– 1 –

1318 Words
    Mis ojos se abrieron en la mitad de la noche.     —Otra pesadilla —dije en un susurro, agitada a más no poder mientras me secaba el sudor de la frente—. Otra estúpida pesadilla —repetí ahora calmada mirando mi habitación a oscuras.     Me volví a recostar para intentar dormir, cerciorándome que mi prima siguiera durmiendo en la cama continua. Pero esa imagen seguía torturándome, burlándose de mi existencia, riéndose en mi rostro.     Esa maldita pesadilla.     Ese maldito Chace.     Después de lo que pareció una eternidad me resigné a dormir y prendí la pequeña luz de la habitación. Isabella se movió entre sueños quejándose del repentino brillo, pero en menos de un segundo su respiración volvió a la de antes cayendo nuevamente en un sueño placentero.     Sin hacer mucho ruido abrí el cajón que se encontraba entre las camas y tomé el pequeño sobre que guardaba ahí. Un sobre que sostenía una carta ya maltratada por todas las veces que había pasado por mis manos, una carta que tenía en puño y letra las palabras que me volvían a romper el alma cada vez que me dedicaba a leerla.     La carta que me dejó Chace el día que se marchó.     No la había visto hasta que decidimos cambiaros nuevamente a la pieza dentro de la casa, justo después del llamado a su madre. La rabia y la pena habían pasado en su medida, pero al verla ahí, tirada en el suelo con mi nombre en una pulcra letra hizo que todo el n***o de mi corazón volviera como una avalancha, y no me atreví a leerla. No quería saber que había pasado, no quería sentenciar lo que estaba pasando, pero después de ese fatídico llamado con su madre, y llorar por lo que pareció otra eternidad, tomé el valor para abrirla.     Había pasado un mes desde que vi por última vez a Chace.     Había pasado una semana desde la última vez que leí esa carta.     Mis ojos ya estaban acostumbrados a no presenciar lágrimas desde ese día y ahora pasaban por las letras que algún día escribió, y aunque había decidido no hacerlo más, ese maldito sueño abrió un pequeño agujero en la herida que ya había estado sanando de a poco. Las pesadillas ya no eran tan recurrentes como los primeros días de su partida, pero cada vez eran más reales, y esa porción masoquista que tenía dentro añoraba volver a leer la carta.       Carolina:     Primero que todo me disculpo con anticipación por ser la mierda de persona que soy, por dejarte esta carta en vez de decirte todas estas cosas a tu rostro, pero me fue imposible llenarme de valor para hacerlo. Debes entender que no estaba en mí poder quedarme, pero sí despedirme de mejor manera.     Pero ¿cómo hacerlo cuando es lo que menos quiero?     Recibí un llamado temprano de mi abogado mientras tú dormías, diciéndome que debía volver con Nacho, pues él es uno de los testigos. Dale mis disculpas a Isabella también.     Tengo que volver, tengo que afrontar la decisión que tomé y hacerme cargo, cueste lo que cueste. Pero tranquila, como te dije, no tienen como culparme. No hice nada y no hay pruebas de ello. Solo será un trámite tedioso.     Tendré mi libertad física y mental dentro de poco, y volveré.     Volveré a ti.     Solo te pido una cosa:     No me olvides.     Chace.     PD: Yo también te quiero.                                                               Volví a doblar la carta sin hacer sonido alguno y la guardé lentamente en el cajón de mi cómoda. Recordé la noche donde me confesó la realidad de las cosas. En donde escaparon esas palabras de mi boca sin saber que las tenía guardadas, pero nunca imaginé que las había escuchado.     No te vayas, quédate conmigo.     Solo si no me sueltas.     No lo haré, me quedaré contigo. Te quiero Chace.     La cosa es que, yo me quedé, él no.     Las lágrimas ya no salían, y el vacío en el pecho era cada vez menor.     Habían pasado semanas desde que hablé con la madre de Chace y después de eso no tuve la fuerza de llamar de nuevo, no sabía si seguía en presión, no sabía si estaba tras rejas por ser culpable o solo estaba en prisión preventiva, que tampoco sabía que significaba realmente, pero sabía que existía.     No había cabida en mi cabeza en como podía haber pasado lo que pasó, y aunque una parte, la más oscura de mi ser, se cuestionaba todo lo que me confesó la última noche, la otra parte no sabía como era posible que él estuviese preso, pues no había hecho nada, fue Nacho, todo ese tiempo había defendido a su amigo solo para que no tuviese problemas con la ley.     Ese maldito.     No sé como llegué a detestarlo, pero lo hacía, lo detestaba. No era un verdadero amigo, era un maldito que quería cuidarse el culo a cuestas de la libertad de Chace.     Si hubiese dicho la verdad desde un principio nada de eso hubiese pasado. Si hubiese tenido la decencia de decir: No, fui yo el que se acostó con ella, pero fue con consentimiento mutuo, nada de eso hubiese pasado. Pero el muy desgraciado se hundió en una mentira que arruinó la vida de Chace.     ¿Por qué mierda no dejó claro lo que pasó desde un principio?     Si Nacho no tenía pruebas para un abuso.     ¿Por qué dejó que Chace cargara con la culpa?      ¿Qué tenía que esconder Nacho para hacer algo así?     Las preguntas que recorrían a diario mi cabeza terminaban desgastándome. Había algo que no tenía sentido pero tenía dos respuestas según mi raciocinio de nulo conocimiento sobre juicios penales; era la pequeña punta del iceberg o los dos eran unos imbéciles que nunca supieron que haciendo eso terminarían por detonar una bomba atómica en la vida de los dos.     Pero había algo en lo que estaba segura, y era que ya no quería involucrarme en aquello. Ya no quería ser parte de ese juego retorcido donde las mentiras volaban en las vidas de inocentes como una serie de telenovela barata que ves en la mitad de la tarde. Si había algo más escondido en todas las cosas que dijo Chace no quería saberlo. Y si no lo había, no quería involucrarme con gente que tomara la vida tan a la ligera. En ambas opciones mi mente me gritaba que escapara.     Y después de estar sentada ahí con la carta en la cómoda y con la pesadilla número mil me di cuenta de que no tenía otra opción; debía salir de la vida de esos personajes que algún día conocí.     Quedaba solo una semana de vacaciones y mi prima y yo debíamos volver a la capital para seguir los estudios y una vez por todas nos alejaríamos de todo lo que fue Chace, Nacho, y todas esas peleas y confusiones.     El mantra que algún día tuve había vuelto con todo su esplendor; No es asunto mío.     Pero hablaba tanto de la estupidez que hicieron como de lo que alguna vez tuvimos. Él vivía a kilómetros, él tenía su vida ahora marcada, y yo solo era una estudiante de Cine que vivía a kilómetros y tenía su vida.     Lejos de él.     Lejos de lo que alguna vez fueron mis vacaciones.     Lejos de todo el drama que esos dos tenían.     Debía afrontar la realidad.     Debía entender que había situaciones en la vida donde era mejor alejarse.     Debía entender que hay amores de verano que vienen y van, que se encuentran por circunstancias raras, y quizás, después de muchos años, al volvernos a encontrar, ambos con nuestras parejas e hijos nos podamos reír de todo lo que pasó, recordando con añoranza como fue la primera vez que alguien cautivo el corazón del otro.     Y con eso, pude volver a dormir.    
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD