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1622 Words
    Esa noche no pude dormir, pero no lo intenté tampoco. Sabía que nos esperaba un viaje de ocho horas en bus para llegar a la capital, así que si no dormía esa noche, lo haría en el viaje.     No podía sacar de mi cabeza lo que había dicho mi prima.     Te enamoraste.     Una parte de mí se reía a carcajadas, recalcándome lo tonta que había sido por considerar esa opción, pues esa parte sabía desde el comienzo que era la verdad, que me había enamorado de Chace desde hace mucho tiempo, pero esa Carolina racional que nunca se calla seguía repitiéndome que era imposible, que era una estupidez hacerlo, una estupidez haberse enamorado de alguien en tan poco tiempo, de haberse enamorado de alguien tan complicado, tan lleno de facetas y máscaras, tan lleno de secretos, mientras la otra le gritaba que estaba equivocada, y peleaban violentamente en el interior de mi mente para ver quien tenía la razón.     El día llegó sin anuncio alguno y ambas nos encontrábamos en el terminal cargando nuestras maletas para volver mientras mi madre lloraba y mi padre nos daba un abrazo apretado a cada una.     —Avisen cuando lleguen —decía mi madre entre sollozos. Y mis hermanos nos regalaban otro abrazo apretado. Mi hermano pequeño se quedaba en la ciudad y mi hermano mayor se iría en unos días al norte.       Mi celular estaba en mi mano, mirándolo cada hora que pasaba, pasando por cada una de mis aplicaciones solo para matar el tiempo, solo para tenerlo ahí cuando sonara con ese llamado que también tuvo papel en no dejarme dormir la noche anterior.     Pero las ocho horas pasaron y mi teléfono siguió intacto.     Eran las nueve de la noche y ya nos encontrábamos en nuestro nuevo departamento, sacando las prendas de la maleta y ordenándolas en lo que serían nuestras habitaciones, que gracias a la buena voluntad del padre de Isabella ya se encontraba equipado con nuestras camas y pertenencias.     Isabella no volvió a mencionar el tema de conversación de la noche anterior, y yo no sabía como sacarlo a colación. Ni su celular ni el mío sonó ese día. Y mi corazón, sin quererlo, volvió a apretarse.  Y en lo único que pensaba era que no debí haber contestado ese maldito llamado.     Mi cuerpo bailaba al ritmo de mi canción favorita, no veía a nadie más, solo era yo y la pista de baile. Mis párpados se cerraban mientras mi cuerpo seguía moviéndose y la canción seguía sonando fuerte. Muy fuerte, tan fuerte que comenzaba a ser molesta. Tan molesta que no tenía sentido. No estaba bailando.     Mi cuerpo entero saltó al notar que era mi celular el que sonaba en la mesa de noche haciendo retumbar toda la habitación. Mis padres recorrieron mi mente; no les había avisado que ya estábamos en nuestro departamento, y con la cabeza aún en la almohada conteste sin mirar.     —Perdón, me olvidé de llamar. Llegamos bien —dije con la voz entrecortada y ronca a más no poder.     —¿Carolina? —su voz espantó todo sonambulismo que alguna vez tuve. Alejé el celular de mi oído para mirar la pantalla, eran las tres de la mañana y un número desconocido se leía, pero era él. No podía olvidar su voz aunque lo quisiera—. Carolina, ¿estás ahí? —repitió bajo, ansioso.     Mi corazón saltaba fuerte en mi pecho haciendo que la sangre subiera hasta hacer palpitar mis oídos. Estaba paralizada, intentando decir algo, intentando hacerle saber que estaba ahí, pero nada salía. Pasaron unos segundos más mientras el silencio llenaba la línea.     —Caro, ¿me escuchas? —Abrí la boca al fin pero volvió a cerrarse sin mi consentimiento—. Carolina, hay algo que quiero que sepas; cuando…     Mi dedo se movió tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar como debía y el silencio se hizo presente.     ¿Qué me pasa que no puedo terminar una conversación por teléfono como la gente normal?     Me levanté de un salto y corrí a la habitación de mi prima despertándola con un brusco movimiento.     —Me llamó —le dije apenas, con la respiración entrecortada—. Despierta. Me llamó.     Sin perder ningún momento, Isabella se sentó en la cama y prendió la luz de noche mirándome como se mira a una loca en un manicomio e intentando despertar del todo en el proceso.     —¿Chace? —preguntó intentando despertar del todo. Asentí con la cabeza y con el celular aún entre mis manos—. ¿Qué dijo?     —Le colgué. —Hice una mueca y ella reprimió un suspiro gigante.     —Entonces, ¿por qué mierda me despiertas?     —Lo siento.     —¿Por qué le colgaste?     —No lo sé, quedé paralizada, quería hablarle, de verdad, pero no sé, no pude.     —Ay, prima. —Isabella pasó sus manos por su rostro soltando ese suspiro que había guardado. Me miró por unos segundos más negando con su cabeza—. ¿Te puedo hacer una pregunta? —Me miró y yo respondí con mi silencio—. ¿Por qué no puedes perdonar a Chace? No estoy invalidando lo que sientes ni como te sentiste cuando se fue, pero yo perdoné a Nacho cuando hizo lo mismo, ¿por qué no puedes hacerlo tú? ¿No sería todo más fácil?     Porque el muy idiota cometió el error de arruinar deliberadamente su vida.     —No lo creo —mentí. Creo.     —Tampoco debería ser tan difícil.     —Lo sé —susurré derrotada.     —Y si lo es significa que, no lo sé, quizás… —Sus ojos se volvieron a entristecer—. Quizás no se puede no más. Quizás las cosas ya están hechas.     —¿Qué quieres decir? —le pregunté sabiendo la respuesta.     —Que ya no hay vuelta atrás, quizás, como tú lo dijiste, será mejor que Chace se transforme en uno más.     —Quiero hablarle —le dije intentando convencerla, sin saber que también me quería convencer a mí.     —No, no quieres —sentenció—. Carolina, no debería ser tan difícil; si quieres hablarle le hablarías, si quieres saber sobre él preguntarías, pero no lo haces. No hay que forzar las cosas si no salen naturalmente desde el fondo de tu ser. Ya eres una mujer adulta y derecha, eso de; querer pero no querer, que sí pero que no, son juegos de preparatoria y lo sabes.     Y lo sabía.     Era la primera vez que me encontraba en una situación así, en donde hacer algo tan simple como hablar se había transformado en algo tortuoso e imposible, y con cada segundo que pasaba detestaba más esa versión de mí misma, pues nunca había sido ese tipo de persona. Si sentía algo lo hacía, si quería algo iba tras ello. No recordaba ser esa persona que se cuestionaba todas las cosas que hacía, y me estaba volviendo loca.     —No debí despertarte con estas tonteras —me disculpé mientras mi prima volvía a acomodarse en su cama.     —Si despierto irritada mañana serás tú la que tendrá que lidiar conmigo. —Movió su cuerpo hacia el otro extremo y su mano tomó parte de su cubrecamas para levantarlo lo suficiente y hacerme un espacio. Sin decir palabra alguna me acosté a su lado. Su voz bajó a esa que usaba cuando tenía que dar malas noticias—. Te conozco, prima, y si es difícil para ti hacer ese tipo de cosas significa que no lo quieres hacer al cien por ciento, y cuando hay una duda en ti, aunque sea la más mínima, prefieres esperar, y no es malo, no te sientas mal por eso. Quizás tenías razón al principio, y yo era la que estaba equivocada, quizás no estás enamorada, quizás sí es uno más.     —Han habido muchos quizás en esta conversación —le dije en son de broma.     —Quizás —me dijo sonriendo, haciendo que una saliera del fondo de mi ser—. Ahora, no le des más vueltas al asunto, en tres días más comenzaremos las clases y necesito mi beauty sleep si no quiero parecer un zombi.     Apagué la luz de la mesa de noche y me giré para mirarla en la oscuridad.     —¿Qué pasa si llama de nuevo? —pregunté bajo.     —No seas pendeja, prima, sabes que hacer, no necesitas que te esté diciendo las cosas paso por paso. Eres inteligente; si te llama y quieres contestar lo haces, y si no quieres no lo haces. Es así de simple, tú ve como te sientes al momento de la llamada. Ahora, déjame dormir.      Sonreí en la oscuridad a las palabras de mi prima, que después de unos minutos cayó completamente en un sueño profundo mientras yo repasaba todo lo que había dicho. Sabía que me estaba comportando como una idiota, nunca había necesitado a alguien para que me guiara en las cosas que hago, pero al ser algo nuevo sentía que necesitaba ayuda, porque quizás lo necesitaba, pero quizás sabía todo lo que me había dicho Isabella, y quizás cómo nunca me había enamorado antes necesitaba a una guía, pero por otro lado quizás no lo esté.     Después de tantas veces de decirlo ya empezaba a odiar esa palabra, dejaba un marco tan amplio para la angustia que me estresaba. Pero sabía que mi prima tenía razón, me conocía como nadie lo hacía, conocía como actuaba y por qué lo hacía, descifrando pequeños gestos para luego sacar conclusiones que me dejaban atontada por lo acertado que eran. Y era, por lejos, la persona más sabia que había pisado esta tierra en ese tipo de cosas, en amores y romances, que le daban el título de consejera profesional sobre el amor. Tenerla a mi lado en esa faceta de mi vida hacía que las cosas fueran mucho más fáciles, dándole siempre su toque característico de humor para alivianar toda pesadez y estando ahí siempre cuando la necesitaba para ser de sangre fría y directa, la voz de mi conciencia que a veces no quería escuchar, pero necesitaba hacerlo por más cruel que fuera.     Tenía razón, tenía que dejarlo pasar, si hubiera realmente querido contestarle lo hubiese hecho.     Y ya no es asunto mío.     Por la mierda.     No es asunto mío.
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