Capítulo: Si alguien te lastima, yo lo mato

1538 Words
—¿Castigar? ¿Acaso me golpeará? Savir tomó su brazo, la llevó hasta la habitación al fondo, ella tenía mucho miedo, su corazón latía asustado. Bajaron unas escaleras y llegaron a la sauna privada; era un lugar húmedo, con una piscina en medio, rodeado por piedras. De pronto, Saya sintió calor, era como si el agua o las piedras hicieran que se sintiera demasiado ardiente. Observó bancas de piedra. —Desnúdate —dijo él. Los ojos de la mujer se horrorizaron. —¿Qué…? Yo… por favor, no… —¡Obedece! —gritó y tomó una cuerda de cuero. Saya tuvo mucho miedo, quiso correr. «Es mi castigo», pensó con tristeza Ella se quitó la capa de lana, luego se quitó el vestido de dormir, y el resto de las ropas. La mirada de Savir se deslizó con deseo. Era un cuerpo delgado, con pequeños pechos que cabrían perfectos sobre sus manos, un vientre delgado, con caderas bien proporcionadas y glúteos redondos, piernas torneadas. —Arrodíllate. Ella intentó cubrirse con las manos, temía por el dolor. Èl caminó unos pasos detrás de ella, tomó la cuerda, apretó con tal fuerza que lastimó sus propias manos. Iba a hacerlo, iba a golpearla, era así como se acostumbraba a castigar a las mujeres, pero un segundo después imaginó a Saya herida, sollozando, aunque quiso hacerlo, no podía. Era como si algo en su interior se lo prohibiera. Saya cerró los ojos, sollozaba en silencio, esperaba el primer golpe. —¡Levántate! ¡Levántate ahora! —exclamó Savir. Ella obedeció, estaba temblorosa. Savir se fue y se sentó sobre el suelo, cercano a la piscina. Movió su dedo índice, indicando que se acercara. Saya cubría sus pechos con una mano, con la otra intentaba cubrir su feminidad. —Por favor, no me haga daño. —¡Ven aquí! Su cuerpo temblaba, se acercò despacio, él alzó la mano exigiendo que fuera hacia él. Saya pensó en correr, pero al final levantó su mano. Savir tomó su mano, la haló a él, la obligó a ponerse poca abajo, sobre sus piernas; ella no quería, pero no fue forzada. Su estómago y el vientre quedaron sobre las piernas de Savir, ella bocabajo, y su espalda y glúteos frente a él. «Nunca fui tan humillada en la vida, juro que odiaré a este hombre por el resto de mi vida, y si existe otra, también lo haré», pensó con rabia y el rostro enrojecido. —Te has portado muy mal, Saya Sallow. Ahora te enseñaré a quién debes respetar, y la próxima vez que te portes mal, sabrás lo que te pasará. Ella temblaba, sollozaba muy bajito, pero èl podía escucharla. Quería ser ese gran jefe, al que todos temían, el que mandaba a cortar la cabeza en un solo instante, el que había enfrentado a diez mil hombres, casi solo. Observó ese trasero redondo, y su mano lo acarició primero. Saya sintió que estaba roja, avergonzada, ningún hombre tocó su cuerpo de ese modo, ni siquiera su padre la golpeó nunca. Pero, sintió la primera nalgada, no fue algo dulce, fue fuerte. Lanzó un quejido. Savir se detuvo, lanzó un suspiro, su mano era pesada. Dio otra nalgada con la misma fuerza. Ella chilló, lloró fuerte, màs que el dolor era por la humillación. Savir la escuchó, llorando, y se detuvo. Su mano volvió a su trasero, esta vez, en lugar de pegar, acarició suavemente, como si quisiera consolarla. Saya se estremeció al sentirlo. Él hizo que se girara, quedando en sus brazos, en la misma posición, pero bocarriba. Sus miradas se encontraron, ella intentó cubrir sus pechos, y su intimidad, pero él le quitó las manos, entonces, Saya cubrió su rostro, avergonzada. —Soy el jefe, dueño de toda la tribu, pronto serás una de nosotros, pero además, seré tu esposo, eso significa que seré tu dueño. Desde la punta de tu cabello, hasta tu pie, será mío —dijo quitándoles las manos del rostro con dureza. Él tomó su rostro, la besó sin reservas, como lo había hecho. Esta vez el beso no fue como antes, era un beso urgente, apasionado, su lengua se coló a su boca, acariciándola. Saya no pudo hacer nada, se quedó tiesa como una estatua, sintiendo ese beso, respondiendo cómo se le daba entender. Por un instante su mano acarició el rostro de Savir, relajó su cuerpo, cediendo, descubrió que si lo hacía todo era màs llevadero. Savir rompió, él besó, sus miradas se encontraron. Había deseo, una ganas de poseerla, èl respiró profundo. «Soy el jefe, puedo hacer lo que quiera, pero si lo hago, no habrá sabana que mostrar». Esa idea le causó gracia, tomó a Saya como un bebé, y la metió en la piscina, aun cargándola. Saya comenzó a nadar, creyó que el agua estaba fría, pero estaba tibia y tolerable. Él se quitó toda la ropa, en medio de la piscina, la lanzó a la orilla, y comenzó a nadar. —¿Puedo ver a mis padres? Savir nadó hasta ella. —¿Aún no me crees que no los maté? Èl sonriò. —Ya veremos, Saya, si te portas bien, tal vez. —¿Qué debo hacer? Él sujetó su barbilla. —Simplemente, no vuelvas a escapar. —No volveré a escapar, lo juro, solo quiero saber que mi familia está bien. —¿Y por qué? Dame una razón. Te abandonaron como a un perro, eres un cordero de sacrificio, ¿Por qué te importa? Ella hundió la mirada. —Porque… son mis padres, el amor no mueres, jefe Savir, el amor no muere solo porque te hayan traicionado. —Debería morir, aquel que ama lo que lástima es un débil, recuérdalo. —Usted me lastimó, pero me hará jurar que lo amaré. Él sonriò. —Yo no te lastimé, ¿abandonar a quien debes amar, no es lastimar? Ella titubeó. —No me respondas, Lady Saya, ya no es una pregunta, sal de aquí, vístete, Vuelve a tu habitación, mañana es la presentación ante la tribu, es un día importante. Savir fue hasta los escalones de piedra, estaba completamente desnudo. Ella pudo ver sus piernas torneadas, fuertes, tenìa unos glúteos redondos y grandes, su espalda ancha, sus brazos fuertes y musculosos. Ese hombre se veía intimidante. Saya bajò la mirada cuando creyó que vería su virilidad. Era un hombre en toda la extensión de la palabra, pero sabía algo en èl, algo que hacía que su cuerpo se inquietara demasiado. Saya salió, se visitó a toda prisa. Cuando volvió a la habitación, observó al hombre ser vestido por dos guardias. Saya no dijo nada, y salió muy despacio. Afuera estaban sus damas. —¡Lady Saya! Estábamos angustiadas, casi nos matan, si usted no volvía, luego nos pidieron venir aquí. Lady Saya respiró profundo. —Lo siento, vamos a dormir. Las mujeres no dijeron nada y la siguieron. Al día siguiente. Saya durmió casi hasta media mañana. Cuando se despertó, casi gritó, pensando que era tarde. —No se angustie, Lady Saya, la hemos dejado dormir por orden del jefe Savir, la presentación se cambió para la tarde noche, se hará una fiesta por usted. Ella se levantó, ya tenìa el desayuno en su mesa. Luego de comer, fue llevada a la sauna. Las mujeres la bañaron, la vistieron y peinaron; el vestido que usaría era de un color rojo. —¿Todo aquí es rojo? —Para la tribu Dagda el rojo es el color del amor. Llamaron a la puerta, cuando Lady Lynn entró, la dama hizo una suave reverencia, y salió. —Lady Saya, es hora de ir a la tribu, debes ganarte el amor de nuestro pueblo, hoy te acogerán como nueva Dagda. —¿Nueva Dagda? —exclamó. —Sì. —¿Qué debo hacer? La mujer sonriò. —Ya lo verás, ellos te enseñarán. No puedo enseñarte nada, porque ser un Dagda se elige, no se aprende. Salieron de ahí, ella llevaba su vestido largo, con una capa plateada, cubrió su cabeza, y salieron. Afuera estaba el carruaje que la llevaría a la plaza de reunión. Cuando el carruaje se detuvo, ella bajó. Savir estaba ahí, fue èl quien la ayudó a bajar. No soltó su mano. —Estoy asustada, ¿debo hacer algo para que todo esté bien? Savir sonriò. —Solo sé fuerte, sonríe a los niños y a las mujeres, a los hombres no los mires a los ojos, ellos no te merecen. Nadie insultaría a la mujer del jefe. Entraron en la plaza, la gente comenzó a aplaudir, parecían emocionados y alegres; sin embargo, se escucharon unos gritos. —¡Bruix! —gritaron varios hombres encapuchados, ellos comenzaron a lanzar piedras; de pronto, los gritos fueron ensordecedores. —¡Bruix! Saya se puso nerviosa, cuando la multitud comenzó a correr hacia ellos. Provocados por el pánico, vio a un hombre a punto de lanzarle una piedra. —¡Savir…! —Mantén la frente en alto, si te hieren, me hieres, si alguien te lastima; yo lo mato. Savir, que llevaba su arco y flecha, no dudó. Antes de que el hombre lanzara la piedra, una flecha atravesó su frente, y cayó. Gritos ensordecedores resonaron en el lugar.
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