14. IAKOBUS.

705 Words
14. Iakobus. Iakobus nota el silencio. De hecho, la falta de ruido hace que por un instante recobre la consciencia una vez más… Ahí todo es húmedo y frío. En realidad, ahora que lo piensa, se da cuenta que desde hace un par de días no ha escuchado más los ruidos habituales, que no se escuchan la música electrónica, ni las cientos de voces de las inocentes víctimas que el par de adolescentes vampiros tenían en cautiverio, bajo una fuerte hipnosis. Tiene las manos aturdidas. Las tiene encadenadas, en una cruz, debido a que los esclavos neófitos han recreado con él el sacrificio de Jesús en la cruz. Está sediento, demasiado sediento. La puerta se abre y deja pasar una suave luz de luna. Iakobus alza los ojos, la figura contorneante se va acercando hacia él. Trae consigo una copa de plata celestial. —Han pasado muchos días… Esa voz. Iakobus la reconoce, es la misma voz que le ha guiado hasta la trampa en la que se encuentra. Ella le ofrece la copa llena. —Bebe, Iakobus. La mujer le asoma la copa a los labios. Iakobus está apunto de beber. —Esto… —Iakobus se hace a un lado—. No puedo… esto es sangre —No puede creer que ha estado a punto de beberla, de no ser por el fuerte aroma metálico, quizás se lo habría ingerido. La sed lo va a matar y lo sabe. La mujer esbelta suelta de sus labios rojos y delgados una aguda y maliciosa risa mientras Iakobus evita mirarle a los ojos, también enrojecidos por la sangre. —Es mi sangre. No la rechaces —ella tuerce los labios, ofendida su actitud evasiva. Pero no es de las que se dan por vencidas rápidamente— ¿Prefieres mantenerte puro y morir? Eres ingenuo… —Suéltame… —le exige él, con la voz rasposa debido a la falta de líquido en su cuerpo—. Para esta hora, deben estar buscándome… —Uy, cómo les tengo miedo a esa bola de ineptos —se burla y enseña los pequeños colmillos—. Mírame, Iakobus… te deseo tanto… Iakobus no lo hace y eso la altera. Aparece velozmente a lado de él. Con su lengua, similar a una serpiente va recorriéndole. Está a nada de clavarles los colmillos en el cuello blanquecino, angelical. El cuerpo de Iakobus se estremece, ha sentido un calambre en las piernas, quizás sea la hora de su muerte. —Te deseo Iakobus… ¿es que no lo puedes comprender? —Lo que puedo comprendo es que te falta un tornillo… Ella se aparta, y le da la espalda. —No me alimentaré de ti. No lo tomes personal, no busco eso… —se cruza los huesudos brazos. Y la docena de alhajas que lleva en cada uno de ellos suenan como castañuelas. Por sus agudos oídos sabe que son perlas antiquísimas, provenientes del otro lado del planeta. De la India, quizás. —Eres bipolar, a lo que veo… —le dice y la mira de reojo. La vampiresa no es de ahí, en definitiva, no es joven, ella tiene un aire antiquísimo que le trae a la mente viejos recuerdos de una era que ya ha muerto, y que se ha llevado gran parte de sus recuerdos en la tierra—. Pero aún tienes tiempo, deja que me vaya… Ella gira y vuelve a verle a la cara. —¿Sabes lo que me ha costado dar contigo? —le dice sin cambiar de expresión, pero el todo de su voz es lacerante, adormece sus instintos primarios— ¿Por qué crees que te dejaría marchar? —Porque se supone que valoras tu existencia… —Es irónico que lo mencione el que prefiere morir antes de probar sangre… Pero Iakobus sabe que si lo hace, si prueba una sola gota de sangre, quebrantaría la primera regla celestial: “No te alimentarás de la sangre” Imposible. Antes muerto que… La vampiresa se adelanta. —Seas ángel o demonio; querrás mantenerte con vida… ya lo verás, cederás ante mí… La vampiresa se ha marchado. La puerta vuelve a cerrarse. La oscuridad gobierna una vez más. Iakobus está sediento, hambriento y desesperado.
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