Fui a recoger la tarjeta de crédito a su empresa al día siguiente como me lo indicó.Todavía no la he usado, me daba vergüenza. —¿Señorita Mendoza? —pregunta la voz que se oye al otro lado del interfono. —Sí, soy yo. —Somos de la empresa de mudanza. Nos ha enviado el señor Miller. —Sí, suban, por favor. —Gracias. Consulto el reloj de cocina que tengo casualmente en las manos. Son las seis en punto. No se puede negar que Alessandro es extremadamente puntual: dijo que los de la mudanza estarían aquí a las seis y así ha sido. Meto el reloj en la última caja que está abierta y la cierro lanzando un suspiro al aire. —Ya está —me digo, paseando la mirada alrededor.No sé por qué, pero me entristece ver desnudo mi ahora ex departamento solo con los viejos muebles. El sonido del timbre me sa