, ¿Almorzaste con Nicolás?  —No, ma chérie, y ¿tú? —Se baja los lentes de sol y me mira por encima de éstos. —No me dio hambre más temprano, por lo que decidí esperarte —Miente con descaro. Esbozo una media sonrisa, siguiéndole el juego. —¡Silvia! —Da un grito, para llamar a la chica de servicio, quien llega agitada a nuestro lado, baja la mirada a penas me ve y pone sus manos a sus costados. Sonrío—. Tráenos el almuerzo, por favor. —Si, madame. —Me gustaría que saliéramos a cenar esta noche, si no tienes planes —Sonríe ampliamente, mientras se quita el sombrero y los lentes, dejándolos a un lado. Sus ojos grises me escanean de arriba abajo, mientras la miro fijamente a los ojos. —¿Qué tramas, mon amour? —Nuestras miradas no se abandonan, y sé que, en una guerra de miradas, ganaría sin dudar. —Nada chérie, ya sabes que no te oculto nada —Su mirada se aleja de inmediato de la mía, por lo que anoto diez puntos para mí, ya que ella sabe, que tarde o temprano, sabré que me miente, y que trama algo a mis espaldas.   (…)    Mientras el garzón retira los platos, Céline bebe el resto de vino que queda en su copa y mis ojos no se apartan de los de ella, intentando trazar ideas. Revivo cada palabra que le dijo a Yves, y esa hambre por más, y el sentimiento de traición que siento, no me abandonan.    —¿Qué es? —cuestiona con interés, volviendo a retomarme la mirada. —¿Qué cosa, chérie?  —Esa mirada… —Sonrío y le tomo el mentón, suave, pero firme. —¿Quieres jugar a las adivinanzas, chérie? —La veo tragar con dificultad, sus pupilas dilatadas, la expectación en su mirada. Paso mi pulgar por sobre su labio inferior y la veo estremecerse en el asiento. —Prefiero jugar a otras cosas, mon amour —Su mirada llena de excitación. Le suelto el mentón y me tiro hacia atrás, apoyando mi espalda en el respaldo de la silla.   El garzón irrumpe nuevamente, dándonos la carta con los postres, por lo que ordeno un mousse de almendras y caramelo, mientras mi acompañante pide una Crème brûlée.   —¿Quieres jugar esta noche, chérie? —Su mirada vuelve a mí, como una abeja a la miel. —Sí. —Si, ¿qué? —Si, Señor. —Perfecto. Qué así sea.    A penas terminamos de cenar, me acerco a ella, para retirar su silla. Le tiendo mi mano, la cual toma con suavidad, pongo su abrigo sobre sus hombros y caminamos hacia la salida. Por su puesto, la mirada de varios curiosos, no se aparta, al vernos caminar hacia la salida, donde nos espera Jacques.   Una vez en casa, cada uno se dirigió a su respectivo cuarto, y nos reuniríamos dentro de media hora, en la salle de bonbons (sala caramelo), como le habíamos llamado, cuando nos decidimos a implementarla, ya que antes de mí, Céline sólo se limitaba a cumplir con sus deseos más oscuros en Le Manoir.   Tomo mis Jeans negros, el cinturón donde siempre me gustaba enganchar el flogger, la fusta y alguno que otro accesorio. Me pongo una camisa negra y salgo de mi cuarto, y camino hacia el pasillo, donde se encuentra una puerta con una escalera, que sube al ático, que es donde habilitamos la salle de bonbons.   Subo la escalera y una pequeña luz roja, me indica que Céline, ya está dentro. Abro la puerta y la tenue iluminación amarilla, le da un aspecto más sombrío al lugar, lo que lo hace perfecto. Las paredes desnudas, de concreto, le dan un aspecto un tanto industrial, ni parecido a la elegante mansión, que es nuestro hogar.   Apenas cierro la puerta, miro a mi derecha, donde se encuentra Céline, arrodillada, con las piernas levemente abiertas, cabeza gacha y ambas manos sobre sus muslos, con las palmas hacia arriba. Lleva el cabello tomado en dos coletas, una a cada lado, una correa en el cuello con cadena y entre sus piernas, logro ver una cola.   —Muy bonito —Me inclino hacia ella y le tomo el mentón— ¿A qué jugamos hoy? —Permíteme ser tu perrita, Amo —Asiento y le palmoteo la cabeza. —Buena chica. Está bien. Vamos a ello.   Tomo la cadena, que lleva sujeta de la correa y camino, con ella siguiéndome los pasos, andando en cuatro patas.   Me detengo al lado del caballete, que está regulado a la altura del cuerpo de Céline.   —De pie, perrita —Céline se pone de pie, y veo que lleva un tapón anal, con cola entre sus nalgas. Un leve rubor tiñe sus mejillas, sus pupilas levemente dilatadas—. Muy bonito.   Céline se monta sobre el caballete. Aseguro sus muñecas, con los puños del caballete, restringiéndole ambos brazos. Reviso una vez más, que no le aprieten demasiado, para no lastimarla. Aseguro sus pantorrillas a la base, donde tiene apoyadas ambas rodillas, muy abiertas, para dejar su sexo completamente abierto y expuesto ante mí. Después de checar por última vez los amarres, doy la vuelta, hasta quedar frente a su rostro, justo frente a mi v***a. Me agacho a su altura y tomo su boca en un beso voraz, recorriendo con mi lengua todo su interior, mientras la suya, gira en torno a la mía.   Mis manos atrapan sus pechos, por debajo del caballete, apretándolos, excitándolos. Mis dedos capturan sus pezones, haciéndola jadear.   —Tengo algo que te puede gustar.   Camino hacia uno de los muebles, donde guardo algunos accesorios y tomo unas abrazaderas de pezón, con unas pequeñas campanitas colgado de ellos. Cuando vuelvo al lugar, vuelvo a estimular sus pezones, hasta dejarlos completamente erectos, pidiendo por más atención, pongo la primera pinza, logrando estremecerla y soltar un suave gemido.   —Te gusta, ¿no es así, perrita?  —S-sí, Amo.   Estimulo su otro pezón y pongo la otra, ajustando la abrazadera, para regularla sin hacer daño.    —Muy bonito, perrita.    Me doy la vuelta nuevamente, trazando con mis dedos un camino por su espalda, erizándole la piel, anticipándola.   Voy hacia una de las paredes, y elijo una de las fustas, ajustándola a mi cinturón, hago lo mismo con un flogger y una varilla con plumas en la punta. Finalmente, tomo una paleta con mi nombre en ella y el recuerdo de verla con un perfecto relieve en sus sonrosadas nalgas, me pone duro.   —¿Te has portado bien, perrita? —Si, Amo —Tomo con mis manos, sus nalgas, erizándole la piel. —A mi no me lo parece…  —¿Por…. —Le doy un fuerte azote, haciéndola callar. —No tienes permitido hablar, perrita.   Tomo el Flogger y comienzo a darle toques suaves con él, entre sus muslos, logrando que se estremezca en el lugar.   —Eso te excita, ¿verdad, perrita?  —S-si, Amo. —Buena chica.    Me doy la vuelta, dándole suaves toques con el flogger, esta vez, lo hago en sus pechos, mientras las campanillas tintinean, combinándose con sus gemidos.    Vuelvo a dar la vuelta, esta vez dándole más duro, sobre sus nalgas, que ya han comenzado a ponerse más rosadas.  Dejo el flogger a un lado y tomo la varilla, haciéndola estremecer con las plumas, sobre su sexo, sobre su pecho, excitándola cada vez más.   —Por favooor… —Suplica, y es así como me gusta tenerla, jadeando, pidiéndome más. Y es ahora donde debo intentar sacarle información. —¿Hay alguna cosa que me quieras contar, perrita? —Intenta moverse, pero está tan bien amarrada al caballete, que es imposible. Su respiración es rápida, mientras sigo rozando con las plumas, sus partes sensibles. Un varillazo sobre sus nalgas la hace respingar, soltando un suave lloriqueo, cargado de ansiedad—. Contesta mi pregunta. —N-no, Amo. —Mentirosa. Otro varillazo. Reemplazo la varilla por la paleta. Paf. —¿Segura, perrita? —S-si, Amo. Paf, paf. —Sabes que no me debes mentir, ¿verdad? Paf. —S-s-si, Amo.    Veo sus muslos mojados por su excitación, por lo que me bajo la cremallera, me enfundo en un condón y entro en ella de una estocada. Vuelvo a salir y la escucho quejarse, entrando nuevamente de golpe. Repito la acción hasta dejarla al borde del clímax. La veo intentando mover las caderas, para seguirme el ritmo, pero no puede, por las restricciones.    Suelta un bufido de frustración, por lo que sonrío satisfecho. Salgo de entre sus piernas, me quito el condón y camino hasta su boca.   —Ten, trágatela toda, como te gusta, perrita.
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