Emily
Llego media hora antes de la hora pautada para mi entrevista con su Santidad el Papa, me indican que debo esperar en la antesala antes de entrar, claro es lo que esperaba llegue mucho antes, pero es el castigo que debo asumir al sufrir de ser muy puntual y responsable, llevo conmigo mi tablet para tomar las notas más relevantes a pesar de tener el celular listo para grabar todo, no quiero que se me pierda ni un solo detalle. Por alguna extraña razón siento que me observan, pero me encuentro sola, tal vez sea cierto eso que dicen que este sitio tiene muros movedizos por los que se llega a pasadizos ocultos y ahora mismo me miran a través de algún agujero en la pared. Me encuentro en Santa Marta, la residencia de los cardenales y altos prelados situada en medio del Vaticano, aquí es donde vive el Papa bajo la sombra de San Pedro, es su casa donde estoy, una residencia bastante moderna sin estilo y en que puede estar rodeado con otros sacerdotes, consta de cuatro piezas, habitación principal, un salón, antesala y despacho, ka decoración es sobria y aburrida.
— Buenas tardes, señorita. — el sonido gutural de una voz cerca de mí me hace girar hacia la puerta, pero no veo a nadie. — Siento haberla asustado. — pronuncia de nuevo al lado contrario al que miro.
Volteo y me encuentro con una fina línea que simula una sonrisa amable en los seductores labios de un dios griego aunque algo pálido a mi parecer, sus ojos son negros y de mirada profunda es como si escudriñaran en lo más profundo de mi alma, de pronto me siento atraída por él y me imagino probando el sabor de su boca que ahora me sonríe descarada.
— Me parece que la he dejado muda, de nuevo me disculpo por haberla asustado. — sisea imitando el sonido de una serpiente.
— Disculpe, solo creí que estaba sola y como no escuche cuando la puerta se abrió. — murmuro saliendo de mi encantamiento.
— Suelo ser muy silencioso, es así como siempre he ganado cada batalla que se me ha presentado. — declararon un brillo inusual en los ojos.
— Habla como si hubiese vivido muchos años, pero a simple vista se ve que no tiene más de treinta años. — murmuro mientras estudio su fisionomía.
Es alto un metro noventa quizás, de cabello y ojos ten negros como una noche sin luna, su piel a pesar de verse pálida posee algunos destellos de color a lo mejor es uno de esos ricos que de vez en cuando requieren los favores de la iglesia, su cuerpo esta muy bien definido dan ganas de verlo sin ese traje n***o que lleva puesto, ¡Pero por Dios que estoy pensando!
— Tal vez tenga razón, señorita… — hace un gesto para que le diga mi nombre.
— Emily Swining. — pronuncio con altivez.
— Señorita Swining. Es un placer conocerla. — declara mostrando una columna de dientes blancos, desde mi lugar puedo notar lo agudo de sus colmillos. — ¿Y qué la trae a conocer a la primera autoridad en el mundo cristiano? — indaga con evidente interés.
— Estudios. — digo sin poder despegar la vista de sus ojos.
— ¿De qué tipo? Si no es muy inapropiado que pregunte. — sisea.
— Historia antigua, por supuesto, verá soy historiadora y arqueóloga y hay temas de mi interés que me traen hasta aquí y espero que su Santidad pueda arrojar claridad sobre mis interrogantes. — me intriga en sobremanera este hombre y su aparente interés sobre mí, nunca lo había visto ni siquiera me di cuenta de cuando entro.
— Parece que la incomodo, lo mejor será que me retire, además ya viene por usted. — susurra poniéndose de pie. — Quedo a sus órdenes. — exclama al tiempo que un capellán me llama, giro con intenciones de despedirme, pero ya no hay nadie, la piel se me pone de gallina, ¿Cómo fue que entro ese tipo hasta aquí y peor aún como desaparece como si nada?
— Señorita, el Papa la espera. — insiste.
— Disculpe. — digo y me encamino por donde me indica.
Cruzo la puerta que separa la antesala de lo que supongo es el despacho del Papa y me encuentro con una gran sala ovalada de techos altos y abovedados, dos grandes ventanales que ofrecen mucha luz natural, frente a los ventanales una tarima baja en la que se sitúa un trono con dos pilares al frente que suben hasta el cielo raso, en uno de los extremos la replica de la extraña escultura de un artista reconocido que asemeja la resurrección de Jesucristo pero que se ve terrorífica a mi parecer.
— ¿Tutto a posto? — pregunta en italiano al ver que me quedo muda observando cada detalle.
— Tutto bene. — respondo con la voz cargada de emoción, no dormí en toda la noche esperando este momento.
La silueta blanca del Papa se incorpora y se desplaza hacia mí sonriendo con la seguridad que le da su santidad, el atuendo oscuro que llevo puesto hace contraste con el blanco impoluto de sus vestidos, cuando esta cerca me agacho al tiempo que tomo su mano para imprimir un beso en ella como dicta el protocolo, aunque este es un acto hipócrita ya que con un beso fue que Judas traiciono a Jesús.
Luego de la reverencia, afable el santo padre me dedica algunas palabras en el mismo idioma de antes y me invita a seguirle a otro salón más pequeño que da a un jardín interior que parece un hermoso paraíso en miniatura, el saloncito es una habitación única bañada por una suave luz que dan un toque de intimidad, diversos cuadros cuelgan de las paredes incluyendo un retrato de Juan Pablo II, una virgen de madera y una pintoresca mesa que a juzgar por el estilo podría decir que es del siglo XVIII, coloco el teléfono con la grabadora encendida sobre la mesa y saco la tablet del maletín que llevo donde también tengo algunos de mis informes donde se reflejan los datos de mis investigaciones.
— Encontré este retrato en Normandía. — comenta observando el retrato de Teresa del Niño Jesús se ríe por lo bajo y me invita a tomar asiento para iniciar.
Es algo poco ortodoxo que el sumo pontífice hay decidido recibirme en su residencia partícula y no en el palacio papal como es lo común, pero supongo que se debe a que no desea pasar por todo el proceso protocolar que eso implicaría.
Es carismático y el timbre de su voz es tranquilizador, reconfortante, y su forma de hablar italiano deslizando giros españoles hacen que estos raros momentos sean espontáneos y especiales. Emocionada por la sencillez del momento se me olvida el tiempo y solo me dedico a pasar un excepcional tiempo con el Papa
Benjamín
Mi corazón late de forma extraña, su latir es uno que hace mucho no sentía, el olor a orquídeas de su piel me atrapo por un momento, me sentí extraño y perdido en todos los siglos que tengo en este mundo nunca me había ocurrido algo así, percibir su aroma tan distinto a su perfuma, el calor de su piel me llamaba a prenderme de su cuerpo de una forma salvaje pero no puedo dejarme llevar por mis instintos animales, tengo que saber que es lo que realmente ella desea descubrir.
Un segundo más allí junto a ella y no hubiese podido resistir el deseo de probar el sabor de su sangre, tengo que saber sobre ella tiene que ser mía, al fin todos tendrán la reina que siempre han deseado que les de.
— Bertuccio es hora de irnos a casa. — anuncio. — Necesito que investigues mas sobre ella, ha llamado mi atención. — declaro.
— Como diga señor. — responde.
Es muy hermosa para ser mortal, su figura es delicada aunque pude sentir lo fuerte que es, su largo cabello como el cacao más puro y sus ojos las piedras más hermosas que mis ojos hayan visto jamás.
— Señor esta tarde mientras usted investigaba sobre la señorita Swining, llamaron para avisar sobre unos problemas que se presentaron con los clanes de América. — informa trayéndome de vuelta al presente.
— Los americanos siempre crean discordias, no se ponen de acuerdo ni respetan sus territorios, lo mejor será que les haga una visita para darle una última advertencia. — comento.
— Son los más jóvenes de todos los clanes, recuerde que ya una vez los elimino por las guerras que ocasionaron y por haber puesto a nuestra especie en evidencia por o saber controlar la sed. — recuerdo cuando tuve que acabar con un centenar de convertidos por no saber mantenerse entre las sombras y casi ocasionar que nos descubrieran, la iglesia creo una organización de cazadores que se encargaban de rastrearnos y aniquilarnos.
— Pero para eso es la historia, para que aprendan de los errores de sus antecesores. — objeto con sencillez sin dejar de pensar en hermosa mujer.
—Son Americanos señor, y los americanos no aprenden de sus errores. —confirma.
Esta noche creo que le haré una visita a mi reina y usaré mis poderes para hacer que me diga todo lo que hablo con el falso descendiente de Pedro, se creen santos cuando en realidad no saben nada y solo ocultan los hechos reales pero es de esperarse es la única forma que tienen para manipular a la humanidad ninguno ha podido lograr solo con la fe todo lo que el Mesías realizo y logro con palabras sabias y santas.
Esos recuerdos amargos me dejan siempre un sin sabor de boca, la avaricia me llevo a la condena que ahora vivo.