10.

1551 Words
10. El jefe está nervioso, se pasea de acá para allá mientras nos reprocha. —¡Son unos inútiles! De ti, Jason me lo esperaba, pero Mikael… comienzo a temer que la torpeza de Jason te está afectando, si es así, los separaré. Prefiero que sea uno la oveja negra y no dos… Mikael escucha sin emitir un solo sonido, de hecho, tengo la impresión que duerme con los ojos abiertos. Pero yo no puedo hacer lo mismo. El jefe me mira y se me paran los pelos del brazo y de la nuca. —¡Tú, Jason, no vales para nada! —Pero... jefe… —¿Eres consciente al menos de tus errores? El jefe disminuye algo la tensión en sus palabras y por eso me atrevo a levantar la vista del suelo. —Creo que sí, jefe... —contesto. Me gusta estar en esta oficina cuando no estoy siendo regañado. Es genial acá por todos esos objetos curiosos y extraños que guarda ahí, protegidos en vitrales blindados y sumamente herméticos. Pero en la otra pared, la que tenemos de espalda, todo es un completo desorden a pesar que, de igual forma los objetos están protegidos, están apilados uno tras otros, como los papeles que tengo en mi oficina, en completo desorden. Esos objetos me embargan en una admiración infantil. Cada objeto, desde la estatuilla del Diablo Supay, la figura del Ekeko, el Quipus de la época precolombina, pasando por el cuerno de toro, y el cuadro de la dama oscura, y ese pedazo de metal, tiene una historia interesante, es lo que me mantiene distraído mientras el jefe sigue soltándonos reproches. Cuando el jefe está de mejor humor suele contarnos varias anécdotas sobre aquellos objetos. Aunque para ser exactos, ya casi no se lo ve sonriente, desde que ha decidido mandarme a las calles. Mikael la pasa peor que yo, él está sentado a mi lado, en la otra silla atento y apropiándose de todas las palabras rudas que suelta el jefe, para los dos. Estoy seguro que por dentro se tortura de una peor forma de lo que el jefe amenaza con hacernos. El jefe deja de pasearse por la oficina, se acomoda en una butaca, de los que están para sus visitas personales y enciende un cigarrillo. —Me pregunto para qué me esfuerzo en explicarte, Jason, sé muy bien que lo que te digo entra por un oído y sale por el otro… Y tú, Mikael… ¿Qué te ha pasado en el último instante? —le pregunta, y luego me mira—. Antes de que me den sus excusas, quiero escuchar el informe. Su voz adquiere un tono profesional, acorde con su pose. Visto con ojos humanos, el jefe aparenta tener unos cuarenta y ocho años y pertenece a ese escaso círculo de hombres de negocios con los que el gobierno suele firmar contratos y endeudarse, con la esperanza de obtener millones a cambio de su obediencia y sometimiento casi eterno. —¿De qué quiere que le informe? —pregunto, consciente de que corro el riesgo de que me suelte otra penosa descalificación. O una bofetada de esos que da cuando llega a su límite de paciencia. —De tus errores, Jason. Háblame de tus errores. Con que quiere eso... Bien. —Mi primer error, jefe —digo, adoptando mi más humilde actitud—, fue tratar de eliminar el Halo de la oscuridad que estaba prendida a una chica en el subterráneo de la capital. —¡¿No me digas?! —exclama simulando falso interés. —No tengo la capacidad, Mikael me lo recordó, pero hice oídos sordos… —Muy bien. Continúa —me alienta el jefe. Mientras revisa las imágenes que Mikael ha obtenido del Halo de la oscuridad. —Pero por haberlo hecho, descubrimos que era uno diferente a los que se suele ver por ahí… —De acuerdo, comencemos por eso —apunta el jefe—. Por lo que veo, y compruebo que no exageran. Esa clase de Halo es imposible de eliminar. Un Halo de esas dimensiones apenas y puede debilitarse con el efecto del ojo demoníaco. Estoy seguro de que no lo recuerdas —continúa el jefe—. Aunque en este caso da igual, porque se trata de un Halo que no corresponde a ninguna clasificación. Jamás habrían podido neutralizarlo... —Se acerca a mí irguiéndose por encima de la mesa y añade—: ¿Saben una cosa? Concentro toda mi atención en lo que va a decirnos. Mikael mueve apenas sus largos dedos. Parece que le intranquiliza lo que va a escuchar a continuación. El jefe continúa. —Y para serles franco, yo tampoco habría podido. Como estoy seguro que Mikael te lo dijo, el único que puede hacer algo es Om, y él ya no está con nosotros… Es una confesión totalmente inesperada y no sé qué decirle. ¿Por qué ha tenido que mencionar a Om? Con lo que sabe que a Mikael le afecta… Miro de reojo a Mikael, y compruebo que se lo está pasando peor que yo. Es lo bueno de ser un descarado, como dijo el jefe, las palabras me entran por un oído y se van por el otro, no se me quedan, no me afectan, pero a él, todas, y cada una de las palabras y más si son del jefe le afectan el triple. Vuelvo a la confesión que nos ha hecho el jefe… la confianza que todos tenemos en sus poderes absolutamente ilimitados, son una idea compartida por todos aquí, aunque a nadie se le pasa por la cabeza decirlo en voz alta. El jefe que se ha acabado el cigarro, vuelve a hablar, esta vez usa un de maestro de escuela, para que le entendamos. —Cuando se trata de un Halo de esa fuerza, Jason solo puede revocarlo el mismo que lo ha creado. —Pues habría que —apunto con voz insegura—. Me da pena esa muchacha... —El problema no es ella. O, mejor, no es solo ella. —¿Cómo qué no? —suelto con descaro, aunque me apresuro a corregirme—. ¿No habría que detener al nigromante? El jefe suspira, con impaciencia, se masajea las sienes. Es lo que hace cuando alguno de nosotros le hace enojar. —¿Podemos detener al sol o a la oscuridad por hacer lo que hacen? Al igual que nosotros, existen por un motivo, a pesar de que no podamos comprenderlo. Los nigromantes son nuestros opuestos, y si ese nigromante pudo crear ese halo, es porque está dentro de lo permitido, pero…el problema tampoco es el nigromante. Cuando se está ante un Halo de semejante fuerza... Ahí tengo que interrumpirlo, aunque eso me cueste el sueldo del mes. —Puedo vivir con que esos malditos Halos … disculpe mi vocabulario, pero es que no son de mi agrado, aunque tengan derecho a la existencia, pero me preocupa la chica… su muerte es casi segura. Para mi sorpresa, el jefe solo asiente con la cabeza, me ha comprendido la preocupación. —Mandaré a alguien para que la ayuden, pero volvamos al tema. ¿Cuál era la misión que tenían ambos? Porque parece que no lo saben. Tengo que adelantarme y contestar antes que lo haga Mikael. —El objetivo era dar con los vampiros que andaban de caza por Buenos Aires, y traerlos para el interrogatorio… —¡Pues ahí está! Si lo tenían bien claro, ¿por qué carajos no los veo ahora mismo? —Me los comí yo, señor…—Mikael se me adelanta, maldita sea —, es mi responsabilidad… El jefe modula su tono con él, será porque es consciente que ya se castiga a sí mismo por los errores de los dos. —Es uno de los muchos errores e irregularidades en sus acciones, sí… —le dice el jefe—. Dime por qué lo hiciste. Mikael trata de no mirarme. —No me alimenté como es debido, señor —Mikael no dice la verdad. —De manera que como cometiste el gran descuido de no llenar la panza antes de salir al trabajo, en todo ese tiempo estabas debilitado… El jefe mueve la cabeza como si alguien más le dijera algo a los oídos. —Eso no me suena a ti, Mikael. Espero que no le estés cubriendo las espaldas a este inútil al que te puse de compañero. Mikael mueve la cabeza, negándolo. —Es lo que le dije. Estaba exhausto al grado de no poder contenerme… Tengo que decir algo para que la culpa recaiga en mí, es injusto que todo el peso se lo lleve él. —El vampiro me atacó, jefe —le digo y rápidamente agrego—. Mikael solo actuó en defensa… El jefe me mira, trata de leer mis gestos. Sospecha. —Vaya, vaya… Esto me huele a que hay otra historia que no quieren que escuche… Intento decir algo, pero el siguiente grito, es como una bofetada, que me cierra la boca. —¡Como veo que ambos se cubren la espalda! Pues… ¡pasarán toda la noche juntos!
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