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946 Words
    Ese día me desperté con ganas de comenzar mi siguiente etapa más preparada que nunca. Ese año comenzarían mis clases prácticas de Cine y mi prima comenzaría con el internado de portugués en una universidad cercana, así que nos pareció correcto compartir un hogar entre las dos.     Habíamos lanzado la idea bromeando al principio, viendo si nuestros padres estarían de acuerdo de mudarnos juntas a un departamento de dos habitaciones que ya habíamos visto con anticipación.     Hace tres noches se lo habíamos comentado a mi padre en serio, quién estaba extasiado con la idea, solo por el hecho de que nunca le gustó el hecho que viviera sola. Solo faltaba el sí de mi tío y estaríamos listas para ser compañeras de habitación.     Isabella se encontraba en su cama escribiendo en su cuadernillo como la mayoría de las mañanas cuando desperté.     —Buenos días, dormilona —me dijo con una sonrisa en su rostro—. ¿Cómo dormiste?     —Con los ojos cerrados, como siempre —le respondí desperezándome—. ¿Ya hablaste con tu papá sobre el departamento?     —Aún no, pero no creo que ponga problemas, te ama, piensa que eres una buena influencia en mi vida —dijo con las cejas elevadas.     —Tu padre es una persona muy sabia.     —Mi padre no sabe de lo que habla —respondió después de sonreír y cerrar su diario, pero noté que algo en su rostro cambió.     Solo me bastó eso.     —Suéltala, ¿qué ocurre? —Mi prima soltó un suspiro de esos que te preocupan. Y como siempre, lo hizo—. Mierda, Isabella, ¿tan temprano y con problemas?     —Mira, si vamos a vivir juntar debemos tener una cláusula donde diga que nunca podemos mentirnos ni escondernos cosas, ¿vale?     La última conversación con Chace recorrió mi mente en cuestión de segundos.     —Pensé que ya la teníamos —solté lo mejor que pude e Isabella me miró apenada.      ¿Lo sabrá?     ¿Cómo podría saberlo?     —Prométeme que no te escandalizarás.     —No seas un dolor en el culo, solo dime.     Mi prima se sentó en la cama y se recogió el pelo, cosa que hacía cuando estaba nerviosa.     —Nacho me escribió ayer —soltó al fin. No sé que cara debo haber puesto, pero continuó—. No tenía pensado responderle, pero lo hice.     —Pensé que no querías saber nada de él. Que había pasado a la historia, y que debería caer muerto y rodar hasta el infierno, y estoy citándote.     —Lo sé, pero después de ese mensaje algo cambió. Me pidió disculpas por no avisarme que se iba, fue un texto gigantesco, tanto que llegó hasta mi corazón —dijo con un puchero y yo puse los ojos en blanco—. Me contó sobre lo que había pasado ese día que se fueron, me dijo que Chace…     Pero la detuve.     —No quiero saberlo, Isabella.     Y no quería, ya había decidido el final de nuestra historia. Esa donde nos encontrábamos años y años más adelante. Si es que alguna vez lograba salir de toda esa mierda, y una noticia tan temprana de él no estaba en mis planes, no después de haber decidido continuar con mi mantra.     —¿No quieres saber sobre Chace? —me preguntó algo asombrada. Moví mi cabeza en negación.     —Isabella —Me senté en mi cama y me tomé unos segundos para continuar—, respóndeme algo, ¿cuántos amoríos hemos tenido en verano?     —¿Este? —preguntó incrédula, sin saber a dónde quería llegar.     —No, en general, durante todos los veranos que hemos pasado juntas. ¿Cuántos amoríos hemos tenido? —repetí y dejé que respondiera.     —Ay, no lo sé, un montón. El verano pasado tuvimos como tres diferentes —dijo casi con una sonrisa en el rostro recordando a esos hombres que algún día pasaron por nuestras vidas.     —¿Y qué hace a Nacho y a su amigo diferentes de los otros? —Ladeé mi cabeza. El rostro de mi prima cambió—. No vivimos en la misma ciudad, no tenemos otra conexión que no sean mis padres, y ni ellos se ven tanto.     —No sé, Caro…     —¿Recuerdas a Eduardo? ¿El tipo con el que estuviste casi todo un verano y vivía en la misma ciudad que tú? Jurabas que te había cambiado la vida pero ni siquiera se vieron después.     Los hombros de mi prima se cayeron con dramatismo, sabiendo que lo que decía era verdad.     —¿Por qué eres así? —reclamó.     —Solo estoy para recordarte lo que algún día me dijiste; Amor de lejos, amor de pendejos. ¿Recuerdas?     —Lo recuerdo —suspiró.     —Ese tipo y Nacho no son distintos a los otros, y mientras más rápido te des cuenta de eso, más rápido podrás seguir con tu vida, y yo con la mía. Me alegro de que hayan hablado y quedado bien, me alegro de que ya no lo odies como decías hacerlo, pero yo no he cambiado de opinión, así que no, prima, no quiero saber de él. Ya fue, la pasé bien, fue un bonito recuerdo pero ya está —mi voz sonó mucho más tensa de lo que esperaba y me arrepentí de haberlo soltado así de duro, pero era necesario, más por mí que por ella—. Lo siento, Isa.     Y luego me odié por usar el diminutivo que le había dado Nacho.     Por primera vez había visto a mi prima sin palabras, y podía notar como su cabeza absorbía todo lo que había dicho. Su cabeza asintió lentamente mientras apretaba los labios. Me paré de la cama y abrí la puerta para comenzar mi día, pero la voz de mi prima me detuvo.     —¿Qué hay de Chace? —preguntó de repente, me quedé estática sin mirarla.     —¿Qué hay con él? —le pregunté en un tono más sombrío.     —¿Qué hay con lo que quiere él? Quiere saber de ti, Carolina —su voz era de preocupación pura. Me di la vuelta para mirarla de frente—. Quiere saber si estás bien.     —Lo estoy, pero él no necesita saberlo.     Y sin más volví a voltear.     Esa vez, sin mirar atrás. 
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