11.

1550 Words
11. Mikael sale después de mí. A él le ha ido peor con el jefe, lo sé porque en un momento me ha hecho salir, y se han quedado a solas. Desde el pasillo se escuchaban los gritos que le ha dado. Le espero en la puerta porque si no me lleva él a casa, nadie más lo hará. Es lo que pasa por ser el novato. Tengo prohibido viajar en el transporte humano, así que Mikael, al ser mi pareja es prácticamente quién se encarga de traerme y llevarme adónde sea. También podría irme caminando, pero no tengo ganas, mi departamento queda a tres horas de acá. La puerta de la oficina del jefe se abre de una. Mikael pasa de mí. Está molesto, aunque no se le nota, lo huelo. Salgo detrás de él. Los otros del equipo nos miran y sueltan sus chistes de mal gusto. Mikael pasa también de ellos. El jefe ha dicho que pasaríamos la noche juntos, y eso solo puede significar una sola cosa: Hacer patrullaje por los barrios bajos de capital. Grandioso, aunque sé que pudo ser peor, pero eso no es lo que me tiene de mal a peor. Que Mikael no me dirija la palabra y haga como si yo no estuviera ahí, es lo que me tiene de malas. En la puerta del edificio que en apariencia es un banco hipotecario, lo detengo del brazo. Justo del que me he alimentado esa misma noche. —¿Hasta cuándo me tendrás en hielo? —le pregunto de una. Mi impaciencia se descontrola. Mikael me mira a la cara como si no comprendiera lo que le digo. —¿Eh? ¿Me hablas? —pregunta, como desentendido de todo lo que sucede a su alrededor. Espera a que le diga algo al respecto. Grandioso… —Que pensaba que estabas molesto conmigo y por eso no me diriges la palabra… —Estoy molesto, sí. Pero, ahora mismo estoy ocupado en algo… Subo a su coche, un antiguo Toyota beige, que anda de maravilla, pero que me queda incómodo. Estoy acostumbrado, es la desgracia de medir un metro noventa y siete. Mikael se retrasa un poco. Ahora que lo noto, habla por el medio psiquis con alguien más. Katrina sale del edificio al mismo tiempo que mis ojos van a parar a la entrada. Al verme se va acercando. Mira de pasada a Mikael y viene directamente hacia mí. Se inclina hacia la ventanilla como si quisiera decirme algo. Abro la ventanilla con algo de dificultad. Debí acomodarme en el asiento delantero, de esa forma tendría más espacio para las piernas. En fin, Katrina me sonríe. —El jefe dice que los espera mañana a las seis de la mañana… —¿Sabes qué tiene pensado? —ahora me siento inseguro, el jefe suele ser terrible con los errores. —Ni idea… solo llega a tiempo. El otro día me he quedado sin horas libres solo por llegar treinta segundos después de las seis. Así es el jefe que tenemos. Dicho esto, Katrina se desaparece de mi vista. No he llegado a quejarme con ella, pero me olvido de todo cuando Mikael entra al fin a su Toyota. —¿Qué ha sido todo aquello? —le pregunto, quiero escuchar lo que tiene para decirme, y si no lo hace, pienso llevarle, si es necesario forzarlo a decírmelo a la cara, como es que se debe de hacer. Mikael pone en movimiento su carro. Las calles a esa hora van cobrando energías densas, del bajo astral. Alguna vez escuché a un cazador experimentado decir que, si recorres las calles a esa hora, mínimo te encuentras con un Void acabado de nacer. Mikael me mira sin haber entendido nada. —No tengo ni la mínima idea de lo que esperas que te diga —parece sincero y no sé si seguir en mi intento. —Venga ya, Mikael, suéltalo, saca lo que tienes para mí. Mikael mueve la cabeza, negándolo todo. —No todo gira en torno a ti, Jason —me dice—. Tengo otros asuntos aparte de entrenarte… Pero no le creo. —Yo sé que te he perjudicado… si quieres cambiar de pareja, solo dilo, te apoyaré… —Deja esos dramas para otro momento, Jason. Que no me estás escuchando nada —ahora se ve impaciente—. Fui yo el que ha sugerido al jefe hacer pareja contigo… Eso es nuevo para mí, pero… ¿Por qué haría algo así? Mikael me resulta misterioso en gran medida. Pero la verdad es que me irrita la falta de diálogo que hay entre nosotros. Ahora que lo pienso, me escucho como esos novios psicóticos, o tóxicos, pues no es lo que soy, solo quiero… saber que no está molesto conmigo, después de todo, mi corazón, aunque no físicamente permanece cálido, y lo que hoy necesito es de un amigo. He permanecido tanto tiempo en entrenamiento, aislado de todo y de todos, y la idea de volver a eso me trae malestar, haber vivido aquello tiene sus consecuencias. Mikael permanece en silencio. Sus ojos oscuros como dos abismos y su rostro triangular, le dan un aspecto de un modelo salido de revista de playboy. En cambio, yo, soy del tipo de hombre del ejército, de esos que andan entre las minas, de las bombas y en medio del peligro. —¿Te parece si antes vamos a comprar algo de whisky? —le pregunto, para tratar de volver a lo habitual. —Ok —acepta, Mikael, y de inmediato gira el Toyota, con mucha agilidad y se mete en la calle en la que siempre compramos algo de pasada. Se estaciona al frente del negocio. Luego, desciende para ir a comprar. —Mikael. —¿Sí? Saco de la billetera varios billetes de a cien y se los alcanzo. —No aceptan tarjetas de crédito —le explico Mikael acepta el dinero en silencio y se dirige hacia allá. Una mujer con una bolsa de mercado pasa muy cerca. Más allá, la pescadería baja sus persianas. El propietario tiene una deuda que no le permite dormir y piensa quitarse la vida en cuanto cierre bien el negocio. Miro hacia el negocio de las bebidas y veo que Mikael va a tardar. Bajo y me dirijo hacia la pescadería. El aura gris del hombre acorralado por las deudas es cada vez más débil. Trataré de influenciarle para que cambie de parecer… todo en esta vida tiene solución a pesar de que no lo podamos ver a simple vista, pero quitarse la vida es algo drástico que trasciende lo físico, es ponerse una maldición adicional. Y yo pienso, que, si por algún motivo estoy ahí, y he sentido el tormento en el que se encuentra, debo hacer algo, porque puedo y tengo las herramientas. Me concentro. Impongo ambas manos sobre la persiana de metal y canalizo. La energía blanquecina irradia por mis manos, y traspasa incluso a mi piel que se vuelve, debido a la luz, translúcida. Al mismo tiempo me embarga de una paz que me hace sentir que todo está bien en la vida. —Esta no es la solución… ánimo… prueba con alquilar… —digo, y mis palabras suenan en la cabeza del hombre, como un pensamiento. Ha funcionado. El aura del dueño es ahora brillante. Ha encontrado en ese momento de crisis una puerta, una luz en la oscuridad. Me alejo sabiendo que hice mi trabajo. Al volver al Toyota, Mikael me mira desde el parabrisas. —¿Ahora me pones atención? —le digo, sin poder evitar mencionarlo —¿Hay algún problema? —Tú, Jason Bastek, venido de Alemania a la Argentina, has establecido un contacto no autorizado con un humano. Hago al que no sabe de lo que habla. —Ah, ¿sí? ¿Qué tipo de contacto? —Una intervención de tercer grado —responde de mala gana Mikael—. Pero es un hecho. Y, además, interferiste en su destino. —¿Me acusarás con el jefe? —pregunto. De pronto, la situación me parece divertida. El tercer grado considera las intervenciones que se producen en el límite, como cuando una persona habla bien o mal de otra, es una bobada, en definitiva. —Lo pensaré, sí. —¿Qué le dirás? ¿Qué le deseé a un pobre infeliz que pueda encontrar una solución a su problema? —Con lo que violaste el equilibrio establecido —completa Mikael. ¡Es lo que me faltaba! Que ahora Mikael quiera arruinarme el día. ¿De qué lado está? No lo entiendo. Entre papeleo y papeleo se ha pasado el día. Hemos permanecido bajo techo todo el día. Fue un día pesado de todas las formas posibles y ahora esto. —Vamos, estás bromeando —le digo con una sonrisa, no es para tanto. —No. —¿Me quieres fastidiar? —Sí. —¿Sí? —Sí. ¡Mierda! Necesito que Mikael me diga algo más que un par de monosílabos. Me quedo mirándole como un idiota, busco la verdadera razón a su repentino cambio de humor, sin encontrar una respuesta. —A vos quién te entiende —suelto al final.
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