La primera semana de clases pasó inadvertida. Entre mudanza y compras, reclamos de ambas sobre nuestros horarios, algunos profesores nuevos y alumnos que seguían sin poder caernos bien. El tema de Nacho y Chace era algo del pasado, al menos por mi lado, ya que sabía que Isabella se seguía hablando con él, y aunque me contaba de sus conversaciones, sabía que dejaba de lado todo lo que tuviera que ver con su amigo, ayudándome a dejarlo atrás. Había decidido que no estaba enamorada, había decidido que había sido uno más. Uno mejor que los otros pero uno más a fin de cuentas.
Estaba ordenando un poco cuando sentí la puerta principal abrirse.
—¡Cariño, ya llegué! —gritó. Sonreí por la estupidez de mi prima.
—¿Cómo estuvo tu día? —pregunté y soltó un pequeño bufido.
—Pan comido. Deberían darme el diploma ahora. ¿Cómo estuvo el tuyo? —respondió. Yo en cambio solté un suspiro, cansada.
—Roberto volvió a preguntarme si quería ser parte de un trabajo que tiene.
—¿No le habías dicho que no tenías tiempo?
—Le dije, pero subió la apuesta; ahora no solo quiere pagarme, sino que quiere que cuente como notas parciales para su ramo. —Hice una mueca. Isabella me miró sorprendida.
—Pero eso es bueno, ¿no?
—Sí, lo es, pero no sé si podré arreglármelas con los estudios y el trabajo. No es como si trabajara de noche después de la universidad. No lo sé, creo que aún tengo que pensarlo.
—Mira, si pides mi consejo te diría que hables con él y negocies tus horas —dijo mientras se sentaba en el living, la miré para que continuara—. Si te pidió a ti, y solo a ti, significa que sabe que eres buena en lo que haces y realmente te quiere en el equipo. Por eso deberías negociar las veces que quizás llegues a faltar por culpa del trabajo, y como él es docente podrá hablar con la universidad para que no te afecte en las notas ni en la asistencia de otros ramos. Eso, y pedir más dinero obviamente.
—Lo había pensado, pero no sé si puede hacer eso.
—No pierdes nada con intentarlo.
—Le escribiré un mail. Gracias por tu consejo —le dije sonriendo sabiendo lo que se venía.
—No me lo has pedido —dijo levantando los hombros.
Ahí estaba.
—Dios, eres un fastidio. —Rodeé los ojos.
—¿Sigue siendo extremadamente sexy?
—Isabella —la reproché en ese tono que usan las madres para avisar que viene un reto seguro.
—Vamos, no puedes negar que tu profesor es hermoso. Y tampoco puedes negar que cada vez que se ven quieren arrancarse la ropa, ya que no pudieron hacerlo cuando tuvieron la oportunidad.
—Solo fueron unos besos, estábamos ebrios.
—Y te aseguro que si no fuese tu profesor hubiesen sido más que unos besos.
—Eres una idiota, solo somos amigos, profesor o no profesor —le respondí con un movimiento de cabeza.
Había tenido a Roberto como profesor de una de mis clases desde hace un semestre. Era un tipo joven, haciendo que nos lleváramos de maravillas desde el primer día, y haciendo que mi prima me molestara cada vez que nos veía hablar después que le conté que nos habíamos besado en una fiesta y ella me confesó todas las cosas que quería hacerle mientras se tomaba el sexto vaso de ron. Desde ese día no volvió a ocurrir nada entre los dos y solo había quedado una bonita amistad y un par de coqueteos inofensivos, considerando también que estaba prohibido salir con el personal de la universidad siendo alumna.
Había que reconocer que era un tipo apuesto, mi prima lo decía y la mitad de las estudiantes que lo tenían como profesor. Su mandíbula cuadrada, sus ojos verde profundo, su barba de tres días permanente, y sus lentes gruesos y negros lo ponían en la categoría de una persona atractiva, eso y el cuerpo de dios griego que mi prima aseguraba esconder debajo de esas camisas que usaba. También es de ese tipo de persona que son extremadamente bueno en todo lo que hacen e inteligente hasta el infierno, sumándole más puntos a su lista. Era un nerd sexy como lo había apodado Isabella.
—Sí claro, sigue diciéndote eso para que te quedes tranquila. Hablando de idiotas Hay algo de lo que quiero hablarte —la voz de mi prima cambió. Me senté en nuestro sillón mientras mi prima se levantó y dio unos pasos como perro enjaulado—. Siendo la idiota yo…
—Claro está —la interrumpí.
—He estado hablando con Nacho.
—¡Oh, Dios mío, el horror! —grité teatral, pero mi prima seguía seria—. Oh vamos, no es una novedad, sé que te has estado hablando con él.
—Bueno. Eso no es de lo que quería hablarte —Isabella se sentó en uno de los sillones mientras bajaba la vista y se tomaba el cabello en una cola—. Me contó que viene este fin de semana.
Intenté ocultar el nudo en el estómago que se produjo con escucharla.
—Que bueno, prima, se podrán ver. —Forjé una sonrisa, pero Isabella continuó dejándome claro que la conversación no había acabado.
—La cosa es que… Viene solo por unos días, y aunque tiene un departamento en la ciudad pensé que podría quedarse aquí, conmigo.
—Con nosotras.
—Con nosotras —volvió a decir.
Reprimí mis ganas de gritarle, pero también era su departamento y yo no era nadie para decirle a quién podía o no invitar.
—¿Cuándo estaría llegando? —pregunté intentando calmar mi enojo.
—Ya llegó. A la ciudad digo, pero depende de ti si viene hoy.
Conté hasta diez.
No funcionó.
Me paré de donde estaba y caminé hasta nuestra cocina, abrí nuestro refrigerador y tomé una lata de cerveza de las que teníamos ahí. Volví al sillón y la abrí para tomar un buen sorbo.
—Bienvenido sea.
Mi prima dio unas palmaditas feliz a su muslo y tomó su celular para marcar el número de Nacho y hablarle en la otra habitación.
Mierda.
Aún estaba procesando como debería sentirme con todo eso. No había visto a Nacho desde que comenzó esa lucha entre líneas con Chace la noche en el quincho, la misma noche donde Chace me confesó que no fue él el que creó todo ese lío, sino que era su amigo, su mejor amigo. Quien se divertía como nunca mientras su compañero se hundía en la miseria.
Mi enojo comenzó a florecer de nuevo.
Dios, como lo detestaba.
Pero ¿realmente lo detestas a él?
Esa voz entrometida se escuchó en mi cabeza.
¿Por qué no detestas de la misma manera a Chace?
Él acordó a todo eso, él tiene la misma culpa que Ignacio.
Volví a tomar un sorbo de la fría cerveza.
¿Por qué te causa tanto enojo lo que hayan hecho?
¿Recuerdas tu mantra?
¡No es asunto tuyo, maldita sea!
—No me importa ahora. No me importa lo que hicieron ni lo que harán con todo ese desastre. No es de mi incumbencia —respondí a la lata en mi mano.
Es porque aún sientes cosas por él.
Ay, ya cállate.
Rodeé mis ojos al cielo, cansada de esa molesta voz en mi cabeza que me hacía recordar lo inútil que eran mis sentimientos ahora. De lo inservible que algún día fueron. Intentando hacerla callar gritándole que no sentía nada por Chace.
—Llega en unos momentos —dijo mi prima colgando el teléfono, sonriendo de oreja a oreja. Levanté mi cerveza en señal de salud sin decir nada—. ¿Estás segura de que estás bien con esto?
—Isabella, lo estoy. No tengo nada contra Nacho —le dije ahora asegurándome que fuese cierto, pues aunque la voz en mi cabeza era una molestia, tenía razón. Ambos tienen la culpa de lo que pasó—. Fue un imbécil por no despedirse de ti, pero si lo perdonaste está todo bien.
Le dediqué una sonrisa y ella me respondió con una nerviosa.
Intentaría dejar encerrado en una caja fuerte lo que me provocaba Ignacio. Podría controlarme. Las cuatro clases que tomé de teatro para obtener más créditos ayudarían para enmascarar el demonio que llevaba dentro.
—Creo que voy a necesitar una de esas. —Miró la lata que tenía en la mano.
—¡La noche es joven! —le grité para que me escuchara.
—Son las cinco de la tarde.
—¡La tarde es joven! —volví a gritar mientras abría mi computador y le escribía a Roberto sobre lo que había hablado con mi prima.
Tener un trabajo mantendría mi mente ocupada.