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1079 Words
6. —A tu derecha, Jason… —me dice, Mikael. Está lejos, pero por el vínculo que tenemos podemos escucharnos como si estuviéramos al lado. Este tipo de comunicación solo funciona cuando se trata de trabajo. Ya lo he intentado en otros momentos, pero nada, no funciona. Voy a dónde me dice, avanzo a paso ágil. Percibo a mi objetivo, está a punto de subirse en el vagón que está a punto de partir. Mikael está más cerca, pero no puede hacer nada estando de cuatro patas. Tengo que ser ágil, ahora más que nunca. Atravieso por el andén, y voy amagando a los pasajeros somnolientos, otros, distraídos apenas y se fijan en mí. Y me dirijo hasta el vagón de la cola. En cuanto cruzo, esa sensación de proximidad, de escozor en mis encías comienza a desvanecerse. —Lo pierdo… lo pierdo… —dije en voz alta. Mikael entra al vagón. Una mujer, nada oportuna, le acaricia el pelo oscuro y largo. —¡Qué buen perro sos! ¿tienes dueño? Seguro que sí. ¡Qué bien amaestrado estás! En su forma de perro Mikael le ha inspirado ternura. Entre tanto, Mikael, mueve la cola. Trato de no fijarme, porque estoy seguro que soltaré una carcajada. Una vez ya me dijo que eso de mover la cola es algo que no puede controlar. Cuando empecé a trabajar con él, mi jefe me advirtió que nunca se lo fuera a mencionar, como no me conviene que se ofenda, trato de mirar hacia mi objetivo. Hay un letrero sobre las puertas, con un dibujo de “prohibido perros” que a la gente no le importa, y menos a la que anda a esta hora de la noche. En ese momento mi objetivo permanece cerca de los últimos asientos. Parece que me he entregado al juego infantil de si frío o caliente... La gente sigue entrando en los vagones. Y yo voy lentamente acercándome. Mientras mi boca se lleva de espesa saliva, y el dolor en las encías se agudiza, y los dedos se me contraen en simultáneos espasmos. Temo que voy a perder el control de mí… —Jason… tus palpitaciones…—la voz serena y a la vez atenta, de Mikael, me fuerza a mantenerme enfocado en el objetivo. —Lo tengo bajo control —miento, aunque no sería del todo falso si lo consigo ahora mismo. Voy mirando a la gente del último vagón, no imagino quién podrá ser mi objetivo, solo sé que mis instintos me gritan: “¡Aquí está! ¡Lo tienes a tu lado!” En ese momento el tren se dispara, y me voy despidiendo de un éxito fácil. Nadie en ese vagón me resulta sospechoso, no me llama nadie la atención ¿Sería que he adivinado hasta el vagón exacto? Echo una mirada furtiva a los pasajeros del vagón, ahora sé que tengo que renunciar a la esperanza del éxito fácil. No hay nadie que me llame especialmente la atención. Una mujer lee una novela de Corín Tellado, más al fondo, un policía sin su uniforme cabecea, por lo que siento, piensa en su mujer que le ha abandonado hace una semana. Y está Mikael que, con ganas, se rasca la panza. Es un pastor alemán, y la mujer, que se mantiene a dos pasos de él, que le acariciaba la cabeza hace poco piensa llevárselo si ve que nadie lo reclama. Habría que esperar hasta que lleguemos a la siguiente parada, ¿qué otra cosa puedo hacer? Al llegar a la estación de Belgrano percibo que el objetivo se aleja. Salto del vagón y me dirijo hacia el acceso a la estación de trenes que van a provincia. Sé que mi objetivo está cerca, muy cerca... Mikael se coloca mi lado. La mujer le sigo con el afán de quedárselo. Ya tiene elegido el nombre incluso. Al darse cuenta que el perro va conmigo me mira. —¿Es suyo? —pregunta la mujer algo decepcionada. —Es mío —contesto a su pregunta. Mikael se lo tomará mal, lo sé. —Está muy bien educado –comenta al comprobar que el pastor alemán sí que tiene propietario, y que soy yo. —Me gustaría que los míos fueran así de inteligentes. Bueno, ya no lo importuno —la mujer vuelve a acariciar la cabeza de Mikael, y le dice—. Adiós hermoso —y se marcha de vuelta a la escalera que le lleva de regreso hacia el subterráneo. El objetivo arriba al tren que se dirige a San Isidro. De repente, la sensación de su proximidad se vuelve, una vez más dolorosa. Trato de no decir nada al respecto, pero incluso a mí, Mikael en su forma de perro, me agrada. No se lo diré jamás. No. Dentro del vagón, esta vez me posiciono en la puerta. Miro a cada uno de los pasajeros, hay pocos que viajan parados. Selecciono a varios posibles candidatos: dos muchachas, un chico que tiene todo el brazo izquierdo, tatuado con una cobra. Debo decir que es un trabajo muy bien realizado, y quisiera preguntarle dónde se lo hizo, y luego está una anciana. Los cuatro valen como candidatos potenciales, pero ¿cuál de ellos podría ser mi objetivo? Mikael ha desaparecido. Nada raro. Una de las chicas baja en la estación de Rivadavia. Está en refacción por lo que el tren se detiene a medio kilómetro de lo habitual. La sensación de presencia que emana del objetivo no disminuye. El chico del tatuaje de cobra en el brazo, baja en Vicente López. Perfecto. Ahora se trata de elegir solo entre dos: la muchacha que permanece en el vagón y la anciana. ¿Cuál de ellas será? De todos modos, mi instinto, y malestares me indican que realmente está aquí. Voy mirándolas de una a la otra, con algo de descaro. La chica es algo agraciada, pero es demasiado joven para mi gusto. Sus mejillas tienen un rosado, y está concentrada en el celular, tiene una calurosa discusión con una de sus amigas, pero es de carácter tranquilo. La anciana, en cambio, es débil y frágil, como esas abuelitas que uno ve en la televisión, que cuando te ven hambriento te ofrecen un pedazo de pastel o te tejen un chaleco para el invierno. Tiene la mirada fija en el periódico. A primera vista, la muchacha me resulta mucho más... apetitosa. Apuesto a que es ella.
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