12.

1019 Words
12. Luego de subir diez pisos por la escalera clásica, dado que en la puerta del ascensor reza un letrero de “en refacción” que por la mañana no estaba, lo recuerdo bien. Abro la puerta de mi departamento. Mikael entra primero y va haciendo, con el pie, a un lado todo lo que se encuentra al paso. Le he hecho pasar a tomar una copa del whisky que ha comprado y, contra todo pronóstico ha aceptado. El departamento es familiar para él, ya que Om era su anterior ocupante. —Pero qué tenemos acá —mira todo alrededor. La mesa está debajo de todas esas latas de atún y de vasos con manchas de la sangre de cerdo que me ha parecido una porquería. Y unas tantas revistas de mujeres voluptuosas, en una de las esquinas. Levanto todas las camisas y ropas sucias que están sobre una de las sillas y se la despojo para que pueda tomar asiento. Mikael se saca el abrigo y lo cuelga sobre el montón de abrigos que fui dejando a lo largo del tiempo. Se acomoda y relaja en la silla. —Está como lo recuerdo… ¿No te lo entregaron impecable? —Lo hicieron… —rio con algo de nerviosismo y apenado por el panorama que le comparto—. Solo soy yo el descuidado… —No es del todo cierto… —mira a todas partes, sin tratar de disimularlo—. Es este lugar… —lo insinúa con un tono bajo, como si sintiera resentimiento hacia él, pero no termina de decir lo que tiene en la mente. Ahora que me fijo, incluso el cuadro de las cataratas del Niágara está torcido. —Creo que necesito de un día entero para ponerme a ordenarlo todo… Mikael sale traspasado el umbral de mi apartamento, y echa a correr hacia el refrigerador descompuesto. —Alto ahí —le digo, tratando de detenerlo. Pero Mikael es mucho más ágil en ese momento. Y salta sobre mí, clavándome las garras en el hombro. Por un segundo le he visto en su otra forma. —¿Qué tal si me preparas algo delicioso? —dice, ahora que se ha salido con las suyas. —¿Qué te parece si preparo un buen guiso de perro? —pregunto, y cierro la puerta del refrigerador para que no descubra que todo adentro está descompuesto. Incluido el propio refrigerador. Mikael se ríe por primera vez. Su boca, amplia se abre y deja al descubierto una dentadura perfecta, menos los colmillos, esos los tiene algo sobresalidos. Aunque, a decir verdad, todavía no entiendo cómo es que, en todo el tiempo que llevo de compañero suyo nunca hasta ahora he llegado a escuchar una risa como la que suelta ahora. —Ni se te ocurra, porque entonces tendré que dedicarme a morderte todo el cuerpo para evitarlo —y suelta una carcajada, por lo visto, ha sido un intento de broma. —Perdóname si te he ofendido —dije, de todos modos—. Trato de que no veas que tengo además del desastre que ves, el refrigerador descompuesto… y todavía no has visto el baño… —Sé que todo está en mal estado… —apunta restándole importancia. —Perdona por mi torpeza… —Lo comprendo Jason. No tienes que preocuparte. Pero ya, en serio, deja de pedir perdón todo el tiempo. La noche aún empieza y me gustaría que transcurra con relativa calma —saca la botella de la bolsa del negocio y me pongo a lavar dos copas, de las mejores que quedan. Las coloco limpias y relucientes apartando las cosas de la mesa que van a caer al suelo. Mikael retiene con agilidad una de las revistas de playboy y se puso a ojearlas. Comienzo a llenar las copas. El aroma que llega a mis narices, es agradable y promete dejarnos sensaciones placenteras, porque ese es el efecto que ejerce en nosotros, cuánto más fino es la bebida, más satisfactoria es la experiencia. Es algo que nos diferencia de los humanos, a nosotros, el alcohol está lejos de embriagarnos, no hace que perdamos la consciencia de nuestros actos, tampoco nos desinhibe. Me acomodo sacando las ropas de la otra silla y me relajo. Mikael deja la revista y alza la copa. —Brindemos por lo que nos espera al amanecer. —Por lo que nos espera mañana —digo correspondiendo al brindis. Ambos bebemos de una. El whisky comienza a recorrer por todo mi organismo, siento que mis mejillas se encienden, una sensación de hormigueo recorre por todo mi cuerpo, es una impresión agradable, que desearía perdure más tiempo. A Mikael le afecta con mayor fuerza, no es de los que andan bebiendo todo el tiempo. Su cuerpo se agita, se siente excitado, desbordado de energías. —No he probado alcohol desde la semana pasada… —admite. Eso es cierto, ahora que lo recuerdo, la semana pasada le regalé una botella de las más finas que pude conseguir y brindamos dentro de su carro, puesto que no podemos quedarnos en horarios de descanso cerca de humanos. Esa vez le ha pasado algo similar. Su ánimo mejoraba con la ingesta de alcohol, de buen alcohol. ¿Cómo lo he olvidado?, pero no es que quiera meterlo al vicio, mucho menos, solo quiero que nos llevemos bien. Ahora que está en confianza, dentro del departamento, Mikael deja al descubierto su brazo, envuelto en vendas, cubriéndole las hendiduras que le hice. Sé que no debería mencionarlo, pero mi demonio interno me obliga, me fuerza. —¿Quién es la mujer que vi? Mikael que ha estado agradable hasta ese momento me mira, como si no comprendiera del todo mis palabras. —En realidad solo pude verle la silueta, es como si quisieras protegerla… quizás olvidarla, bloquearla en tu mente… Ahora que su rostro adopta una mirada diferente temo que le he arruinado el momento al mencionar aquello. Mikael sirve una ronda más. —Es Katrina —responde con naturalidad y bebe de la copa, sin demora.
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